22 de mayo

SANTA RITA DE CASIA († 1457)

¿Quién eres Tú, Señor? Pregunta acuciante y angustiosa que nos hacemos muchas veces en la vida ante el roce de Dios. Porque, como dice Müller, Dios es, en verdad, nuestro único tú en el cielo y en la tierra.

Nos hacemos esa pregunta siempre que Él se cruza con nosotros y tenemos la sensación de lo trascendente sobre nuestra pobre barraca humana. Entonces la presencia de Dios se hace carne y habita entre nosotros. Como niños medrosos en la noche clamamos: ¿Quién eres Tú, Señor?, sin atrevernos a creer que es Él quien se ha metido de rondón en nuestras vidas. Dios mismo asiste emocionado a nuestro asombro y se cumplen aquellas palabras de Martín Descalzo en uno de sus poemas: y Dios posó su mano sobre el alma del hombre, y todos los rincones comenzaron de pronto a tener su sentido.

Dios tiene infinitas maneras de hacerse presente. Pero casi siempre se le adivina. Y, dentro de esas infinitas maneras, tiene como modos que le son más propios y característicos. Hay un estilo de Dios.

Uno de los rasgos que le distinguen, una de las formas de hacerse presente es la de tomarse revanchas a lo divino. Entonces Dios es más grande, más majestuoso, más inaccesible a nuestra raquítica talla que cuando despide rayos desde el Sinaí. Porque entonces es el Dios del Evangelio, el Dios que, a fuerza de ser bueno, hace el milagro de hacernos buenos a nosotros.

¡Revanchas de Dios! ¿Quién no las ha experimentado en su vida personal y no las ha presenciado en el mundo y en la Iglesia? Los santos suelen ser las figuras representativas de esas revanchas a lo divino porque sólo ellos se prestan a colaborar con absoluto desinterés en los planes de Dios.

Un escenario: Italia. Una época: últimas décadas de la Edad Media. Unos personajes: Urbano VI, el antipapa Roberto, Pedro de Luna...

Las ausencias de los papas en Roma por la falta de seguridad de Italia y por la lucha de los partidos en Roma provocan el cisma de Occidente, con todas sus consecuencias de relajación, indisciplina y desorientación de los espíritus.

Wenceslao tenía entre sus manos el Imperio de Occidente. Manuel Paleólogo había sucedido a su padre en el Imperio de Oriente, que había entregado al sultán Bayaceto. Casia, después de su rebelión a la Santa Sede, se vio obligada a combatir con los güelfos.

La Iglesia tenía razón para llorar su unidad rota, las costumbres licenciosas de sus hijos, la servidumbre de los papas al poder real.

Los derechos de Dios son conculcados. Urge una revancha por parte de Dios, pero Él se la toma a lo divino.

Para confundir a los fuertes y a los que son saca de los que no son una espada que ha quedado blandiéndose en los siglos sobre aquel gris informe de tormentas y vejaciones. La saca de Roca Porrena, aldeílla próxima a Casia, perteneciente a la Umbría, para que tenga sólo la luz y la fuerza recibidas de Dios.

Rita de Casia es una revancha a lo divino contra los abusos del Medievo italiano.

Es una manera de hacerse Dios presente.

Bien se podían preguntar en Italia ante aquella niña ignorante y extraordinariamente poderosa: ¿Quién eres Tú, Señor?.

Se sentía a su contacto el contacto de Dios.

Vivió Rita setenta y seis años. Y fue santa en todas las penosas alternativas de su vida. Pasó por todos los estados: matrimonio, viudez, consagración a Dios en el claustro.

Dice Thomas Merton que cada llamada especial confiere al hombre un lugar particular en el misterio de Cristo, le otorga algo que hacer por la salvación de la Humanidad. Pues bien; a Santa Rita le otorgó Dios mucho quehacer por la salvación de la Humanidad al hacerla pasar sucesivamente por todos los estados.

Nace la niña el 22 de mayo de 1381 de una madre estéril. Sin duda, Amada Ferri, como Sara o Isabel, dio saltos de júbilo al sentir sus entrañas fecundas. Y se siguen los prodigios que, contemplados hoy desde la atalaya de su santidad, son como lucecillas de Dios en el camino doloroso de su vida. ¿Qué le cuesta a Dios rebasar el orden de la naturaleza por amor a sus escogidos o por amor a cualquiera de sus hijos? Lo raro es que no lo rebase mas veces. ¿Será porque nuestra fe no es ni como un grano de mostaza? Y, como a todos, le llegó a Rita esa edad en que canta la sangre en las entrañas, y los dientes en sonrisas blancas, y la mirada en una luz nueva... Trece años. Sus padres la casaron. Con ello su carrera hacia Dios se hizo más consciente, más crucificada.

Los procesos de canonización recorren esos caminos intrincados y luminosos. ¡Cuántas virtudes! ¡Cuánta maravilla! ¡Cuánto de Dios! Me estremecía tenerlos en las manos, porque allí se me hacían vida fresca e inmolada desde el amanecer hasta el ocaso. Y era mucho el peso de tanta santidad.

Santa Rita vive su matrimonio ungida con la mirra más amarga. Fernando Pablo es cruel. Y la reduce a una vida dura y penosa. Así dieciocho años. Hasta que él muere asesinado. Los santos aman con una intensidad y con una pureza extraordinarias, porque su amor es la quintaesencia del amor, y el corazón de la Santa sufre.

La encina nacida entre los riscos de la Umbría tiene estremecimientos terriblemente dolorosos. Es fuerte, pero se siente sacudida hasta las raíces más íntimas de su ser. Sus hijos Juan Santiago y Pablo María quieren vengar la muerte de su padre. Ella ofrece sus vidas antes de que lleguen a consumar el crimen y mueren los dos. No quedan ya lágrimas en los ojos de aquella mujer, que templa su fortaleza en la Madre de un Hijo que murió por todos. Ahora ya puede realizar sus primeras aspiraciones; consagrarse totalmente a Dios en el retiro de un convento de agustinas. Pero es rechazada porque no es virgen.

¡Qué madurez maravillosa la de Rita! Huele su campo a espigas granadas y en la quietud serena de sus treinta y dos años puede ya contemplar su vida fecunda a lo humano y a lo divino.

Es preciso que vuelva Dios a intervenir con un prodigio para que Rita sea admitida en el convento. Tres santos la introducen en él milagrosamente. Tommaso Nediani describe así este pasaje de la vida de la Santa: Non c'e nessuno a la finestra e la via è silente e deserta, ma una gran luce meridiana tiene il cielo. Infine ella vide, no, non sogna, è ben desta: i suoi Santi Patroni in una luminosa aureola d'oro, Yaustero Giovanni Battista nella pelle di camello, Sant'Agostino nel ieratico paludamento episcopale, e San Nicole da Tolentino nel nero saio agostiniano, che I'invitano ad andare con loro.

Viene después la época de intensas efusiones divinas. El dolor pasado ha concentrado y purificado el amor, y ahora su unión con la voluntad divina, su oración, su amor a la Eucaristía, su entrega al prójimo, su fortaleza, su prudencia, su justicia, alcanzan unas cimas insospechadas.

Hemos dicho que Santa Rita era una revancha a lo divino. Allí, en un rincón de la Umbría, como un gigante, mientras la Iglesia se desangra, lucha ella las grandes batallas de Dios. Porque estas batallas no se ganan con fuego y con acero, sino con la sangre del propio corazón a costa de un holocausto secreto y constante.

Allí vivió pobre, obediente y casta. Bien se le podían aplicar aquellas palabras de San Agustín: Custodi obedientiam, ut percipias sapientiam et percepta sapientia, noli deserere obedientiam (S. AUGUST., In Ps. 118, XXII, 12). Ella adquirió esa sabiduría ignorada, pero nunca abandonó la obediencia. Penetró hondamente el misterio de la cruz. Como Francisco de Asís, se ve sellada con uno de los estigmas de la Pasión: una espina en la frente, que le produce dolores insoportables y el martirio de ser enojosa a los demás por el repugnante olor que despedía.

¿Alucinación? ¿Histerismo? ¿Fantasía? No; es el misterio de la cruz incorporado a su vida, que es ya un tejido indescifrable de dolores. Pero esta crucifixión interior no se manifiesta al exterior más que por un derroche casi infinito de dulzura y de caridad. El amor ha llegado a su plenitud y se desborda en entregas.

Va a Roma. Aquella Roma combatida recibiría con la visita de la Santa un impacto nuevo.

No faltan en el último período de la vida de Rita detalles deliciosamente poéticos. Cuando su alma es como una viña cargada de frutos maduros, en un día blanco y adusto de enero, fue a visitarla una amiga. Al despedirse le dijo que si quería algo para su aldea.

-Sí -le contestó-. Os ruego que, apenas lleguéis al pueblo, vayáis al huerto de mi casa, cortéis allí una rosa y me la traigáis.

También le pidió dos higos maduros.

La mujer creyó que la Santa deliraba. No sabía que los delirios de los santos, Dios los hace realidades. En el jardín encontró milagrosamente florecida una rosa y maduros los higos.

¡Qué significativo es este pasaje de su vida! Tiene conmovedoras resonancias del Cantar de los Cantares, cuando el Esposo, ansioso ya de la plena posesión de la Esposa, le canta: Levántate, amiga mía, esposa mía, y ven, que ya ha pasado el invierno y han cesado las lluvias. Ya, han brotado en la tierra las flores.... ya ha echado la higuera sus brotes... Levántate, amada mía, esposa mía, y ven (3, 10-13).

¡Qué importa que la naturaleza esté de invierno, si el alma de Rita está como los trigales, rojos y granados por el sol! El 22 de mayo, al cumplir cabalmente setenta y seis años, en el año de gracia de 1457, entregó a Dios su espíritu.

Sirvió de edificación en su muerte, como había servido en su vida, porque la muerte de los justos es preciosa a los ojos de Dios.

Fue santa hasta la hora de nona... y ¡qué difícil resulta eso a la frágil naturaleza humana! Una santa de la Edad Media que podría emplazarse muy bien en el siglo XX.

Una maravillosa conjugación de valores divinos y humanos, de estados de vida.

La noche de la fe de los santos, y por extensión de los cristianos, es la contrapartida más lograda a la noche de desesperanza y angustia de la época actual.

Los modernos pensadores hablan de un hálito oscuro que impregna los años que están por vivir. Ese vaho todo lo vuelve negro y amargo, monótono y vacío. Es el paso de la angustia, que troncha de raíz la vida del espíritu.

En cambio, en las noches de la fe, aunque más torturantes porque el alma ha experimentado en otros tiempos algo de la luz de Dios, estamos llenos de presentimientos, experimentamos una proximidad muy grande como de brazos abiertos y desde las estrellas un interminable advenimiento... Nos hallamos envueltos por este nocturno raudal de la luz de la fe, y allí estamos y vivimos, amando como se ama con sencillez, sin buscar la razón o la esencia de la vida (MÜLLER, Angustia y esperanza).

La fe es la que tiene poder para cambiar el hálito oscuro de los modernos pensadores en hálito de esperanza. Y ya con la esperanza se superan obstáculos, se allanan los caminos.

Los santos están revestidos de un cierto sentido de infinitud y producen en el alma la impresión de lo que está muy cerca de Dios. Dijimos que Él les constituye en sus colaboradores, y por ello se obliga a regalarles más con sus dones. Los santos son un eco de la eternidad de Dios. Por eso para ellos no hay tiempos ni lugares, aunque también respondan, en el orden de la Providencia, a la necesidad concreta de un tiempo y un espacio.

Santa Rita, como todos los santos, es un triunfo definitivo de la fe y del amor. De ese amor que nunca se da por vencido.

Mª DEL PILAR ALASTRUÉ CASTILLO

Santa Rita de Casia - Religiosa (+1457)

Santa Rita nació en 1381 junto a Casia, en la hermosa Umbría, una tierra de Santos: Benito, Escolástica, Francisco de Asís, Clara, Angela, Gabriel...etc. Santa Rita pertenece a esa insigne pléyade de mujeres que pasaron por todos los estados: casadas, viudas y religiosas.

Pocos santos han gozado de tanta devoción como Santa Rita. Abogada de los casos imposibles, fue, y es muy solicitada por los sufrientes necesitados. Su pasión favorita era meditar la Pasión de Jesús. Los antiguos biógrafos esmaltan su infancia de prodigios sin cuento. Lo cierto es que fue una niña precoz, inclinada a las cosas de Dios, que sabía leer en las criaturas los mensajes del Creador.

Su alma era una cuerda tensa que se deshacía en armonías dedicadas exclusivamente a Jesús. Sentía desde niña una fuerte inclinación a la vida religiosa. Pero la Providencia divina dispuso que pasara por todos los estados, para santificarlos y extender la luz de su ejemplo y el aroma de su virtud. Fue un modelo extraordinario de esposa, de madre, de viuda y de monja.

Por conveniencias familiares se casa con Pablo Fernando, de su aldea natal. Fue un verdadero martirio pues Pablo era caprichoso y violento. Rita acepta su papel: callar, sufrir, rezar. Su bondad y paciencia logran la conversión de su esposo. Nacen dos gemelos que les llenan de alegría. A la paz sigue la tragedia. Su esposo cae asesinado, como secuela de su antigua vida.

Rita perdona y eso mismo inculca a sus hijos. Y sucede ahora una escena incomprensible desde un punto de vista natural. Al ver que no puede conseguir que abandonen la idea de venganza, pide al Señor se los lleve, por evitar un nuevo crimen, y el Señor atiende su súplica.

Vienen ahora años difíciles. Su soledad, sus lágrimas, sus oraciones. Intenta ahora cumplir el deseo de su infancia; ser religiosa. Tres veces desea entrar en las Agustinas de Casia, y las tres veces es rechazada. Por fin, con un prodigio que parece arrancado de las Florecillas, se le aparecen San Juan Bautista, San Agustín y San Nicolás de Tolentino y en volandas es introducida en el monasterio.

Es admitida, hace la profesión ese mismo año de 1417, y allí pasa 40 años, sólo para Dios. Recorrió con ahínco el camino de la perfección, las tres vías de la vida espiritual, purgativa, iluminativa y unitiva. Ascetismo exigente, humildad, pobreza, caridad, ayunos, cilicio, vigilias. Las religiosas refieren una hermosa Florecilla. La Priora le manda regar un sarmiento seco. Rita cumple la orden rigurosamente durante varios meses y el sarmiento reverdece . Y cuentan los testigos que aún vive la parra milagrosa.

Jesús no ahorra a las almas escogidas la prueba del amor por el dolor. Rita, como Francisco de Asís, se ve sellada con uno de los estigmas de la Pasión: una espina muy dolorosa en la frente. Hay solicitaciones del demonio y de la carne, que ella calmaba aplicando una candela encendida en la mano o en el pie. Pruebas purificadoras, miradas desconfiadas, sonrisas burlonas.

Rita mira al Crucifijo y en aquella escuela aprende su lección. La hora de su muerte nos la relatan también llena de deliciosos prodigios. En el jardín del convento nacen una rosa y dos higos en pleno invierno para satisfacer sus antojos de enferma. Al morir, la celda se ilumina y las campanas tañen solas a gloria.

Su cuerpo continua aún hoy incorrupto. Cuando Rita murió, en 1457, la llaga de su frente resplandecía en su rostro como una estrella en un rosal. Así premiaba Jesús con dulces consuelos el calvario de tan devota alma.

Leon XIII la canonizó en 1900.

Rita de Casia, santa (1381-1457)

Son las últimas décadas de la Edad Media. El débil y mudable Wenceslao está a la cabeza del Imperio de Occidente, permitiendo la anarquía. Manuel Paleólogo II es el prócer de Oriente, pero está preso y es rehén del sultán Bayaceto. Italia está en continua revuelta. Roma no ofrece seguridad por las enconadas luchas entre los partidos. Casia, después de su rebelión contra la Santa Sede, se ve obligada a combatir con los güelfos. Los papas se van de Italia. A Urbano VI le sale el antipapa Roberto de Ginebra, como Clemente VII. Se produce el lastimoso Cisma de Occidente y viene detrás la inevitable consecuencia de relajación, indisciplina y desorientación.

Rita nació en Roca Porrena, un caserío cercano a Casia, en la Umbría italiana, el 22 de mayo de 1381.

Quiso ser monja, pero sus padres la casaron cuando sólo tenía trece años. Y no hubo suerte en la elección de marido; el matrimonio resultante no tenía trazas de hacerla feliz. Fernando Pablo es ese tipo duro y cruel que convierte en calvario la vida matrimonial. Ella se dispuso –no sin la ayuda de Dios, buscado con fruición–  a mostrarse fiel y hasta exquisita, modelo de paciencia y de bondad, en el cumplimiento de sus compromisos matrimoniales, y en la esmeradísima educación cristiana de sus hijos, a pesar de las cuestas arriba y de los ultrajes que terminaron por ablandar el corazón de su esposo; fueron dieciocho años de penalidades sin cuento, hasta que asesinaron a Fernando Pablo.

Influidos por el ambiente violento, sus hijos Juan Santiago y Pablo María están dispuestos a vengar la muerte de su padre. Rita no puede hacer mucho más para detenerlos; se le han acabado los consejos, está sin voz por tanto ruego, se le han secado las lágrimas y los razonamientos se tornan insuficientes; ya sólo le queda ofrecer sus vidas y la propia a la Virgen Madre de un Hijo que murió por todos. Al menos consiguió del Cielo que murieran –eso duele mucho a una madre–  antes de consumar la venganza.

Rita quiere consagrarse a Dios en un convento de agustinas, pero la rechazaron por no ser virgen. Su petición de retiro no se basa en fracaso humano; es necesidad de entrega a Dios por los males del mundo. Pidió el milagro a tres santos: a Juan Bautista, a Agustín y a Nicolás de Tolentino; consiguió entrar en el monasterio. Fue en esta tercera época cuando se identificó absolutamente con la voluntad divina. La fuente la encontró en la Eucaristía, el medio consistió en el amor purificado por el dolor. No le faltó, cuando Dios quiso, el premio de las efusiones.

Cuando la Iglesia se desangra, ella obediente, pobre y casta, está escondida en el secreto constante de la Umbría, dándose en holocausto. Allí recibió un estigma de la Pasión del Señor: una llaga en la frente de la que sale un hedor insufrible, que es un martirio para las demás compañeras de convento; aquella pústula lleva una pestilencia tan repugnante e insoportable que la llevó al aislamiento en el último rincón del monasterio; le llamo rincón porque la suya ni siquiera era celda.

En Roma recibió la visita de una amiga, y allí le hizo Rita una petición tan extraña que la amiga debió tomarla, además, por loca: le rogó que tomara de su casa y le llevara una rosa florecida y dos higos maduros; lo que pedía no era demasiado, pero ¡era enero! La buena mujer, por contentarla, cuando llegó a su casa hizo de su parte lo que Rita le había pedido. ¡La rosa estaba lozana en el rosal y los higos maduros la esperaban!

Murió el 22 de mayo –justo el mismo día de su cumpleaños–,  en 1457.

Fue canonizada en el año 1900.

¿Qué por qué sufrió tanto y siempre?

De seguro, no lo sé. Pero, como los santos son esas personas que no ponen jamás ningún «pero» a Dios...

Es una de las popularísimas santas más digna de admiración que de imitación, porque no a todas las mujeres les es dado ser casada-viuda-religiosa. Pero quizá su tripe estado –incluso cuatro, porque también pasó por la soltería– sea un motivo más para que tenga tanto gancho entre las mujeres en apuros. Después de leer un bosquejo de su vida, no es extraño entender que haya siempre una verdadera nube de gente donde hay una imagen suya, y se aprenda de una vez por todas por qué se la llama «abogada de las causas y cosas perdidas». Sí, a ella se le pide lo imposible; eso que está más allá de lo que es razonable pedir. Ojalá, por su intercesión, se saquen muchos bienes de las pérdidas.