17 de mayo

SAN PASCUAL BAILÓN († 1592)

Villarreal, municipio de la provincia de Castellón de la Plana, sobre la carretera de Valencia a Barcelona, hoy con más de 20.000 habitantes, de terreno llano y suelo fértil, regado por el Mijares, centro agrícola con extensos naranjales, que ostenta con orgullo uno de los templos parroquiales mayores de España, la arciprestal de San Jaime, presenta aún con más ufanía el convento franciscano del Rosario, en el cual murió el biografiado, se conservaron los restos del mismo hasta la guerra del 36 y se levanta ahora en su honor el templo votivo eucarístico internacional.

¡Qué contraste con la villa zaragozana de 400 habitantes, Torrehermosa, arrullada por el jalón, la que fue cuna del Santo, en la diócesis de Sigüenza! Mas hay que saltar a sus recintos por el siglo XVI.

España termina su secular cruzada contra el moro. Enriquecida con un mundo nuevo, toca al apogeo de su gloria. Cuando ella se mueve solía decirse, la Europa tiembla.

Por ella pasean sus flores de santidad Ignacio, Javier, Teresa, Juan de la Cruz, Pedro de Alcántara. Pero también otro que, no siendo en su vida celebridad española, en el correr de los años resultó ser celebridad mundial.

Unos inquilinos del monasterio cisterciense de Puerto Regio, pobres de fortuna del dinero, pero ricos de fortuna del temor de Dios. Llámanse Martín Bailón e Isabel Jubera.

Padres de un santo cuyo nombre será Pascual, por haber visto la luz en Pascua de 1540, 17 de mayo.

Ese mismo día de 1592 el hijo más ilustre de Torrehermosa, a los cincuenta abriles de su caminar en este valle hondo, emprende su vuelo de gloria, para recibir los honores de la canonización en 1690 por intervención del infalible Alejandro VIII.

Pastor ideal durante diecisiete años, desde los siete de su edad. Luego hermano lego franciscano durante veintiocho, desde 1564; modelo, dentro de la reforma alcantarina, como indica la liturgia de su fiesta, de jóvenes y mayores.

La historia cuenta con elevados al honor de los altares cuyos rasgos eucarísticos son más nutridos; pero no con otro que haya sido declarado por el Vicario de Jesucristo patrón de las asambleas y obras eucarísticas ya desde 1897.

¿Su retrato físico? Era el Santo de mediana estatura, de buena presencia y de rostro gracioso y amable, aunque no expansivo.

Tenía en su frente algunas arrugas y un principio de calvicie. Sus ojos azules, pequeños, brillantes, estaban protegidos por pestañas y cejas negras. La nariz y la boca eran regulares. Veíase bajo sus labios, de derecha a izquierda, una cicatriz que le daba las apariencias de estar siempre sonriendo. Color moreno. Barba rala. Carrillos salientes.

De temperamento irascible unido a su gran fuerza de voluntad, disfrutó de ordinario de buena salud, a excepción de los cinco últimos años de su existencia, que fueron para él un prolongado y cruel martirio.

Pero nos interesan más sus retratos moral y eucarístico.

Vida pastoril.

El zurrón del niño era una diminuta biblioteca con libros piadosos y el oficio parvo de la Virgen, que rezaba diariamente. Su cayado cuelga, bajo la cruz, una imagen de María.

Su conversación era agradable; sus modales, suaves; su humor, templado.

A la austeridad entrañada por el pastoreo añadía voluntarias mortificaciones, como el andar descalzo por lugares escabrosos.

Su amor a la pobreza culminó en el hecho de rehusar el ser heredero de su amo, Martín García, hombre poderoso, propietario de muchas posesiones. Prefiere seguir la estrella de su vocación religiosa, dejando a sus padres, amo y tierra natal. Se presenta en el reino de Valencia al convento de Nuestra Señora de Loreto, recientemente fundado por los reformados de San Pedro de Alcántara en una soledad contigua a la villa de Monforte.

Su timidez para hablar con el guardián le dejó otros cuatro años al servicio de ovejas en aquella vecindad. Su piedad, su frecuencia de sacramentos en el convento de franciscanos le delataron como santo pastor, mote con que era conocido.

Era tal su delicadeza que se denunciaba a sí mismo cuando su, ganado hacía daño en campo ajeno. Resarcía perjuicios de su soldada.

Por fin habla con el padre guardián, quien le admite como corista, sin que acepte esta calidad la humildad del hombre de Dios. Su única ambición es ser la escoba de la casa de Dios.

El 2 de febrero de 1564 recibe el hábito en Loreto. Aquí permanece hasta 1573. Los cinco años siguientes en Villena, Elche, Jumilla, Ayora, Valencia y Játiva. De 1589 a 1592 es el apóstol y bienhechor de Villarreal, verdadera villa regia a la sazón, con su palacio magnífico, con sus reductos y baluartes, con sus grandes calles y deliciosas avenidas, y con las ondas azuladas del Mediterráneo, que ofrecían a sus pies una graciosa alfombra.

Siendo sus ocupaciones casi idénticas, el curso de su existencia se desarrolla en un plan más bien monótono.

Uno de sus biógrafos le retrata así como religioso: Su único vestido era una túnica. Bajo la túnica llevaba cilicio o una cadena ajustada a la cintura; su lecho, la tierra. Trabajaba animosamente. Al volver de mendigar por los pueblos levantinos, Elche, Novelda, Aspe, Játiva, Alicante, llegaba con frecuencia al convento con una carga que era más propia para un jumento.

Desempeñó varios oficios: los de portero, hortelano, cocinero, refitolero y limosnero.

Uno de los mayores gustos era recoger las sobras de la comida para destinarlas a los pobres.

Cuando había colocado en orden los platos, el pan en su sitio y las botellas llenas, caía de rodillas en el refectorio y rezaba largo rato, hasta que se levantaba agitado por unos sonidos misteriosos que le obligaban a correr, a dar voces inarticuladas y a bailar delante de la Virgen. No todos se ponían serios ante estos hechos incomprendidos.

Una página entusiasta de su novicio amigo y superior: Nunca pensaba en satisfacer el menor capricho. Siempre ponía estudio en mortificarse a si propio.

Yo he visto brillar en él la humildad, la obediencia, la mortificación, la castidad, la piedad, la dulzura, la modestia y, en suma, todas las virtudes: y no puedo decir a ciencia cierta en cuál de ellas llevaba ventaja a las demás...

Los conventos se disputaban la presencia del humilde y servicial hermano. En Jerez le conoció el predicador Jiménez, ya citado: ¡Dios santo, cómo venía! exclama. Víle entrar en la iglesia, mientras decía la misa mayor, descalzo, polvoriento, sin capa, con sólo una túnica vil, andrajosa y estrecha, que parecía un saco. Así viajaba siempre, recorriendo centenares de kilómetros, padeciendo hambre y sed, sembrando consejos, predicando elocuentísimamente con el ejemplo.

El franciscano no era guerrero, ni orador de fama, ni escritor fino, ni científico de renombre, ni médico buscado. Ni llenaba el mundo con talentos extraordinarios. Teólogo sí lo era, con ciencia infusa; místico lo era también, como lo comprobaron los versados padres Juan Jiménez y Manuel Rodríguez.

Lo que más vale: era... artista de la santidad.

La Iglesia ha consagrado la devoción eucarística del Santo en la colecta del 17 de mayo: ¡Oh Dios, que honraste a tu santo confesor Pascual con una admirable devoción a los sagrados misterios de tu cuerpo y sangre; concede propicio que merezcamos recibir nosotros también el gozo espiritual que el recibió en este banquete! Es expresiva también la frase de la lectura abreviada del oficio de su festividad: Ardió en tierna y constante devoción para con la Eucaristía.

Roma se mueve sobre hechos sólidos.

Curiosa anécdota, contada por la mayor parte de los biógrafos: Pascualito, antes de cumplir el año de su edad, se salía de la cuna para irse, de rodillas y manos por tierra arrastrando, a la iglesia para asistir a las misas y a los oficios divinos.

Navarro, mayoral del señor García, patrón del pastorcillo, escribe: Permitíale a veces asistir a misa durante la semana. No podía proporcionarle cosa alguna que fuese tanto de su agrado.

Hay una montaña próxima a Elche desde la cual se divisa toda la población. En dicha montaña veíasele permanecer como en éxtasis durante largas horas, mirando alternativamente, ya a Elche, ya a Loreto.

Alejábase con tristeza del templo, y, siempre que desde el campo sentía la señal de la campana anunciando el momento en que el santo sacrificio llegaba al acto de la consagración, reconcentrábase dentro de sí mismo para no pensar sino en Dios.

Pascual oraba cierto día de rodillas y con las manos juntas. Oyese en este momento el sonido de la campana y exhala un grito: ¡Mirad! ¡Allá, allá!, dice, indicando con el dedo el cielo.

Sus ojos descubren una estrella en el firmamento... luego la nube se rasga, y Pascual contempla, como si estuviera delante del altar, una hostia puesta sobre un cáliz y circuída por un coro de ángeles que la adoran.

Aunque lleno el joven de temor en un principio, no tarda mucho en dejarse llevar de sus transportes de alegría ¡Jesús, Jesús se encuentra allí! Siendo franciscano nada le contenta tanto como ayudar a misa.

Hasta Paris llegó en 1576 el antiguo pastorcillo, llevando una carta del provincial de Aragón al general de la Orden. En aquellos tiempos eso era una verdadera hazaña. En una ciudad dominada por los envalentonados herejes un hombre, poniéndole un puñal en el pecho, le había preguntado: ¿Dónde está Dios? En el cielo, contestó Pascual.

Luego gemía el Santo: Ay de mí, no he confesado mí fe: no soy mártir de la Eucaristía por mi falta de memoria, por mi descuido, por mi debilidad. Debiera haber dicho que Dios está en el Santísimo Sacramento.

En un pueblo francés preguntáronle los herejes si creía en la presencia real. El contestó afirmativamente. Empezaron los enemigos a argüir con mil sofismas. Mas Pascual desenmascaró el error con tal abundancia de doctrina, que los herejes se sintieron acorralados y con rabia diabólica le apedrearon despiadadamente.

Lo mismo cavando que cociendo berzas andaba unido con el Señor y repetía bellas jaculatorias. Oh luz sin mancha -decía recordando la comunión de la mañana-, ¿qué delicias puedes encontrar en hombrecillo como yo? ¿Por qué has querido entrar en mi pecho y hacer de él un templo de tu majestad? Jiménez, superior de nuestro Santo, depone: El pasaba todo el tiempo posible en adoración ante el Santísimo Sacramento.

Al pie del tabernáculo se le hallaba después de maitines hasta la hora de las misas; ¡estaba armándose para la jornada! Al pie del tabernáculo le sorprendía el anochecer; ¡estaba descansando de sus fatigas!...

Cuando limosnero, con la alfombra al hombro, camina sin tregua, indiferente a los ardores del sol como a las heladas ráfagas del viento. Aspe, Ayorte, Elda, Novelda y Alicante viéronle atravesar sus calles.

Su primer cuidado en cada pueblo es acercarse al sagrario y orar largo rato. Los sacerdotes observaron que el Santo hablaba poco y que su breve conversación iba dirigida preferentemente a Jesús sacramentado.

Luego realiza su dicho: Tengo gusto en dormir al descubierto.

Ocho días dura su enfermedad de tabardillo y dolor de costado. El paciente no exhala ni una queja ni pide medicinas ni alimentos.

En su lecho de muerte pregunta al hermano que le cuida: ¿Han dado ya la señal para la misa mayor? Sí, le respondieron. Inmediatamente se llenó de satisfacción. Su alma voló a la patria de eterna gloria en el momento de la elevación.

La misma liturgia relata la maravilla: Cuando el cadáver del Santo se hallaba en el féretro durante el funeral, con asombro general de los asistentes, en el momento de la elevación, abre y cierra los ojos por dos veces.

Punto final, cantando la canción del serafín, que convida a la comunión: ¿Quién come suplicaciones que sin dinero se dan, que es Dios debajo del pan? Es una fruta muy buena, de gran sabor y consuelo, que vino de allá del cielo, y al cielo nos lleva.

A la una y a las dos, y también a la tercera.

¿Hay, señores, quien le quiera, que da de balde Dios? ¡Sus! Todos lleguémonos do las grandezas están, que es Dios debajo del pan.

JUAN ARRATÍBEL, S. S. S.

Pascual Bailón, San Religioso Autor: P. Ángel Amo

Nació el 16 de mayo de 1540, día de Pentecostés, en Torre Hermosa, provincia de Aragón (España), y murió en Villa Real (cerca de Valencia) el 17 de mayo de 1592, también día de Pentecostés. Puede decirse que este humilde fraile laico, que no se sintió digno de recibir la Ordenación sacerdotal, fue realmente pentecostal, es decir, dotado de los extraordinarios dones del Espíritu Santo, como el de la ciencia infusa.

Pascual Baylón, iletrado, pasó los años de su vida religiosa desempeñando el humilde oficio de portero, pero se lo considera nada menos que como el teólogo de la Eucaristía, no sólo por las disputas que él sostuvo con los calvinistas de Francia, durante un viaje que hizo a París, sino también por los escritos que dejó, y que son una especie de compendio de los grandes tratados sobre este tema.

Además de sus sabias disertaciones, la Eucaristía fue el centro de su intensa vida espiritual, por lo que el Papa León XIII lo proclamó patrono de las obras eucarísticas, y más tarde patrono de los congresos eucarísticos internacionales. Cuentan sus biógrafos que durante las exequias, en el momento de la elevación de la Hostia y el Cáliz, el cadáver abrió los ojos para mirar el Pan y el Vino consagrados, demostrando así el último testimonio de su amor a la Sagrada Eucaristía.

Sus padres eran muy pobres y, desde muy niño, lo mandaron a trabajar: primero a cuidar las ovejas de la familia, y después como muchacho de un rico hacendado. Lejos de la convivencia humana y de la iglesia, pasaba horas y horas en oración, y ayunaba para mortificar el cuerpo, al que frecuentemente sometía a dolorosas flagelaciones. A los 18 años hizo la petición de entrada al convento de Santa María de Loreto de los Franciscanos reformados, pero fue rechazado. Él, a su vez, rechazó una magnífica herencia que le ofreció un rico señor de la región, un tal Martín García. Finalmente, la fama de su santidad y de algunos prodigios que había realizado le abrieron las puertas del convento, en donde hizo los votos el 2 de febrero de 1564, como hermano laico, porque no se sentía digno de aspirante al sacerdocio.

Antes de entrar al convento, mientras cuidaba el rebaño, quedaba en éxtasis al escuchar el sonido de las campanas en el momento de la elevación. Este ímpetu de devoción eucarística fue también la característica de su vida religiosa, durante la cual aumentó las mortificaciones a su cuerpo, debilitándolo hasta el límite de las capacidades de resistencia. Murió joven, a la edad de 53 años. Veintiséis años después, el 29 de octubre de 1618, fue proclamado beato, y en 1690 fue canonizado.

SAN PASCUAL BAILÓN († 1592)

Religioso Querido San Pascual: consíguenos del buen Dios un inmenso amor por la Sagrada Eucaristía, un fervor muy grande en nuestras frecuentes visitas al Santísimo y una grande estimación por la Santa Misa.

Propagad la devoción a Jesús Sacramentado y veréis lo que son los milagros (S. J. Bosco).

Le pusieron por nombre Pascual, por haber nacido el día de Pascua (del año 1540). Nació en Torre Hermosa, Aragón, España.

Es el patrono de los Congresos Eucarísticos y de la Adoración Nocturna. Desde los 7 años hasta los 24, por 17 años fue pastor de ovejas. Después por 28 será hermano religioso, franciscano.

Su más grande amor durante toda la vida fue la Sagrada Eucaristía. Decía el dueño de la finca en el cual trabajaba como pastor, que el mejor regalo que le podía ofrecer al niño Pascual era permitirle asistir algún día entre semana a la Santa Misa. Desde los campos donde cuidaba las ovejas de su amo, alcanzaba a ver la torre del pueblo y de vez en cuando se arrodillaba a adorar el Santísimo Sacramento, desde esas lejanías. En esos tiempos se acostumbraba que al elevar la Hostia el sacerdote en la Misa, se diera un toque de campanas. Cuando el pastorcito Pascual oía la campana, se arrodillaba allá en su campo, mirando hacia el templo y adoraba a Jesucristo presente en la Santa Hostia.Un día otros pastores le oyeron gritar: ¡Ahí viene!, ¡allí está!. Y cayó de rodillas. Después dijo que había visto a Jesús presente en la Santa Hostia.

De niño siendo pastor, ya hacía sus mortificaciones. Por ej. la de andar descalzo por caminos llenos de piedras y espinas. Y cuando alguna de las ovejas se pasaba al potrero del vecino le pagaba al otro, con los escasos dineros que le pagaban de sueldo, el pasto que la oveja se había comido.

Alos 24 años pidió ser admitido como hermano religioso entre los franciscanos. Al principio le negaron la aceptación por su poca instrucción, pues apenas había aprendido a leer. Y el único libro que leía era el devocionario, el cual llevaba siempre mientras pastoreaba sus ovejas y allí le encantaba leer especialmente las oraciones a Jesús Sacramentado y a la Sma. Virgen.

Como religioso franciscano sus oficios fueron siempre los más humildes: portero, cocinero, mandadero, barrendero. Pero su gran especialidad fue siempre un amor inmenso a Jesús en la Santa Hostia, en la Eucaristía. Durante el día, cualquier rato que tuviera libre lo empleaba para estarse en la capilla, de rodillas con los brazos en cruz adorando a Jesús Sacramentado. Por las noches pasaba horas y horas ante el Santísimo Sacramento. Cuando los demás se iban a dormir, él se quedaba rezando ante el altar. Y por la madrugada, varias horas antes de que los demás religiosos llegaran a la capilla a orar, ya estaba allí el hermano Pascual adorando a Nuestro Señor.

Ayudaba cada día el mayor número de misas que le era posible y trataba de demostrar de cuantas maneras le fuera posible su gran amor a Jesús y a María. Un día un humilde religioso se asomó por la ventana y vio a Pascual danzando ante un cuadro de la Sma. Virgen y diciéndole: Señora: no puedo ofrecerte grandes cualidades, porque no las tengo, pero te ofrezco mi danza campesina en tu honor. Pocos minutos después el religioso aquel se encontró con el santo y lo vio tan lleno de alegría en el rostro como nunca antes lo había visto así. Cuando los padres oyeron esto, unos se rieron, otros se pusieron muy serios, pero nadie comentó nada.

Pascual compuso varias oraciones muy hermosas al Santísimo Sacramento y el sabio Arzobispo San Luis de Rivera al leerlas exclamó admirado: Estas almas sencillas sí que se ganan los mejores puestos en el cielo. Nuestras sabidurías humanas valen poco si se comparan con la sabiduría divina que Dios concede a los humildes.

Sus superiores lo enviaron a Francia a llevar un mensaje. Tenía que atravesar caminos llenos de protestantes. Un día un hereje le preguntó: ¿Dónde está Dios?. Y él respondió: Dios está en el cielo, y el otro se fue. Pero enseguida el santo fraile se puso a pensar: ¡Oh, me perdí la ocasión de haber muerto mártir por Nuestro Señor! Si le hubiera dicho que Dios está en la Santa Hostia en la Eucaristía me habrían matado y sería mártir. Pero no fui digno de ese honor. Llegado a Francia, descalzo, con una túnica vieja y remendada, lo rodeó un grupo de protestantes y lo desafiaron a que les probara que Jesús sí está en la Eucaristía. Y Pascual que no había hecho estudios y apenas si sabía leer y escribir, habló de tal manera bien de la presencia de Jesús en la Eucaristía, que los demás no fueron capaces de contestarle. Lo único que hicieron fue apedrearlo. Y él sintió lo que dice la S. Biblia que sintieron los apóstoles cuando los golpearon por declararse amigos de Jesús: Una gran alegría por tener el honor de sufrir por proclamarse fiel seguidor de Jesús.

Lo primero que hacía al llegar a algún pueblo era dirigirse al templo y allí se quedaba por un buen tiempo de rodillas adorando a Jesús Sacramentado.

Hablaba poco, pero cuando se trataba de la Sagrada Eucaristía, entonces sí se sentía inspirado por el Espíritu Santo y hablaba muy hermosamente. Había recibido de Dios ese don especial: el de un inmenso amor por Jesús Sacramentado. Siempre estaba alegre, pero nunca se sentía tan contento como cuando ayudaba a Misa o cuando podía estarse un rato orando ante el Sagrario del altar.

Pascual nació en la Pascua de Pentecostés de 1540 y murió en la fiesta de Pentecostés de 1592, el 17 de mayo (la Iglesia celebra tres pascuas: Pascua de Navidad, Pascua de Resurrección y Pascua de Pentecostés. Pascua significa: paso de la esclavitud a la libertad). Y parece que el regalo de Pentecostés que el Espíritu Santo le concedió fue su inmenso y constante amor por Jesús en la Eucaristía.

Cuando estaba moribundo, en aquel día de Pentecostés, oyó una campana y preguntó: ¿De qué se trata?. Es que están en la elevación en la Santa Misa. ¡Ah que hermoso momento!, y quedó muerto plácidamente.

Después durante su funeral, tenían el ataúd descubierto, y en el momento de la elevación de la Santa Hostia en la misa, los presentes vieron con admiración que abría y cerraba por dos veces sus ojos. Hasta su cadáver quería adorar a Cristo en la Eucaristía. Los que lo querían ver eran tantos, que su cadáver lo tuvieron expuesto a la veneración del público por tres días seguidos.

Por 200 años muchísimas personas, al acercarse a la tumba de San Pascual oyeron unos misteriosos golpecitos. Nadie supo explicar el porqué pero todos estaban convencidos de que eran señales de que este hombre tan sencillo fue un gran santo. Y los milagros que hizo después de su muerte, fueron tantos, que el Papa lo declaró santo en 1690.

El Sumo Pontífice nombró a San Pascual Bailón Patrono de los Congresos Eucarísticos y de la Adoración Nocturna.

Pascual Bailón, confesor (1540-1592)

Martín Bailón e Isabel Jubera son pobres, viven como colonos de las tierras que pertenecen al monasterio cisterciense de Puerto Regio, en Torrehermosa de Zaragoza, perteneciente a la diócesis de Sigüenza. Allí nació su hijo Pascual –el nombre lo pusieron por coincidir con la Pascua– el 17 de mayo de 1540. Es el siglo XVI de la España Imperial.

Pascual cuidó de las cabras y ovejas desde los siete años; no había mejor modo de arrimar el hombro a la economía familiar.

Cuando creció pasó a servir a Martín García, poderoso señor, dueño de grandes posesiones que quiso hacerlo su heredero, pero se encontró con la negativa de Pascual, ensimismado en otros proyectos. Había pensado hacerse franciscano del convento de Nuestra Señora de Loreto, en Valencia, que hacía poco habían fundado los de San Pedro de Alcántara, y donde quería ser «la escoba de la casa de Dios».

El 2 de febrero de 1564 tomó el hábito en Loreto, donde estará nueve años. No hizo nada importante; sólo lo que le mandaban; iba y venía, entraba y salía siempre con extremada alegría. Con esa misma disposición fue pasando por los conventos de Villena, Elche, Jumilla, Ayora, Valencia y Játiva, donde desempeñó los encargos que le indicaban: portero, hortelano, cocinero, jardinero y limosnero. Los últimos tres años los pasó en el convento de Villarreal.

Cuando salía a mendigar, iba sólo con una paupérrima túnica que cubría el cilicio o dolorosa cadena que herían sus carnes; Aspe, Ayorte, Elda, Novelda y Alicante lo vieron recorrer sus calles con la alforja al hombro, soportando el sol y el frío; regresaba cargado como un burro, con la sonrisa y buen humor de siempre, animado por la oportunidad de poder ponerse de rodillas delante de Jesús Sacramentado.

Tuvo que ir a París llevando carta para el General. Aquello no fue fácil porque las ciudades que tuvo que atravesar estaban repletas de herejes. Alguna vez le asaltaron preguntándole dónde estaba Dios; su respuesta fue «en el Cielo», pero la escueta contestación le produjo escrúpulos por no haber dicho al hereje que le amenazaba con un puñal, que también estaba en el Santísimo Sacramento del Altar « por mi falta de memoria, descuido y debilidad». También la apedrearon hiriéndole en un hombro; su actitud sobre las tropelías de los  hugonotes pueden resumirse con el comentario ante los de su convento, cuando dijo de ellos: «Es encantadora la gente de Orleáns. Por ser agradables a Dios me han hecho esta marca como signo de su amistad. Es una pena que se equivocasen al transformar su bonita iglesia en una cuadra para animales».

Murió después de una muy dolorosa enfermedad el mismo día y mes de su nacimiento, poco más de medio siglo después, el 17 de mayo de 1592, en el convento del Rosario de Villarreal de los Infantes, en Castellón.

Lo canonizó Alejandro VIII en 1690.

Los más de cuatrocientos milagros que se le atribuyen aún están siendo sometidos a juicio por la crítica histórica. Algunos lo serán de verdad, incomprobables y sólo fiables por el repetido testimonio de los que los presenciaron; entre ellos se incluyen los arrebatos místicos que de vez en cuando tenía en la presencia de la Eucaristía, cuando asistía a Misa o escuchaba las campanas en el momento de alzar al Dios. Otros muchos, como saltar, brincar, bailar –algunos llegaron a pensar que lo de «Bailón» era un apodo–  y balbucear incoherencias ante el sólo pensamiento de que iba a comulgar y ante distintas imágenes de la Virgen, o las múltiples predicciones que hizo a sus amigos sobre el día y hora de sus respectivas muertes, o la reacción de su cadáver en la misa de cuerpo presente al abrir y cerrar los ojos por dos veces en el momento de la consagración, o las enfermedades que dicen que hizo con sólo un guiño, o los moribundos que reanimó porque necesitaban una prórroga para poner arreglar los asuntos de su alma etc., quizá necesiten una criba más especial. Pero, de hecho, por su devoción a la Eucaristía, fue nombrado por León XIII Patrón de los congresos y obras eucarísticas desde el año 1897.