30 de julio

SANTOS ABDÓN Y SENÉN (s. III)

De los Santos Abdón y Senén se recitaba esta lección en el oficio de maitines del Breviario antes de la simplificación de rúbricas llevada a cabo el año 1956 por la Sagrada Congregación de Ritos, en que su antiguo oficio de rito simple quedó reducido a memoria o conmemoración. Bajo el imperio de Decio, Abdón y Senén, de nacionalidad persa, fueron acusados de enterrar en sus propiedades los cuerpos de los cristianos que eran dejados insepultos. Habiendo sido detenidos por orden del emperador, intentóse obligarles a sacrificar a los dioses; mas ellos se negaron a hacerlo, proclamando con toda energía la divinidad de Jesucristo, por lo cual, después de haber sido sometidos a un riguroso encarcelamiento, al volver Decio a Roma obligóles a entrar en ella cargados de cadenas, caminando delante de su carroza triunfal. Conducidos a través de las calles de la ciudad a la presencia de las estatuas de los ídolos, escupieron sobre ellas en señal de execración, lo que les valió ser expuestos a los osos y a los leones, los cuales no se atrevieron a tocarles. Por último, después de haberlos degollado, arrastraron sus cuerpos, atados por los pies, delante del simulacro del Sol, pero fueron retirados secretamente de aquel lugar, para darles sepultura en la casa del diácono Quirino.

La lección transcrita recoge la leyenda que nos ha transmitido la pasión de San Policronio, pieza que parece remontarse a finales del siglo V o principios del VI. Esta pasión representa a nuestros Santos como subregulio jefes militares de Persia, donde habrían sido hechos prisioneros por Decio, circunstancia evidentemente falsa, puesto que Decio no hizo guerra alguna contra aquella nación. Añade el documento que padecieron martirio en Roma bajo Decio, siendo prefecto Valeriano, detalle igualmente inexacto, puesto que Valeriano no fue prefecto durante el reinado de Decio. Sin embargo, la mención de estos dos emperadores nos permite fijar la fecha del martirio de Abdón y Senén ya bajo Decio, en 250, ya bajo Valeriano. en 258.

Lo que sí podemos retener como seguro es el origen oriental de ambos Santos, suficientemente atestiguado por sus nombres. Muy bien puede creerse que fueran de origen ilustre, príncipes o sátrapas, ya refugiados en Roma a consecuencia de alguna revolución en su país o por haber caído en desgracia de sus soberanos, ya traídos de Persia como prisioneros o como rehenes, no por Decio, que no estuvo allí, sino por su inmediato predecesor, el emperador Felipe el Arabe. Si vivieron en la corte de Decio pudieron haber muerto víctimas no solamente de su fe cristiana, sino también del odio que los escritores cristianos atribuyen a Decio contra todo lo que guardaba relación con su predecesor.

Alguien ha propuesto otra hipótesis. Teniendo en cuenta que el cementerio de Ponciano, donde fueron sepultados estos mártires, se halla enclavado en un barrio pobre, próximo a los almacenes del puerto de Roma, cabría preguntarse si Abdón y Senén no fueron simplemente dos obreros orientales. Se habla en la pasión de un cierto Galba, cuyo nombre podría haber sido sugerido por la proximidad de los horrea Galbae, los docks para el vino, el aceite y otras mercancías de importación.

Sea lo que fuere de tales conjeturas, hay un dato cierto e indudable en la vida de nuestros Santos, y es la constancia de su martirio, atestiguada por su sepultura en el referido cementerio o catacumba de Ponciano y la nota que trae el cronógrafo de Filócalo, del año 354, que dice así en su lista de enterramiento de mártires: El 3 de las calendas de agosto (es decir, el 30 de julio), Abdón y Senén en el cementerio de Ponciano, que se encuentra junto al Oso encapuchado. Igual referencia y para igual fecha aporta el calendario jeronimiano, repitiéndola los diversos itinerarios compuestos para uso de los peregrinos del siglo VII, e incluyéndola los martirológios de redacción posterior, como el de Beda, Adón y Usuardo.

El cementerio de Ponciano se encuentra en la vía de Porto, y una de sus criptas, la situada junto a la escalera, poseyó la tumba de estos mártires. Fue decorada posteriormente, en la época bizantina, hacia el siglo VI según Marucchi y monseñor Wilper. Esta cripta fue siempre objeto de particular veneración. En un hueco cavado en la roca se edificó un baptisterio, decorándolo con una cruz gemada que parece salir de las aguas, mientras de los brazos de la cruz penden las letras alfa y omega. Debajo del nicho se encuentra una pintura con el bautismo del Señor.

La tumba de Abdón y Senén ocupaba la pared de la derecha y hallábase coronada con un fresco representando a Cristo que sale entre nubes y pone dos coronas sobre las frentes de los mártires, estando escrito debajo de uno SCS ABDO, y del otro SCS SENNE. Su indumentaria es asiática, y ambos están tocados con un capuchón enroscado, en forma de gorro frigio. El resto de sus vestidos se compone de un manto que prolonga el capuchón, dejando ver una túnica de piel, que va recogida por delante, quedando las piernas al aire.

Tales detalles en el vestido denotan que, al tiempo en que fue decorada la cripta, la tradición oriental de Abdón y Senén no ofrecía duda alguna, pero no concuerdan del todo con el origen ilustre que la pasión les atribuye, pues la túnica recogida, dejando ver las piernas, parece indumentaria de gente humilde. Sin embargo, ha aparecido una lámpara de terracotta, que se data como del siglo V, la cual representa a San Abdón portando el manto persa de pieles, aunque adornado con esferillas y piedras preciosas, lo que está acorde con la pasión al decir que los mártires se presentaron ante Decio con su espléndida vestimenta oriental, como sátrapas o príncipes. Esta lámpara pudo inspirarse en alguna pintura del mismo cementerio de Ponciano, hoy desaparecida.

Los cuerpos de San Abdón y San Senén no estuvieron mucho tiempo en el sarcófago de ladrillo que aún se conserva en la cripta. Después de la paz de la Iglesia se les transportó a la rica basílica que fue levantada encima de la catacumba. El itinerario de Salzburgo lo indica claramente cuando invita al peregrino a que, después de visitar el subterráneo o espelunca, suba arriba y entre en la gran iglesia, donde descansan los santos mártires Abdón y Senén.

Esta basílica fue restaurada a fines del siglo VIII por el papa Adriano I, pero de ella hoy no queda rastro. Años después, en 826, el papa Gregorio IV transfirió los cuerpos de los dos mártires a la iglesia de San Marcos, dentro del actual palacio de Venecia.

En Roma llegaron a tener dedicada otra iglesuela cerca del Coliseo, la cual se construiría en relación con la noticia de la pasión de que sus cadáveres fueron arrojados ante el simulacro del Sol, que era la grandiosa estatua de Nerón que daba nombre de Coliseo al anfiteatro Flavio. Esta iglesia está registrada en un catálogo mandado confeccionar por San Pío V y debe señalar el sitio en que fueron ajusticiados ambos Santos.

Parte de las reliquias de San Abdón y San Senén fueron transportadas al monasterio de Nuestra Señora de Arlés-sur-Tech, en el actual departamento francés de los Pirineos Orientales. Están guardadas en dos bustos relicarios, ricos y artísticos. Por esta región se conservan poblaciones como Dondesennec, que evocan el nombre del primero de los mártires.

Aquí terminaríamos esta semblanza si no creyéramos defraudar al lector.

No debe tomarse a menoscabo para los gloriosos mártires el tener que movernos entre conjeturas; es una prueba de la antigüedad de su martirio, si bien la carencia de documentación abundante nos impida noticias ciertas, que el relato fantástico de la pasión procuró suplir tres siglos después. Lo principal, que es su martirio, está atestiguado por el calendario filocaliano y por el culto constante junto a su tumba y después en su basílica. También está comprobado su origen oriental, como lo demuestran sus nombres, la propia leyenda y la iconografía.

Fueron mártires de una de las más tristes y gloriosas persecuciones, la de Decio.

Este emperador reinó tres años, del 249 al 251. Era hombre de grandes cualidades; pero, cegado por el esplendor del trono, quiso volverlo a su antigua grandeza, pretendió que la religión del Estado alcanzara la significación que tuvo en los tiempos de gloria del Imperio.

Como el cristianismo había echado hondas raíces en la sociedad romana, se propuso exterminarlo, pues Decio lo consideraba como el principal estorbo a sus proyectos. Anteriormente las persecuciones habían sido esporádicas, en virtud de una legislación ambigua, que por un lado prohibía buscar a los cristianos, y por otro los juzgaba y condenaba cuando se presentaban denuncias contra ellos en los tribunales.

El edicto que ahora se publicó era general y sentaría las bases jurídicas de la persecución, nuevas en relación con la antigua jurisprudencia. Los procónsules o gobernadores de provincias habían de exigir de todos los súbditos del Imperio una prueba explícita del reconocimiento de la religión del Estado, ya ofreciendo alguna libación o sacrificio, ya quemando unos granos de incienso ante el altar de los dioses. Los que cumplieran este requisito recibirían un certificado o libellum, y su nombre sería incluido en las listas oficiales.

La persecución se extendió a todo el Imperio, desde España a Egipto, desde Italia a Africa. Los efectos fueron terribles, porque hubo muchos mártires, pero los magistrados preferían hacer apóstatas, recurriendo para ello a todas las estratagemas.

Entre los que resistieron heroicamente la prueba, tenemos a nuestros Santos Abdón y Senén. Ya fuesen de origen noble, ya de condición plebeya, demostraron gran entereza de alma.

¿Serían apresados porque, como afirma la pasión, enterraban en sus propiedades los cuerpos de los mártires? No es inverosímil. En momentos de terror hasta los mismos familiares abandonan a sus parientes para no comprometerse. Por esta o por otra causa, o porque hubieran sido convocados simplemente a sacrificar, como otros muchos ciudadanos, lo cierto es que no retrocedieron ante el peligro y confesaron con valentía su fe. Tenemos también constancia de otros muchos mártires, sobre todo obispos y personas de relieve, que sufrieron la muerte en esta persecución, como el papa San Fabián, el obispo de Alejandría, San Dionisio; el de Cartago, San Cipriano; la virgen Santa Agueda, de Sicilia, San Félix, de Zaragoza. Los perseguidores buscaban las cabezas para desorganizar mejor la Iglesia.

Hubo también innumerables confesores que soportaron cárceles, cadenas y torturas por Cristo, aunque obtuvieran posteriormente la libertad, pudiendo mostrar las señales de sus padecimientos en sus heridas y cicatrices. Eran como mártires vivientes, que habían conservado la vida para ejemplo y estímulo de los demás. Uno de los más célebres confesores de este período fue el ilustre escritor alejandrino Orígenes.

En fin, de esta época y de este ambiente son San Abdón y San Senén. Si podemos tomar por novelescos muchos detalles de la pasión, siempre será cierto el hecho fundamental: que derramaron generosamente su sangre por Cristo en la confesión de su fe, y así los ha venerado por mártires, a través de una larga tradición de siglos, la Iglesia católica.

CASIMIRO SÁNCHEZ ALISEDA

Abdón y Senén, mártires (s. III)

A la hora de escribir la hagiografía de estos dos mártires uno se queda algo perplejo porque las Actas son tardías, probablemente del siglo VI, y repletas de exageraciones que intentan aumentar sus figuras siempre cortas por la carencia de datos. Seguramente a su autor le pasó igual que a mí; no teníamos abundantes cosas ciertas sobre Abdón y Senén; él se sentía en la obligación de dar respuesta  –e intentaba catequizando–  a las lógicas preguntas de los fieles que los veneraban; las rellenó con los pocos datos de que disponía. Yo sólo intento dar una somera noticia sobre ellos a los hipotéticos lectores futuros, y como lo que nos ha llegado es lo que el anónimo autor de las Actas escribió, pues lo pongo ya  –salvando  con  esta  observación previa la verdad  histórica –  como lo hemos recibido.

No hay duda acerca de su remota antigüedad, ni del hecho de su martirio, ni de lo prolongado e inmemorial de su culto. Un aspecto digno de comentario  –por lo extraño y menos frecuente entre el innumerable grupo de mártires que dio la Ciudad Eterna–  es la relación de Abdón y Senén con el mundo persa.

Con un error de ocho años se puede uno aproximar a la fecha de su martirio; no es posible acercarse más: o fueron muertos en la persecución de Decio, en torno al año 250, o, si murieron en la de Valeriano, fue alrededor del 258.

La Passio es de san Policronio. En ella se les describe como 'subreguli' o jefes militares de Persia. Ya hay un dato; lo malo es que también afirma el autor que fueron hechos prisioneros por Decio y esto ya no es creíble, porque Decio no peleó nunca allí, ni hizo guerra a los persas. Hay que aclarar que su origen persa se conoce también por otro tipo de documento, esta vez iconográfico y aparecido en la decoración de la tumba de los mártires, en la catacumba de Ponciano de la Vía de Porto, donde fueron enterrados después que los cristianos recogieran sus cuerpos y donde recibían una especial veneración; sus figuras están esculpidas con vestiduras propias de los persas y con gorros orientales. La nota del cronógrafo de Filócalo, del año 354, dice así en la lista de enterramientos de mártires: «El día 3 de las 'calendas de agosto' –es decir, el 30 de setiembre– Abdón y Senén, en el cementerio de Ponciano, que se encuentra junto al 'Oso encapuchado'». Y esto coincide con la aportación del calendario jeronimiano, de donde lo tomaron los demás martirologios posteriores como el de Beda, Adón y Usuardo. Pero, bien pudieron ser, en lugar de personajes importantes, un par de parias trabajadores de los almacenes del puerto romano, que eran cristianos.

Bueno, después de tanta letra, convendrá decir algo de los santos Abdón y Senén ¿no? A ello voy.

Se dice que fueron denunciados por enterrar en sus propiedades los cuerpos de los cristianos insepultos. Cuando los detuvieron, se les quiso obligar a sacrificar a los ídolos y se negaron con absoluta intrepidez, proclamando al mismo tiempo la divinidad de Jesucristo. De la cárcel los sacaron para ponerlos, situados como avanzadilla cautiva y cargada de cadenas, delante de la carroza triunfal del emperador, en marcha victoriosa y radiante por las calles de Roma. A su paso, Abdón y Senén escupían a las estatuas de los ídolos que encontraban. Los condujeron al circo, allí fueron expuestos ante los osos y leones que inexplicable y maravillosamente los respetaron ante el estupor y griterío de los espectadores. Por fin, les cortaron la cabeza, arrastraron sus cuerpos atados de pies y manos, y los dejaron abandonados delante del dios Sol. Un grupo de cristianos los retiró en secreto y les dieron sepultura.

Los restos de Abdón y Senén se trasladaron a la rica basílica levantada sobre la catacumba que Adriano III restauró al final del siglo VIII –de la que no queda ni rastro–  y de ahí los pasó el papa Gregorio IV a la iglesia de San Marcos en el año 826, en el actual palacio de Venecia. Parte de esas reliquias se veneran en el monasterio de Nuestra Señora de Arlés-sur Tech, de los Pirineos orientales.

De todos modos, aparte de las conclusiones de la historia escrita, labrada en piedra y testificada por la arqueología, es indudable la existencia de dos cristianos antiquísimos, muertos por la fe en Jesucristo, a los que se les dio un inmemorial culto. Lo demás importa menos; el hecho de que fueran grandes sátrapas y gente top de Persia o no; que vinieran ya bautizados de un país exótico como emblema descendiente de aquellos primeros persas evangelizados quizá por san Simón y san Judas, o que fueran gente trabajadora residente en Roma y allí convertidos a la fe, o incluso nacidos ya en Roma de una generación anterior de cristianos persas importa menos; es la simple conjetura ante el hecho del largo y fiel camino recorrido por Abdón y Senén hasta dar en Roma la vida por la fe. Saciar la curiosidad no es tan primordial; a la postre,  ni siquiera sus mismos nombres son tan importantes, lo que da color a la Historia es su fidelidad.