30 de julio

SAN PEDRO CRISÓLOGO (+ 445)

Confieso que un mismo sentimiento de veneración y de devoción me liga por igual con todas las iglesias; mas me siento obligado de un modo particular con la iglesia de Imola (Corneliensi ecclesiae), a causa de su nombre mismo. Pues Cornelio, de muy santa memoria..., fue mi padre, fue él quien me engendró por el Evangelio; piadoso que era, piadosamente me crió; él, santo, me dedicó a los oficios santos; siendo obispo me ofreció y consagró al servicio de los sagrados altares... Estas palabras que San Pedro Crisólogo pronunció siendo metropolitano de Ravena al consagrar a su sufragánea Proyecto como obispo de Imola (Forum Cornelii ) (sermón 165 ), hacen suponer que esta localidad sea la patria de nuestro Santo, si bien no lo afirman expresamente. Pedro debió de nacer hacia el año 380. Parece que le satisfizo que se le llamara con un nombre apostólico; con este nombre juega al exclamar durante la consagración de otro sufragáneo suyo, Marcelino de Voghenza, un antiguo pescador: Que nadie se admire si Pedro se ha escogido como colega a un pescador (sermón 175). Cornelio de Imola, como hemos visto, le educó y le inició en el orden sagrado: le ordenó de diácono, dice Andrés Agnelo en el Líber Pontificalis de Ravena, no sabemos con qué fundamento histórico.

Es curioso que un forastero, un imolense como Pedro, forastero por lo menos como clérigo, fuese elegido para gobernar la iglesia de Ravena. Quizá para justificar tal anormalidad se tejió una leyenda que reproduce Andrés Agnelo. A la muerte del prelado ravenés, una representación de la ciudad y de su clero habría ido a presentar al Papa el nuevo candidato para la sede vacante de Ravena; entre los de la delegación de dicha sede se hubiese encontrado el obispo de Imola, acompañado de su diácono Pedro que ejercía entonces funciones de vicario general. Repetidas apariciones del apóstol San Pedro y de San Apolinar, el fundador de la iglesia de Ravena, habrían indicado al Papa (que Angelo dice ser, sin duda erróneamente Sixto III) el verdadero escogido por Dios para regir la diócesis huérfana: por lo cual el Sumo Pontífice, rechazado el candidato ravenés y vencidas las resistencias momentáneas de los ciudadanos disgustados, habría designado a Pedro Crisólogo como pastor querido por Dios para ocupar la cátedra episcopal vacante.

La elevación de Pedro a la dignidad de obispo de Ravena tuvo lugar probablemente entre los años 424-429. Desde el año 404 Ravena era residencia imperial de Occidente. Se explica que, a instancias del emperador romano, el Papa confiriera a esta sede la dignidad de metropolitana. Pedro fue el primer arzobispo, antistes, como se decia entonces. Como a tal, ya en 431 Teodoreto de Ciro, y más tarde, a principios del 449, Eutiques, le escriben para pedir su protección en la polémica suscitada por las cuestiones cristológicas, tan debatidas en Oriente. Se ha conservado la respuesta de Pedro a Eutiques, la cual es un preclaro testimonio en favor de la sumisión debida al sumo jerarca de la Iglesia, el Papa, máxime en cuestiones de fe. En todo te exhortamos, honorable hermano escribe, a que acates con obediencia todas las decisiones escritas por el santísimo Papa de la ciudad de Roma, ya que San Pedro, que continúa viviendo y presidiendo en su propia sede, brinda a los que la buscan la verdadera fe. Nosotros, en cambio, para el bien de la paz y de la fe, no podemos asumir las funciones de juez sin el consentimiento del obispo de Roma.

Como prelado, Pedro se distinguió por su actividad como constructor de edificios sagrados y como consejero de la emperatriz regente, Gala Placidia. Ambos se estimularon en la devoción hacia la memoria de los santos. En 445 expiró en brazos de Pedro el obispo de Auxerre, San Germán, a quien, de paso por Ravena, llamó a la gloria.

Pero sobre todo sobresalió Pedro como predicador. Su celebridad, el titulo de Doctor de la Iglesia que el papa Benedicto XIII le otorgó en 1729, proviene de sus sermones, que han llegado hasta nosotros. Su sermonario clásico consta de 176 piezas, de las cuales hay que rechazar ocho como no auténticas (las números 53, 107, 119, 129, 135, 138, 149 y 159); en cambio, a la colección de los sermones genuinos hay que añadir otros catorce, editados en lugares muy distintos. La mayor parte de estos discursos sagrados son homilías sobre determinadas pericopes evangélicas. Seis sermones comentan otros tantos salmos (son los únicos textos del Antiguo Testamento a los que nuestro predicador ha dedicado expresamente unos comentarios). Doce explican varios pasajes de las epístolas de San Pablo. Siete son explanaciones del símbolo de la fe y seis de la oración dominical; están dirigidos, por consiguiente, a los catecúmenos. Hay, además, algunas series de sermones heortásticos, parte homiléticos, parte no, mezclados con exhortaciones al ayuno, panegíricos de santos y otros discursos circunstanciales, principalmente los pronunciados con motivo de consagraciones episcopales.

El estilo de Pedro es retórico, académico. Sus discursos acusan una preparación esmerada; Pedro no decía nada que antes no hubiese escrito, estudiado, aprendido. Le falta la espontaneidad, la naturalidad de un Agustín, por ejemplo. A pesar de todo, en sus frases, llenas de figuras retóricas y de sentencias, de juegos de palabras, de redundancias y pleonasmos, terminadas siempre con cláusulas rítmicas, se refleja el talento del orador. El retoricismo, sin duda decadente, de Pedro, que en la primera mitad de la Edad Media le mereció el sobrenombre de Crisólogo (palabra de oro o también el que dice oro), no es suficiente para ahogar el calor humano y el fervor divino que desprenden las palabras de nuestro santo predicador.

San Pedro Crisólogo predicó entre los concilios de Efeso y de Calcedonia. Por eso es natural que sus discursos estén saturados de las preocupaciones cristológicas de la época. Creemos que este aspecto es el más interesante de los sermones. Mas no hay que olvidar que Crisólogo no es teólogo propiamente dicho. En las exhortaciones se refleja, ante todo, la preocupación pastoral del obispo de Ravena. En este sentido sus palabras son realmente el espejo de su santidad. Si algún epíteto hubiese que darse a este orador, el más apropiado seria el de Doctor del amor paternal de Dios. Es característica, por ejemplo, la afición que manifiesta por la idea, que continuamente está repitiendo, de que Dios prefiere ser amado que temido. Su mariología está impregnada de un verdadero lirismo; lo que él dice de la Santísima Virgen, con unas exuberarcias de conceptos que parecen preanunciar las bizantinas, no tienen parangón en la literatura patrística.

Pedro murió el 3 de diciembre del año 450. Según la tradición, fue a morir a su patria, junto al sepulcro del mártir San Casiano. De hecho, actualmente su sepulcro se venera en la cripta llamada de San Casiano, de la catedral de Imola.

ALEJANDRO OLIVAR, O. S. B.

1. DOMINICOS 2003. Palabra de oro. Con el título de Crisólogo (Palabra de oro), se reconoce en la historia a este obispo de Ravena, Italia.

Fue en la segunda mitad del siglo V cuando ejerció su ministerio episcopal en esa ciudad que era corte imperial de Occidente, bajo la emperatriz Gala Placidia. Desde su prestigiosa sede, el Crisólogo colaboró en las disputas doctrinales de la época, que coincide con la celebración de los Concilios de Éfeso (431) y Calcedonia (451), importantísimos en la historia de la Iglesia por las definiciones de que María es Madre de Cristo, Madre de Dios, y de que en Cristo hay dos naturalezas, una divina y otra humana, unidas en una sola persona.

En los oficios litúrgicos de la Iglesia Católica los Sermones o fragmentos de sermones del san Pedro Crisólogo se utilizan con frecuencia para alimentar y mantener la piedad de los fieles orantes.

Como ejemplo, tomemos este párrafo del sermón 148, utilizado en el Oficio coral: "Hombre, ¿por qué te consideras tan vil, tú que tanto vales a los ojos de Dios? ¿Por qué te deshonras de tal modo, tú que has sido honrado por Dios? ¿Por qué te preguntas tanto de dónde has sido hecho, y no te preocupas de para qué has sido hecho? ¿Por ventura este mundo que ves con tus ojos no ha sido hecho precisamente para ser tu morada? Sí. Para ti ha sido creada esta luz que aparta las tinieblas que te rodean; para ti ha sido establecida la ordenada sucesión de los días y las noches; para ti el cielo ha sido iluminado con este variado fulgor del sol, de la luna, de las estrellas...”

Pedro Crisólogo, obispo y doctor de la Iglesia (c.a. 380-450)

Probablemente nació en Imola, en la Emilia, provincia de Bolonia (Italia). Hacia el año 380. Lo educó el piadoso Cornelio de Imola y, por las cosas que dejó escritas, fue el mismo santo obispo quien lo inició en el servicio del altar ordenándolo de diácono, haciéndolo presbítero y consagrándolo obispo.

Rávena era entonces el lugar de la residencia imperial en Occidente y a Pedro lo nombraron su primer arzobispo; debió ser en el primer cuarto del siglo V. Precisamente por ser la mayor autoridad eclesiástica en la residencia del emperador, acudieron a él tanto Teodoreto de Ciro como Eutiques, en el año 449, buscando protección en la polémica suscitada por las cuestiones cristológicas tan terriblemente enconadas entre los orientales.

La magnífica respuesta es la que cabe esperarse de un buen arzobispo, porque hablaba de la unidad de la Iglesia y de fidelidad a la Sede de Pedro: «En todo te exhortamos, honorable hermano –escribió–, a que acates con obediencia todas las decisiones escritas por el Santísimo Papa de la ciudad de Roma, ya que san Pedro, que continúa viviendo y presidiendo es su propia sede, brinda la verdadera fe a los que la buscan. Nosotros, en cambio, para el bien de la paz y de la fe, no podemos asumir funciones de juez sin el consentimiento del obispo de Roma».  Todo un resumen teológico válido en cualquier época para afirmar la autoridad del primado de Roma; pero –por la antigüedad del escrito– nos hallamos en el caso presente con un testimonio documental importante sobre cómo entendió siempre la Iglesia la autoridad del sucesor de Pedro.

Pedro Crisólogo se distinguió por la eficaz y abundante construcción de edificios sagrados para el culto, y por convertirse en consejero de la emperatriz Gala Placidia; se le recuerda por haber tenido en sus brazos a san Germán  –el gran obispo de Auxerre–  mientras se moría, cuando en el año 445, estaba de paso por Rávena; y se dio a conocer por sus actuaciones en el ordenamiento del culto a los santos.

Pero, por encima de tanto mérito, se le conoce más por su condición de pastor bueno de su rebaño; atento a las necesidades de sus fieles, quiso y supo cuidar de su vida cristiana, estimulándola con el ejemplo y formándola con una predicación de la que tenemos su constancia.

Se conservan cerca de doscientos sermones, homilías sobre pasajes evangélicos, comentarios a salmos y otros pasajes del Antiguo Testamento, explicación del Símbolo, y tratado sobre el Padrenuestro, que hacen pensar en la esmerada preparación de los que se acercaban a recibir el bautismo. Entre los escritos conservados existen panegíricos de santos, y discursos circunstanciales con ocasión de motivos menos frecuentes, como son las consagraciones episcopales.

En todos ellos aparece la preocupación pastoral del obispo. Es cierto que los especialistas descubren y señalan un estilo demasiado formal y académico, que resta frescura y está falto de la espontaneidad necesaria para la fácil comunicación con su auditorio a causa del empleo de giros, juegos de palabras, y pleonasmos, que más hacen pensar en que se concibieron para ser escritos y no para ser predicados. Pero sea como fuere, a pesar de que sus obras están saturadas de preocupaciones y tecnicismos cristológicos propios de la época por desarrollarse su ministerio entre los concilio de Éfeso (431) y Calcedonia (451), por la rectitud de su contenido se le llamó en la Edad Media «Crisólogo», que quiere decir «palabra de oro», o «que da oro». Desde  entonces ha quedado como apellido  –distintivo particular–   unido a su nombre.

Murió en el año 450. Sus reliquias se veneran hoy en la cripta de san Casiano, de la catedral de Imola.

El papa Benedicto XIII le dio el título de doctor de la Iglesia, en el año 1729.

Porque el obispo no es santo sólo por ser un buen gestor; hace falta que su amor a Dios le lleve a desvivirse por los que tiene encomendados; y eso no se consigue de modo pleno sólo con administraciones, sino transmitiendo celosamente a Jesucristo con el empleo de todos los medios al alcance  –escritos o predicados–, con altura en la ciencia teológica,  con penitencia que convence, con sincera piedad para llevar a los sacramentos, y unido al de Roma.