16 de julio

NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN

El Carmelo es el Monte de María. Parece que Dios sentía predilección por pregonar sus bandos desde la cúspide de las montañas: Sinaí, Tabor, Bienaventuranzas, Gólgota...

El monte Carmelo, a cuya extraordinaria belleza compara a su Esposa el Cantar de los Cantares, es de sabor netamente bíblico. Hay que subir hasta el Libro de los Reyes o más arriba para dar con su origen. Dos son los montes que en Palestina llevan este nombre. El de Judea —que no nos interesa— es árido y seco, parece que pesa sobre él la maldición de Cristo contra el pueblo deicida. El de Galilea, por el contrario, es fértil y fecundo en toda clase de frutos. Está junto al mar Mediterráneo y fue el teatro donde se deslizó la vida del profeta de Dios Elías Tesbita, La fiesta litúrgica de este día, extendida a toda la Iglesia en 1726 por Su Santidad Benedicto XIII, recoge la narración bíblica que se entreteje entre Elías, el Carmelo y María.

El pueblo de Israel había vuelto a pecar. Dios envió a Elías para castigarle. Este profeta, en cuyo corazón y labios ardía el fuego del culto al verdadero Dios, cerró el cielo con el poder de su oración. Tres años y medio sin caer una gota de agua sobre la tierra. Arrepentidos, vuelve Elías a interceder por ellos y el Señor escucha su oración, Elías sube a la cumbre del Carmelo. Se postra en tierra y ora con fervor. Manda a su criado que mire hacia el mar. Sube y mira. No hay nada. Vuelve a subir hasta siete veces. A la séptima dice: Divisase una nubecilla, pequeña como la palma de la mano de un hombre, la cual sube del mar... Y en brevísimo tiempo el cielo cubrióse de nubes con viento, y cayó una gran lluvia.

Algunos autores, sobre todo a partir del siglo XIV, vieron en esta nubecilla, en figura o tipos bíblicos, a la Virgen Inmaculada, mediadora universal. La Iglesia así lo ha aceptado en su liturgia.

El monte Carmelo es un abultado volumen de historia. Ha visto pasar a su vera los pueblos más diversos. Desde muy antiguo habitaron los carmelitas en él y en él comenzaron a dar culto a la Virgen Inmaculada.

A Ella, a Santa María, tal cual la celebraban en la alta Edad Media, sobre todo a partir del concilio de Calcedonia, los ermitaños del monte Carmelo levantaron una célebre capilla, meta de peregrinaciones a fines del siglo XI, o principios del XII. Con ello no hacían más que ponerse bajo su patronato, o, como entonces se decía, bajo su título. Más adelante se unirá, formando una sola, la doble idea: María-Carmelo.

Recientemente se han hecho excavaciones para buscar restos arqueológicos de esta venerada capilla. En marzo de 1958 el conocido arqueólogo franciscano padre Belarmino, Bagatti comenzó las excavaciones junto a la llamada Fuente de Elías y unos meses después descubría los cimientos y parte de los muros de una capilla de 22,30 por 6,25 metros, y junto a ella una pared de dos metros y medio de ancha que parece ser restos del primitivo monasterio de San Brocardo.

Todavía no se pueden afirmar definitivamente estas conjeturas. Por ello se sigue trabajando en las excavaciones, pero es muy probable que se trate de esta célebre capilla.

La simbólica interpretación de la nubecilla, que no es más que una hermosa figura para significar a la humilde y pura Virgen María como Mediadora universal de todas las gracias por su divina Maternidad corredentora, influyó a aumentar el profundo marianismo que impregnó, desde sus orígenes, la historia, liturgia y espiritualidad del Carmelo.

El monte Carmelo ha ido pasando de unas manos a otras. Hoy es el Gobierno israelita su dueño. A su antojo hacen y deshacen sin consultar a sus pacíficos y legítimos moradores, los hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo.

Poco después de la milagrosa aprobación de la regla carmelitana por Honorio III en 1226 vinieron los carmelitas a Occidente. El pueblo los recibió como llovidos del cielo. Decían que se llamaban: Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo. Más adelante, el 26 de abril de 1379, el papa Urbano VI concedía tres años y tres cuarentenas de indulgencias a cuantos así los llamaran.

Para algunos príncipes y clero no fue así. Pronto comenzó una negra persecución contra ellos. El general de la Orden, San Simón Stock (1165-1265), acudía con lágrimas de dolor a la Santísima Virgen para que viniera en auxilio de su Orden. Hasta llegó a componerle algunas fervorosas plegarias que rezaba con seráfico fervor.

He aquí la redacción breve de la aparición, entrega y promesa del Santo Escapulario. Es una de las más críticas y antiguas que se conocen: El noveno fue San Simón de Inglaterra, sexto general de la Orden, el cual suplicaba todos los días a la gloriosísima Madre de Dios que diera alguna muestra de su protección a la Orden de los carmelitas, que gozaban del singular título de la Virgen, diciendo con todo el fervor de su alma estas palabras: Flor del Carmelo, vid florida, esplendor del cielo, Virgen fecunda y singular, oh Madre dulce, de varón no conocida, a los carmelitas da privilegios, estrella del mar.

Se le apareció la Bienaventurada Virgen acompañada de una multitud de ángeles, llevando en sus benditas manos el Escapulario de la Orden y diciendo estas palabras: Este será privilegio para ti y todos los carmelitas, quien muriere con él no padecerá el fuego eterno, es decir, el que con él muriere se salvará.

Desde este momento comienza María a obrar prodigios por medio del Santo Escapulario y a propagarse entre ricos y pobres, nobles y plebeyos, hombres y mujeres, hasta llegar a ser nota distintiva de los auténticos cristianos y verdaderos devotos de María el llevar sobre el pecho este escudo invulnerable contra los dardos del infierno.

Escritores poco críticos dudaron gratuitamente de la historicidad de la aparición y entrega del Santo Escapulario. A todos estos desaprensivos historiadores les ha contestado el paciente investigador y profundo crítico M. R. P. Bartolomé María Xiberta, O. Carm., después de estudiar detenidamente y con pulso certero estas cuestiones: Creo que, después de la paciente búsqueda y examen de los documentos, las tesis formuladas contra la historicidad del Escapulario se han derrumbado una tras otra... Es más: me atrevo a afirmar que la visión de San Simón Stock, en la que se funda la devoción al Santo Escapulario, está autorizada y avalada por tales documentos históricos, que apenas se puede aspirar a más. Niegue quien quiera la historicidad de la visión de San Simón Stock; pero cuide de despreciar nada con la vana confianza de que obra así movido por documentos históricos.

El Carmelo, por privilegio especial, tiene como rito propio aquel que se usaba en el Santo Sepulcro de Jerusalén durante la época de las Cruzadas.

Con todo, aunque se llegase a poder negar —que decimos no es posible— la historicidad de la visión y entrega, aun así tendría idéntico valor el Escapulario y la devoción del Carmen porque se lo ha dado repetidas veces la Iglesia al aprobarlo, fomentarlo y recibirlo en su liturgia.

Como el Carmelo, por su origen, evolución, finalidad, espiritualidad y legislación, está consagrado a María, no tardó en llenar de profundo marianismo su liturgia: ayunos en las vigilias de sus fiestas, comunión en las mismas, oficio parvo, salve regina, muchas veces al día repetida, misas en su honor, festividades nuevas, iglesias y conventos a Ella dedicados, etc.

Durante este tiempo —aún faltaban tres siglos para ser instituida la Sagrada Congregación de Ritos— había gran libertad para introducir y suprimir en la liturgia. El Carmelo desde un principio celebró como fiesta patronal de la Orden una fiesta mariana. Según épocas y regiones, fueron sobre todo las fiestas de la Asunción y la Inmaculada Concepción las más celebradas.

Juan Bacontorp, el Doctor Resoluto, cuenta que en el siglo XIV, cuando la Curia romana residía en Aviñón, el Papa y la Curia Cardenalicia asistían el 8 de diciembre a la fiesta de la Inmaculada que se celebraba en la iglesia de los carmelitas, igual que lo hacían el día de San Francisco en la de los franciscanos y el de Santo Domingo en los padres dominicos.

En algunas partes, sobre todo en Inglaterra, quizá poco después de la entrega del Santo Escapulario, se introdujo una nueva festividad mariana: La solemne conmemoración de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo.

Fue extendiéndose de día en día hasta que, al reunirse la Orden en Capítulo general el 1609, se propuso a todos los gremiales que festividad debía tenerse como titular o patronal de la Orden, y todos unánimemente contestaron: La solemne conmemoración de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo.

Comenzó como fiesta de familia, pero como por el don del Santo Escapulario, que se extendía tanto como la misma Iglesia, todos se sentían auténticos carmelitas, pronto llegaron a la Santa Sede peticiones e instancias solicitando poder celebrar dicha festividad.

España —como siempre cuando se trata de amores marianos— fue la primera en obtener del papa Clemente X, el 1674, el permiso para celebrar esta festividad en todos los dominios del Rey Católico. A esta petición siguieron otras muchas, hasta que el 24 de septiembre de 1726 Su Santidad Benedicto XIII la extendía a toda la cristiandad con rito doble mayor y con la misma oración y lecciones para el segundo nocturno que desde el siglo anterior rezaban ya los religiosos carmelitas.

Hoy la fiesta del Carmen, en muchas partes del mundo católico, es considerada como fiesta casi de precepto. En las naciones latinas sobre todo se le profesa una tierna y profunda devoción, y es el Santo Escapulario del Carmen la enseña que con devoción y amor cubre el pecho de todos los auténticos católicos.

El significado o fisonomía de la fiesta del Carmen es diferente del de otras festividades marianas, aunque, como es natural, no son sino diferencias accidentales, ya que para que sea devoción mariana y genuinamente ortodoxa debe esencialmente reducirse a la devoción mariana en general.

Así el martirologio sintetiza y anuncia la fiesta: Conmemoración solemne de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, a la cual la familia carmelitana consagra este día por los innumerables beneficios recibidos de la misma Santísima Virgen en señal de servidumbre.

La fiesta del Carmen es como el tributo de amor que el Carmelo —todos los hijos de María que llevan su vestido— le ofrecen anualmente en señal de acatamiento y gratitud. El 16 de julio canta los inmensos favores que María ha derramado a través de los siglos sobre su Orden predilecta y sobre sus más fieles hijos, y a la vez la consagración y total entrega del Carmelo a María. Con este espíritu celebran los carmelitas su fiesta y con estos sentimientos la celebraron los santos y debemos celebrarla nosotros.

El contenido doctrinal de esta fiesta es muy rico y a la vez profundamente dogmático y espiritual, igual que el de las grandes fiestas marianas del ciclo litúrgico, con las cuales se compenetra íntimamente. La idea dominante de esta festividad no es otra que la acción maravillosa de María sobre el Carmelo, es decir, su Realeza universal como Mediadora de todas las gracias, igual que la Iglesia la celebra el día de la Asunción.

La advocación del Carmelo es sumamente grata a María y al pueblo.

Gruesos volúmenes se hallan publicados ya desde sus remotos orígenes que recogen los prodigios obrados en mar, tierra y aire al ser invocada bajo la simpática advocación de Nuestra Señora del Carmen.

No hay que olvidar tampoco las dos últimas apariciones de María. La decimoctava y última visita que hace María a Santa Bernardita en la gruta de Massabielle la reservaba para el día 16 de julio de 1858, a pesar de que desde la decimoséptima habían pasados días muy señalados. Y el 13 de octubre de 1917, a los tres pastorcitos de Fátima, se les aparece por sexta y última vez vestida con el hábito marrón y capa blanca carmelitanas.

Que sea devoción sumamente grata al pueblo también es una verdad demasiado clara. Hay devociones que necesitan quien las fomente y propague, languideciendo rápidamente cuando les faltan estos apóstoles. No es así la del Carmen o del Santo Escapulario. Ella, por sí sola, con sus prodigios y sus privilegios, se extiende y propaga.

Con todo, no hay que confundirlo. La devoción del Escapulario no debe propagarse sólo por razón de los así llamados Privilegios, ya que ésta sería una devoción falsa o imperfecta. La razón de los privilegios no es sino para fomentar el amor de caridad a Jesús y a María. El valor principal de la devoción del Carmen no está en los prodigios a que hemos aludido ni en los privilegios que veremos, sino en su profundo valor espiritual o ascético en orden a nuestra santificación. Es decir, el Escapulario debe ayudarnos a vivir nuestra total consagración a Jesús por María en su servicio y en su presencia, en su unión e imitación.

La devoción al Escapulario de unos treinta años para acá ha decaído un tanto porque algunos, fijándose casi exclusivamente en sus privilegios, desconocen su importancia, significación y valor en la vida cristiana, de la que es su más elocuente manifestación. De hecho la Iglesia la ha hecho suya para consagrar oficialmente a todo hombre a María desde el principio de su vida.

Aun así continúa siendo la devoción característica y propia de las familias cristianas. ¿Y por qué? Porque su poderoso valimiento llega a los momentos más difíciles de la vida, a la hora cumbre de la muerte, y, traspasando los umbrales de acá, no se da descanso hasta el mismo purgatorio, de donde saca a las almas que le fueron devotas y vistieron en vida el Santo Escapulario. Estas son sus credenciales: En la vida protejo, en la muerte ayudo y después de la muerte salvo.

Se halla tan extendida esta devoción entre el pueblo cristiano, que un ilustre historiador —B. Zimmerman— podía escribir a principios del siglo: La Cofradía del Escapulario es la más numerosa asociación del mundo después de la Iglesia católica.

Verdad histórica que coincide con lo que escribía en su obra póstuma María Santísima nuestro cardenal Gomá: Nadie ignora lo extendida que está por todo el pueblo cristiano, en todas partes, y con qué profundo arraigo, la devoción a la Santísima Virgen del Carmen, de tal forma que a esta devoción podemos llamarla por antonomasia devoción cristiana, o mejor, católica.

Estas afirmaciones se refieren de un modo especial a España. A fines del siglo XVI, en 1595 exactamente, escribía el placentino José Falcone: En nuestros días florece en España, donde no hay casa en que no se lleve el hábito del Carmelo, con el fin de disfrutar de las infinitas indulgencias carmelitanas... En verdad, toda España con Portugal parece un gran convento de carmelitas. Todos desean cubrirse con tales armas contra las enfermedades corporales y espirituales. En toda España hay conventos de carmelitas e innumerables Congregaciones carmelitanas.

Desde entonces, sobre todo, sienta sus reales la Virgen Santísima del Carmen en nuestra Patria y en sus hijas de América: Chile, Argentina, Colombia, Méjico..., y queda grabado su nombre en pueblos y montes, ríos y valles, puertos y gremios, talleres y fábricas, jardines e industrias... hasta convertirse en la advocación mariana preferida del pueblo cristiano. Así lo cantará la copla popular: Es la Virgen del Carmelo — la que más altares tiene; — su sagrado Escapulario — no hay pecho que no lo lleve. Y el himno oficial del VII Centenario: Tú tienes altares en todo confín.

Dejando aparte muchos otros patronazgos de la Santísima Virgen del Carmen es necesario destacar el que ejerce sobre nuestra Marina.

El 19 de abril de 1901, por decreto de la reina regente, doña María Cristina, publicaba la Gaceta una extensa real orden por la cual declaraba a la Santísima Virgen del Monte Carmelo Patrona y Titular de la Marina de guerra, así como ya lo era de la Marina mercante.

El 12 de julio de 1938, en plena guerra nacional, el Generalísimo Franco renovaba solemnemente la real orden del 19 de abril de 1901. Era éste el primer patronazgo que declaraba el Caudillo.

El Santo Escapulario, vestido y sacramental de María, es el instrumento o imán que atrae a los hombres hacia esta devoción.

Con ocasión del VII Centenario de la entrega de esta dádiva mariana se ha estudiado con todo el aparato de la crítica moderna la historia, liturgia, espiritualidad y otras cuestiones del Santo Escapulario del Carmen. A la luz de estos estudios se han corregido importantes libros de texto y prestigiosas enciclopedias.

Los más importantes y trascendentales privilegios del Santo Escapulario son éstos: Vivir la misma vida de María, vestir su mismo vestido, disfrutar de un amparo especial por estar a Ella consagrados... Por esto la devoción del Santo Escapulario del Carmen, la primera entre las devociones marianas la llamaba Su Santidad Pío XII el 11 de febrero de 1950; además de ser muy grata a María es sumamente ventajosa al que la practica. Pocas devociones, de hecho, tienen prometidas tantas y tan señaladas gracias. He aquí las principales: Morir en gracia de Dios. Es la gran promesa que ya hemos visto hizo la Santísima Virgen al entregar el Santo Escapulario a Simón Stock en 1251.

Salir del purgatorio a lo más tardar el sábado después de la muerte. Así lo dijo la Santísima Virgen al papa Juan XXII, en 1322. Es el llamado privilegio sabatino.

Para hacerse acreedor a estos privilegios son necesarias algunas condiciones: Estar inscrito en la Cofradía, vestirlo noche y día, guardar castidad según su estado, rezar el oficio parvo y guardar abstinencia, aunque pueden ser conmutados por otras obras buenas y sobre todo vestir el Escapulario cual conviene viviendo la vida cristiana en toda su integridad.

El 8 de julio de 1916 Su Santidad Benedicto XV, con deseos de que se siguiese usando el Escapulario de tela, concedió quinientos días de indulgencias cuantas veces se besara.

Quien viste el Escapulario del Carmen se hace acreedor de todas las indulgencias, gracias y privilegios que los Sumos Pontífices a través de los siglos han otorgado a la Orden del Carmen.

Participa asimismo de las oraciones y penitencias que se hacen en todo el Carmelo.

Ante programa tan halagador, ¿quién será capaz de no dar su nombre a milicia tan extraordinaria? Igual que en el Medievo los magnates y príncipes cubrían con sus púrpuras las personas y edificios que patrocinaban de un modo especial, así María Santísima cubre con su mismo vestido a aquellos a quienes ama con amor de predilección.

Nunca como hoy se ha hablado tanto de consagración a Jesús y a María. La consagración se suele hacer en determinadas circunstancias y con una fórmula de antemano preparada. Pero, ¿y después? La imposición del Santo Escapulario constituye el acto más elocuente y real de nuestra consagración a la Santísima Virgen. Por el Escapulario se vive íntima y continuamente consagrado a María tal cual nos exige nuestra condición de hijos y hermanos suyos. Por él pertenecemos a María, ya que vestimos su mismo ropaje. Por ello debemos vivir su misma vida.

Para que los efectos de consagración duren noche y día, hoy y mañana y hasta el fin de nuestra existencia sobre la tierra, ¿puede darse un medio más apropiado y eficaz que el Santo Escapulario del Carmen? Así lo decía Su Santidad Pío XII en el magnífico documento que sobre el Santo Escapulario regalaba al mundo el 11 de febrero de 1950: Todos los carmelitas, por tanto, así los que militan en los claustros de la primera y segunda Orden como los afiliados a la Tercera Orden Regular o Secular y los asociados a las Cofradías que forman, por un especial vínculo de amor, una misma familia de la Santísima Madre, reconozcan en este memorial de la Virgen un espejo de humildad y castidad; vean en la forma sencilla de su hechura un compendio de modestia y candor; vean, sobre todo, en esta librea que visten día y noche, significada con simbolismo elocuente, la oración con la cual invocan el auxilio divino. Reconozcan, por fin, en ella su consagración al Corazón sacratísimo de la Virgen Inmaculada, por Nos recientemente recomendada.

J. Garreta Sabadell, en su Catecismo de la Virgen María, afirma que el Santo Escapulario fue en los siglos XVI y XVII el dique que contuvo las herejías e hizo que el mundo volviese otra vez a Jesús por María.

Lo que hizo entonces ¿no puede repetirlo ahora? Vivimos en la época del Mundo Mejor. Vemos con tristeza que nuestros hermanos, los hombres, se alejan cada día más de la Casa del Padre. ¿Qué hacer para atraerlos? Volvamos a la fe y piedad de nuestros padres. Vivamos su misma vida, aun en medio del adelantado y vertiginoso siglo XX.

Devolvamos el valor —que no ha perdido— a esta sólida devoción que el mundo ha olvidado por alejarse tanto.

Que los lazos del Escapulario del Carmen simbolicen nuestra vuelta a la Casa del Padre, nuestra sumisión a sus mandatos, nuestra unión familiar, nacional e internacional.

Que el vestido de María cubra las desnudeces desvergonzantes de la sangrante y llagada humanidad.

En diciembre de 1938 monseñor Lemmes, obispo de Roermond, en Holanda, exhortaba a sus diocesanos a consagrarse a la Santísima Virgen y decía que confiaba en un resurgir espiritual, esperanzador para toda la diócesis, si vestían con verdadero fervor y practicaban con escrupulosidad las obligaciones que impone el Santo Escapulario del Carmen a quienes lo visten debidamente. Las esperanzas no salieron fallidas.

Lo que hace veinte años sucedía en un país rodeado de encarnizados enemigos de estas prácticas puede mil veces mejor repetirse en todas las naciones.

Que la Madre y hermosura del Carmelo nos lo conceda.

NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN

Este título o advocación de la Virgen María se honra en todo el mundo. La devoción y su propagación se debe principalmente a la familia carmelitana. De ella vinieron los nombres populares en España de Carmelo, Carmen y Carmela, o de Camilo y Carmina, en Italia.

La veneración y el culto están íntimamente relacionados con la abultada historia del monte Carmelo y con la difusión del Escapulario, esos pedazos de paño marrón para la espalda y el pecho, unidos por hilos, que llevan la inscripción de la Virgen del Carmen, y que una vez impuesto puede cambiarse por medalla de oro, plata o níquel sin pérdida de mérito por parte de quien lo usa.

Tuvo mucho que ver el santo carmelita Simón Stock, abad del monasterio cuando la Orden pasaba por momentos malos de adaptación al nuevo medio, y estaba apurada por la poca aceptación de la gente que vivía en donde aterrizaron aquellos hombres venidos del Oriente.

Los innegables prodigios y milagros, operados por Dios mediante la intercesión de su Madre con ese nombre en todas partes del mundo y en todas las épocas, han avalado la extensión y afianzamiento de su culto.

El nombre viene del monte Carmelo que está en Galilea  –el otro de Judea es un puro rocadal desértico–, donde crecen árboles y flores ya cantados por la misma Escritura en tantos lugares. Allí fue donde Elías ejerció parte del ministerio profético, cerrando el cielo para la lluvia por espacio de tres años y medio con la intención de medicinar y doblegar con su pedagogía al pueblo infiel e incrédulo; y  cuando decidió poner remedio a aquella sequía letal para hombres y bestias, mandando a su sirviente que subiera a la cima hasta siete veces seguidas para escudriñar el cielo; aquel criado llegó a descubrir una nubecilla pequeña y blanca que venía del mar y que acabaría poniendo límite a la sed mortal e irremediable del pueblo. Los más listos y piadosos supieron ver en ella, desde el siglo XIV, el símbolo o figura de la Virgen Inmaculada.

El monte Carmelo se llenó de cristianos que deseaban dedicar su vida  a la oración continua en soledad por los parajes próximos al sitio donde sucedieron en la Historia los hechos portentosos de la Redención. Por eso, aquellos eremitas recibieron el nombre toponímico de 'carmelitas'. Levantaron un templo donde rezaban juntos, y aquello empezó a ser punto de referencia y de acogida de los peregrinos hasta el siglo XII, que se acercaban a ponerse bajo la protección de la Virgen María al abrigo de tanto eremita santo.

Luego desaparecieron los carmelitas del monte; se vieron forzados a venirse a Occidente, porque ya su presencia en aquellas latitudes no era soportable por el peligro continuo de las invasiones mahometanas.

Con san Simón Stock (1165-1265) tuvo detalles de delicadeza la Virgen María en la difícil adaptación de los carmelitas al nuevo medio: soportar clima tan distinto, cambiar su vida de eremitas por otros parámetros y ni siquiera contar con la aceptación de los cristianos –ni aún de los clérigos– amén de algunas deserciones o abandonos que añadían tristeza a las dificultades. Todo eran rezos por parte del abad y todo era prestar atención a lo que Dios quisiera. La entrega del escapulario por parte de la Virgen con  la promesa de protección «quien muera con él se salvará» para alcanzar la vida eterna, y de reducción de las penas del Purgatorio a quien lo llevara de por vida, hizo de contrapunto para renovar energías, y continuar con el Querer sobrenatural el nuevo estilo. Así desparramaron por el mundo la promesa de protección que brindaba María. Era un respiro nuevo, una nueva fuerza, casi un nuevo nacimiento que favoreció la entrega total del Carmelo a María.

El título de la Virgen del Carmen unido al Escapulario arraigó en todas las clases sociales. La predicación persistente del santo distintivo cayó como la lluvia en la tierra seca y se fue haciendo cada día más grata al pueblo, se introdujo en las familias sencillas y en las cortes de los nobles. Proliferaron las imágenes en los templos para la veneración sincera de los cristianos. Se contaron milagros, prodigios, favores sin cuento; así comenzó el patronazgo por los mares sobre naves y navegantes. La advocación a la Virgen con el nombre de Nuestra Señora del Carmen se hizo tan amplio que la Iglesia lo bendijo.

Honorio III, aprobó en 1226 la regla carmelitana. El papa Urbano VI aceptó el nombre de los «Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo» y los bendecía el 26 de abril de 1379. La fiesta empezó a ser privada por disposición del papa Clemente X en 1674 para los dominios del Rey Católico, y pasó a toda la Cristiandad el 24 de setiembre de 1726 por decisión estudiada del papa Benedicto XIII.

Quizá convenga advertir a nuestro mundo –apasionadamente utilitarista y tan acostumbrado a lo práctico–  que las gracias prometidas al Escapulario no son de carácter automático como podría prometer un agente de pólizas de seguro al ofertar su producto. Más bien, se requiere la disposición del espíritu cristiano deseoso de seguir a Cristo y ganar el Cielo. El Escapulario –presente sobre el cuerpo–  alienta en la lucha personal y permanente por la fidelidad a la fe y seguimiento de los pasos de Jesús, animando a ser asiduos en la oración y a cuidar el cumplimiento de las obligaciones morales de la persona que tiene la gracia de llevarlo impuesto. No es un privilegio; sí una ayuda para vivir según Jesús por María. Recomendable  –hoy como ayer–  su devoción y aprecio, porque vestir con el vestido de María indica el deseo de vivir su vida, en gracia de Dios, y eso ayuda a morir con Dios dentro. Llevándolo siempre, quien pertenece a la Cofradía del Monte Carmelo sabe que cuenta con la ayuda de  las oraciones y penitencias de toda la familia carmelitana –de monjas y de frailes–, porque de ellas se participa, para llevar con éxito el esfuerzo diario por vivir las virtudes cristianas según el estado que cada uno tenga. Es una garantía  –porque se ve y se toca–  para mantener elevado el pensamiento a los bienes más altos del Cielo. ¡Y eso es muy bueno! ¿Verdad?