Era cordobés y cristiano desde la cuna.
Los agentes de los emperadores hicieron una redada entre los cristianos de la iglesia de Córdoba. Entre ellos estaba el joven Zoilo que se negó a quemar incienso a los dioses en el pebetero, rechazando todas las promesas que para su futuro se le hicieron. No temió ante las amenazas continuas del juez y prefirió la muerte a la apostasía.
Fue azotado con látigos hechos con nervios de buey, le araron el cuerpo con garfios de hierro, le sacaron los riñones y aplicaron fuego a las heridas. Por fin, le cortaron la cabeza.
Fue en Córdoba, el año 300.