Pampilón para los romanos, Iruña para los vascos –sus pobladores de siempre– y Pamplona en la actualidad. A orillas del Arga, pequeña meseta entre montañas y punto de confluencia en los trazados de las vías romanas por la situación estratégica que unía las ubérrimas tierras de Aquitania –más allá de los montes– con los feraces campos ribereños del Ebro.
Es san Fermín su patrón y cada año, en los primeros días del estío, la celebración de su fiesta revoluciona la ciudad que se convierte por un breve tiempo en un continuo ir y venir, correr y saltar ruidoso, explosivo, alegre, cantante y bullanguero de sus gentes; muchos con pañoleta roja anudada al cuello; otros vestidos de camisa, pantalón blanco y calzados con zapatilla ligera; los más sin señal externa en la indumentaria, pero con retozos en el alma por la fiesta del patrón. ¡Que algo queda de la fe que plantó!No hay mucho que pueda señalarse acerca de su vida. Sí que nació en un ambiente marcado por el paganismo. Tan pagano era el politeísmo de la mitología romana que pretende dominar tierras y hombres, como paganismo era el uso de los adoradores de dioses ancestrales que daban culto a fuentes, ríos, árboles y hacían ofrendas en las encrucijadas de los caminos del bosque. No hay seguridad histórica sobre los datos de su nacimiento, y pocos son los apoyos firmes acerca del momento exacto en que vivió; de hecho, hasta hoy los entendidos discuten entre ellos intentando la mayor aproximación posible.
Se da por probado que sus padres eran romanos: Firmo, alto funcionario de la administración en el lugar y su esposa Eugenia, matrona ilustre por su ascendencia noble. Conocieron al presbítero Honorato que con sencillez y gravedad les enseñó los rudimentos de la fe cristiana; para eso había sido enviado desde las Galias por el obispo Saturnino que apostolizaba la región del Languedoc. Luego será el mismo obispo Saturnino quien venga a Pamplona –llamada también por las Actas Pompanyópolis– para bautizar a los primeros cristianos navarros. Y poco después, recién bautizado, Fermín vivirá tras los Pirineos; llegará más adelante a ordenarse sacerdote y luego será consagrado obispo de Pamplona –el primero– donde organizará a su rebaño creciente, ordenará sacerdotes y dispondrá lo necesario para extender la salvación.
Da testimonio de Cristo con valentía y audacia desconocida hasta el momento por más tierras que las navarras. Se le vió evangelizando en Agen, Auvernia, Angers, Anjou y Normandía. En Beauvais dicen que estuvo preso. La Picardía y los Países Bajos conocieron al santo y en Amiens –que también lo tiene por patrón, aunque celebra su fiesta en distinta fecha– fue decapitado.
Dicen que un neoconverso por nombre Faustiniano recogió su cadáver y le dio sepultura en su misma propiedad hasta que más tarde trasladaron sus restos a la iglesia que el mismo Fermín construyó.
Más adelante, se repartieron sus reliquias entre Amiens y Pamplona.
¿No es verdad que la fe sembrada en el segundo siglo, poco más o menos, bien vale la pena celebrarla con los Sanfermines de cada año, aunque el folklore se note más en lo externo?