Es una advocación de la Virgen Santísima a la que está ligado de una manera inseparable el «secreto», y a éste notables influencias en acontecimientos ideológicos, morales, políticos, sociológicos y espirituales del hombre a lo largo del siglo XX.
Todo comenzó en una aldea de Portugal, concretamente en el municipio de Vila Nova de Ourém, dentro de la diócesis de Leiria. Los protagonistas de esta historia fueron tres pastorcillos: Lucía dos Santos –de diez años– y sus dos primos, Francisco Marto y Jacinta, algo menores que ella. Por tres veces, a lo largo del año 1916, tuvieron apariciones de un ángel en la colina del Cabeço y en el huerto de Lucía. Pero, dentro de lo extraordinario, si todo hubiera quedado en esto, no hubiera estado el mundo pendiente de Fátima ni de lo que dijeran o hicieran aquellos niños pastores. Lo realmente llamativo –un verdadero trallazo para la nación portuguesa y a través de ella para el mundo– fueron las seis apariciones de la Virgen Santísima desde el 13 de mayo hasta el 13 de octubre del año 1917.
El 13 de mayo los tres niños pastoreaban los rebaños de sus padres a unos dos kilómetros de Aljustrel, en el lugar llamado Cova de Iria. El sol está en su cenit, es medio día. De repente se vieron sorprendidos y deslumbrados por una explosión de luz; piensan que es un relámpago y, en previsión de una próxima tormenta, se disponen a reunir al rebaño, pero una nueva explosión luminosa les detiene. A la derecha, sobre una encina, en el centro de una gran aureola que también le envuelve a ellos, ven a una señora muy bella y más brillante que el sol. Les promete que no les hará daño, responde a algunas preguntas de Lucía, les revela algunos secretos y les pide su presencia todos los días 13 hasta octubre con la promesa de revelarles quién es ella, qué quiere de ellos y qué espera de los tres. Sólo ha hablado Lucía, Jacinta ha visto y escuchado, Francisco sólo vió.
El día 13 de octubre hay sesenta mil personas en el mismo lugar. Llueve torrencialmente, pero todos aguantan y ni los enfermos se van de aquel lodazal. Acompañando a los niños, se reza el rosario, se pide perdón, se suplican favores y todos esperan anhelantes. En esta aparición dirá la bella señora que es «La Señora del Rosario», y lo que pide es un cambio de vida para no ofender más con pecados a su Divino Hijo; ruega que se rece el rosario y que se haga penitencia; promete el fin de la guerra si los hombres se convierten. También el signo prometido llegó. A la voz de Lucía «Miren el sol», se apartaron las nubes, apareció el sol, se secó al instante lo mojado, el disco luminoso comenzó a girar vertiginosamente sobre sí mismo lanzando haces de luz en todas direcciones, mudando el color y el tono; el firmamento, los árboles, las rocas y la masa de gente presente aparecen varias veces teñidos de rojo, de verde, de amarillo, de azul o de violeta en un fenómeno que duró de dos a tres minutos. El sol se detiene para comenzar de nuevo su danza luminosa más intensa y deslumbrante con mayor movimiento y colorido. Y así, varias veces se repitió el espectacular e inaudito movimiento solar por espacio de unos diez minutos.
Entre mayo y octubre, la Señora pidió a los tres pastorcillos el rezo del rosario, frecuentes mortificaciones por los muchos pecados de los hombres que ofenden tanto a Dios, y para lograr la conversión de los pecadores. Les afirmó la pronta muerte de Francisco y de Jacinta –Lucía se quedaría algún tiempo más para ser el instrumento que difundiera en el mundo la devoción a su Inmaculado Corazón–. Aprendieron de la Señora la jaculatoria: «Jesús, perdónanos; líbranos del fuego del infierno; lleva a todas las almas al Cielo, principalmente a los que más lo necesitan» para recitarla siempre detrás del Gloria. Y por la Señora también conocieron el «secreto» que a nadie debían decir.
El Portugal de la época, incrédulo y perseguidor de la religión, se sintió zarandeado por tres niños que sin sabiduría ni fuerza, iban arrastrando cada día 13 a cientos y luego miles de personas que rezaban, se arrepentían, pedían por los pecadores, y miraban sin ver sobre el carrasco en donde los videntes hablaban, escuchaban y veían a la Señora. Las numerosas curaciones milagrosas contribuyeron a que Cova de Iria fuera el comienzo de un reflorecimiento mariano que llevaba al mayor milagro: a una transformación religiosa y moral de la nación portuguesa.
El obispo José Alves Correia de Silva decidió autorizar el culto a Nuestra Señora de Fátima en el año 1930. En 1946 coronó solemnemente la imagen de la Virgen el cardenal Masela. Fátima recibió el 13 de octubre del año 1951 a un millón de peregrinos para la clausura del Año Santo. El papa Pablo VI peregrinó a Fátima el 13 de mayo de 1967. Otro 13 de mayo, el del año 2000, celebrando la Iglesia universal el Gran Jubileo del comienzo del Tercer Milenio de la Redención, han sido beatificados en Fátima por el papa Juan Pablo II los dos pastorcillos, Francisco y Jacinta, estando presente la tercera de las videntes, Lucía, aún viva y con buen humor.
¿El «secreto»? Ah, sí. Lo puso por escrito Lucía con permiso del Cielo y por pura obediencia. Hablaba de la visión que tuvieron del infierno, de la futura Guerra mundial, de la conversión de Rusia –los pastorcillos pensaban entonces que ésta debía ser una señora muy mala–, de una multitud de mártires cristianos, de la masacre de muchos sacerdotes y obispos, y hasta de un «obispo vestido de blanco» que caía ensangrentado por odio a la fe.
¿Sabes que el «muro de Berlín» –bastión emblemático de la cultura atea– se derrumbó sólo a pocos meses de que el Papa polaco consagrara a la Iglesia y al mundo al Inmaculado Corazón de María en Czestochowa, después de haber recabado el consentimiento al episcopado católico?
¿Sabes que la Virgen de Fátima tiene en su corona –fue un agradecido regalo papal– la bala que estuvo a punto de matar a Juan Pablo II en el intento de asesinato del año 1981 en la Plaza de San Pedro?
¿Sabes que el mensaje central de Fátima –conversión, rosario, penitencia por los pecados, conversión de los pecadores– conserva toda su fuerza y vigor?