24 de mayo

SAN VICENTE DE LERINS († 445)

Al nombrar a Vicente de Lerins se agolpa luego a la mente la historia del semipelagianismo, que tanto dio que hacer a San Agustín, su gran adversario. El primer chispazo semipelagiano se dio en el norte de Africa. Con ocasión de la controversia pelagiana, el Obispo de Hipona había enseñado que las acciones del hombre, sin excepción, dependen de Dios y, sobre todo, que la perseverancia final es un don divino completamente gratuito. Contra Pelagio había recalcado Agustín la intervención divina en cada una de nuestras obras. A los monjes de Adrumeto, probablemente una fundación monástica agustiniana, les pareció dura esta doctrina, porque no acertaban a conciliarla con la libertad humana. Después de acaloradas e infructuosas disputas en el convento, al fin se deciden a escribir a San Agustín pidiéndole aclaraciones. El santo obispo atiende su demanda escribiendo dos libros, uno Sobre la gracia y la libertad y el otro Sobre la corrección y la gracia. Al parecer, los monjes se tranquilizaron, y nada más se volvió a oír de tales controversias en la Iglesia africana.

Años más tarde surge vigorosa de nuevo la doctrina semipelagiana en el sur de las Galias. Un célebre abad del monasterio de San Víctor, en Marsella, Casiano, en su Colación decimotercera, sentaba el principio de que ciertos esfuerzos de la voluntad humana preceden a la gracia y, consiguientemente, que el principio de la fe depende del hombre. La perseverancia en el bien, decía Casiano, no es una gracia especial de Dios, sino una recompensa que se debe al justificado; la elección a la gloria depende de la perseverancia en el bien y no de una libre disposición de Dios.

Próspero de Aquitania e Hilario, dos laicos avisados en cuestiones teológicas, ponían en conocimiento de su amigo Agustín las novedades del abad de San Víctor. El santo Obispo de Hipona, sin pérdida de tiempo, contestaba con sus dos tratados De la predestinación de los santos y Del don de la perseverancia. Sin rodeos San Agustín enseñaba que la perseverancia final la concede Dios a los elegidos cual gracia máxima y singularísima.

La santidad y prestigio de Casiano, padre del semipelagianismo, conquistaba para sus errores la admiración y aplauso de los contemporáneos. Las novedades del abad de San Víctor no tardaron en llegar al monasterio de Lerins, emplazado en la isla del mismo nombre (hoy San Honorato), a no mucha distancia de la moderna Cannes. En esta isla, inhospitalaria por la plaga de animales venenosos, fundaba San Honorato de Arlés hacia el 410 un monasterio que había de hacerse célebre en el campo de la teología, de la patrística y de la jerarquía eclesiástica. A él pertenecía Vicente, sobre cuya vida conocemos muy poco, pues, excepción hecha del historiador Genadio de Marsella, los contemporáneos guardan el silencio más absoluto.

Sabemos por Genadio que nació en el norte de Francia, que se ordenó de sacerdote en el monasterio de la isla de Lerins, que fue un varón docto en el conocimiento de la Sagrada Escritura e instruido en los dogmas de la Iglesia. El mismo Vicente nos dice que el año 434 habitaba una quinta apartada y que en ella vivía la retirada vida de un monasterio, lejos del tumulto de las ciudades y de las muchedumbres, donde, sin grandes distracciones, podía cumplir lo que se canta en los salmos: Vivid en sosiego y ved que yo soy el Señor.

Sobre el género de vida que hacía Vicente antes de su entrada en el monasterio, Genadio calla. Unas pinceladas, en cambio, del mismo Vicente en uno de sus libros, nos recuerda lo que debió ser su vida en los años que precedieron a su ingreso en el monasterio. Arrebatados en otro tiempo —nos dice— por los tristes y encontrados torbellinos de la milicia secular, hemos arribado al fin, con el favor de Cristo, al puerto de la religión, siempre refugio fidelísimo para todos, en el cual, ahuyentados los vientos de la vanidad y de la soberbia, aplacando a Dios con el sacrificio de la humildad cristiana, lograremos evitar no solamente los naufragios de la vida presente, sino también los incendios del siglo venidero.

El monje de Lerins nos habla aquí de una milicia secular. ¿Es que vistió el uniforme militar antes de ataviarse con el hábito de monje? Así lo han pensado algunos autores interpretando literalmente la milicia secular de que habla Vicente. Nada más fuera de sentido. Los torbellinos de la milicia secular, contrapuestos francamente al puerto de la religión, siempre refugio fidelísimo para todos, indica bien a las claras que la expresión es metafórica. El monje de Lerins, recogiendo un pensamiento del lenguaje ascético, quiere significar con ello la convulsión tempestuosa de un mundo siempre agitado, al que singularmente pagó tributo él en los años de su juventud. ldentificarlo con el prefecto homónimo de las Galias del año 397 es también falso. La pluma de Genadio, tan pródiga en encomios para el monje de Lerins, no hubiese omitido el mayor de los elogios que de él pudiera hacerse antes de su ingreso en el convento.

Vicente, junto con Honorato de Arlés y Salviano de Marsella, educó a Salonio y Verano, hijos de Euquerio, futuro obispo de Lyón. Este célebre prelado lionés le recuerda con elogio cuando, escribiendo a Salonio, decía de Vicente que era un varón santo y eminente en sabiduría y elocuencia. El monje de Lerins es, efectivamente, un sabio. El sorprendente manejo que en sus obras hace de la Escritura, la inteligencia de los dogmas eclesiásticos y la formulación recta de los mismos, así como el conocimiento vasto de la historia de la Iglesia que refleja en sus escritos, son una prueba de ello. Si la formación intelectual del lerinense era buena, su preparación humanística no era inferior. Cicerón, Lucrecio, Salustio prestan al monje de Lerins su fórmula elegante y galana para revestir pensamientos de alta teología. El estilo y lenguaje de Vicente es el de los escritores distinguidos y sobresale por su clasicismo entre los demás escritores galos del siglo V.

El monasterio de Lerins era un centro monástico cargado de entusiasmo por la ciencia, saturado de fervor teológico, foco luminoso de semipelagianismo, que mantenía relaciones con los centros culturales más distinguidos de la época. En él se habían formado Cesáreo de Arlés, Hilario, Euquerio de Lyón, Salviano de Marsella, Fausto de Rietz y Vicente de Lerins, autor este último el más afamado después de Casiano.

Cuando Vicente vistió la túnica monástica, su convento y otros escritores de la región de Marsella, acaudillados por Juan Casiano, habían entablado una guerra sorda contra la doctrina de la gracia defendida por San Agustín en su lucha con Pelagio. Dado el carácter fogoso del lerinense y su celo por la ortodoxia, no pudo quedar al margen de la controversia. Sus grandes cualidades de teólogo y escritor le hicieron primera figura y campeón del semipelagianismo. Hacia el 410 escribió su primera obra titulada Objeciones, que eran las dificultades que él oponía a la doctrina de San Agustín sobre la gracia. Esta obra se ha perdido. Contra ella compuso Próspero de Aquitania, amigo del Obispo de Hipona, sus Respuestas de San Agustín a los capítulos de las objeciones vicentinas. Es una contestación adecuada a las objeciones del lerinense. No tardó éste en replicar. En 434 redactó su obra maestra bajo el seudónimo de Peregrino; él mismo le da en el texto hasta cinco veces el nombre escueto de Conmonitorio. Repetidas veces consigna que su libro va dirigido a descubrir los fraudes y evitar los lazos de los herejes recientes. Los herejes modernos eran San Agustín y sus discípulos, y, por tanto, contra ellos dirigía la obra. Vicente de Lerins admiraba la doctrina del Obispo de Hipona sobre la Trinidad y Encarnación, pero rechazaba de plano sus enseñanzas sobre la gracia. Para descubrir los fraudes de los herejes propone en el Conmonitorio, cual punto de referencia, la Tradición. Hay que procurar a todo trance —nos dice— que todos nos atengamos a lo que en todas partes, siempre y por todos se ha creído; porque esto es lo propio y verdaderamente católico. Así es, en efecto. La doctrina de la Tradición ha de preferirse a la autoridad de cualquier escritor, por afamado que éste sea.

Pero no se daba cuenta Vicente de Lerins que en este caso concreto el Obispo de Hipona y sus discípulos representaban la Tradición contra los semipelagianos del sur de las Galias. Así lo reconocía infaliblemente Bonifacio II cuando, al aprobar las actas del sínodo de Orange del 529, condenaba en 25 cánones las enseñanzas de pelagianos y semipelagianos y daba la razón a San Agustín. El Obispo de Hipona, por tanto, no era ningún hereje. En nuestros días nadie aceptaría tampoco el principio del monje de Lerins, cual norma discriminadora de ortodoxia, sin antes poner al margen muchas reservas.

El Conmonitorio del lerinense es uno de los libros que más historia ha dejado en pos de sí. Hoy pasan de 150, entre ediciones y traducciones a diversas lenguas. El olvido en que le tuvieron los siglos medievales ha quedado resarcido por el recuerdo que le ha dedicado la historia de la teología moderna. En los días tormentosos de la Reforma el Conmonitorio se convirtió en manzana de discordia, pues ambos contendientes, católicos y protestantes, invocaban a su favor el canon de la Tradición propuesto por el célebre monje de Lerins. No paró aquí su actividad de escritor. Polemista por temperamento, compuso todavía un Florilegio con textos agustinianos, trinitarios y cristológicos, en los que combatía la doctrina de Nestorio.

La obra del lerinense es benemérita en conjunto y, bajo ciertos aspectos, de valor indiscutible. Su Conmonitorio señala un hito en la historia de la Tradición, aunque le afee la interpretación torcida que de ella hizo aplicándola contra San Agustín, que representaba la verdad. El cardenal Noris ha expresado mejor que nadie esta anomalía con una ingeniosa comparación: “A veces le sucedió en esto —dice— lo que a los antiguos alquimistas, los cuales, aunque vieron frustrados sus anhelos al buscar la quimera de la piedra filosofal, nos legaron, sin embargo, la medicina con todos sus tesoros, mucho más preciosos que el oro mismo".

El hecho, por otra parte, de que el Conmonitorio fuese un libelo difamatorio contra San Agustín arroja sobre el lerinense, una oscura sombra, que quita brillo, ciertamente, a su actividad de escritor, pero que no empaña en nada su vida moral ni su buen nombre de monje fervoroso y santo. El lerinense defendía el semipelagianismo cuando esta doctrina no había sido aún condenada por la Iglesia. Por eso, según afirma Benedicto XIV, nada pierde San Vicente de Lerins por la defensa que de ella hizo, pues escribía de buena fe. San Agustín mismo decía de los semipelagianos que eran hermanos y amigos que combaten juntamente con nosotros por la fe católica contra la maldad pelagiana. El papa Celestino los tenía por bien intencionados, aunque extraviados en el camino de la verdad. Con razón celebra la Iglesia su fiesta el 24 de mayo. La fecha precisa de su muerte no es posible determinarla. Genadio nos dice que murió en el reinado de Teodorico II (408-450) y Valentiniano III (425-455). Esta fecha, un tanto vaga e indeterminada, queda más restringida por el testimonio de Euquerio de Lyón, que en 445 habla de Vicente como de una persona que aún vive. Por lo mismo habríamos de colocar su muerte entre los años 445-450.

Una advertencia final. No imaginamos a nuestro Santo polemizando en sus escritos con la Iglesia. Se ha hablado con sobrada razón del catolicísimo Vicente de Lerins. En efecto, las páginas de sus libros están saturadas de adhesión y amor a la Iglesia católica. Tanto es el entusiasmo que siente por la Iglesia de Roma, que la palabra "católico" a secas no le sirve y echa mano del superlativo. Aunque no lo afirme expresamente, supone la autoridad doctrinal suprema del Papa y tal vez su infalibilidad; al Romano Pontífice compete velar por la integridad del depósito de la Revelación, y en las polémicas sobre el mismo, nos dice Vicente de Lerins, tiene autoridad para decidir por sí solo. No podemos discutir tampoco al Santo, porque, al fin y al cabo, en todas las páginas de su Conmonitorio late un solo pensamiento: indagar lo que siente y cree la Iglesia católica.

URSICINO DOMÍNGUEZ DEL VAL, O. S. A.

Vicente de Lerins, confesor († c.a. 445-450)

Señala las acaloradas disputas del siglo V en torno al agudísimo problema sobre cómo conciliar la libertad humana con la gracia divina a la hora de determinar la moralidad de las acciones humanas, la misma propiedad de la acción y la responsabilidad inherente; el laborioso y enrevesado asunto está conexo con la perseverancia y la predestinación.

El pelagianismo está ya condenado y la doctrina está fijada dentro del campo teológico católico. Pero quedan flecos y surge la corriente de pensamiento que termina llamándose semipelagianismo –doctrina condenada definitivamente por Bonifacio II, en el segundo concilio de Orange en el 529–  y que comenzó en el sur de las Galias, concretamente en Marsella y en el monasterio de San Víctor, donde hay un monje llamado Casiano († 435) que anda enseñando por ahí que la perseverancia en el bien no es una gracia especial de Dios, sino que es una recompensa debida al justificado. Próspero de Aquitania  –un laico–  descubre el error, lo contradice y ya tenemos armado el lío teológico.

Los monjes de Adrumeto habían pedido más aclaraciones y Agustín sobre el arduo asunto de cómo conciliar la libertad humana y la gracia de Dios; el santo y sabio obispo de Hipona, respondió con los trabajos Sobre la libertad y la gracia y Sobre la corrección y la gracia. Con motivo de la enseñanza de Casiano, Agustín se vió precisado a escribir Sobre la predestinación y Sobre el don de la perseverancia.

Las influencias de Casiano en el monasterio de la isla de Lerins –hoy de San Honorato, cerca de Cannes–  al que pertenece Vicente, conocido por las referencias de Genadio de Marsella en De viris illustribus, fueron claras. Vicente es un verdadero sabio, un intelectual nato: domina la Sagrada Escritura, los Santos Padres, la disciplina eclesiástica; conoce  profundamente los clásicos paganos, los escritos filosóficos antiguos, los políticos y literarios. En este tiempo, el monasterio de Lerins es el emporio galo de la cultura. Y Vicente se incorpora el campo de las discusiones teológicas, erigiéndose en el defensor del semipelagianismo.

En el año 410 saca a la luz su primera obra, llamada Objeciones lerinianae en la que expone dificultades a Agustín por considerar que la doctrina del obispo africano sobre la predestinación y la gracia es demasiado alarmante. Es contestado por Próspero de Aquitania con el opúsculo Respuestas de San Agustín a los capítulos de las objeciones vicentinas.

En el 434 –ya había muerto san Agustín–, con el seudónimo de «Peregrino», escribió Vicente su Commonitorio, tres años después del concilio de Éfeso, para descubrir los fraudes de los herejes recientes (entre los que podrían contarse Agustín y sus seguidores) en sus enseñanzas sobre la gracia, con un recurso a la Tradición de la Iglesia. Contiene el llamado canon vicentino o vicentiniano, que otorga una gran importancia a la Tradición y define la ortodoxia como «lo que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos». El Commonitorio ha tenido más de ciento cincuenta ediciones; fue relegado al olvido, y cobró vitalidad renaciendo en la controversia protestante-católica diez siglos más tarde.

Por otra parte, Vicente de Lerins fue también un polemista formidable con su obra Florilegio en donde expone la Cristología y textos Trinitarios agustinos contra los nestorianos.

No empaña la vida moral de Vicente, ni su rectitud, ni su aportación al campo de la investigación teológica el hecho de la condenación del semipelagianismo. Cuando él lo defiende, era una cuestión de libre discusión teológica, aún no está condenado por un juicio inapelable del magisterio de la Iglesia de Roma a la que siempre amó con pasión, presuponiendo la autoridad suprema del papa, y pretendiendo sólo indagar lo que cree y siente la Iglesia Católica.

Murió Vicente  –cuenta Genadio–  en el reinado de Teodorico II (408-450) y Valentiniano (425-455). Es un vago e indeterminado testimonio; quizá lo probable fuera que muriera entre el 445 y el 450.

Su originalidad está en que se equivocó, aunque fuera santo, y esto resulte paradójico, llamativo y extravagante. El vehemente polemista se incorporó valientemente al campo de la investigación teológica, aportando unos elementos valiosísimos sobre la Tradición, aunque siguiera un camino equivocado. Hoy ocupa con propiedad su puesto en la lista de los santos, bien sosegado en el amor de Dios.