Eliseo significa: Dios es mi salvación La historia del profeta Eliseo está narrada en la S. Biblia, en el primer libro de los Reyes.
Estaba arando en un campo, cuando de pronto se le acercó el profeta Elías y echándole su manto sobre los hombros, lo invitó a seguirlo y a dedicarse a extender la religión. Eliseo aceptó, pero le pidió permiso para ir antes a despedirse de su familia. Luego volvió y mató sus dos bueyes y repartió esas carnes entre los demás compañeros de trabajo, y quemó sus utensilios de arar, y así, libre de todo impedimento, se fue con Elías.
Cuando Elías iba a ser llevado al cielo, le dijo a Eliseo: Quédate por aquí que yo me voy al Jordán. Eliseo le respondió ¡Padre, yo te seguiré a donde vayas!, y se fue con él.
Cuando iban llegando al río Jordán les salió al encuentro un grupo de jóvenes que se preparaban para ejercer el profetismo, y Eliseo les aconsejó que se quedaran allí en una altura observando lo que iba a suceder.
Al llegar al Jordán, Elías tocó con su manto las aguas y estas se dividieron y así los dos profetas pasaron a pie, por el terreno seco.
Pasando el Jordán, Eliseo le pidió a Elías un favor muy especial: Padre, te pido que cuando tú te vayas, me pase a mí una buena parte de tu espíritu, de tus poderes. Elías dijo: Si me logras ver, cuando sea elevado se te concederá esto que has pedido.
Luego llegó un carro de fuego y se llevó a Elías, y mientras este subía por los aires, Eliseo lo veía y le gritaba: Padre mío, padre mío. A Elías se le cayo el manto y Eliseo lo recogió.
Para comprobar que Dios sí le había pasado a él los poderes que le había dado a Elías, tocó Eliseo con el manto las aguas del Jordán, y éstas se abrieron y le dieron paso. Los 50 jóvenes que se preparaban para el profetismo vieron este milagro y en adelante le tuvieron gran respeto y lo consideraron como sucesor del Profeta Elías.
La gente de Jericó le dijo: Profeta, nuestra cuidad está bien situada, pero las aguas no sirven para tomar. Eliseo echó su bendición a aquellas aguas y desde entonces se volvieron potables, muy buenas para tomar. Los hombres de Dios son muy valiosos para la sociedad.
Yendo Eliseo hacia la ciudad de Betel salió un grupo de muchachos maleducados que empezaron a burlarse del profeta diciendo: ¡Sube calvo! ¡Sube calvo!. Eliseo les echó una maldición y salieron dos osos que mataron a 42 de esos atrevidos. Dios quería demostrar que se disgusta cuando se falta al respeto a sus enviados.
Una pobre viuda le contó Eliseo que se había quedado en la ruina y que sus acreedores la iban a enjuiciar por las deudas que les tenía y que no tenía sino una botella con aceite. El profeta le aconsejó que fuera donde las vecinas y les pidiera vasijas prestadas y que empezara a llenarlas con el aceite que tenía en la botella. Ella pidió muchas vasijas prestadas y con la botella de aceite las fue llenando todas. Cuando ya estuvo llena la última vasija, la botella dejó de producir aceite. Con la venta de todo aquello, pudo la viuda pagar todas sus deudas. ¡Milagros de Dios! Una mujer de Sunam le daba siempre hospedaje gratuito a Eliseo cuando pasaba por allí misionando. El profeta para agradecerle sus favores, obtuvo de Dios que le concediera un hijo en su matrimonio, pues ese hogar no había tenido hijos. Pero un día el niño estaba trabajando en el campo con su padre y exclamó: - Papá, ¡me duele la cabeza!, y se murió. La sunamita se fue corriendo donde el profeta Eliseo que estaba a bastantes horas de camino y le suplicó que corriera a darle una bendición a su hijo. Llegó Eliseo, y después de suplicar mucho a Dios, obtuvo la resurrección del niño. Un hecho prodigioso, que comprueba lo muy poderosas que son ante el Señor las súplicas de sus amigos que se dedican a propagar su santa religión.
Tenía Eliseo cien discípulos para darles de comer y solamente tenía veinte panes. Bendijo los panes y con ellos le alcanzó para alimentar a cien hambrientos discípulos y le sobró pan (Más tarde Jesús con cinco panes dará de comer a cinco mil hombres y la sobrarán 12 canastados de pan).
El rey de Siria tenía un general muy estimado, llamado Naaman. Pero este militar se volvió leproso. Una muchacha israelita les contó que en Israel había un profeta que hacía muchos milagros. El rey le envió a Naaman a que lo curara. Eliseo le mandó que se bañara siete veces en el río Jordán. A la séptima vez, se le fue completamente la lepra.
Naaman quiso darle un gran regalo a Eliseo, pero este no aceptó. Y sucedió que cuando Naaman ya iba lejos, el secretario de Eliseo, llamado Guezi corrió a decirle con mentira que el profeta le mandaba pedir un regalo. Naaman se lo envió pero a Guezi, por este robo y este engaño, se le prendió lo que antes tenía el general, la lepra.
Eliseo le anunciaba al rey de Israel todas las trampas que los enemigos del país le iban a poner y así lo libraba de muchas derrotas. Luego, cuando el anciano profeta estaba muy enfermo mandó llamar al rey y le dijo: ¡Lance bastantes flechas por esta ventana!. El rey lanzó únicamente tres flechas, y entonces el profeta le dijo: Por no haber lanzado sino tres flechas, no lograrás derrotar a los enemigos del país sino ¡tres veces!, y así sucedió.
Luego mandó a uno de sus secretarios a anunciarle al general Jehú que iba a ser rey y esto se cumplió también.
A Eliseo lo enterraron en una cueva, y bastante tiempo después unos hombres iban a enterrar a un muerto, pero al ver venir un grupo de guerrilleros, dejaron el muerto sobre la tumba de Eliseo y salieron corriendo, y el muerto al tocar la tumba del santo profeta, resucitó.
Terrible y formidable hombre de Dios, vencedor de los enemigos y bienhechor de los fieles. Testigo de Dios y cumplidor fiel de sus promesas fue el sucesor, discípulo y continuador de la obra de Elías.
Cuando llegó el torbellino, Eliseo clamaba estupefacto ante lo que veían sus asombrados ojos «Padre mío, padre mío». Y es que Eliseo le había ido pidiendo a su maestro que le dejara en herencia sus poderes sobrenaturales; Elías le puso como signo de concesión que pudiera verle en el momento de su arrebato inminente al cielo. El maestro y el discípulo acababan de pasar, andando y por el lecho seco, el río Jordán después de haberlo roto Elías con su manto.
Nació en Abelmeula, de la tribu judía de Manases, en las cercanías de Scytópolis, hijo de Safat. Su nombre significa «salud de Dios». Elías lo encontró arando las tierras familiares, puso sobre él su capa, y se lo llevó. Ya no se separó más el discípulo de su maestro hasta el momento último y fantástico en que fue arrebatado el cielo en un carro de fuego.
Ahora, había cogido del suelo el manto que Elías dejó caer en su rapto y, vuelto Eliseo a la orilla del Jordán, golpeó como lo había visto hacer a su maestro poco antes. Al segundo golpe las aguas se abrieron y supo que el poder de Dios que tuvo Elías seguía con él. A partir de este momento empleó sus días en procurar el bien de Israel, combatiendo la idolatría, demostrando con el portento del milagro que el verdadero Dios es exigente en asuntos de fidelidad.
La misión encomendada fue llamar al pueblo de Israel al culto legítimo a su Dios. Y no permitió obstáculo que lo impidiera.
Para ello protegió a los ejércitos de Israel en la lucha contra los moabitas en atención al piadoso rey Josafat; y en Dotain venció a los sirios. También premió a la mujer de un profeta que se había arruinado por atender a los hombres fieles, llenándole todas las vasijas de aceite con la que pudiera pagar sus deudas y comer ella y sus hijos. A la mujer sunamita, que era estéril y su marido ya viejo, le da un hijo como paga de profeta por sus servicios, alimento y hospedaje. Venga la detestable idolatría del petulante pueblo con azote de Dios, cegando a los ladrones, maldiciendo a los incestuosos, y destruyendo el abominable culto a Satán con sus adoradores en Betel, donde estaba establecido el odioso culto al becerro de oro. Resucitó muertos y ungió como rey de Israel a Jehú, con el encargo de destruir de parte Dios a la casa de Acab, como castigo de la sangre derramada por la malvada Jezabel, profetizando que se la comerían los perros, sin dar lugar a que tomara sepultura.
Curó al leproso Naamán, mandándole se lavara siete veces seguidas en el río Jordán. Era este pagano un general del rey de Siria, pero la esclava hebrea le había informado de la existencia de un milagroso profeta en su tierra. Prepara la caravana con regalos de oro y plata como obsequio, son joyas de presentación obligada al rey de Samaría para obtener benevolencia y conseguir que mande al profeta lo que debe hacer. Pidió Eliseo la presencia de Naamán para que se enterara el mundo de que Dios tiene un profeta en Israel; ni siquiera quiso recibirlo; sólo mandó con su criado el recado de que se bañara siete veces seguidas en el Jordán para encontrar el remedio. Se decepcionó con enojo el importante sirio, se mostró despreciativo de las bondades del agua del Jordán; menos mal que fue obediente por lo fácil de la medicina y obtuvo un resultado perfecto con su curación de la lepra, sin que Eliseo, el hombre de Dios, quisiera recibir sus ricos dones.
Eliseo clamó por la fidelidad y pureza del pueblo al único Dios que debe ser servido y fulminó con santa ira al pecador infiel. Fue un hombre formidable y terrible. Su historia es el relato de prodigios y portentos divinos en época oscura, bárbara e imperfecta; pero le falta al viejo profeta la dulzura, humanidad y sencillez de los milagros de Cristo. Es como el boceto de un maravilloso cuadro futuro, como un anticipo imperfecto de un futuro de plenitud.
Murió Eliseo durante el reinado de Joás.
Narra ampliamente su historia el libro II de los Reyes. San Jerónimo la comenta apasionadamente, asegurando como detalle, que permaneció virgen durante toda su vida.