24 de junio

NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA

Es Primavera, y, sobre la alta serranнa, Nazaret abre su caserнo blanco, como lirio enorme, a la tierna caricia del sol. Caen las aguas de nieve, con juvenil travesura, entre las quebradas del monte. Los almendros apuntan estremecidos sus yemas, y se percibe un murmullo caliente cuando rompen, con нmpetu, a la vida. Un perfume antiguo de hornos se mezcla a la liturgia del incienso y cubre los sembrados como una bendiciуn anticipada. їQuiйn oyу el cantar de las tуrtolas, entre las dos luces tranquilas de la sobretarde? Pues parece que el rey Salomуn, turbado de muchos amores, suspira, escondido entre el verde fresco de los jardines, su llamada impaciente: Ya pasу el invierno, amada mнa. Ven, mi paloma, que anidaste sobre las piedras, ven. Y de la corola opulenta de ese lirio nazaretano salta la Doncella Marнa, como un prodigio de hermosura. Hay, en el aire de oro, un reguero de palabras del Buen Dios, y la brisa pequeсa simula aъn el roce inocente de las alas del arcбngel. Ya fue la Encarnaciуn. Con la docilidad sencilla de una esclava creyу el fausto Mensaje. Y en el otro lirio celeste y cerrado —el seno de la siempre Virgen— se hace carne la deidad del Verbo. Pero aquel signo increнble de la prima Isabel, fйrtil y anciana, le empuja, con su cosquilleo femenino y curioso, hacia Ain Karim, mientras las augustas modulaciones del Magnificat se asoman a la ternura del labio. Todo su camino trasciende a un profundo misterio. Atraviesa la llanada de Esdrelуn, ahora exuberante y pacнfica; pero en estos mismos campos Israel cortу los laureles de sus grandes victorias y la cizaсa negra de sus declinaciones. Y parece que las sombras del crepъsculo reaniman, en la soledad de sus sepulcros, a todos los viejos caudillos, que alzan sus trofeos y sus laudes al paso de la Virgen de la Promesa. Sube alegre las montaсas de Samaria y percibe aъn los ecos de aquellos pactos que hizo Yahvй con los patriarcas, y el recuerdo de anchas bendiciones. Y, al fin, la Judea la recibe en la solemne liturgia de su sacerdocio, y convoca a todos los profetas muertos para que se gocen en los dнas de la plenitud, cuando los montes destilen pura miel y se hermanen el cordero con el lobo. ЎToda la historia del Pueblo de Dios se asoma para verla pasar, y la acompaсa, cantando un salterio de amorosa bienvenida! Las cuatro jornadas de viaje —iba, segъn San Lucas, con mucha presteza, por el mбs corto camino— dieron en Ain Karim, donde los primos tienen una casita de recreo para los dнas de verano. Zacarнas permanece mudo desde aquel sofoco que le produjo la presencia del arcбngel Gabriel, cuando ofrecнa el incienso ritual en el Santuario. Era como una llama de oro encendido que le hablaba asн: No temas, porque ya ha sido oнda tu oraciуn. Tu mujer te darб un hijo a quien pondrбs de nombre Juan. Y precisamente su boca muda habla como signo visible del milagro.

De pronto rompe, en la modorra del mediodнa, una voz de saludo: ЎLa paz sea con vosotros!. Y se despierta el paisaje, sobresaltado con un revuelo de palomas y un murmullo en todas las flores del huerto. Sale impaciente Zacarнas, porque anda nervioso desde la visitaciуn celeste, y se queda suspenso, con los brazos tendidos. їCуmo, ahora, la prima de Nazaret? Y la estrecha con enorme dulzura, porque, en el recreo del alma, presiente ya los dнas de salud para su pueblo, mientras por la barba temblona le caen lбgrimas dulces, como las perlas que el rocнo pone estas madrugadas de abril en el verdor de los campos. A las puertas de la casa aparece Isabel, radiante. їPorque le dan de cara los rayos del sol? No. Es toda ella un divino reverbero, llena del Santo, Espнritu, que es Luz. Estб en trance, como ardiendo. Y mбs que hablar, grita la profecнa de su saludo: Bendita Tъ entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. Y asн queda, sobre el aire inmуvil, que es mбs azul y mбs risueсo, la primera avemarнa de la historia, iniciada, en la eternidad, por la misma boca del Padre. Se turba la Virgen con el recibimiento de los primos, porque es muy humilde. Y entonces su palabra serena, en un susurro enamorado, prorrumpe a cantar sus alabanzas al Altнsimo, porque la hizo grande con su poder y le colmу el seno de fecundidad y de maravilla. Oнd: Magnificat anima mea Dominum...

El grupo deliciosamente enlazado de los tres busca refrigerio y reposo dentro de la casita, que tiene al mediodнa tendido un parral de sombras y un encanto de aguas en los surtidores, que lloran la frescura de su luz sobre los nardos. їQuedу allн Marнa hasta el nacimiento de Juan? La teologнa de Nuestra Seсora nos lo aclara. Ved. Las gracias que acaba de recibir en la Encarnaciуn —aсadidas a las de su plenitud original— la han introducido en un orden de vida sobrenatural eminente. La hipуstasis del Verbo en su carne le confiere el tнtulo de coparental de las divinas Personas. Es realmente Hija del Padre, Madre de su Verbo y Esposa del Santo Espнritu, del Amor que la sombreaba en Nazaret. Pero no hay que olvidar la cooperaciуn que presta Marнa a este lujo de dones y de privilegios. En el plano de los merecimientos personales funciona sin la traba de las pasiones rebeldes que a todos los hombres nos afligen. Y, asн, el Angйlico nos asegura que, con la caridad, crecнan en su alma, a la vez, como los cinco dedos de nuestra mano, las virtudes, dones y mйritos, en una progresiуn incalculable. La caridad, pues, la indujo a permanecer en Ain Karim, junto a la prima necesitada, hasta el jubiloso alumbramiento del Bautista: sin que estimemos en contra las razones de un pudor fuera de tono al interpretar como ya acabados esos "cerca de tres meses" que San Lucas asigna al misterio de la Visitaciуn de la Virgen.

Y corre la primavera, embalsamada por los dulces coloquios de aquellas dos madres del milagro, en una нntima comuniуn de corazones y de ofrendas al Altнsimo. ЎCuбntas veces recontarнa Isabel que el niсo saltу en el seno, santificado por la visita de la Doncella! Y mientras preparaban las dos los paсales del alumbramiento, el cielo se hacнa blanco de tan azul y transparente; y agobiaba el aire, desde los arenales de Judб; y el equinoccio del estнo venнa, ardiente y solemne —el sol como una custodia de fuego—, para el desfile festival de la vida, en el triunfo del amor. Pues, con el gozo y las zozobras de vнsperas, decidieron volverse a la casa solariega para que el niсo, naciese dentro de la misma raнz troncal.

Y se cumpliу el tiempo de dar a luz Isabel y tuvo un hijo. Los vecinos y los parientes conocieron que el Seсor habнa tenido misericordia con ella y la felicitaban. Nos parece demasiado desnuda la narraciуn que el evangelista pone a un suceso tan extraordinario. El arcбngel habнa dicho a Zacarнas: Serб para ti de mucho gozo y alegrнa, y los hombres se regocijarбn con su nacimiento. Ain Karim es un poblado reducido, como una ancha familia, con los jъbilos, las preocupaciones y las penas comunes. Pues el suceso que las gentes esperaban con angustiosa curiosidad conmoverнa a toda la aldea, un poco enajenada en su rutina gris. Sн. La noticia corre en la boca de las comadres, con aсadiduras y aspavientos; se mandan mensajeros a las cercanнas, y toda la casa desborda de familiares y de aldeanos. ЎYa dio a luz Isabel!, y le agobian de parabienes y de sencillas ofrendas —tortas crujientes, corderos recentales, alguna que otra tela recamada de oro—, y una buenaventura comъn para la felicidad del reciйn nacido. Yo pienso que Marнa, un poco alejada del ruidoso entusiasmo, cortarнa en el huerto una brazada de rosas de sangre, para coronar, como un augurio, aquella vida pequeсa que debнa dar testimonio de su propio Hijo.

El evangelista nos refiere, con mбs riqueza de detalles, la circuncisiуn, doble ceremonia que se celebraba a los ocho dнas del nacimiento para imponer al varуn israelita el nombre y para ingresarle, con todos los deberes y derechos, religiosos y civiles, en la comunidad. Seguramente los sacerdotes, compaсeros del padre, se encargarнan del rito, aunque entre las clases humildes lo practicaba tambiйn el padre de la criatura. Y entonces el milagro. Aunque mudo, Zacarнas comunicу de alguna manera a Isabel los detalles de la visiуn angйlica del Templo y el dato precioso del nombre que el mensajero del Seсor le traнa. Por eso Lucas nos dice que la madre se adelanta y exige: Se llamarб Juan. Hubo forcejeo entre los parientes, porque nadie hay en tu parentela que lleve ese nombre; y, acaso, porque desearнan ofrecer a Zacarнas, imponiйndole el suyo, el consuelo de verse renovado en la varonнa del hijo. Pero йl pide las tablas enceradas y, a punzуn, escribe: Juan es su nombre. en el mismo instante se suelta su lengua, comienza a hablar rectamente, entre la maravilla de los familiares, y en grandes transportes profйticos dicta su oraciуn del Benedictus, majestuosa, agradecida como para ser rezada, de rodillas, por la liturgia de la iglesia, pregonando todo el poder el Seсor.

Antes de los dos aсos es conducido el pequeсo Juan al desierto, para salvarle de la degollina de Herodes. Y asombra que le dejen de por vida allн, segъn la tradiciуn de los Santos Padres, porque estos hijos tardнos suelen ser mimosamente amados de los suyos. Pero Lucas es muy concreto cuando nos asegura: Crecнa y se fortalecнa, en las estepas, hasta su manifestaciуn a Israel. Los sensacionales descubrimientos del desierto de Judб en la primavera de 1947 nos aclaran esta juventud, escondida hasta ahora, en el misterio de las suposiciones gratuitas. Las excavaciones de Qumrбm demuestran que allн existiу un gran cenobio, donde la secta de los esenios se consagraba a una vida comъn de oraciones y de ayunos. Pues los padres del Bautista le entregarнan a estas gentes piadosas, para defenderle de los matarifes de Herodes y para asegurar una educaciуn fuerte entre aquellos hombres expertos y ejemplares. Tenemos razones para pensar asн. Cuando le llegue el gran trance de su profetismo serб fiel a la llamada. Entonces, rompiendo con la vida comъn monбstica, serб un disidente de Qumrбm, pero sin despojarse de un gйnero de vida que ha hecho, en йl, naturaleza. No es ninguna coincidencia que las prбcticas del bautismo de inmersiуn, corrientes entre los monjes esenios, las imponga Juan a los pecadores como penitencia pъblica: que se defina como la Voz que clama, porque en los dнas de su entrenamiento aprendiу muy bien aquella primera regla del cenobio de Qumrбm: Todos los que vengan de la comunidad de Israel sepan que se han separado de la ciudad de los hombres para vivir en el desierto y escuchar al Seсor, como estб escrito: En el desierto oнd su Voz y preparad, en las estepas, un camino para encontrarle. Casan, pues, demasiado los temas y los ritos de Qumrбm con el modo y las predicaciones del Bautista.

Pero no es un profeta del montуn. Lucas le introduce en su evangelio con una solemnidad inusitada, escoltado por todas las jerarquнas religiosas y civiles, reinantes entonces en Israel. Impresiona la majestad del cortejo: Tiberio Cйsar, Poncio Pilato, Herodes, Filipo y Lisanias, Anбs y Caifбs: y todos con la pompa de sus poderes imperiales, polнticos y sacerdotales, para atestiguar sencillamente esto: En el desierto vino la palabra de Dios sobre Juan, el hijo de Zacarнas. Sн. Mбs que profeta, es el Precursor del Mesнas. En el prуlogo del cuarto Evangelio el otro Juan le confiere toda su excelsa dimensiуn teolуgica: Hubo un hombre, por nombre Juan, enviado de Dios. Vino como testigo para testificar sobre la Luz, a fin de que, por йl, todos creyesen; йl no era la Luz, sino testigo de la Luz. Aquн el evangelista zanja, sin apelaciones, la peligrosa polйmica que, a lo largo de los dos primeros siglos, inquietу la ortodoxia de las comunidades cristianas, cuando los discнpulos esenios de Juan predicaban que su maestro fue la Luz verdadera y que su bautismo perdonaba los pecados en las inmersiones del rнo Jordбn. No. Pero los elogios que tributa a su ministerio, como testigo de la Luz, estбn en la misma lнnea eminente de aquellas palabras de Cristo: Entre los hombres nacidos de mujer ninguno mayor que este Juan.

Se explica el enorme impacto que su profetismo alcanza en la conciencia de Israel. Parece misterioso el declive del pueblo elegido, porque, en lo humano, serнa muy difнcil explicar cуmo, de aquellos esplendores de la monarquнa de David, ya no queda nada: vacнas sus instituciones jurнdicas y religiosas; el pueblo, como ovejas que no tuvieran pastor, y todo Israel, una pequeсa y difнcil provincia del dominio augusto de Roma. Entonces se desatan las fugas hasta el maravillosismo —es la hora turbia de todas las extravagancias intelectuales y morales, de visiones mбgicas y alucinaciones colectivas—, buscando cada hombre que su vecino le salve. Este clima psicolуgico explica bien el falso concepto israelita sobre el mesianismo.

Entonces aparece Juan en su desierto y choca. Es el profeta de fuego, бrido y airado, la piel batida de intemperies y de soles, una cintura de penitencia que le desgarra la carne poca, y una luz infinita en la mirada profunda e irresistible. ЎQuй duro contraste! Los rectores religiosos eran de aquella catadura aristocrбtica que permitiу al levita y al sacerdote, pasar junto al pobre judнo, robado de los ladrones en Jericу, sin oнr los lamentos helados de su agonнa. Los poderes civiles, envilecidos en obsequio del invasor. Y un clasismo de pena, que permitнa a todos los epulones sentarse a los convites de la carne y del vino mientras los lбzaros morнan en la soledad de su hambre y de su lepra. їNo ha de chocar, de imponerse, la tremenda desnudez del Bautista? Un runrъn invade, desde el desierto, toda Palestina. Yahvй se ha compadecido de su pueblo suscitando un salvador, un nuevo profeta. їAcaso Elнas o el Ungido? Y cuando aquellas vastedades del Jordбn se pueblan de patriarcas, de rameras, de soldados y de publicanos, la sinagoga de Jerusalйn se ve obligada a intervenir con justas razones, porque tenнa recibida del Altнsimo la encomienda de guardar incуlumes las prбcticas de la Ley. Y como Juan predica y bautiza, el Templo manda sus embajadores para fiscalizarle.

El diбlogo que en su evangelio nos transfiere San Juan es hбbil, duro, diplomбtico. Van a interrogar al Bautista sobre su persona, su vida, sus ministerios; pero en el paisaje de estas indagaciones la diana aterradora y verdadera es el Cristo. Juan, a quien sus jueces estiman sуlo como un inculto visionario, centra con fina sabidurнa el estado de la cuestiуn y se adelanta en la respuesta.

"ЎYo no soy el Cristo!" Porque no es la Luz, tampoco es el Cristo, ni Elнas, ni el profeta, ni aun un hombre, con los atributos y resortes a su personalidad correspondientes. Es sуlo la Voz que clama, que flagela, que purifica, Es el Precursor.

Cuando la embajada descubra sus vergonzosas intenciones —la competencia material de su bautismo, que resta ofrendas al gazofilacio del Templo— Juan tranquiliza sus temores, pero les envuelve en una conminaciуn impresionante. "Yo bautizo en el agua. En medio de vosotros estб quien no conocйis. El que viene despuйs de mн, a quien no soy digno de desatar el calzado”. Y este colofуn del Bautista sн da que pensar. Desconocer a Jesucristo cuando estб en medio de nosotros. Ignoramos, o conocemos con enormes lagunas, las doctrinas evangйlicas, el ciclo dogmбtico, el magisterio del Papa. Su misma Persona divina, viviente en la Eucaristнa, en la miseria de los hambrientos, en la orfandad de los hogares, en las llagas de los desamparados, no nos impresionan con su mensaje, aunque nos hablen con palabras autйnticas de fuego, con esa luz eterna que llevan en la frente sus enviados. Es el signo, que preside las vidas dramбticas de todos los precursores. Tienen el destino de sembrar con su sangre sin ver la granazуn gozosa de las espigas ni recoger en los graneros la gloria de la sementera. Precisamente porque el Bautista es un hombre entero, veraz, fiel a su misiуn de adelantado, Herodes le encarcelarб en aquel castillo de Maqueronte, a orillas del mar Muerto, donde йl quema su vida en los altares de la lujuria mбs arrastrada y monstruosa. Morirб. Su cabeza sangrante sobre el disco de oro que le trae el verdugo, como ъltimo ludibrio, queda trenzada a los pies impuros de Salomй, la bailarina. Pero entonces, con la palma de su sangre, triunfa en la gloria de Dios este Juan Profeta, Precursor del Mesнas, Amigo del Esposo, el mбs grande entre los hombres nacidos de mujer.

Nacimiento de Juan Bautista

Su patria chica es Ain Karim.

La madre, Isabel, había escuchado no hace mucho la encantadora oración que salió espontáneamente de la boca de su prima María y que traía resonancias, como un eco lejano, del antiguo Israel. Zacarías, el padre de la criatura, permanece mudo, aunque por señas quiere hacerse entender.

Las concisas palabras del Evangelio, porque es así de escueta la narración del nacimiento después del milagroso hecho de su concepción en la mayor de las desesperanzas de sus padres, encubren la realidad que está más llena de colorido en la pequeña aldea de Zacarías e Isabel; con lógica humana y social comunes se tienen los acontecimientos de una familia como propios de todas; en la pequeña población las penas y las alegrías son de todos, los  miedos y los triunfos se comparten por igual, tanto como los temores. Este nacimiento era esperado con angustiosa curiosidad. ¡Tantos años de espera! Y ahora en la ancianidad... El acontecimiento inusitado cambia la rutina gris de la gente. Por eso aquel día la noticia voló de boca en boca entre los paisanos, pasa de los corros a los tajos y hasta al campo se atrevieron a mandar recados ¡Ya ha nacido el niño y nació bien! ¡Madre e hijo se encuentran estupendamente, el acontecimiento ha sido todo un éxito!

Y a la casa llegan las felicitaciones y los parabienes. Primero, los vecinos que no se apartaron ni un minuto del portal; luego llegan otros y otros más. Por un rato, el tin-tin del herrero ha dejado de sonar. En la fuente, Betsabé rompió un cántaro, cuando resbaló emocionada por lo que contaban las comadres. Parece que hasta los perros ladran con más fuerza y los asnos rebuznan con más gracia. Todo es alegría en la pequeña aldea.

Llegó el día octavo para la circuncisión y se le debe poner el nombre por el que se le nombrará para toda la vida. Un imparcial observador descubre desde fuera que ha habido discusiones entre los parientes que han llegado desde otros pueblos para la ceremonia; tuvieron un forcejeo por la cuestión del nombre  –el clan manda mucho–  y parece que prevalece la elección del nombre de Zacarías que es el que lleva el padre. Pero el anciano Zacarías está inquieto y se diría que parece protestar. Cuando llega el momento decisivo, lo escribe con el punzón en una tablilla y decide que se llame Juan. No se sabe muy  bien lo que ha pasado, pero lo cierto es que todo cambió. Ahora Zacarías habla, ha recuperado la facultad de expresarse del modo más natural y anda por ahí bendiciendo al Dios de Israel, a boca llena, porque se ha dignado visitar y redimir a su pueblo.

Ya no se habla más del niño hasta que llega la próxima manifestación del Reino en la que interviene. Unos dicen que tuvo que ser escondido en el desierto para librarlo de una matanza que Herodes provocó entre los bebés para salvar su reino; otros dijeron que en Qunram se hizo asceta con los esenios. El oscuro espacio intermedio no dice nada seguro hasta que «en el desierto vino la palabra de Dios sobre Juan». Se sabe que, a partir de ahora, comienza a predicar en el Jordán, ejemplarizando y gritando: ¡conversión! Bautiza a quienes le hacen caso y quieren cambiar. Todos dicen que su energía y fuerza es más que la de un profeta; hasta el mismísimo Herodes a quien no le importa demasiado Dios se ha dejado impresionar.

Y eso que él no es la Luz, sino sólo su testigo.