Estos mártires eran hermanos, hijos del matrimonio formado por Vital y Valeria. Se recuerda de ellos que nacieron en un mismo parto. Sus padres sufrieron el martirio en Rávena en el siglo I.
Tras el martirio de sus padres vendieron todos sus bienes para repartir su importe entre los necesitados y se hicieron bautizar.
Se refiere también que Gervasio y Protasio fueron pasados por la espada en Milán, en el siglo I, por Astasio, general vencedor de los marcomanos, en cuyo ejército habían luchado valerosamente los dos hermanos. Sufrieron martirio en las primeras persecuciones, probablemente en la de Nerón; les cortaron la cabeza por negarse a adorar a los ídolos.
Sus reliquias –según testimonio de san Agustín en el libro noveno de sus Confesiones– las encontró san Ambrosio en el siglo IV, dejándose guiar por un presentimiento, intuición, sueño o visión, junto con las de los santos Nazario y Celso. Los mandó exhumar, y las reliquias obraron milagros en el trayecto hasta la basílica ambrosiana, mientras las trasladaban; refiere el santo obispo de Hipona que un ciego recobró la vista y varios endemoniados se vieron libres de su lastimosa situación.
¡Santos Gervasio y Protasio, rogad por nosotros!
El arco de esta oración tan repetida con las Letanías de los Santos abarca todos los siglos de la vida de la Iglesia; une en sus extremos a los primeros con los últimos, abarca en su trazado a todos los que durante el tiempo han alabado al mismo Señor, y ensambla la acción de gracias de todos los hermanos. Así ha sido y así será hasta más allá del otoño crepuscular de la Historia.