El peregrinar es una característica del cristianismo, que, desde los tiempos apostólicos, concibe la vida como una peregrinación rumbo a la patria celeste, donde está nuestro domicilio soñado. Los monjes irlandeses evangelizaron a la Europa anglosajona merced a esta inacabable tendencia ambulante. Uno de ellos, San Galo, fundó el año 613 una abadía, no lejos del lago de Constanza, que —el fenómeno se repitió muchas veces en la Europa medieval— dio origen a una ciudad homónima, y en el siglo XVIII al pintoresco cantón suizo, conjugación idílica de sierras y prados abundosos. Un siglo más tarde introdujo la Regla benedictina en el monasterio el abad Otmar, y fue adquiriendo auge siempre creciente hasta el siglo XI. Después de muchas vicisitudes fue suprimido el año 1805, como resultas de la Revolución francesa. La escuela abacial de St. Gallen fue foco providencial que albergó la cultura y el arte medieval. Incluso la industria textil —hasta hoy floreciente en el cantón— encuentra sus primeros telares en los claustros monásticos. Los monjes antiguos forjaron a Europa, lo mismo inclinados sobre el curvo arado, que roturaba las selvas para sembrar la tierra de mieses y ciudades, que arqueados sobre el códice paciente, en que iluminan tanto la frase evangélica, dadora de vida, como el verso griego y latino, ahuyentador de la barbarie, no menos que los neumas musicales, vehículos de la poesía y del arte. Pero toda esta actividad múltiple converge hacia lo que, aun arquitectónicamente, es el centro de la abadía, hacia el coro, donde la plegaria, metamorfoseada en dulce cantilena de salmos y secuencias, suministra el plasma de la vida monástica.
Por el año 840 nació Notkero en Elgg (cantón de Zurich), o más bien en Jonswyl (cantón de St. Gallen), de familia distinguida. Todavía niño llamó a las puertas de la abadía, cuando se hallaba ésta en el período de su mayor esplendor, como uno de los centros culturales más notorios de Europa. Los monjes no dudaron en admitirlo, a pesar de su defecto de lengua, que le proporcionó el sobrenombre de Bálbulus, es decir, tartamudo. En la escuela monacal recibió educación esmerada, que proporcionó frutos ubérrimos en las ciencias y artes entonces conocidas, en gramática, poesía, música; en medicina, historia y patrística. Tuvo por maestros a los monjes Iso, el famoso, comentarista de nuestro calagurritano Prudencio —en St. Gallen fue siempre estudiado con mimo el gran poeta español—, y después al irlandés Moengal. Llegó a ser bibliotecario en 890, recinto el más sagrado de la abadía después de la iglesia; y años más tarde hospedero, (892-894), cargo importante en aquellos tiempos de arduas peregrinaciones. Por su vasta cultura se le confió la dirección de la escuela abacial, germen de las universidades medievales, también de origen eclesiástico. Tuvo por discípulos a nobles y potentados, así como a Salomón III, obispo de Constanza en 890, y Waldo, obispo de Freising en Baviera del 884 al 906. Su larga vida se extinguía plácidamente el año 912, dejando, una larga estela de santidad y de ciencia. Un Papa humanista, Julio II, beatificó al gran artista benedictino en 1512, autorizando su culto en St. Gallen y en la diócesis de Constanza.
Su producción literaria fue muy extensa. En prosa cultivó el género epistolar, en que expone cuestiones científicas con estilo llano y atractivo, aunque a veces revela afición por las palabras raras y rebuscadas. Cuando su discípulo el obispo Salomón era todavía diácono dedicóle la Notatio, que puede ser considerada como el primer tratado de patrología latina. La avidez discente del aventajado alumno es comparada con la hidra de Lerna, y con una hoguera, basándose en Prudencio (Pe. 10, 881 s.). Allí trae un catálogo de las obras que deben leerse, entre las que menciona el comentario al Cantar de los Cantares de nuestro Justo de Urgel. De carácter histórico son el Breviario de los reyes francos, que él continuó hasta Carlos III el Gordo. En Gesta Caroli Magni demuestra nuestro Beato su admiración por el emperador y anota en el prólogo las fuentes de que se sirvió para la composición de esta obra, de excelente valor literario, aunque históricamente no se separen siempre los hechos de las leyendas. A base del Martirologio que el arzobispo Ado de Vienne entregó a St. Gallen el año 870 redactó Notkero su famoso Martirologio, enriquecido con las muchas noticias hagiográficas existentes en el monasterio, de donde vino a resultar un pequeño Año Cristiano, con la vida sucintamente descrita de los santos.
Pero el principal mérito literario de Notkero estriba en la poesía y en la música. Como el poeta español Prudencio, a quien él tanto estimaba, vio en la poesía un instrumento adecuado de santificación, y a ella se consagró con entusiasmo, destinándola al noble servicio de la liturgia y de la Iglesia. Escribió un poema dialogado sobre las artes, y otro con el título De los cinco sentidos, seguido de un apéndice en prosa rítmica. Ambos los dedicó al joven obispo Salomón, y abundan en exhortaciones morales. De Gran Bretaña e Irlanda se propagó por el continente anglosajón la moda de los enigmas y acertijos en versos hexámetros, cuya fuente deriva de Celio Firmiano Sinfosio, poeta del siglo V después de Cristo. Varias de estas fábulas en dístico elegíaco se atribuyen a nuestro poeta: El león enfermo, La ternera y la cigüeña, La pulga y la podagra, etc. Al protomártir San Esteban dedicó cuatro poemas, en que la oda sáfica y el endecasílabo dan expresión a su entusiasmo devoto ante los milagros obrados por el mártir en Asia, Africa, Metz y España. Quedan fragmentos de una vida dialogada de San Galo en versos trocaicos.
El impulso lírico medieval produjo una forma poética, derivada de la liturgia de la misa, en el siglo IX. Los floridos melismas que enriquecían el a final del Alleluia se hacían difíciles de retener en la memoria de los cantores, ya que la melodía estaba desprovista de notas escritas. Notkero buscaba un medio para facilitar el aprendizaje musical, cuando la casualidad se lo brindó excelentemente. En el proemio o epístola dedicatoria de sus himnos a Liutward, obispo de Vercelli (880-899), lo cuenta él mismo: Cuando yo era todavía un jovencillo y las melodías larguísimas, frecuentemente aprendidas de memoria, se me escapaban del corazoncillo, comencé a pensar en silencio la manera de ligarlas fuertemente. Entretanto aconteció que un sacerdote del monasterio de Jumiéges, poco antes destruido por los normandos (862), vino a nosotros trayendo consigo su antifonario, en el que había algunos versos para ser cantados en la vocalización final del aleluya (ad sequentias erant modulati), pero que ya estaban muy viciados. Su vista me produjo alegría, pero su gusto me causó amargura. Continúa refiriendo cómo comenzó a imitar aquellos versos, pero sin sus defectos, y que su maestro Iso le felicitó por los méritos poéticos, corrigiéndole las faltas, mientras le formuló la regla de oro para la poesía secuencial: A cada nota debe corresponder una sílaba. Entonces él comenzó a escribir versos, que pronto cantaron los niños y monjes de la abadía, y que rápidamente resonaron por toda Europa. Este es el nacimiento de la secuencia, que invadió los misales de Europa, registrándose hasta 5.000, de diferente valor literario, de las que el misal romano sólo conserva ahora cinco, verdaderas joyas de la poesía secuencial. De este relato se deduce que Notkero no es estrictamente el creador de la secuencia o prosa aleluyática —pues, si no se debe ya a Alcuino († 804), se originó en el monasterio benedictino de Jumiéges, en el norte de Francia—, pero sí su perfeccionador definitivo y, junto con Adam de San Víctor, el mejor poeta secuencial. La forma primitiva y auténtica de la secuencia, que entronca en Notkero, consiste en un par de versos, de diferente extensión (cola), con sustitución de la cantidad métrica por el acento, y terminados generalmente en a, debido a la vocal final del alleluia. La secuencia se cantaba en grupos de dos estrofas de ordinario, alternando el coro de voces graves con las voces blancas de los niños, o también en estrofas sucesivas. La variación métrica llevaba consigo la variedad melódica.
Por citar una muestra, en la trilogía himnódica del Espíritu Santo, formada por el himno Veni, creator Spiritus, del siglo IX, de hechura ambrosiana en cuanto a su metro yámbico, donde ya se atisban los ecos de la rima románica; por la secuencia Veni, Sancte Spiritus, del siglo XII, con manifiesta disposición rimada del gótico, brilla por su estro y encendida devoción la Sancti Spiritus assit nobis gratia, reina de las secuencias de Notkero, el primer poeta secuencial de la Historia, cuyos ecos resonaron en las fiestas pentecostales de Alemania, Italia, Francia, España... durante prolongados siglos. Así santificó a la poesía y a la música, y se santificó a sí mismo por medio de la himnodia sacra el Beato Notkero, débil de cuerpo, pero no de espíritu; tartamudo de lengua, pero no del alma, vaso del Espíritu Santo, como no lo hubo en su tiempo con tal abundancia (Ekkehard, IV, 980-1060).
ISIDORO RODRÍGUEZ HERRERA, O. F. M.