No hemos tenido un día de paz ni quietud, ni una hora en que nuestra vida no peligrase. El infierno entero se ha conjurado contra nosotros, y estos mandarines, como otros Nerones, se han propuesto concluir con la obra del Señor... Persecución cruel, hambre extremada y guerra civil son los tres azotes con que los neófitos de Tonkín central purgan sus pecados y labran una corona más brillante que el sol, que ceñirán por toda una eternidad. En un día cortaron la cabeza al sacerdote Huang y a cinco cristianos; al día siguiente a diez, y poco después a otros diez; luego a tres sacerdotes, y antes de todos éstos habían hecho pedazos en un solo día a trece cristianos. Ayúdenme con sus oraciones a lavar mis culpas con mi sangre y que consiga la palma del martirio.
Así escribía a su padres asturianos Melchor García Sampedro, religioso dominico, obispo misionero y mártir del Tonkín. Cuando estas líneas llegaban cruzando mares y saltando montañas hasta el concejo de Quirós, en Cortes —pleno corazón de Asturias—, unos ancianos padres se estremecían de emoción y zozobra preocupados por la futura suerte del hijo lejano. Y no iban descaminados. Poco tiempo habría de transcurrir entre esta carta y otra, no escrita ya de su puño y letra, en la que les describían su horroroso martirio. En la casa del mártir, congregada toda la familia, se leía la relación escalofriante de tanta firmeza y de tan heroica muerte; el silencio reinaba en la reducida estancia mientras crepitaban unos ramojos de chámara, hacinados sobre el fogaril. El padre bajaba la cabeza añosa, nevada por las canas, para ocultar las furtivas lágrimas, en tanto que la madre del heroico mártir —parecida en fortaleza a la de los santos Macabeos— le decía: Juan, Juan, demos gracias a Dios, que nos ha dado un hijo tan santo.
Nada menos que unos treinta mil mártires subieron al cielo, de 1856 a 1862, en Tonkín, bajo el mandato del feroz y sanguinario reyezuelo Tu-Duc, que en su cólera satánica planeaba exterminar la religión cristiana en sus dominios. Una espléndida floración de heroicos confesores de la fe festonearía aquellos fecundos campos con sus amapolas de martirio en los dilatados arrozales del Río Grande, regados con el sudor de tantos misioneros dominicos a través de los años desde 1676, fecha en que plantaron allí por vez primera la cruz de Cristo los hijos del Santo de Caleruega. Cuando en 1917 se inició el proceso ordinario de la causa de beatificación, englobaba nada menos que a 1.315 compañeros de los 30.000 que fueron martirizados bajo la sañuda égida de Tu-Duc; pero, dado el ingente número de mártires, a fin de acelerar el curso de la causa, se eligió solamente a 25 para que la Sagrada Congregación de Ritos determinara su martirio oficialmente. Así el 29 de abril de 1951 eran proclamados solemnemente Beatos los obispos mártires José Díaz Sanxurjo y Melchor García Sampedro con otros 23 indígenas, entre ellos cuatro religiosos dominicos y los restantes seglares, de los cuales siete padres de familia. ¡Qué fulgente corona en las sienes de la Iglesia! Veamos ahora brevemente los principales rasgos biográficos de los dos heroicos obispos dominicos españoles. Galicia y Asturias son la cuna de José María Díaz Sanxurjo y de Melchor García Sampedro, respectivamente. El 25 de octubre de 1818, en la aldehuela de Santa Eulalia de Suegos, diócesis y provincia de Lugo, veía la luz primera el aventajado latinista lucense, notable teólogo y legista compostelano, brillante profesor de la universidad de Manila, fervoroso misionero de Tu-Da y Mi-Dong, obispo de Platea y vicario apostólico del Tonkín central: José María Díaz Sanxurjo. A su vez, tres años más tarde, el 28 de abril de 1821, en una de las quintanas del concejo asturiano de Quirós, metido entre las montañas que suben hacia León, dando vista a la llanura castellana, nacía en Cortes el mayor de siete hijos, Melchor García Sampedro, el cual, para aprender los primeros latines, caminaría mañana y tarde tres kilómetros hasta Bárzana de Arrojo, pobremente abrigado, con un fardel a la espalda, donde llevaba los libros y una frugal comida. Tras un examen brillantísimo de cultura general pudo matricularse en la universidad de Oviedo y llegar a ser preceptor del colegio de San José, de la misma ciudad.
La vida de ambos santos discurre bastante paralela, desde el mismo parecido de su cuna en humildes hogares de labrantío, que si escasean en fortuna sobreabundan, en cambio, en fe y piedad, hasta su glorioso martirio como misioneros y obispos del mismo Vicariato Apostólico, sucesivamente. En efecto, terminados sus estudios de filosofía, despreciando los halagos y oropeles mundanos, sintiendo entrambos la vocación religiosa al claustro dominicano, corren hacia el convento de Ocaña el uno en 1842 y el otro en 1845.
Luego de vestir el santo hábito, emitir sus votos solemnes y completar sus estudios eclesiásticos reciben la ordenación sacerdotal. Los inefables consuelos de su primera misa son ya el anticipo del caudal de energía sobrenatural que almacenarán sus almas generosas, prestas a sacrificar sus vidas en lejanas tierras de infieles. Ocaña era entonces el mejor plantel de la Orden de Predicadores para la exportación de misioneros al Lejano Oriente.
El 10 de mayo de 1844 embarca en Cádiz, rumbo a Manila, el padre José María Díaz Sanxurjo, y el 7 de marzo de 1848 el padre Melchor García Sampedro. Corta es su permanencia en Filipinas. Fray Díaz ocupa una cátedra durante medio año en la famosa universidad de Santo Tomás, de Manila. Luego pide y logra partir para Macao, y de aquí, el 18 de agosto de 1845, para el Tonkín. Ya está en su centro y de lleno en su ambiente: infieles, neófitos, cristianos viejos, valientes, esforzados y a dos pasos siempre del martirio...
Igual trayectoria sigue su compañero fray García Sampedro. Quieren utilizarle para profesor en Manila, pero a poco consigue llegar a Doun-Xu-yen, en el Tonkín. Contaba entonces la misión de aquel Vicariato con 150.000 cristianos, rodeados por todas partes de infieles. Cuando llegaron nuestros dos misioneros el vicario apostólico de Tonkín, monseñor Martí, previendo el desastre de la lglesia anamita, obtuvo de la Santa Sede bula para consagrar a fray Díaz Sanxurjo como obispo coadjutor suyo, y así se hizo el 8 de abril de 1849, cuando éste apenas contaba treinta años de edad, resistiéndose a tan alta dignidad con muchas lágrimas. Muerto monseñor Martí, el nuevo prelado obtuvo, a su vez, bula de la Santa Sede para consagrar obispo coadjutor suyo a su compañero fray García Sampedro (en septiembre de 1855), que frisaba en los treinta y cuatro abriles.
No se equivocó en sus cálculos, pues a poco de consagrarle era delatado por un cristiano traidor, y preso el 20 de mayo de 1857, el vicario apostólico, fray Díaz Sanxurjo, siendo martirizado el 20 de julio y muriendo a consecuencia de tres sablazos. Su cabeza, recogida tras mucha búsqueda en el río, donde había sido arrojado su cuerpo, fue traída a Ocaña en 1891.
Presintiendo también un fin parecido el nuevo vicario apostólico, fray García Sampedro, consagró obispo coadjutor suyo al Beato Valentín Berrio-Ochoa, vasco, también dominico, a los treinta años. Apresado fray García Sampedro el 8 de julio de 1858, el tirano quería ensañarse con su víctima. El 28 fue sacado para el lugar de ejecución entre gran algarabía y aparato de tropa, elefantes y caballos. Tras ellos, con su canga o cepo al cuello, se arrastraba extenuado el mártir. Cortadle primero las piernas, después las manos, luego la cabeza y por fin abridle las entrañas, gritó el mandarín.
Después de atarle a unas estacas, distorsionando todo el cuerpo, le desnudaron y estiraron por pies y cabeza con gran fiereza y griterío. Luego, como quien hace leña, con hachas romas, sin corte, para que durara más el tormento, empezaron por las piernas, cortándolas por sobre las rodillas con doce golpes. Después hicieron lo mismo con los brazos con siete golpes. Con otros quince golpes le machacaron la cabeza, y, en fin, con un cuchillo le abrieron el vientre y con un gancho le sacaron el hígado y la hiel. Luego cogieron la cabeza y la suspendieron junto a la puerta del Mediodía, y el hígado y la hiel a la de Oriente. Al día siguiente, 29 de julio, hecha pedazos la cabeza, la arrojaron por la noche al mar.
LUIS SANZ BURATA.
Así llamarán los asturianos en la historia a un hijo ilustre Melchor García-Sampedro, mártir glorioso en el Vietnam. Nació en Cortes, Quirós, Asturias, el 28 de abril del año 1821 y fue martirizado el 28 de julio de 1855.
Inició sus estudios sacerdotales en Oviedo, y el año 1845 ingresó en el convento dominicano de Ocaña, con intención de ser misionero en Oriente. Recibido el sacramento del Orden en 1847, salió en dirección a Manila, Filipinas, para acceder desde allí al Vietnam. Allí se encontraba el año 1849, estudiando su cultura y dedicado al servicio pastoral.
Melchor era persona de gran piedad y cultivaba en forma especial la devoción al Señor de la pasión y a la Madre dolorosa. Dos piezas que le serán iluminadora en su testimonio por la fe.
Dadas sus notables cualidades para el ministerio y el gobierno, pronto fue elevado al servicio de Vicario del grupo de misioneros, y en 1855 recibió el Orden del Episcopado, abierto a cualquier riesgo que hubiera de correr.
En perfecta armonía con su proyecto ministerial, se entregó sin reservas al cuidado, formación y santificación de los fieles, dando con ello ocasión a ser públicamente conocido y arrostrar la persecución.
No tardó en ser apresado y encarcelado. Y cuentan las crónicas de la época que fue sometido a increíbles tormentos, torturas y tentaciones. Pero se mantuvo inquebrantable en su fe, por ello fue despedazado el día 28 de julio de 1855.
Beatificado por Pío XII en 1951, fue canonizado por Juan Pablo II en 1988.
ORACIÓN: Te damos gracias, Señor, por los testigos de nuestra fe, especialmente por los mártires hermanos nuestros, y te pedimos que a ejemplo de san Melchor de Quirós nos mantengamos firmemente unidos a Cristo en el sacerdocio, en la misión, en el servicio a los hombres. Amén.