7 de mayo

SAN JUAN DE BEVERLEY

San Juan de Bevérley, obispo de York, 1721. Puede ser considerado como un precursor del benedictino Pedro Ponce de León, inventor del método de hacer hablar a los sordomudos. También él fue monje, después de haber estudiado letras divinas y humanas en el monasterio de Whitby, gobernado por una monja princesa, Santa Hilda. Gobernó primero la diócesis de Hexam, de donde pasó a la de York. Cuenta de él su biógrafo que llegó a hacer hablar a un sordomudo, enseñándole la vocalización paciente e ingeniosamente. Murió en 721.

Monje de Whitby, Inglaterra, y después obispo de York; en su afán de caridad, llega para sanar a un sordomudo, a descubrir un modo de paciente vocalización. Aunque muerto el año 721, ha sido considerado por ello como un precursor del sabio benedictino Ponce de León.

También en el siglo XX recibirá el nombre de El sacerdote de los tartamudos el autor del método de convergencia ortofónica, de renombre general, muerto con fama de santidad en Madrid en 1963.

Uno de los más bonitos regalos que podemos hacemos a nosotros mismos es el de un día libre. No porque sea una vacación o una ocasión especial, sino porque sí.

Tanto entonces como ahora, los obispos no disponían de mucho tiempo libre. San Juan, sin embargo, lo robaba tanto como podía para su recreo espiritual. Pasaba sus días libres en un bosque.

Los días libres son simplemente eso: libres. No has de pagar por ellos haciendo recados o limpiando los roperos, o pagando las visitas debidas a familiares más viejos. Son días para dejar que el pequeño niño que hay en ti salga y juegue. ¿Recuerdas cuando eras pequeño y te apetecía jugar? Llamabas a un amigo y decías, ¿puedes salir? No te preocupaba que tu amigo pudiera considerarte tonto o irresponsable o molesto. Simplemente preguntabas ¿puedes salir? Y si podía, lo hacía.

Una vez que crecemos, suponemos que nuestros amigos son demasiado sofisticados para simplemente jugar. Así que hacemos planes y comemos juntos, y hacemos otras cosas importantes. Bajo la superficie lo que se esconde es el temor a que si decimos que lo único que realmente queremos hacer es arrojar piedras a un arroyo y escalar un árbol y hablar, nuestro amigo se reirá de nosotros y nos dejará. Así que ya no preguntamos. Y ya no jugamos.