Autor: P. Felipe Santos Etimológicamente significa "consejo poderoso". Viene de la lengua alemana.
Cuando una persona siente y vive en el amor a Dio y a los demás, percibe un estado de grata felicidad.
El joven Rainiero, un trovador que cantaba por todas partes para alegrar a la gente con sus canciones, llevaba una vida personal desordenada.
Todo este mundo se le vino abajo cuando se encontró con un señor ermitaño. Parece ser que el inspiró confianza. Y le dijo: Padre, rece por mí, pues no soy tan feliz como la gente se cree.
El bueno del ermitaño debió orar con tanto fervor que Dios escuchó su oración. El joven se convirtió. Tiró el instrumento musical, una viola, con la que acompañaba su canto y tanto lloró su pecado que hasta se volvió ciego.
Siguió trabajando de otra manera para conseguir dinero e irse en peregrinación a Tierra santa. Un día, cuenta él, el diablo le abrió la bolsa y le quitó el dinero. Fue una premonición para su vida. Desde entonces sólo comía con la limosna que le daban.
En el barco que llevaba a Israel, se puso a trabajar de remero. Cantaba y alegraba la vida de los viajeros.
Cuando volvió a Pisa, en donde había nacido y murió en el año 1160, se alojó en casa de los canónigos, y después en el monasterio de san Guy hasta el final de su existencia.
Se dedicó a ayudar a la gente mediante el consuelo, el aliento, el buen consejo.
También tenía la facultad de curar algunas enfermedades y alegrar la vida al más pintado.
Al morir, le llevaron los cónsules de la ciudad.
En 1591 sus restos se trasladaron a la capilla de la catedral de Pisa. Parte de sus restos los había adquirido la reina Juana de Aragón en el año 1372.
¡Felicidades a quien lleve este nombre!