21 de Abril

Román Adame Rosales, sacerdote mártir (1859-1927)

La sencillez del Padre Román Adame Rosales tiene mucho de aleccionador. La humildad lleva con más frecuencia de la que se piensa a llenar el día de Dios; lo hace  de una manera tan plena que puede no perderse su presencia en ninguna circunstancia. Y eso permite que tanto lo agradable como lo que costoso pueda referirse a Él.

El Señor Cura Adame había nacido en Teocaltiche, Jaisco, diócesis de Aguascalientes, el 27 de febrero de 1859.

Lo nombraron Párroco de  Nochistlán, Zacatecas, archidiócesis de Guadalajara. Sus feligreses lo conocieron como un sacerdote de profunda humildad, siempre dispuesto a servirles. Dicen que jamás le oyeron quejarse; ante cualquier sufrimiento o contrariedad decía con serenidad: «Sea todo por Dios».

Cuando organizaba y atendía la catequesis, «Sea todo por Dios»

A la hora de montar las misiones populares, «Sea todo por Dios»

En la construcción de capillas para que los fieles tuvieran cerca al Santísimo Sacramento, «Sea todo por Dios»

Si se trataba de prestar atención  a los enfermos en circunstancias incómodas o en horas nocturnas, «Sea todo por Dios»

La santa y necesaria paciencia tan necesaria para acompañar en la educación a los niños llevaba la frecuente coletilla «Sea todo por Dios»

También las normales acciones de su ministerio parroquial estaban acompañadas continuamente con el «Sea todo por Dios».

La piadosa expresión era como una continua letanía.

Durante la persecución, tuvo que ocultarse como dictaba la prudencia, pero continuó administrando los sacramentos.

Alguien delató su escondite y  de noche fue hecho prisionero.

Llegado el momento de la ejecución, el día 21 de abril de 1927,  con un gesto de bondad trató de salvar la vida del soldado, que por no querer dispararle, iba a ser también  fusilado. Luego, decidido y firme, pero con humildad y lejos de cualquier actitud arrogante, entregó su vida.

Fue canonizado el día 21 de mayo del año 2000, por el papa Juan Pablo II.

       

«Sea todo por Dios» tiene tinte de una jubilosa expresión que manifiesta el deseo de identificar el querer humano con el divino. Es una buena jaculatoria, una de esas oraciones breves e incisivas que se arroja como si fuera una saeta o dardo por amor a Dios, para repetirla insistentemente en el día de hoy. Ciertamente ayudará a mantener la intención recta –el deseo de llevar al agrado de Dios lo que se hace o se omite– en todo momento. Intentar su ensayo sería un buen ejercicio de la virtud de la piedad que, como toda virtud, necesita entrenamiento para afirmarla.