Pedro Poveda Castroverde nació en Linares, Jaén, el 3 de diciembre de 1874, y murió en Madrid, mártir de la fe, el 28 de julio de 1936. A quienes le conducían al martirio respondió: «Soy sacerdote de Cristo».
En la montaña asturiana, a los pies de la Virgen de Covadonga, sintió en llamamiento a promover la presencia evangelizadora de los cristianos en el mundo. No podía soportar la ausencia de Dios en las estructuras, en tantas familias, en el mundo del trabajo, entre los intelectuales y le dolía profundamente –como a tantos– debido a que los cristianos, llamados a meter a Dios en la entraña de la tierra, adolecían de la falta de ilusión por hacerlo, carecían de formación recia, y consideraban que aquella era labor para eclesiásticos. Era la mentalidad ampliamente extendida y firmemente asentada por el peso de los siglos. La intensa oración ante la imagen de la Santina le llevó a la convicción de que estaba llamado a promover laicos o seglares que emprendieran aquel ilusionante apostolado, principalmente desde el campo de la educación y la cultura.
De sus escritos se entresaca la idea a transmitir, como base para todo cristiano, que ha de ser un hombre de Dios y está llamado a convertirse en su entorno en fermento evangélico: «Así ha de ser vuestra vida: toda de Dios. Pero siendo de Dios toda, debe distinguirse por su carácter eminentemente humano, el cual, informado por una vida toda de Dios, se perfecciona pero no se desnaturaliza.
Henchida de Dios. Sí; del Dios que hizo lo humano para perfeccionarlo y no para destruirlo. ¿Quién mejor que nosotros debe conocer estas cosas?
¿Cuándo llegaremos a ver realizado este ideal?
Yo quiero, sí, vidas humanas; pero como entiendo que esas vidas no podrán ser cual las deseamos si no son vidas de Dios, pretendo comenzar por henchir de Dios a los que han de vivir una verdadera vida humana.
¿Habrá entonces derroche de generosidad? Innegable. ¿Tendremos simpatías? Indefectiblemente. ¿Pretender destruir lo humano? Jamás: es una quimera. ¿Intentar la perfección de los humanos por medios diferentes? Vano empeño. ¿Prescindir de Dios para perfeccionar su obra? Necia ilusión. ¿No os parece sencillísimo el procedimiento, racional el proceso e infalible el resultado del sistema? Dios se inclina hacia el hombre; el hombre propende hacia Dios; la humanidad fue tomada por el Hijo de Dios –Dios como el Padre– para no dejarla jamás, y esa humanidad adorable, en la persona divina fue elevada a su mayor perfección. Lo humano perfeccionado y divinizado, porque fue henchido de Dios.
La Encarnación bien entendida, la persona de Cristo, su naturaleza y su vida dan, para quien lo entiende, la norma segura para llegar a ser santo con la santidad más verdadera, siendo al mismo tiempo humano, con el humanismo verdad».
Fundó en 1911 la Institución Teresiana, como asociación de fieles laicos.
Fue beatificado por Juan Pablo II el 10 de octubre de 1993.