Ponciano es el papa (230-235) que sigue a Urbano I y precede a Antero. Ocupó la sede de Pedro por cinco años. Su pontificado está lleno de diatribas doctrinales entre cristianos porque, por una parte, habían proliferado las herejías y, por otra, estaba muy sensible el ambiente entre los creyentes en cuanto al modo de tratar a los cristianos que habían cometido pecados graves y quienes en tiempo de persecución habían disimulado o renegado de la fe, ofreciendo incienso a los ídolos. Aún se vivía en período de persecución por parte de los poderes civiles.
Hipólito (c. a. 170-235) es un personaje importante entre los fieles de la iglesia de Roma, con un perfil biográfico algo confuso y oscuro; era oriental, quizá de origen griego; debió llegar a Roma durante el pontificado de Ceferino y perteneció como presbítero a la iglesia local romana.
Las vidas de Ponciano e Hipólito están ligadas por el mismo destierro a causa de la fe común en Jesucristo, y en la reconciliación que entre ellos se produjo en aquellas circunstancias tan especiales.
Hipólito es un buen conocedor de la filosofía helénica. Quizá fue discípulo de san Ireneo, al menos Focio lo afirma como tal; y, de ser así, debía ser un experto en la lucha contra las herejías modalistas y trinitarias de Noeto y Sabelio; pero Hipólito derivó hacia un cierto subordinacionismo (no acertó a dar una visión cabal acerca de la procedencia del Logos) que le llevó al enfrentamiento con el papa Calixto I (217-222) quien mantenía una postura intermedia entre el modalismo sabeliano –que condenó– y el subordinacionismo de Hipólito.
Se mostró Hipólito como rigorista en la disciplina penitencial, chocando fuertemente con la pretendida por el papa Calixto –más benevolente con la flaqueza humana y más inclinado a conceder el perdón que Jesucristo dejó en la tierra para toda clase de pecados– y llegó a hacerse cabeza del grupo disidente. Incluso hay quien afirma que llegó a ser elegido obispo de Roma por una pequeña minoría, punto que, de confirmarlo la Historia, lo constituiría en el primer antipapa. Durante los pontificados de Urbano I (222-230) y Ponciano (230-235) continuó manteniendo su actitud cismática.
Durante la persecución de Maximino Tracio fueron deportados Ponciano e Hipólito a las minas de Cerdeña; allí se produjo la reconciliación con la Iglesia y con el papa Ponciano, muriendo mártir en el año 235.
El papa Fabián trasladó a Roma sus cuerpos, enterrando a Ponciano en la cripta papal de san Calixto y a Hipólito en el cementerio que aún hoy lleva su nombre.
De todos modos, hay motivos de confusión en cuanto se refiere a la identificación del personaje cismático y posible antipapa con otro presbítero de Porto, en las cercanías de Roma, también mártir, y llamado igualmente Hipólito. Incluso hablan los arqueólogos e historiadores de un tal Josipo que añade nueva confusión al asunto. Sea como fuere, la cuestión de su actitud frente a los papas de su tiempo puede enmarcarse en los apasionamientos comprensibles a los que conduce toda polémica, cuando se miran las cosas desde ópticas distintas o no se dispone de un lenguaje acuñado –que entonces estaba en período de gestación– para expresar debidamente los dogmas; y la cuestión del sometimiento y de la obediencia requerida queda solventada, por elevación, con su reconciliación en el destierro y su ulterior martirio.
San Jerónimo y Eusebio llaman a Hipólito obispo, pero no nombran su sede y hasta parece que la desconocen; otros le atribuyen diversas sedes, como las de Roma, Porto y Bostra, en Arabia. El papa Dámaso (366-384), gozando ya la Iglesia de la libertad para predicar el Evangelio, comete un equívoco histórico cuando hace a Hipólito discípulo del antipapa Novaciano (251), siendo así que ya llevaba tiempo muerto.
Enriqueció el campo teológico con su prolija obra literaria, prontamente olvidada en Occidente, pero no así en Oriente donde pervive en versiones siríacas, coptas, armenias, árabes y eslavas, aunque de modo fragmentario. Como dije más arriba, no entendió debidamente la cristología o no supo expresarla bien en su exposición. Los grandes temas teológicos son tratados en sus escritos con sabia erudición, pudiendo destacarse principalmente: Cronica, una historia de la Humanidad narrada desde la creación, Syntagma, perteneciente al primer periodo de su vida donde muestra un catálogo de treinta y dos herejías, Philosophumena, refutación de todas las herejías entre ellas las gnósticas, y otros tratados como Sobre el universo, Sobre el Anticristo, Sobre la Resurrección, Sobre el Evangelio de San Juan y Contra Gayo. Con respectos a sus obras escriturísticas, para la exégesis de la Sagrada Escritura elige el método alegórico alejandrino, compartiéndolo con Orígenes, y pudiendo apreciarlo en Comentario al Cantar de los Cantares, Comentario sobre Daniel, Homilía sobre los Salmos (con comentario particular a los salmos I y II), y en la Historia de David y Goliat. También se deben mencionar La Tradición apostólica, núcleo de una serie de constituciones eclesiásticas donde se exponen los criterios de tradición en materia de ordenación litúrgica tanto para la iglesia oriental como occidental y la Determinación de la fecha de la Pascua, según el personal cómputo de tiempo que hizo.
Para evitar escándalos, conviene hacer notar que entre los santos han sido también frecuentes las tensiones, discusiones y problemas, sin merma de su santidad, y que se podría escribir sobre sus no-entendimientos todo un libro de historia.