16 de mayo

SAN SIMÓN STOCK († 1265)

Dos títulos tiene San Simón Stock que le hacen acreedor a nuestra especial atención. El fue, a mediados del siglo XIII, el principal artífice de la presente estructura de la Orden del Carmen, antes puramente eremítica y después asociada a las religiones mendicantes consagradas al apostolado. El es, sobre todo, quien recibíó de la Santísima Virgen el santo escapulario.

Nació en Inglaterra.

Desde mediados del siglo XIV las fuentes le aplican el sobrenombre Stock, con el cual relacionan el singular género de vida que habría observado antes de entrar en el Carmelo. Dice así la redacción larga del Santoral: Antes de la llegada de los carmelitas a Inglaterra los esperó con espíritu profético, llevando vida solitaria en el tronco de un árbol: de ahí el nombre de Simón Stock con que es llamado. Esta sobria noticia supone todo un poema de ascetismo, que los biógrafos posteriores intentaron poner de relieve con piadosas amplificaciones.

Pero hay un documento que nos invita más bien a contar a San Simón entre los cruzados y peregrinos que por aquellos tiempos tomaron el hábito en el mismo Carmelo, atraídos por la vida de oración que llevaban los solitarios del santo monte, como abejas del Señor en las colmenas de sus celdas fabricando miel de dulzura espiritual, según hermosa frase de Jaime de Vitry († 1240). En efecto, el dominico Gerardo de Fracheto, contemporáneo de nuestro Santo, después de contar una aparición del Beato Jordano de Sajonia a un religioso carmelita, acaecida en 1237, nota: Esto lo contaron a nuestros religiosos el mismo que tuvo la visión y el prior de la misma Orden, el hermano Simón, varón pío y veraz. Con esta noticia concordaría el Viridarium de Juan Grossi, que extiende el generalato de San Simón del 1200 al 1250. Por ahora no estamos en grado ni de escoger entre las dos versiones ni de concordarlas razonablemente.

Con el agravarse de la situación de los cristianos en Palestina después de la tregua pactada por Federico II con el sultán de Egipto (1229), los ermitaños carmelitas se encontraron frente al urgente dilema de, o bien exponerse a la extinción en una tierra que iba quedando a merced de los mahometanos, o bien probar la aventura de un traslado a Europa. Algunos, los más perfectos (dice Grossi), tenían miedo a tal aventura por el peligro que encerraba de una alteración del propio espíritu; pero graves razones aducidas hicieron prevalecer la opinión contraria, que fue reforzada con una aparición de la Santísima Virgen (Guillermo de Sanvico). Así en 1238 empezó con carácter sistemático la emigración de numerosos carmelitas a los diversos países de Europa.

A Inglaterra se dirigieron dos expediciones, patrocinadas, respectivamente, por los barones Guillermo Vescy y Ricardo Grey y presididas por los venerables religiosos Radulfo Fresburri, e Ivo el Bretón, dando como primer resultado el establecimiento de dos conventos eremíticos, el primero en Hulne, cerca de Alnwic, y el segundo en Aylesford, en el condado de Kent. Esto sucedía entre 1241 y 1242. Fue entonces (según la primera versión antes mencionada) cuando Simón Stock, aureolado ya con la fama de eximia santidad, dejó la vida solitaria y entró con gran devoción en la Orden de los carmelitas, que desde hacía mucho tiempo esperaba ilustrado por divina inspiración.

Ahora iba a ofrecerse a nuestro Santo un campo muy vasto en donde manifestar los dones recibidos de Dios. En 1245 se celebraba, precisamente en Aylesford, un Capítulo general, el primero reunido en Europa, y en él Simón Stock era llamado milagrosamente al oficio de prior general, oficio que sólo entonces adquiría pleno sentido, pues antes el prior del monte Carmelo era la suprema autoridad.

La Orden sufría en toda su gravedad las consecuencias del traslado a Europa. En el nuevo ambiente no encontraba la amorosa acogida que seguramente habían esperado y que tan necesaria era para empezar a echar raíces. Por otra parte, la experiencia demostraba que no era fácil conservar el tenor de vida contemplado en la Regla de San Alberto y con ardiente amor abrazado por los venerables moradores del Carmelo. Simón Stock afrontó heroicamente ambas dificultades. Respecto a la primera, se esforzó por acrecentar la estima hacia la Orden con repetidos recursos al papa Inocencio IV y también a los próceres seculares. De hecho desde 1247, a 1252 consiguió del papa Inocencio IV tres preciosas cartas de recomendación que debieron contribuir no poco a la consolidación de la Orden, y en diciembre de 1252 otra del rey de Inglaterra Enrique III. En orden a la segunda dificultad impetró del mismo Inocencio IV una audaz reforma de la Regla que permitiera vivir a los carmelitas en las ciudades y participar en el servicio de las almas. Pero esta reforma suscitó en el seno de la Orden un hondo descontento que venía a agravar todavía más la situación tan comprometida por la hostilidad exterior. De este descontento tenemos la prueba en una amarga requisitoria que compuso el sucesor de nuestro Santo, Nicolás el Francés, y en las frecuentes deserciones de religiosos, que buscaban en otras Ordenes mayor garantía de salvación. En este momento histórico tuvo lugar el episodio culminante de la vida de San Simón Stock, la visión del santo escapulario, testificada por el antiguo Santoral y parcialmente corroborada por la Crónica de Guillermo de Sanvico. La relación más antigua está concebida en estos términos:

San Simón... suplicaba constantemente a la gloriosísima Madre de Dios que diera alguna muestra de su protección a la Orden de los carmelitas, pues goza en grado singular del titulo de la misma Virgen, diciendo con toda devoción: Flor del Carmelo, vid florida, esplendor del cielo, Virgen fecunda y singular; oh Madre dulce, de varón no conocida, a los carmelitas da privilegios, estrella del mar. Se le apareció la bienaventurada Virgen, acompañada de una multitud de ángeles, llevando en sus benditas manos el escapulario de la Orden y diciendo estas palabras: Este será el privilegio para ti y para todos los carmelitas, que quien muriere con él no padecerá el fuego eterno, es decir, el que con él muriere se salvará.

Tal fue la gran promesa, que originariamente era una exhortación a la perseverancia dirigida a los descorazonados carmelitas, pero pronto fue acogida en toda la Iglesia como una de las manifestaciones supremas de la maternidad universal de María.

Lo restante de la vida de San Simón se confunde con la historia de la Orden del Carmen, historia de fundaciones y de gracias pontificias, índice de la casi definitiva consolidación en Europa, la grande obra que Dios le reservara.

Después de veinte años de gobierno (según un códice de Bamberga muy autorizado), por tanto, en 1265, murió en el convento de Burdeos el día 16 de mayo (o de marzo según algunos códices).

La fama de santidad que le había acompañado en vida se acrecentó después de la muerte. En los documentos su nombre nunca aparece sin el dictado de santo, y repetidamente se recuerda el don de hacer milagros. Su culto desde antiguo fue muy ferviente en Burdeos, donde se veneraban y se veneran aún sus reliquias. Una circunstancia providencial impidió que fuesen profanadas en tiempo de la Revolución Francesa. Su veneranda cabeza fue solemnemente trasladada el año 1951 al convento de Aylesford, recientemente recuperado, y allí es hoy meta de frecuentes peregrinaciones.

BARTOLOMÉ M. XIBERTA, O. C.

Simón Stock, abad († 1265)

Fue el principal reestructurador de la Orden del Carmelo en el siglo XIII. En tiempos  anteriores, el Carmelo tuvo una estructura estrictamente eremítica.

«Stock» –que significa tronco–, añadido al nombre, sobre todo a partir del siglo XV en que se hace ya común esta denominación, le viene –según una de las fuentes–  por su anterior vida de eremita solitario que vivió en el tronco de un árbol seco de los bosques ingleses. Los biógrafos posteriores se sirvieron de esta cualidad y nombre para agigantar su ascetismo.

Alguna otra fuente hace a Simón proveniente de los cruzados o peregrinos de los Santos lugares, ya que no fue infrecuente que algunos de estos amadores de la aventura pidieran vestir el hábito de los carmelitas, influidos por la oración y soledad que aquellos monjes llevaban en las grutas del monte Carmelo del que recibían nombre.

Los cristianos palestinos tuvieron que decidirse a exponerse a desaparecer a manos de los mahometanos, o animarse a salir hacia Europa, cuando terminó la tregua que habían pactado Federido II y el sultán de Egipto. En 1238 tomaron los del Carmelo la decisión de emigrar a Inglaterra, a pesar de que llevaban consigo el temor de que aquel cambio les trajera peligro para su oración y aislamiento.

Los nobles Guillermo Vescy y Ricardo Grey les facilitaron el establecimiento en los conventos de Hulne y Kent. Eran los años 1241 y 1242. Una de las versiones es en este momento donde señala la entrada de Simón en el Carmelo. El caso fue que en el 1245 tuvieron los carmelitas un Capítulo General en Aylesford, en el que eligieron como prior mayor a Simón, dándole la plenitud de autoridad sobre la Orden.

Mucho tuvieron que sufrir aquellos buenos monjes. No conseguían adaptarse al nuevo ritmo de vida, con un clima tan poco propicio; no se sentían acogidos por la gente; la mayor parte de ellos comprobaba que sus temores eran bien fundados y que era poco menos que imposible seguir viviendo según la Regla de san Alberto. Simón hizo lo que pudo ante aquél cúmulo de dificultades de sus monjes; buscó apoyo en el papa Inocencio IV del que consiguió cartas de recomendación, y recurrió al rey Enrique III de Inglaterra para poder echar raíces; reformó la Regla para poder vivir en las ciudades y tomar parte en el servicio a las almas. Pero al descontento generalizado se añadió el mal de las deserciones de algunos monjes, y del paso que otros dieron a otras Órdenes en las que veían más garantías de salvación.

En medio de esta grave crisis tuvo lugar la aparición de la Virgen que mostraba por el Carmelo una protección especial. Se le apareció al bueno de Simón, rodeada de ángeles y llevando en sus manos el Escapulario de la Orden. Le dejó en regalo la promesa: «Quien lo lleve y muera con él, se salvará».

Acontecimiento tan singular sirvió para alentar a los desanimados carmelitas. Luego, el escapulario con la promesa de la Virgen trascendió a toda la Iglesia como manifestación de la maternidad universal de María, a través de la adscripción a la Archicofradía de Nuestra Señora del Carmen.

De Simón Stock no hay mucho más;  continuó en su esfuerzo de afianzar y consolidar la Orden en Europa hasta su muerte, ocurrida en Burdeos el 16 de mayo de 1265.

Hoy, parte de sus restos –milagrosamente salvados de la Revolución francesa– se conservan en el convento de Aylesford, a donde se trasladó su cabeza en 1951.

Mira por dónde lo bien que queda explicada la inmemorial y popularísima devoción al Escapulario de Nuestra Señora del Carmen que tantísimos fieles cristianos llevan impuesto desde la infancia, la niñez o la juventud –los menos lo reciben en la madurez o en la ancianidad–. Claro está que no es amuleto del que dependa una determinada suerte, ni una póliza de seguro  –producto típico de nuestra sociedad tan exacta–  que prescinde en fuerte grado de la Providencia de Dios, al tiempo que procura atar lo más posible todos los cabos aquí abajo. No. El escapulario del Carmen es  más bien una señal de predilección de la Virgen que asegura proteger a quien ha acudido a Ella pidiendo su protección; por eso no deberá evitar  –quien lo lleve de por vida–  el esfuerzo por honrar a la Madre de Dios y por vivir según pide y enseñó su propio Hijo; el resto lo pondrá Ella que nunca abandona. Quien pensara que llevar el Escapulario del Carmen es un pasaporte automático para el Cielo, algo mágico o como cuando sale un botellín de refresco en la maquinita al pulsar el botón, se ha equivocado de ventanilla.