Dicen que de todos los arzobispos que ha tenido la noble ciudad de Florencia (Italia) el que mejor se ha sabido ganar el cariño de sus gentes ha sido San Antonino.
Su nombre era Antonio, pero desde muy joven fue llamado Antonino por sus compañeros, a causa de su pequeña estatura y de su bondad y amabilidad.
Le gustaba mucho asistir a los sermones de un dominico, un gran predicador, y a los 15 años pidió ser admitido en la comunidad de los Padres Dominicos.
El Padre superior, creyéndolo muy débil para soportar la disciplina de esa congregación, le puso como condición que le recitara de memoria un libro de decretos de la Iglesia en latín. A las pocas semanas llegó el joven y le recitó todo el libro, de memoria, desde la primera página hasta la última. Entonces fue admitido de religioso.
En el noviciado tuvo como compañero a Fray Angélico, que después llegó a ser un pintor de fama mundial. Muy joven fue nombrado superior de varias casas de los Padres Dominicos en Italia y llegó a ser Superior Provincial.
Fue el fundador del famoso convento de San Marcos en Florencia, y encargó a Fray Angélico para que pintara sus célebres cuadros en las paredes del convento. Predicaba muy frecuentemente y escribía libros. Era un incasable trabajador.
El Papa Eugenio IV lo nombró Arzobispo de Florencia. El santo se opuso a este nombramiento aduciendo que su salud era muy débil y que no se sentía con cualidades para tan alto cargo. Pero el Pontífice insistió y tuvo que aceptar, con gran alegría de las gentes de Florencia que sentían por él una enorme admiración.
Una vez vendió la única mula que tenía para viajar, y el dinero que le dieron por esa venta lo repartió entre gentes muy pobres. El comprador de la mula se la volvió a regalar, y después de varias veces se repitió esta curiosa venta y el subsiguiente regalo. Cada día recibía a todas las personas que querían hablarle, pero prefería a los más pobres, y a disposición de ellos tenía siempre todos los dineros y regalos que recibía. Varias veces vendió el mobiliario de su casa episcopal, para poder ayudar a los pobres. Y muy frecuentemente regaló a los necesitados las ropas que tenía para cambiarse. Fundó una asociación para ayudar a los pobres vergonzantes, o sea a aquellos que habiendo tenido antes una buena situación económica, habían llegado a una gran pobreza.
Aunque su carácter era muy amable, sin embargo sabía exigir lo que su conciencia le inspiraba que debía exigir. Así por ej., combatió fuertemente los juegos de azar en Florencia, y la costumbre de prestar dinero con intereses demasiado altos (usura se llama este pecado) y la magia, la superstición y la brujería.
San Antonino recibió del Espíritu Santo el don de saber aconsejar muy bien a la gente. Por eso eran muchísimos los que iban a consultarle, desde los gobernantes civiles, hasta los sacerdotes, los religiosos y los más pobres de la ciudad. La gente lo llamaba El Padre de los buenos consejos. Poseía en grado muy alto la virtud de la prudencia. El Sumo Pontífice lo estimaba tanto que cuando San Antonino daba una opinión acerca de un asunto, el Papa no permitía que se le contradijera, ni que se le llevara la contraria. Y cuando se sintió morir, el Papa Eugenio IV llamó a Roma junto a su lecho de enfermo a nuestro santo, el cual lo asistió hasta sus últimos momentos.
Cuando llegó a Florencia la enfermedad del tifo negro, el arzobispo Antonino vendió todo lo que tenía para conseguir ayudas para los enfermos, y se dedicó de día y de noche a asistir a los apestados. Obró muchos milagros de curaciones y adquirió una gran fama de santo y obrador de milagros. Después cuando hubo una serie de terremotos, se dedicó con todas sus fuerzas y con todo su personal a llevar ayudas a los damnificados. El jefe civil y militar de Florencia, Cosme de Médicis, exclamaba: Si nuestra ciudad no fue destruida, se debe en gran parte a los méritos y oraciones de nuestro Santo Arzobispo.
Murió San Antonino el 2 de mayo de 1459, y fue declarado santo por el Papa Adriano VI en 1523. Que Dios nos conceda muchos obispos tan caritativos como este santo.