31 de mayo

LA VISITACIУN DE NTRA. SRA. A SANTA ISABEL

He aquн la esclava del Seсor... Imaginad a Marнa. En el pequeсo cuarto de su casa nazarena, donde aъn queda el aire removido por las alas del бngel. Fuera, en la calle, seguirнan los ruidos mнnimos y familiares. El zurear de las palomas en el alero, el grito de los pбjaros, el chorro de una fuente, el sol sobre la hierba —misterioso ruido de alegrнa vital que sуlo escuchan los бngeles—... La estancia, ya vacнa. Pero el corazуn de la Doncella lleno de cosas que empiezan. Ella, en la penumbra, bajo la sombra del Espнritu Santo que la cubre como unas alas. Ella, aъn con los ojos cerrados, apretados fuertemente para que no se le escape el misterio. Ella, aъn con las manos sobre el regazo, junto a la artesa, la tinaja o la masa que enleudar.

—Y mira —ha dicho el бngel—, tambiйn Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en edad avanzada, y йste es ya el sexto mes para ella, que es considerada como estйril. Porque para Dios no hay imposibles.

ЎQuй lluvia de prodigios, Seсor!, suspirarб Marнa desde dentro. Isabel, anciana, esperando un hijo. Cuando Marнa abra los ojos y vuelva asн la luz a la sala, y entre el sol por la ventana hasta su cuerpo reclinado; cuando Marнa vuelva de su lejanнa, allб donde ha dicho “sн” sencillamente, la vida estarб esperando para reanudarse. Marнa tendrб un primer suspiro, una primera ternura para Aquello que estб en Ella. їImaginбis este despertar especial de esa ternura, cуmo llenarнa el corazуn de la Doncella? Luego, al volver a la casa, al trabajo, a la pieza de hilo o al abrevar de los corderos, Marнa pensarнa en Isabel.

Por aquellos dнas —dice el santo cronista Lucas— partiу Marнa y se dirigiу aceleradamente a la montaсa, a una ciudad de Judб...

Por aquellos dнas... ЎLбstima de parquedad del evangelista! ЎLбstima de no poder asomarnos a lo que pasaba en el corazуn de la Seсora por aquellos dнas! ЎLбstima de quedarnos a obscuras sin la luz de aquel tiempo! Por aquellos dнas la Doncella sentirнa un renovarse del espнritu y de la sangre. Lo hemos visto en nuestro hogar de seglares, de padres de familia. Pasada la alegrнa algo inconsciente de las primeras fechas del matrimonio, llega un dнa lleno de temblores y de jъbilos. Es, ya, la certeza de ese hijo del amor que viene a santificar el amor. Y empieza para nosotros, hombres vulgares, una etapa nueva, incomprensible hasta entonces: sabernos padres, saber en camino al fruto de la ternura santificada, nos va a dar una nueva dimensiуn, la de la gravedad, la de la hondura, la de una madurez que sуlo nos trae la plenitud de la vida. Pues si esto es en nosotros, hombres de hoy, hombres del mundo, їquй ocurrirнa en el corazуn de la Seсora, de aquella que fue elegida para ser corredentora, de aquella en cuya casa se hospedarнa el Seсor? Esta nueva gracia sobre Marнa, Ўquй hermosa luz darнa a su rostro! Sus ojos serнan mбs suaves y como mбs ausentes, su paso mбs ingrбvido, sus manos mбs palomas, su amor tan ancho y tan alto, que las dimensiones del universo no podrнan contenerlo. No es ya la madurez comenzada de la eternidad. Es que ese hijo es Dios mismo, es el Mesнas prometido. Casi pienso que el corazуn le dolerнa a la Doncella, incapaz de contener tanto amor. Y ya entonces tendrнa que empezar a amarnos a nosotros, incluso a los hombres que aъn no existнamos, porque Ella no podrнa guardar dentro toda aquella necesidad de darse.

Sн. Por aquellos dнas. Marнa tendrнa pronto preparada su ropa, el hatillo y el velo que cubrirнa su rostro del sol de la montaсa. Quizб marcharнa con un grupo de peregrinos, de los que iban para la Pascua en Jerusalйn. Una tierna teorнa antigua nos quiere pintar a Marнa marchando por los caminos de Judea con una escolta de бngeles. Como si los бngeles fuesen cuidando de su paso, quitбndole las piedrecillas hirientes, los guijos puntiagudos, el calor y la sed, los cardos y la arena ardiente. Es una tierna teorнa antigua. їPara quй iba a necesitar Marнa del oficio de los бngeles, si Ella llevaba en su corazуn, dentro de sн misma, a Aquel que era ya la alegrнa del mundo a travйs de la alegrнa de la Seсora? їPara que mбs compaснa y mбs amparo que los del mismo Dios? їY acaso Marнa iba a renunciar a la sed y al calor, a la fatiga y a las piedras? їAcaso podemos comprenderla a Ella hurtбndose de los dolores de este mundo, Ella que va a ser la Seсora del Dolor mбs intenso? Imaginemos mejor a Marнa caminando hacia la casa de Isabel, a ratos en soledad —aparente— del camino, a ratos marchando con Samuel, el carpintero, o Jacob, el herrero, o Felipe, el labrador de Nazaret.

Tambiйn Isabel, ha dicho el бngel. їTambiйn? La Doncella pensarнa, sin duda, todas aquellas palabras, y no dejarнa de ver que el tambiйn suponнa alguna relaciуn entre lo ocurrido en Isabel y lo ocurrido en Ella misma. Y tal vez por eso Marнa va aceleradamente. ЎQuй pocas veces se rompe la sobriedad narrativa de los evangelistas para darnos esta matizaciуn de la circunstancia! Aceleradamente, con prisa, Marнa hace el camino hasta la casa de su prima. Por un lado, para expresar a Isabel su alegrнa de pariente. Pero, sobre todo, para dar cauce a esta alegrнa inmensa que la llena. їCуmo era posible tener esto guardado en el corazуn sin compartirlo con nadie? Esto es amor: compartir, dar sobre todo, sin pedir nada o muy poco a cambio. Ama mбs quien mбs da. Son asн las matemбticas de Dios, que hacen mбs rico a aquel que se empobrece dando que al que se ha enriquecido recibiendo. Habrнa, sin duda, cierto temor de Marнa a comunicar, sin mбs ni mбs, la razуn de su jъbilo a Isabel. Pero algo le harнa esperar —aquel tambiйn— que la comunicaciуn serнa fбcil. Isabel, en mes sexto de su buena esperanza, quizб supiese comprender sуlo con ver el brillo sobrenatural de los ojos de Marнa. En tanto, Marнa sigue su camino, dejando atrбs la llanura de Esdrelуn, amasando en su espнritu todas aquellas cosas extraordinarias. Cuatro o cinco dнas de viaje. Dormir, quizб, mirando a las estrellas, sobre la paja de una era, al lado de un camino, resguardada de la brisa fresca por unas rocas, escuchando el gran silencio de la noche que Ella llenarнa con el eco misterioso de sus dos corazones, el propio y el de su Hijo, que Marнa ya estarнa escuchando en sus ansias. Dнas y noches para acunar su alegrнa, para asomarse a sн misma como a un pozo que escondiera toda la frescura del mundo. Un pozo donde el mundo podrб calmar pronto toda su sed.

Y, al fin, en casa de Isabel. Quizб alguna vecina la viese llegar por la ladera. їNo es aquйlla Marнa, tu pariente? Quizб Isabel sentirнa una sъbita necesidad de salir bajo el emparrado y colocar su mano como visera sobre sus ojos y sonreнr luego con el jъbilo del reconocimiento.

Marнa entrу en casa de Zacarнas y saludу a Isabel, sigue San Lucas. Serнa un saludo respetuoso, por los aсos de Isabel y por el afecto, el viejo saludo tradicional de Palestina: La paz sea contigo, Isabel. Pero ya, aquн, en este momento, el prodigio. Isabel siente algo. Algo que no le dicen la sangre ni la carne, sino Aquel que estб en los cielos y para el cual nada es imposible. Por primera vez el Mesнas va a ser reconocido. Isabel siente que aquel hijo que va en el sexto mes y que, segъn la profecнa del бngel a Zacarнas, estб lleno del Espнritu Santo desde el seno de su madre, salta en su vientre, como un niсo que brinca de alegrнa. Y ella misma —dice San Lucas— se sintiу llena del Espнritu Santo. Isabel ve a Marнa, se mira en sus ojos anchos y prodigiosos, entra por ellos hasta el misterio que trae escondido la Doncella. Y exclama en alta voz ЎBendita eres tъ entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre! їDe dуnde se me concede que la Madre de mi Seсor venga a mн? He aquн que tan pronto como tu voz ha resonado en mis oнdos, ha saltado el niсo en mi seno. Bienaventurada tъ, que has creнdo que se cumplirбn las cosas que se te han dicho de parte del Seсor! Hay un desatarse del jъbilo de Isabel. їQuй ha visto la anciana en aquella muchacha para bendecirla entre todas las mujeres? їQuй luz llevan los ojos de Marнa? їQuй misterioso mensaje ha recibido Isabel, en inspiraciуn sъbita del Espнritu Santo? Esta es, sin duda, la fuente de su conocimiento. Sуlo asн pudo Isabel saber que su prima Marнa esperaba un Hijo, y que ese Hijo no era un niсo como los demбs. Hay, en este acontecer de las cosas, una fulgurante dilaciуn poйtica, que va encajбndolas en una sorprendente armonнa. Dios no sуlo escribe la historia, no sуlo la inventa, sino que, ademбs —y es lуgico que asн sea—, lo hace con una delicadнsima belleza, mezclando las encantadoras cosas cotidianas con las cosas celestes. Y, asн, las personas que van cruzando por esa realista pantalla cinematogrбfica que es el Evangelio son seres suspendidos entre el cielo y la tierra, con sus ventanas abiertas siempre al prodigio.

їVeis cуmo Isabel rinde homenaje a Marнa, su jovencнsima prima? Los saltos de Juan el Bautista en el seno de su madre son el primer signo de una expectaciуn humana ante el Mesнas que ya viene, que necesitarб que sus caminos sean allanados para que la Verdad camine fбcilmente y encuentre eco en los corazones endurecidos de los hombres.

Pero ved cуmo Dios mismo quiere, ademбs, evitar a la Seсora la explicaciуn de algo inexplicable. їQuй palabras podrнa usar Marнa para decirle a Isabel que el Mesнas estaba ya en su seno? їPodнa tal prodigio ser explicado con las pequeсas palabras humanas, las que nos sirven para pesar, contar y medir, para dar razуn apenas de los actos humanos? Dios se adelanta al rubor de Marнa y hace conocer a Isabel, portentosamente, lo ocurrido. Como un бngel llegarб a Josй mбs tarde para detenerle en su angustiado proyecto de abandonar a la Doncella, para decirle: No tengas recelo en recibir a Marнa, tu esposa, en tu casa, porque lo que ha concebido es obra del Espнritu Santo. Dios mismo va delante de Marнa, abriendo tambiйn ante ella los caminos.

Y viene ahora el mбs largo pбrrafo que conocemos de Marнa. Nunca mбs recogerб el Evangelio tantas palabras suyas. Casi siempre, Marнa va junto a Jesъs como una sombra silenciosa. Imaginamos que hablarнa poco, porque Ella y Jesъs se entenderнan fбcilmente sin necesidad de largos parlamentos. їRecordбis la sъplica tan breve, tan concisa, en las bodas de Canб? Ella siempre irб asн, como un бrbol deseando extender el cobijo de sus brazos para dar a Jesъs un poquito de sombra fresca, como una бnfora en un rincуn, como una sonrisa de infinito amor a la que, mбs de una vez, habrб de volverse Jesъs.

Pero ahora, no. Ahora el santo cronista va a recogernos para siempre una de las pбginas mas hermosas del Evangelio. El cбntico del Magnificat: —Mi alma glorifica al Seсor —dice Marнa—, y mi espнritu estб transportado de gozo en Dios, mi Salvador.

—Porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava; por eso, desde ahora, me llamarбn bienaventurada todas las generaciones.

—Algo grande ha hecho conmigo el Poderoso y cuyo nombre es Santo.

—Su misericordia perdura de generaciуn en generaciуn para los que le temen.

—Muestra su brazo potente, desbarata a los soberbios en los deseos de su corazуn.

—A los poderosos los derriba del trono, a los humildes los ensalza, a los hambrientos los sacia de bienes, a los ricos los despide sin nada.

—Ha tomado bajo su amparo a Israel, su siervo, acordбndose en su misericordia, segъn lo prometiу a nuestros padres, Abraham y su progenie, por siempre jamбs.

Es una hora nueva en el reloj que mide la existencia humana de la Seсora. Una existencia que va a estar apretada de tantas y tantas horas densas. Porque Marнa ha conocido la hora de la aceptaciуn en la visita del бngel a su humilde casa nazarena; y aceptaciуn serб ya toda su existencia, dedicada tan sуlo a Jesъs: a atenderle de niсo, a verle crecer, a verle sonreнr y abstraerse, a verle prosperar en sabidurнa y gracia, a seguirle luego humildemente por los caminos de toda Palestina... Marнa conocerб la hora de la soledad cuando el Hijo alguna vez estй distante, en paнs tan hostil que recibe mal a sus propios profetas; y la soledad, sobre todo; cuando Jesъs ascienda a los cielos finalmente y Ella aъn pase aсos de existencia humana suspirando por volver junto a su Hijo, esperando con ansias la hora de la Dormiciуn. Marнa conocerб la hora tremenda del dolor cuando todos menos Ella abandonen a Cristo, cuando todos le nieguen, cuando el mundo se vuelva enloquecido, furioso, bбrbaro, criminal, contra Aquel que no venнa sino a dar liberaciуn eterna a los hombres pecadores; la terrible hora en que Marнa llorarб con el Hijo, en el huerto, y estarб a su lado, junto a los salivazos y las blasfemias, junto a la negaciуn y el mбximo horror de este mundo. Marнa conocerб la hora de la felicidad cuando, ante sus lбgrimas sonrientes, respetando milagrosamente su virginidad, tenga ante sн el cuerpecillo desvalido del Niсo, aquella noche honda y misteriosa de Belйn, aquella noche en que tambiйn habrб dolor —dolor por la ignorancia del mundo—, pero sobre todo la alegrнa de que el Mesнas estй entre nosotros, y de que ese Mesнas haya dado a la Doncella el honor de alimentarse en su seno.

Pero ahora es un momento distinto. Hora para el jъbilo, para la alegrнa que desata la lengua y parece rodear a la Seсora de una luz que no es de este mundo. Ahora necesita decir con palabras, con las mбs hermosas palabras, que Ella acepta, junto al dolor, junto a la soledad, junto a tantas cosas, tambiйn la gloria de esta Maternidad.

Y vйase que lo primero que hace Marнa es dar gracias —Mi alma glorifica al Seсor...— en un perfecto modo de decir gracias, que es reconociendo, al mismo tiempo, la grandeza del Seсor y dбndole alabanza. Mi espнritu estб transportado de gozo. їVeis cуmo era imposible que el corazуn de Marнa guardase tanta alegrнa para sн? їVeis cуmo era necesario dejar al viento aquel jъbilo, para que el viento lo llevase sobre los caminos secos del mundo? їEs tan imposible pensar que, en aquel momento, todos los hombres que existнan sobre la tierra debieron sentir un escalofrнo de alegrнa incomprensible? Pero apenas ha dado gracias, al tiempo que da la razуn de su cбntico. Marнa dice algo maravilloso: porque ha puesto sus ojos en la bajeza de su esclava. ЎSeсor, Seсor! ЎSi esta criatura puede llamarse a sн misma esclava, si puede hablar de su bajeza, quй locos, quй ciegos, quй sordos somos los hombres cuando la vanidad se nos sube a la cabeza como un vino fбcil, cuando creemos ser lo que no somos, cuando no sentimos a cada instante humillado el espнritu por el conocimiento de nuestra limitaciуn humana! Apunta Williams con acierto que muchas personas conciben la humildad como una especie de modestia, que se traduce, en ъltimo tйrmino, en un estado de encogimiento ante los hombres. Y otros toman como humildad un como estar avergonzados ante Dios. Pero la esencia de la humildad no es eso: es doblegarse en las cosas de la vida a lo que se reconoce como voluntad del Altнsimo. Por eso, dice Williams, la mirada de los humildes estб dirigida siempre en primer tйrmino a Dios.

Marнa no es humilde porque se considere mбs baja que los restantes hombres. Sino porque, como ser humano, se reconoce tan pequeсa al lado del Creador. Y al aceptar su gloria, al aceptar esta hora del jъbilo, no pierde su perspectiva humana. Se sigue sabiendo mujer, sigue diciendo que todo el mйrito de su actual grandeza estб en la voluntad del Seсor. Esta es la perfecta humildad.

Ni se confunda humildad con ignorancia. Que Marнa sabe exactamente lo que le ocurre estб bien claro. Algo grande ha hecho conmigo el Poderoso, dice. Y aъn aсade: Desde ahora me llamarбn bienaventurada... Marнa sabe, pues, que ese Hijo que lleva en sн es el Mesнas. El Evangelio no nos cuenta todo de la vida de Marнa. Deja largos espacios de tiempo y muchos sucesos posibles sin narrar. Y es natural que Marнa, que tenнa a Dios en sн misma, tuviese una fбcil comunicaciуn con el Padre, obrase siempre inspirada por Йl. Lo mismo que por Йl fue preservada de pecado original, preparada asн para su Maternidad desde el principio de los tiempos.

Tras expresar, tan humildemente, su alegrнa y su aceptaciуn, junto al conocimiento perfecto del prodigio que en Ella se ha obrado, las palabras siguientes de Marнa son para la confianza. Reconoce que la misericordia de Dios perdura de generaciуn en generaciуn para los que le temen. їVerdad que Marнa parece hablar, a veces, en nombre de todos nosotros, sus hijos, especialmente de los justos? їAcaso no es lo mismo que dice el salmista y que dirбn los santos, al expresar su confianza en que su amor a Dios, la verdad de sus vidas, les llevarбn a las puertas de la misericordia divina? La virtud, ciertamente, tendrб siempre el premio de Dios.

Y en Marнa esta esperanza estб madurada. No sуlo por la pureza de su propia vida, sin posibilidad de pecado. Por el conocimiento de su virtud. Sino tambiйn porque esa madurez espiritual, que estб en Marнa desde su origen, viene reforzada por la voluntad divina: Ha puesto sus ojos en mн, dice la Doncella. їVeis los ojos del Padre, tan capaces —seguro— de sonreнr, complaciйndose en la belleza, en la gracia, en la santidad de aquella muchachita judнa? ЎCon quй amor habrнa preparado Dios el nacimiento de esta criatura! ЎCon quй infinita delicadeza pensarнa su alma y su cuerpo! Pensad en los orfebres espaсoles, en Arfe y en tantos otros, tallando durante aсos aquellas portentosas custodias. Fundiendo la plata y el oro, y encargando las mбs hermosas perlas y los diamantes mбs limpios. Y soсando con formas esbeltas, con gracia de campanillas, con brillos cegadores para hacer las custodias. Pues Ella, Marнa, primera custodia, la mбs grande Custodia de nuestro Dios.

Cuando se escribe de Marнa, de la vida de Marнa, de los dolores o los gozos de Marнa, los hombres nos sabemos pobres e incapaces. Todo en Ella es distinto. Ella es ъnica. Sуlo Ella puede decir sus palabras, y, cuando los labios humanos las repiten —como en esa piadosa costumbre de recitar el Magnificat tras la comuniуn de los fieles—, los labios humanos se sonrojan. Sуlo Ella, la mбs perfecta criatura que haya existido, puede hacer ese tremendo balance de la misericordia de Dios que nos presenta el final del cбntico. Sуlo Ella, la que no podнa temer por su salvaciуn. Sуlo Ella podrнa decir cуmo Dios muestra la fortaleza de su brazo, la potencia de sus mъsculos, el ancho abarcar de su mano ante los hombres.

Sуlo Ella podнa decir cуmo Dios derrumba los castillos de los soberbios y arroja a tierra sus sueсos de ambiciуn y de mandato. Sуlo Ella podrнa decir que Dios derriba del trono a los poderosos, sin que ninguna gloria humana prospere, porque todo en este mundo es fugaz y las criaturas humanas nacen muertas, nacen con el sello de la muerte, sin que su vida sea otra cosa que un acercarse, cada vez mбs, hacia el fin inevitable de la humana existencia. Y, por contra, cуmo Dios busca a los humildes en sus rincones de silencio y los ensalza, como en aquella parбbola de Cristo, cuando los que se colocan en los ъltimos puestos son llamados a sentarse en la cabecera de la mesa de bodas. Hay un admirable reconocimiento de la justicia humana en los versos del Magnificat: a los ricos, a los que viven como ricos, a los que no se empobrecen en el amor de Cristo, Dios los despide sin nada, sin decirles una palabra tan sуlo. Y a los pobres, a los que viven como pobres y acomodan su existencia a las normas de la evangйlica pobreza, Dios los sacia de bienes.

їVerdad que sуlo Ella podнa decir tales cosas? Porque sуlo Ella estaba libre de pecado.

Pero aъn dice algo Marнa. Nadie como Ella podrнa hablar, como Ella lo hace, en nombre de Israel, del pueblo elegido, de la futura cristiandad. Dios, viene a decir Marнa, ha sabido cumplir su promesa. He aquн que por mi camino nos manda al Seсor, al Mesнas, al esperado, al que soсaron ver los profetas, mientras se morнan de ansias y de aсos en la espera inъtil. Este es el dнa, como recordarб Cristo, que los profetas hubiesen querido ver. ЎQuй bien sonarнan estas palabras en los oнdos del Padre! Mejor que los elogios de todos los бngeles y bienaventurados.

Cuando sonasen las ъltimas palabras del Magnificat —yo imagino a Marнa, de pie, inclinada, cogida la mano de Isabel y los ojos cerrados—, cuando siguiese un tenso y expectante silencio donde los suspiros fuesen como vientos..., Dios pondrнa mъsica a la letra de Marнa, a aquella letra que evidencia tan hondo conocimiento de los Santos Libros, tanta familiaridad con la Escritura. Marнa, hoy, junto al Padre, seguirб diciendo su Magnificat. Y en ese cбntico, y en los labios que lo modulan, nosotros, los hombres, tenemos hoy la esperanza. En Marнa, mediadora del gйnero humano.

JOSЙ MARНA PЙREZ LOZANO

LA VISITACIУN DE MARНA A ISABEL

«He aquí la esclava del Señor... Y mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo... y está en el  sexto mes...» Lo cuenta el cronista san Lucas.

Lo que no refiere lo podemos imaginar. Prepara María el hatillo con algo de ropa y unas sandalias. Mete el velo que la protegerá del sol y del aire, pone algunas viandas y poco más. El artista también dejó volar su imaginación y pintó –piadoso– a san José acompañándola porque nunca quiso dejarla sola desde que la recibió en su casa; pero eso es intuición, no dato. Que se incorporara María a aquel grupo de personas andaderas del mismo camino y dirección también pudo ser, pero tampoco es dato.

En su recuerdo, tan vivo como actual, están fijas las palabras del impresionante personaje que la visitó: «También Isabel... » Tiene muchas ganas de llegar; motivos de premura no faltan: trasvasar la alegría de pariente a pariente, desbordar el propio gozo, compartir el misterio, servir. Son sólo cuatro o cinco días, pero qué largo se hace el camino. El relato es muy parco en noticias; no nos refiere aspectos sobre los lugares pisados, los modos de avituallamiento o de descanso.

El «shalón» de saludo acostumbrado entre los hebreos hoy tiene un tono distinto. Algo excepcional por lo misterioso conocido y lo grandioso oculto está presente en las dos primas cuando se abrazan y besan. Notan un no se sabe qué cosa ni el modo de explicarla; es como un correr apresurado de la sangre por todo el cuerpo, el nervio, el cariño acumulado, el afecto, la sorpresa... ¡la Gracia de Dios! Salta el niño en el seno de Isabel; es un brinco de expectación humana ante el Mesías que está llegando y del hecho santificador. La exclamación de alegría sale espontánea de santa Isabel: «¡Bendita tú... la Madre de mi Señor!». No es un hijo, sino El Hijo, a quien lleva, santificando ya antes de alumbrarlo.

Y expresa el historiador evangélico el más largo párrafo que se conoce de Santa María –siempre se entendieron Madre e Hijo sin largo parlamento; así pasó en Caná y  en la Cruz: pocas palabras con contenido inabarcable y... no era escasez, sino plenitud–. Es el Magnificat que la Virgen canta:

«Engrandece mi alma al Señor

y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador

porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava,

por eso desde ahora todas las generaciones

me llamarán bienaventurada,

porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso,

Santo es su  nombre y su misericordia alcanza

de generación en generación a los que le temen.

Desplegó la fuerza de su brazo,

dispersó a los que son soberbios en su propio corazón.

Derribó a los potentados de sus tronos

y exaltó a los humildes.

A los hambrientos colmó de bienes

y despidió a los ricos sin nada.

Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia

–como había prometido a nuestros padres–

en favor de Abrahám y de su linaje por los siglos».

Es canto de acción de gracias y de alabanza que expresa la razón del júbilo plasmado en lo humilde sin encogimiento ni ignorancia. Es la aceptación del poder de Dios que se expresa en misericordia y fidelidad para con los que ama, haciendo poderosamente ricos a los pobres y dando a los ricos el conocimiento de su vacía limitación.

Ciertamente, en la Visitación aparece santa María como Mediadora entre toda la humanidad y Dios; es el Modelo y en ella radica la Esperanza.