Cristóbal y Agustín fueron hermanos como criaturas de Dios, hermanos en la humanidad, hermanos en la fe cristiana bautismal, hermanos en el sacerdocio ministerial, y hermanos en el martirio.
La fraternidad sacerdotal es esa corriente distinta de la que establece la sangre, pero más fuerte que ella. Consigue que la realidad del mismo ministerio, los esfuerzos particulares para agradar al mismo Amo, y trabajar codo a codo por Él ocupándose en sus intereses sean expresiones de una realidad más profunda aún: el misterioso modo de participar de la unidad del mismo Dios en Jesucristo, por el sutil hilo de compartir el mismo sacerdocio.
El primero era el párroco. Se llamaba Cristóbal Magallanes Jara. Había nacido en Totaltiche, Jalisco, archidiócesis de Guadalajara, el 30 de julio de 1869.
Nombrado por el obispo párroco de su tierra natal, se mostró como un sacerdote cabal, de fe ardiente, prudente director de sus hermanos sacerdotes y pastor lleno de celo que se entregó a la promoción humana y cristiana de sus feligreses. Igual se le vió siendo misionero entre los indígenas huicholes como ferviente propagador del Rosario a la Santísima Virgen María.
Las vocaciones sacerdotales eran la parte más cuidada de su viña. Cuando los perseguidores de la Iglesia clausuraron el seminario de Guadalajara, él se ofreció para facilitar en el término de su parroquia un seminario con el fin de proteger, orientar y formar a los futuros sacerdotes y logró abundante cosecha. Así nació el Seminario Auxiliar del que fue Prefecto el coadjutor o vicario de la parroquia, Agustín Caloca Cortés, modelo de pureza sacerdotal, que había nacido en San Juan Bautista del Teúl, Zacatecas, archidiócesis de Guadalajara, el día 5 de mayo de 1898.
Así que párroco y vicario llevaban adelante todo el trabajo de la parroquia con su seminario. No había otras posibilidades, ni más sacerdotes disponibles en aquellas circunstancias.
La situación empeoró. Vieron que venían a por ellos y el Padre Caloca se dedicó a ayudar a escapar a todos los seminaristas que estaban bajo su cuidado. Aquel 25 de mayo hicieron prisioneros a los dos sacerdotes y, puestos juntos, se animaron mutuamente como compañeros de martirio inmediato. El Sr. Cura Magallanes, frente al verdugo, confortó a su ministro y compañero de martirio, Padre Agustín Caloca, diciéndole: «Tranquilízate, hijo, sólo un momento y después el cielo». Luego dirigiéndose a la tropa, exclamó: «Por Dios vivimos y por Él morimos».
Como dato anecdótico se puede reseñar que un militar, en atención a la juventud del joven Padre Agustín, le ofreció la libertad, pero no el Vicario no quiso aceptarla si no la concedían también al señor Cura. Frente al pelotón encargado de su ejecución, pudo exclamar: «Soy y muero inocente y pido a Dios que mi sangre sirva para la paz de mexicanos desunidos».
Sufrieron el martirio el 25 de mayo de 1927 en Colotlán, Jalisco, diócesis de Zacatecas.
Los canonizó el papa Juan Pablo II el día 21 mayo de 2000, en Roma. Hasta el hecho de su canonización, también en la misma ceremonia, sugiere que sea una expresión plástica –no me atrevo a decir quasisacramental– de la inefable fusión de ambos en la unidad celeste que deseó Jesucristo para todos los sacerdotes: «Como Tú en Mí y Yo en ellos».
Un buen ejemplo para la búsqueda de la unidad entre el clero parroquial ¿verdad? Porque los hay que puestos en el mismo tajo, llevando los mismos oficios, en los mismos ministerios, con el mismo intento de servir al mismo Amo, aún hablan de 'incompatibilidades' entre ellos para justificar el retorcido servirse de la Iglesia en lugar de querer servirla.