Santo muy venerado en Navarra y en La Rioja.
No nos consta ni la patria, ni los padres, ni su primera educación.
Se sabe que entró muy joven en la Orden de San Benito, en el monasterio de San Cosme y San Damián de Roma, y ya desde su noviciado brilló por su ciencia y su virtud.
Murió el abad de San Cosme y San Damián, y todos le eligieron como sucesor. En vano se excusó por todos los medios que le sugirió la humildad, pues, convencidos los monjes de las cualidades de que estaba adornado Gregorio, insistieron en la elección hasta conseguirlo.
Sabemos que era obispo, sin duda, como se ve por su nombre, procedente de Ostia, el puerto de Roma, y que vivió durante un tiempo en Navarra, tal vez como legado del Papa.
En el año 1039 sabemos que estaba en Nájera, entonces capital del reino, y que causaba admiración por su bondad, su sabiduría y sus milagros (uno de ellos, haciendo desaparecer una plaga de langostas, explica que se le invoque en casos parecidos).
Su vida se cruza providencialmente con la de un hombre que buscaba a Dios con una gran ansiedad y que era rechazado en todas partes, santo Domingo de la Calzada. Santo Domingo, que fue paje y discípulo suyo, junto a él se inició en la vida religiosa, y así a su muerte, el casi desconocido obispo de lejanas tierras dejó en herencia a los españoles, más que sus prodigios, el prodigio viviente de otro gran santo.
Los cinco años que habían durado sus grandes trabajos, continuos sacrificios e incesantes fatigas, debilitaron totalmente su salud. Cayó enfermo de gravedad y se retiró a Logroño. Recibió los últimos Sacramento con edificación de todos, y fijando los ojos en el cielo, fue a descansar en los brazos del Padre Celestial.
Son célebres las imágenes de San Gregorio Ostiense en Logroño, Calahorra y Murillo de Río Leza; al igual que la ermita de San Gregorio en la Ruavieja de la capital riojana.
Pero sobre todo, la grandiosa basílica de San Gregorio Ostiense, un grandioso edificio del siglo XVIII en la cumbre de Piñalba sobre la ermita de San Salvador, entre Estella y Viana, en la parte más occidental de Navarra, y a pocos kilómetros de la población de Los Arcos, donde fue enterrado su cuerpo.
Este relicario es llevado a menudo por toda la comarca, atribuyéndosele una valiosa intercesión para proteger el campo, y ello justifica la frase hecha: "Andar más que la cabeza de san Gregorio".