El Santo nació en Brindis, cerca del lugar en que la bota italiana llevaría la espuela contra el Balcán turco. Era en julio de 1559. Tres semanas después, el viejo papa Paulo IV, duro campeón de la reforma católica, moría en Roma. El populacho mostraba su alegría por verse libre de su firme puño, y echó abajo la estatua del Pontífice. El recién nacido heredaría en cierto modo el celo del reformador difunto, pero sabría ser más caritativo y más flexible.
Había nacido de noble familia. Recibió en el bautismo el nombre de Julio César. Se cuenta que a los seis años predicó en la catedral y que el auditorio quedó transportado de admiración. Reduzcamos las cosas a sus justos límites, no es imposible que participara en alguna fiesta infantil, al estilo de las que tan frecuentemente vemos organizarse en las catequesis. Y nada tendría de raro que el despierto muchacho, puesto en una ocasión tal, encantara a su auditorio por el despejo y la soltura con que trataba de las verdades religiosas.
Muerto su padre, César entra en los franciscanos conventuales, y queda allí hasta la edad de catorce años. Pero ya hemos dicho cuál es el emplazamiento de Brindis. Los turcos amenazaban con su poder creciente la pequeña ciudad y César, con su madre, se refugia en Venecia, donde un tío suyo cuidará tiernamente de su formación. El adolescente no había olvidado el ideal franciscano. Y el 17 de febrero de 1575 entra en la Orden capuchina tomando el nombre de Lorenzo. Su ingreso tuvo lugar en el convento de Verona. Novicio modesto y grave, penitente hasta el extremo, cayó enfermo y hubo que retrasar su profesión. Por fin, el 24 de marzo, víspera de la Anunciación, pudo hacerla.
El futuro doctor de la Iglesia recibió en la Orden capuchina una formación verdaderamente excepcional. Enviado a estudiar a Padua, conoció a fondo la Sagrada Escritura, y así, durante su vida, hemos de verle muchas veces discutir directamente sobre el texto hebreo con los herejes y los judíos. Tuvo un conocimiento de idiomas poco corriente, pues hablaba el francés, el alemán, el griego, el siríaco y el hebreo, Su formación teológica era tal que, no siendo aún sacerdote, predicó dos cuaresmas en Venecia, ciudad nada fácil para un predicador bisoño. Alguna de sus conquistas apostólicas tuvo enorme resonancia en la ciudad, así, por ejemplo, la de aquella cortesana que, venida al sermón con ánimo de hacer alguna mala conquista, fue conquistada por Cristo.
Una vez sacerdote, sus trabajos continuaron a un ritmo todavía más vivo. Durante tres años, por encargo de Clemente VIII, predica a los judíos de Roma, obteniendo buenos resultados gracias a sus conocimientos de hebreo. Pero las dos grandes empresas de su vida habían de ser la lucha antiprotestante y la cruzada contra los turcos.
El historiador, aun profano, que recorra sumariamente los acontecimientos religiosas de la edad postridentina, y estudie la contraofensiva de la restauración católica, tropezará necesariamente con la figura de este capuchino italiano que, aun perteneciendo a la provincia de Venecia, fue enviado en 1599 a Austria, al frente de un grupo de doce hermanos suyos, con los que se estableció en Viena, Graz y Praga. Llegaba allí Lorenzo precedido de la fama de religioso austero, de hombre cultísimo, de predicador iluminado, de polemista eficaz. A sus cuarenta años de edad había recorrido ya con éxito asombroso toda Italia. Y, en efecto, en Praga sus predicaciones conmueven la opinión publica y provocan la reacción de los protestantes que solicitan del emperador Rodolfo II su expulsión.
Un doble paréntesis se abre en su acción antiprotestante, para atender a la guerra contra los turcos, y al cargo de ministro general de su propia Orden (1602-1605). Pero apenas libre de los cuidados de este cargo, vuelve de nuevo a la lucha, primero en Praga (1606-1610), y después en Munich (1610-1613), junto a su amigo íntimo el duque Maximiliano, de Baviera. Se esforzó en la constitución de una liga de príncipes católicos de Alemania que pudiera oponerse a la unión de los protestantes, y con una misión oficial en Madrid conquistó que se adhiriera y ayudara financieramente a dicha liga el rey Felipe III de España. Cuando parecía seguro que iba a tener que marchar de Alemania, una intervención del cardenal Dietrichstein ante el papa Paulo V lo impidió. Así él pudo continuar su trabajo. Obtuvo después el restablecimiento de la paz entre las autoridades españolas y el duque de Saboya, Carlos Manuel el Grande, en 1618, y desarrolló una feliz legación en Madrid y Lisboa (1618-1619), en defensa de la ciudad de Nápoles contra la tiranía del virrey Osuna.
Es difícil sintetizar en pocas líneas la colosal labor de este predicador. Dios me ha llamado —repetía— a ser franciscano para la conversión de los pecadores y de los herejes. Y, en efecto, predicó, de manera incesante, en Italia, en Hungría, en Bohemia, en Bélgica, en Suiza, en Alemania, en Francia, en España y en Portugal. Apoyado por los jesuitas, desarrolló una admirable labor en la Europa central, y sembró de conventos franciscanos gran parte de estas naciones en las que había predicado.
Hacía falta también un animador espiritual en la lucha contra los turcos, que golpeaban las puertas del Imperio. El papa Clemente VIII envió a San Lorenzo de Brindis al emperador Rodolfo II seguro de que él solo valdría lo que un ejército. Y, en efecto, San Lorenzo fue el brazo derecho del príncipe Felipe Manuel de Lorena, que consiguió el año 1601 una victoria resonante sobre el Islam en Stuhiweissenburg (Alba Real) contra la masa de cerca de 80.000 turcos, capitaneados por Mohamet III, que se aprestaba a invadir la Stiria y amenazaba conquistar Austria, invadiendo desde allí Italia y Europa entera. San Lorenzo nos escribió una preciosa crónica de la campaña y, aunque ocultase en parte sus rasgos de valor, capitanes y soldados le aclamaron como el principal autor de la batalla. No cabe la menor duda de que también San Lorenzo pudo ejercitar, en aquel cosmopita ejército, su conocimiento de idiomas. Lo que es cierto es que resultó un admirable capellán militar, que a la hora de la victoria únicamente se lamentaba de no haber podido lograr con aquella ocasión el mérito del martirio.
Recientemente, en marzo de 1959, Su Santidad el Papa elevó a San Lorenzo de Brindis a la dignidad de doctor de la Iglesia universal, después de haber escuchado el parecer de la Sagrada Congregación de Ritos. Es el tercero de los franciscanos que recibe este honor, después del doctor seráfico, San Buenaventura, y del doctor evangélico, San Antonio de Padua. A San Lorenzo de Brindis podría cuadrar bien el título de doctor apostólico.
Independientemente de su admirable predicación por toda Europa, nos dejó San Lorenzo una multitud de obras editadas desde 1926 a 1956 en una espléndida colección de quince volúmenes, que nada deja que desear ni en cuanto al aparato científico ni en cuanto a la magnífica presentación tipográfica. Allí encontramos más de ochocientos sermones, que ocupan once de los quince volúmenes: Marial, Quadragesimales, Adviento, Domingos del año, santoral, etc. Se ha señalado que estos once volúmenes constituyen un admirable ejemplo de lo que modernamente se ha llamado teología kerigmática, y que esta manera de exponer las verdades eternas le sitúa en la línea de clásica actividad pastoral de los Santos Padres y de los grandes Doctores obispos. En especial, destaca su admirable mariología, de una claridad de conceptos verdaderamente extraordinaria.
Encontramos también en su obra literaria reflejada la actividad que desarrolló en pro de la conversión de los judíos. Estas tareas y la enseñanza de la Sagrada Escritura a los religiosos de su Orden, juntamente con su conocimiento profundo del hebreo y suficiente del arameo y el caldeo, le permiten mostrarse como espléndido exegeta en su Explanación del Génesis. Uniendo una sana filosofía con profundos conocimientos teológicos, trata de manera magistral todas las cuestiones referentes a Dios Creador, a sus atributos, a los ángeles, a la naturaleza y composición del hombre, a la institución matrimonial, etc., etc.
También se refleja en su obra literaria el admirable apostolado antiprotestante que desarrolló. Tuvo en Praga una disputa con el luterano Policarpo Leiser, teólogo escritor y predicador de la corte del príncipe elector de Sajonia. Reflejo de aquella disputa son los tres volúmenes de la Lutheranismi hypotyposis, manual práctico de apología de la fe católica y confutación de la interpretación protestante. El vigor de la dialéctica teológica está sostenido por la exactitud del estudioso, que se informa sobre la génesis histórica y doctrinal del protestantismo directamente en la literatura y en los símbolos protestantes, en una cuarentena de autores reformados, sin excluir los manuscritos y los libelos, además de las obras de Lutero. En esta empresa, defensiva y confirmativa al mismo tiempo, característica de una época en que la controversia adquirió tanta importancia, San Lorenzo emula, con acentuación polémica, la acción de San Pedro Canisio y simplifica, para el uso ministerial, el método escolástico de las Disputationes de San Roberto Belarmino.
La proclamación de San Lorenzo como Doctor de la Iglesia universal contribuirá al conocimiento de su biografía y, consiguientemente, de su influencia en la historia del pensamiento y en la misma marcha política de Europa. Porque aún ocultan muchísimos documentos interesantes los archivos europeos, que podrán dar luz sobre aspectos desconocidos de su increíble actividad.
En medio de tareas tan extraordinarias, acogido en todas partes como un santo, habiendo obtenido ciertos éxitos extraordinarios en su acción diplomática, se mantuvo siempre, aunque rodeado de ovaciones, sencillo y afable, revestido de una humildad típicamente franciscana. Rechazaba los honores con la mayor naturalidad. Permaneció siempre fiel a su costumbre de dormir sobre tablas, de levantarse durante la noche para salmodiar, de ayunar con frecuencia a pan y verdura, de disciplinarse cruelmente y, sobre todo, de meditar con asiduidad los sufrimientos de Cristo.
Se encontraba en Lisboa, tratando con Felipe III la causa de los napolitanos vejados y oprimidos por el virrey, cuando le llegó la muerte. Era el 22 de julio de 1619. Su cuerpo fue llevado al convento de monjas franciscanas de Villafranca del Bierzo, en Galicia. Fue beatificado por Pío VI en 1783 y canonizado por León XIII en 1881. Según hemos dicho, Su Santidad el Papa Juan XXIII, el 19 de marzo de 1959, le otorga el título de Doctor de la Iglesia por el breve Celsitudo ex humilitate. Con esta proclamación la Iglesia adscribe oficialmente al senado luminoso de sus maestros, que unen la santidad con una ciencia sagrada auténtica y excelente, su trigésimo miembro.
LAMBERTO DE ECHEVERRÍA
DOMINICOS El bueno de San Lorenzo Fray Lorenzo fue religioso capuchino. Vivió en Italia por los años 1559-1619. En su juventud se sintió llamado por Dios para que optara por vivir en servicio religioso-sacerdotal, e ingresó en la Orden y Familia de san Francisco.
Estaba bien dotado en sensibilidad, dones convivenciales y capacidad intelectual, y, por ello, concluidos sus estudios teológicos, fue destinado al ejerció de la enseñanza como catedrático de teología. Esto fue un acierto, pues resultó excelente maestro. Pero, además, tenía gran habilidad y unción en la exposición de la palabra de Dios, sobre todo predicando, y la gracia de Dios le acompañaba con frutos sabrosos. Asimismo, fue comisionado y asumió importantes legaciones diplomáticas, en las gestiones realizadas demostró gran prudencia.
Se trataba, pues, de un hombre privilegiado: buena preparación y riqueza espiritual, buena comunicación espiritual desde el púlpito (con gran manejo de la biblia) y habilidad diplomática para lograr acuerdos o concordias. Era una bendición de Dios, ya que sabía trabajar, sufrir, amar, esperar, concordar.
Precisamente por haberlo hecho todo con mucho amor, afán de servicio, sentido de la justicia e iluminación desde la Palabra de Dios, se le consideró santo, maestro y doctor.
ORACIÓN: Concédenos, Señor y Padre nuestro, que en nuestros días, como en los días de san Lorenzo, la Iglesia cuente con ejemplares espléndidos de vida en el Espíritu: abiertos a la luz, armados de fuerte esperanza, solícitos en el servicio a los hermanos, creadores de paz, prudentes directores de almas. Amén.
Lorenzo significa: coronado de laurel. Laureado. Este santo ha sido quizás el más famoso predicador de la comunidad de Padres Capuchinos.
Nació en Brindis (Italia) cerca de Nápoles. Desde pequeño demostró tener una memoria asombrosa. Dicen que a los ocho años repitió desde el púlpito de la Catedral un sermón escuchado a un famoso predicador, con gran admiración de la gente.
Cuando pidió ser admitido como religioso en los Padres Capuchinos, el superior le advirtió que le iba a ser muy difícil soportar aquella vida tan dura y tan austera. El joven le preguntó: Padre, ¿en mi celda habrá un crucifijo?. Si, lo habrá, respondió el superior. Pues eso me basta. Al mirar a Cristo Crucificado tendré fuerzas para sufrir por amor a El, cuaquier padecimiento.
La facilidad de Lorenzo para aprender idiomas y para grabarse en la memoria todo lo que leía, dejó atónitos a sus superiores y compañeros. Prácticamente se aprendía de memoria capítulos enteros de la S. Biblia y muchas páginas más de libros piadosos. Hablaba seis idiomas: griego, hebreo, latín, francés, alemán e italiano.
Y su capacidad para predicar era tan excepcional, que siendo simple seminarista, ya le fue encomendado el predicar los 40 días de Cuaresma en la Catedral de Venecia por dos años seguidos. Las gentes vibraban de emoción al oir sus sermones, y muchos se convertían.
Un sacerdote le preguntó: Fray Lorenzo, ¿a qué se debe su facilidad para predicar? ¿A su formidable memoria? Y él respondió: En buena parte se debe a mi buena memoria. En otra buena parte a que dedico muchas horas a prepararme. Pero la causa principal es que encomiendo mucho a Dios mis predicaciones, y cuando empiezo a predicar se me olvida todo el plan que tenía y empiezo a hablar como si estuviera leyendo en un libro misterioso venido del cielo.
Los capuchinos nombraron a Fray Lorenzo superior del convento y luego superior de Italia. Más tarde al constatar las grandes cualidades que tenía para gobernar, lo nombraron superior general de toda su comunidad en el mundo. En sus años de superiorato recorrió muchos países visitando los conventos de sus religiosos para animarlos a ser mejores y a trabajar mucho por el reino de Cristo. Había días que caminaba a pie 50 kilómetros. No le asustaba desgastarse en su salud con tal de conseguir la salvación de las almas y la extensión del reino de Dios. La gente lo amaba porque era sumamente comprensivo y bondadoso, y porque sus consejos hacían un gran bien. Siendo superior, sin embargo servía a la mesa a los demás, y lavaba los platos de todos.
El Santo Padre, el Papa, lo envió a Checoslovaquia y a Alemania a tratar de extender la religión católica en esos países. Se fue con un buen grupo de capuchinos, y empezó a predicar. Pero en esos días un ejército de 60 mil turcos mahometanos invadió el país con el fin de destruir la religión, y el jefe de la nación pidió al Padre Lorenzo que se fuera con sus capuchinos a entusiasmar a los 18 mil católicos que salían a defender la patria y la religión. La batalla fue terriblemente feroz. Pero San Lorenzo y sus religiosos recorrían el campo de batalla con una cruz en alto cada uno, gritando a los católicos: Ánimo, estamos defendiendo nuestra santa religión. Y la victoria fue completa. Los soldados victoriosos exclamaban: La batalla fue ganada por el Padre Lorenzo.
El Papa Clemente VIII decía que el Padre Lorenzo valía él solo más que un ejército.
El Sumo Pontífice lo envió de delegado suyo a varios países, y siempre estuvo muy activo de nación en nación dirigiendo su comunidad y fundando conventos, predicando contra los protestantes y herejes, y trabajando por la paz y la conversión. Pero lo más importante en cada uno de sus días eran las prácticas de piedad. Durante la celebración de la Santa Misa, frecuentemente era arrebatado en éxtasis, y su orar era de todas las horas y en todos los sitios. Por eso es que obtuvo tan grandes frutos apostólicos.
Dormía sobre duras tablas. Se levantaba por la noche a rezar salmos. Ayunaba con frecuencia. Su alimento era casi siempre pan y verduras. Huía de recibir honores, y se esforzaba por mantenerse siempre alegre y de buen humor con todos. La gente lo admiraba como a un gran santo. Su meditación preferida era acerca de la Pasión y Muerte de Jesucristo.
En 1859 fue declarado Doctor de la Iglesia, por el Sumo Pontífice Juan XXIII. Y es que dejó escritos 15 volúmenes de enseñanzas, y entre ellos 800 sermones muy sabios. En Sagrada Escritura era un verdadero especialista.
Cuando viajaba a visitar al rey de España enviado por la gente de Nápoles para pedirle que destituyera a un gobernador que estaba haciendo mucho mal, se sintió sin fuerzas y el 22 de julio de 1619, el día que cumplía sus 60 años, murió santamente. Ha sido llamado el Doctor apostólico.
Ruega por nosotros, querido San Lorenzo, para que no tengamos miedo a gastarnos y desgastarnos por Cristo y su Santa Iglesia, como lo hiciste tú.
Dijo Jesús: Si el grano de trigo muere, produce mucho fruto.
Nació en Brindis en 1559, a tres años de que el Concilio de Trento pusiera fin a su tarea de aclarar la fe de la Iglesia en los puntos negados por la herejía, y unos días antes de que muriera el duro e intransigente papa Paulo IV –ese que hartó tanto a los romanos que se atrevieron a derribar su estatua–, y al que sucedió Pió V, firme y santo, pero más flexible.
Su familia noble y distinguida le puso nombre de emperador: César. Siendo adolescente quiso hacerse franciscano conventual, pero aquello fue una intentona que terminó en fracaso. Al salir del convento marchó con su madre a refugiarse en Venecia, donde se encontraban más al abrigo de las posibles y temidas invasiones de los turcos que amenazaban las orillas del mar en la punta de la bota italiana donde se encontraba la vivienda familiar de los Rossi.
El 17 de febrero de 1575 se hizo capuchino en Verona, esta vez en serio, y cambió César por Lorenzo. Estudió en la universidad de Padua, especializándose en Sagrada Escritura; adquirió un extensísimo conocimiento de idiomas –latín, italiano, francés, alemán, griego, siríaco y hebreo–; en Teología no fue menos porque, aún antes de ser sacerdote, le encargaron la predicación de dos cuaresmas en Venecia, que resultaron con tal éxito que el papa Clemente VIII le mandó predicar a los judíos de Roma cuando se ordenó sacerdote.
Ocupó altos cargos en su Orden hasta llegar a elegirlo General para los años 1602-1605.
Pero su labor principal fue la de predicador, polemista y diplomático; un todo revuelto, al estilo de la época. Lo mandaron a Austria en el año 1599 al frente de un grupo de capuchinos; estableció conventos en Viena, Graz y Praga. La gente va hablando de que a sus cuarenta años ya ha recorrido Italia; dicen que es un hombre austero, cultísimo, polemista excelente y predicador claro y sincero. Estas características quedaron bien probadas en Hungría, Bohemia, Bélgica, Suiza, Alemania. Francia, España y Portugal.
Se le vio combatiendo al turco en Hungría en 1601. El papa Clemente VIII envió a Lorenzo al emperador Rodolfo II, convencido de que en su persona mandaba a todo un ejército. Aunque pareciera exageración, porque lo que se necesitaban eran abundancia de brazos armados, el príncipe Felipe Manuel consiguió la victoria contra Mohamet III en Stuhiweissenburg que era un peligro inminente para toda Hungría, Austria y la Cristiandad entera por los ochenta mil turcos que intentaban avanzar. Aseguran que la imponente figura de Lorenzo, con su conocimiento de lenguas y el desempeño de su oficio de capellán, dio la moral suficiente a las tropas cristianas para vencer; arengó a las tropas, aconsejó a los generales y dirigió a las tropas sin más arma que el crucifijo.
Pero no quedaría su figura bien descrita sin hacer mención de su labor diplomática al más alto nivel. Intentó y hasta consiguió la liga de los príncipes católicos de Alemania, que tuvo la finalidad de hacer un bastión para frenar el empuje de los protestantes. Llevó adelante una misión oficial ante el príncipe Felipe III de España, consiguiendo su apoyo y la incorporación a la liga. También contribuyó a poner paz y concordia entre España y Carlos Manuel el Grande, en 1618, duque de Saboya.
Su obra escrita quedó en más de ochocientos Sermones entre lo que se cuentan los de tema mariológico y otros para la predicación dominical; también se encentran entre ellos panegíricos de santos y un sistemático conjunto propio para los tiempos litúrgicos de Adviento y Cuaresma. Se muestra con un magnífico exegeta en la Explicación del Génesis, donde aparecen sus profundos conocimientos de hebreo, caldeo y arameo que tanto le sirvieron en sus discusiones con los judíos para intentar su conversión. Su categoría de apologeta que lucha para la conversión de los herejes protestantes –emulando en dialéctica a san Pedro Canisio–, puede versse en Lutheranismi Hypotyposis, resumen de la polémica con el luterano Policarpo Leiser, consejero del príncipe elector de Sajonia.
Murió en Lisboa, el 22 de julio de 1619, cuando negociaba –en feliz legación desempeñada con un tesón infatigable, entre audaz y persuasivo– en Madrid y Lisboa, procurando defender a la ciudad de Nápoles de la tiranía del virrey Osuna. Trasladaron su cuerpo al convento de las franciscanas de Villafranca del Bierzo, en Galicia. León XIII canonizó al santo políglota en 1881. Lorenzo fue nombrado doctor de la Iglesia por Juan XXIII, en 1959.
A lo que parece, Lorenzo lo hizo muy bien trabajando y esforzarse por llevar las almas a Dios con escritos, controversias, disputas, y sermones; al fin y al cabo, para eso se hizo fraile. Pero no le viene nada mal a este mundo que alguien intente arreglarlo un poco más, aunque sea con la política y la diplomacia, si sabe hacerlo.