Al presentar Prudencio, en el canto IV del Peristephanon,dedicado a los mártires de Zaragoza, las más sublimes glorias que las diversas ciudades presentarán ante el Señor, refiriéndose a Barcelona nos dice: Y tú, Barcelona, te levantarás confiada en el eximio San Cucufate.
Por otra parte, en el martirologio jeronimiano, y posteriormente en todos los calendarios y martirológios, se consigna en este día y en Barcelona el nacimiento al cielo de San Cucufate.
Evidentemente, la vida de San Cucufate, tal como se nos refiere en la Ieyenda de oro de la Edad Media, presenta muchos rasgos característicos de las leyendas, tan frecuentes en todas las naciones cristianas. Sin embargo, la circunstancia de que ya Prudencio en su tiempo nos comunique con tanta precisión el hecho del martirio de San Cucufate en Barcelona, indica con suficiente claridad que, al menos, los hechos fundamentales de su martirio responden a la realidad. Téngase presente que Prudencio debió escribir dicha obra hada el año 380 y que el martirio de San Cucufate debió ocurrir el año 305 ó 306. Por consiguiente, se trataba de hechos relativamente recientes y que, por referirse a los mártires cristianos, tan venerados por todos los fieles, permanecían en la memoria de todos.
Hay más. El testimonio de Prudencio sobre la verdad del martirio de San Cucufate adquiere un valor muy especial si se le considera juntamente con los demás que presenta el poeta en el mismo himno. Pues bien; así como debemos decir que todos esos mártires a que alude Prudencio son realmente históricos, aunque tal vez en las Actas o Pasiones correspondientes se hayan mezclado rasgos legendarios, lo mismo debemos decir de San Cucufate.
Esto supuesto, es difícil, y aun prácticamente imposible, señalar no sólo con precisión, pero ni aun aproximadamente, cuáles son en el martirio de San Cucufate los datos históricos y cuáles los legendarios. En general podemos afirmar que los hechos fundamentales de su valor y constancia, de su ardiente fe y de su heroísmo en derramar su sangre por defenderla, son históricos y responden a la realidad. En cambio, entran, sin duda, en el campo de la leyenda multitud de rasgos accidentales o circunstanciales del martirio, particularmente la multitud de tormentos a que es sometido, los milagros estupendos y repetidos y las muertes de los perseguidores de San Cucufate. En todo caso, persiste la ejemplaridad del martirio como modelo para todo cristiano de nuestros días.
He aquí, pues, lo que se nos ha transmitido sobre el martirio de San Cucufate: Era de origen africano, y nació de padres nobles y cristianos en la población de Scila. Enviado, con su hermano Félix, a Cesarea de la Mauritania para aprender las letras humanas, hizo allí grandes progresos, no sólo en el estudio, sino más aún en el espíritu. Mas, como ambos se sintieran animados de un intenso deseo del martirio, teniendo noticias de que había estallado una sangrienta persecución contra los cristianos, partieron para España y desembarcaron en Barcelona.
Al entender, pues, que el prefecto Daciano, atravesando las Galias, se dirigía a España, mientras Félix se dirigió a Gerona, Cucufate decidió esperarlo en Barcelona, mientras se preparaba con especiales oraciones para el martirio. Al mismo tiempo se dedicó al oficio de mercader, procurando ejercitar la caridad con los hermanos cristianos. Llegado, pues, Daciano a Barcelona, como entretanto se había dado a conocer Cucufate por su eximia caridad con los pobres y necesitados y por sus obras de celo, fue bien pronto delatado.
Preso, pues, por orden del juez, fue encerrado en un calabozo, donde se trató primero por todos los medios posibles de inducirle a que sacrificara a los ídolos. Mas, como persistiera con la mayor firmeza en la confesión de la fe, fue entregado en manos del prefecto Galerio para ser torturado. Este, en efecto, presa de una fiera rabia contra los cristianos, lo entregó a doce robustos soldados, con la orden de que por turno le azotaran y con las uñas de hierro y con los escorpiones lo despedazaran hasta que le quitaran la vida. Aplicáronle al punto tan inhumano tormento, y ya estaba el cuerpo del mártir completamente dilacerado cuando, por justo castigo de Dios, los verdugos se sienten heridos de ceguera y el prefecto cae herido de muerte, mientras Cucufate es milagrosamente sanado de sus heridas.
Ante tan estupendos milagros gran multitud del pueblo abandona la superstición pagana y abraza la fe de Cristo; pero, entretanto, el nuevo prefecto Maximiano, sucesor de Galerio, ordena a los verdugos asar cruelmente al mártir en las parrillas y, para aumentar la tortura, untar el cuerpo asado con vinagre y pimienta. El mártir, por su parte, puesto en medio del tormento, entona salmos al Señor, y con un nuevo milagro es sanado repentinamente, mientras los verdugos perecen en el fuego. Ciego de rabia el prefecto, y atribuyendo todas estas maravillas a arte diabólica, manda inmediatamente que se encienda un gran fuego y en él se queme el mártir; mas, puesto Cucufate en medio de la ingente llama, sumido en oración al Señor, permanece enteramente ileso, mientras la llama se extingue por completo.
Desconcertado y confuso el prefecto Maximiano, ordena volver al mártir a la cárcel, para decidir él durante la noche lo que se deberá hacer. Mas, durante aquella noche, es recreado el mártir con un resplandor celeste en su prisión, con el cual, ilustrados los carceleros, penetraron en la verdadera luz interior y creyeron en Cristo. Al tener, pues, noticia de todo esto, ciego de ira Maximiano, manda flagelar al mártir con azotes de hierro hasta quitarle la vida; pero, mientras se le aplicaba tan inhumano tormento, por efecto de la oración del mártir arde en llamas la carroza del prefecto Maximiano, y, mientras se dirigía al templo para sacrificar a los ídolos, muere presa de las llamas, al mismo tiempo que los ídolos caen al suelo hechos pedazos.
Finalmente, el nuevo prefecto Rufo, escarmentado en sus predecesores, no se atrevió a aplicar ningún tormento al mártir, sino que, pronunciando la sentencia contra Cucufate, ordena que lo pasen por la espada. Así, pues, habiendo superado la crueldad del fuego, del hierro y de todos los tormentos, herido por la espada obtuvo la palma del martirio el 25 de julio. El martirio tuvo lugar en las afueras de la ciudad, en el campamento militar denominado Castrum Octavianum, que es la actual población de San Cugat del Vallés, junto a Barcelona.
La memoria de San Cucufate se mantuvo fresca en Barcelona y en toda la Península, según se manifiesta claramente en las palabras de Prudencio, citadas al principio, y en los breves elogios de los martirológios. Desde el siglo VIII existió en el Castro Octaviano, un monasterio dedicado a San Cucufate (o San Cugat), de quien se suponía que se conservaban las reliquias. Sin embargo, conforme a una tradición, la cabeza había sido llevada a Francia. Este monasterio de San Cugat recibió su forma definitiva en los siglos XII y XIII y se conservó hasta la supresión general de 1835. El edificio se puede admirar todavía en nuestros días.
Son curiosas, por otra parte, las noticias que sabemos sobre los recuerdos de San Cucufate en Francia. En efecto, consta que FuIrado, abad del monasterio de San Dionisio, se procuró algunas reliquias de San Cucufate y las depositó en un monasterio fundado por él en Alsacia. Su nombre antiguo era La Celle-de-FuIrad; pero se cambió entonces con el de San Cucufate. Pero el año 835 el abad Hildnin hizo llevar estas reliquias a San Dionisio, de París. De hecho, consta que desde el siglo IX la devoción a San Cucufate se extendió por los alrededores de París. En las proximidades de Rucil, en medio del bosque, hay un pequeño lago que ostenta el nombre de Saint Cucufat. Según algunos investigadores, hubo allí en otros tiempos una capilla dedicada al Santo, de la que todavía en el siglo XVIII se conservaba la memoria, acudiendo el pueblo para ciertas peregrinaciones. Se le designaba con el nombre transformado de Saint Quiquenfat. Otros nombres vecinos de Guinelat, Conat y Coplian son interpretados como recuerdos de San Cugat.
BERNARDINO LLORCA, S. I.
La 'leyenda de oro' medieval estropea a este santo español; por los menos, a mí me lo parece. Adorna tanto, tanto al mártir que no lo deja ver a causa de los mismos adornos, desmintiéndolo en un exceso de belleza.
Aurelio Prudencio, en el canto 4 del Peristephanon escribió. «Y tú, Barcelona, te levantarás confiada en el eximio san Cucufate». Lo escribió en torno al año 380, y la muerte del santo Cucufate había tenido lugar unos años antes, pero no tantos como para que no se hubiera conservado en el pueblo la memoria de los hechos relativamente recientes.
El martirologio jeronimiano incluye a Cucufate en su catálogo, y de ahí pasó a las sucesivas listas de los martirologios posteriores. No se duda del hecho de su existencia, ni de su martirio, ni de lo remoto y permanente de su culto; sí hay dudas fundadas sobre la exactitud de los relatos, y acerca de la verdad de algunos de los hechos que exponen. Conociendo el modo de expresarse las hagiografías de la Edad Media, es razonable pensar que la sobreabundancia de elementos prodigiosos y sobrenaturales no se adapta a la verdad histórica, sino que más bien expresa una realidad servida con ropaje de género épico, transmitiendo al pueblo con la verdad del martirio un entorno literario que haga agradable la perénesis que porta la vida del mártir. Sin pararme en el intento de expresar la verdad que sólo Dios conoce, me parece que en este caso es bueno remitirme a lo expuesto en la vida de san Pantaleón –día 27 de julio– por la similitud que la narración de los dos santos tienen como colegas de martirio.
Relata la Vita que con Cucufate hicieron falta tres prefectos –Galerio, Maximiliano y Rufo– para poder matarlo y hacerlo mártir de Cristo. El primero murió, y el segundo también cayó ante el mártir que parece inmortal ante los terribles tormentos a los que le someten los verdugos, incorruptible ante las promesas o amenazas, e incombustible ante la acción de las llamas. El tercer prefecto se lo pensó muy bien antes de repetir la condena de aquel extraño preso; prefirió sacarlo a la luz para 'hablar' y decidir darle gusto cuando lo pidió Cucufate.
Relatan aquellas viejas y preciosas Actas las numerosas conversiones que se suscitaron entre los morbosos espectadores que presenciaban los tormentos y de los verdugos que se rinden para la fe por la sobrehumana resistencia de Cucufate al potro, a los garfios, a los azotes, a las llamas, a la pez hirviendo. Porque el potro descoyuntaba los huesos, los garfios convertían en cuerpo en una arada con surcos profundos que rajaban la carne, los azotes destrozaban los músculos, las teas encendidas los asaban y las recuperaciones milagrosas no tenían precedentes, eran hechos admirables. Si a todo esto se añaden las muertes de Galerio que lo condenó y mandó torturar, y la de Maximiliano que repitió la condena, era para que los verdugos se quedaran paralizados a la hora de cumplir su deber y oficio. Hubo misteriosos resplandores celestes, y el hecho de que la flagelación no llevara a Cucufate a la muerte, al ser sin descanso y por turnos de doce verdugos, no tiene explicación humana concebible.
El final llegó, cuando lo quiso el santo Cucufate, por espada aplicada al cuello en el Castrum Octavianum, donde estaba asentado el campamento, a las afueras de Barcelona, en lo que hoy es San Cugat.
Los restos se pasaron al monasterio.
En cuanto al modo y género, ¿no será la hagiografía de san Cucufate un doblete en versión hispana de la de su colega oriental san Pantaleón, muerto en la misma persecución, celebrados en el mismo mes, similares en la resistencia a los tormentos y en la perseverancia en la fe? Verdaderamente, comparando una vida y otra, sólo se les ve diferentes –y hasta contrapuestos– en ser dos vidas distantes y absolutamente separadas sólo por la situación geográfica dentro del Imperio.