Los episodios del sagrado libro de los Jueces, cuando no había rey en Israel y cada cual obraba conforme a su albedrío, parecen todos calcados sobre este sencillo esquema: Pecaba Israel y le castigaba Dios; Israel se arrepentía y Dios le perdonaba, levantando el castigo. El pecado era la idolatría, y el castigo, la opresión de Israel por las gentes de Canaán y sus alrededores. Movido, al fin, el Señor por la penitencia de su pueblo elegido, le proporcionaba libertadores —llamados jueces— que le sacasen de las manos de sus opresores y le librasen de tan dura servidumbre.
Uno de tales jueces o libertadores, a continuación de Barac y Débora la profetisa, allá por los años de 1240 antes de la era cristiana —sin que la fecha pueda tenerse por rigurosamente exacta—, fue Gedeón, hijo de Joás, de la familia (clan, dicen los modernos) o tronco de Abiezer, de la tribu de Manasés. Acomodada primero esta familia en la región de Galaad (hoy el reino hachemita de Jordania) al otro lado del Jordán, emigró después, y pasando el río, vino a residir en Efra u Ofra (hoy Et-Taiyibe), a unos doce kilómetros de Beisán, muy cerca de Naím y Endor, al lado del monte llamado Pequeño Hermón.
En Efra, donde su solar paterno era uno de los principales, si no el principal, nació Gedeón, que significa cortador. Llamósele también Yerubbaal, Yerubbescheth y Yerubboscheth, como destructor del ídolo ignominioso de Baal y cortadorde su bosque. San Agustín y Procopio de Gaza insinúan que fue jiliarjos (capitán o jefe de mil soldados), fundándose en la palabra hebrea elef que, sin embargo, en este caso no significa millarsino familia, o estirpe.
Vimos al principio la situación tan lamentable social, política y religiosa del pueblo hebreo en tiempo de Gedeón. No era mejor la exterior, muy semejante a la que hoy atraviesa el nuevo Estado de Israel cercado por todas partes de naciones árabes que le odian a muerte y, si posible les fuera, le borrarían del mapa. Pecaron nuevamente —dice el sagrado texto— los hijos de Israel delante del Señor, el cual los entregó en manos de los madianitas por siete años; quienes de tal manera los oprimieron, que los israelitas se vieron obligados a poner su morada en las grutas naturales de los montes, en cuevas artificiales y hasta en ruinas de antiguos castillos.
El hecho central y culminante de la historia de Gedeón es precisamente la victoria conseguida contra estos madianitas por un medio del todo inadecuado para tan resonante y decisivo triunfo militar. Sabido es cómo en la Edad Media había entre nuestras villas y ciudades comunidad de pastos, que permitían apacentar los rebaños mucho más lejos del propio territorio o jurisdicción municipal; cosa parecida ocurre hoy entre las tribus beduinas, a ratos nómadas, del Oriente; el terreno de cada clan es inviolable y se guardarán muy bien de penetrar los demás en él en plan de dominio; otra cosa es, sin embargo, tratándose del pastoreo, pues se mezclan unas tribus con otras, aunque a veces se sirvan de este derecho para invadir en son de guerra el ajeno territorio.
Las tribus nómadas contemporáneas y vecinas de Gedeón, so pretexto de apacentar los rebaños, pasaron el río Jordán y en plan de conquista acamparon en la planicie de Jezrael (hoy Zerajin) en la extremidad oriental de la extensa y rica llanura de Esdrelón. Planeóse el ataque colocándose Madián al norte, Amalec al sur y los Beni Qedem = Hijos del Oriente, agrupación de diversas tribus nómadas, al este. Del número e importancia de esta invasión nos persuaden estos datos bíblicos: Cuando venía la sementera, se presentaban los madianitas, los amalecitas y otros pueblos orientales... y no dejaban a los israelitas nada de lo necesario para la vida, ni ovejas, ni bueyes, ni asnos, desolándolo todo por donde pasaban... Es de advertir que las tiendas de campaña henchían el valle de Jezrael como espesa plaga de langostas y sus camellos eran innumerables como las arenas de las orillas del mar. Dos reyes, Zebee y Salmana, y dos príncipes, Orez y Zeb, capitaneaban aquel ejército que, a juzgar por las cifras bíblicas, se componía de 135.000 hombres. Era ya el séptimo año de invasión.
Obediente Gedeón a la voz de Dios convocó a toda la cognación de Abiezer y a las tribus de Israel que tenía más cerca. Resonó en los montes el clarín de guerra y los emisarios esparcidos por todas partes intimaron órdenes de concentración. Reuniéronse 32.000 hombres de Manasés, Aser, Zabulón y Neftalí. Hubo Gedeón, indudablemente, de justificar su jefatura recordando primero la reprensión general hecha en nombre de Dios por aquel varón profeta, que aparece sin saber dónde, ni cuándo; refiriendo después la visita del ángel del Señor que le ordenó ponerse al frente del ejército y probó su misión quemando con su báculo (presentóse como caminante) la oblación preparada; participando, finalmente, la íntima y continua comunicación con la que Dios le favorecía, mandándole destruir el altar de Baal, accediendo a la prueba del rocío y el vellocino, y revelándole la victoria por el diálogo de los centinelas madianitas escuchado por Gedeón y su criado Fara.
Nuevamente habló Dios a Gedeón para decirle que no quería que Israel le disputase la gloria del triunfo a causa del número, y así, hecha la primera prueba, abandonaron las filas 12.000 soldados, practicada la segunda, consistente en el modo de beber (en pie o arrodillados) en la fuente de Harad (hoyAin-Djalud, en la montaña de Gelboé), quedaron sólo 300, quienes en tres grupos y armados de bocinas en la diestra y de ollas con teas encendidas dentro en la izquierda, irrumpieron de noche por tres sitios diferentes en el campamento y rompiendo las vasijas, sonando las trompetas y gritando: Espada del Señor y de Gedeón, sembraron la confusión entre los orientales, haciendo que se matasen unos a otros y huyendo los demás. Cortando a éstos los de Efraím el paso del Jordán, completaron la gesta,
Disfrutó Israel de paz cuarenta años y sirvió a Dios toda la vida de Gedeón, quien murió y fue puesto en el sepulcro de su padre Joás en Efra, a donde se había retirado. Con el oro cogido al enemigo había fabricado un efod, o monumento conmemorativo, causa ocasional de prevaricación de Israel, después de su muerte, por lo que va Gedeón envuelto en la acusación bíblica como causa remota, aunque involuntaria. Respecto a la poligamia (tuvo 70 hijos de varias mujeres), ni es caso único en los santos del Antiguo Testamento, ni la ley evangélica estaba en vigor.
Completamos esta biografía, proclamando la santidad de Gedeón. Loados sean también los Jueces, cada uno por su nombre —exclama el Eclesiástico—, cuyo corazón no fue pervertido, porque no se apartaron del Señor; a fin de que sea bendita su memoria y reverdezcan sus huesos allí donde reposan y dure para siempre su nombre y pase a sus hijos con la gloria de aquellos santos varones.
¿Y qué más diré todavía? —añade San Pablo a los Hebreos—: El tiempo me faltará, si me pongo a contar de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, de Samuel y de los Profetas; los cuales por la fe conquistaron reinos, ejercitaron la justicia y alcanzaron las promesas.
La Iglesia, en una epístola del Común de muchos Mártires, llama Santos a los citados por el Apóstol en dicho texto y ha colocado a Gedeón en el martirologio Romano al día 1 de septiembre, figurando su nombre en casi todos los demás martirológios, dándosele en algunos el título de profeta.
Califícanle varios Santos Padres de varón justo, amado de Dios, santo, santísimo y le presentan como figura o tipo de Jesucristo.
Finalmente, aunque la frase que usa la Sagrada Escritura para referirnos su muerte —murió en buena vejez— signifique de suyo una edad avanzada, fundándose los exégetas en que también se aplica a otros varones conspicuos (Abrahán, David), la entienden asimismo de la salud, de la tranquilidad, de la fama, de la autoridad, de los méritos y virtudes, de la buena conciencia, de la amistad con Dios, en una palabra, de la santidad.
JULIÁN CANTERA ORIVE
En la Sagrada Escritura, con no poca periodicidad reiterativa, se presenta una secuencia de cinco pasos perfectamente definidos que describe cierto modo de obrar Dios con su Pueblo y, de modo recíproco, del hombre con Dios. Consiste en describir, en un primer paso, la bondad de Dios que colma a su criatura de bienes; a continuación se presenta la mala respuesta libre del hombre que elige el desorden moral llamado pecado en cualquiera de sus clases; luego viene el consecuente castigo divino que intenta hacer ver la importancia del error voluntariamente cometido; se llega así al arrepentimiento sincero manifestado de múltiples formas y, por último, queda restablecida la armonía de la situación primera entre Dios y el Pueblo con el perdón generoso y abundante. Tal parece ser la intervención divina en tiempos de Gedeón.
El libro de los Jueces presenta a estos personajes llamados «Jueces» como libertadores de la opresión. Están situados en el tiempo allá por el siglo XII antes de Cristo.
Concretamente, Gedeón es presentado como hijo de Joás y perteneciente al clan de Abiezer, dentro de la tribu de Manasés y nacido en la región de Galaad desde donde emigró a Ofra o Efra.
Su nombre significa «cortador»; pero se le llamó también Yerubaal, que quiere decir «destructor de los Baales».
La situación del pueblo en su época es de puro desastre tanto si se la mira desde el aspecto religioso, como se le estudia desde el punto de mira de lo político o social. Está cercado de enemigos y entregado a los madianitas por sus pecados de idolatría, llegando a soportar una opresión extrema hasta el punto de verse obligado a buscar refugio en los huecos de las peñas en lo más abrupto de las montañas. La liberación del pueblo realizada por Gedeón es extraña por la manera de realizarse el triunfo militar.
¿Qué pasó?
Las tribus nómadas vecinas del territorio de Gedeón han organizado un plan de conquista pacífica. Con el pretexto de alimentar a sus ganados, ocupan temporalmente la planicie de Yezrael. Los invasores ocupantes son los amalecitas, los madianitas y otros más. Arrasan el campo después de haber aprovechado sus pastos. Sólo dejan tras de sí ruina y pobreza. Son muchos: ciento treinta y cinco mil hombres que forman todo un ejército. Y ya van por el séptimo año que realizan sus incursiones devastadoras.
Yavé ha decidido poner fin a la situación del pueblo porque ha juzgado suficiente el castigo para expiar su culpa por haberle abandonado y dado culto a los Baales. El instrumento elegido es el juez Gedeón. Hay revelaciones arcanas. El juez convoca a las tribus dispersas y un toque de clarín o el sonido del cuerno empieza a sonar por los montes. El signo de la verdad está dispuesto: un bastón de mando y el fuego preparado para la oblación sagrada.
Pero quiere Dios que todos vean con conciencia clara que la salvación es cosa suya y no del pueblo; Yavé ha tomado la iniciativa de la liberación y él la llevará a término. De los treinta y dos mil hombres reunidos, Gedeón seleccionó sólo diez mil. Más, aún; de éstos, sólo los trescientos que en la fuente de Harad bebieron agua de pie, tomándola en sus manos, serán elegidos; mientras que quienes bebieron de rodillas, aplicando los labios directamente al agua, se excluyeron.
También Dios dijo el modo de vencer al enemigo insolente, aguerrido y numeroso. Formarán tres grupos de cien hombres. Las armas serán una olla en la mano derecha y una antorcha en la izquierda. Por la noche, se infiltrarán en el campamento enemigo por tres sitios distintos, rompiendo las ollas, sonando las trompetas y gritando a voz en cuello. El fenomenal barullo siembra tal confusión en el campamento enemigo que terminaron matándose entre ellos. Los pocos huidos fueron esperados en el paso del Jordán donde se culminó la gesta con el exterminio.
Con Gedeón, Yavé Dios regaló a su pueblo cuarenta años de paz.
Y murió, como todos. Lo enterraron en Efra, en el sepulcro de su padre Joás.
Tuvo muchas mujeres, pero eso no era malo en su tiempo. (Para evitar relativismos y no dejar caer en la trampa al lector, debo advertir que la revelación de la verdad plena, aún en los asuntos de ley moral natural –como es el caso de la poligamia–, no llega con claridad total hasta Cristo con la interpretación y perfeccionamiento de la ley mosaica). Y de hijos... ¡un montón! ... se contaban setenta, y eso era tenido por todos como signo de bendición.
El autor de la carta a los Hebreos menciona a Gedeón, destacando su fe, y lo pone al nivel de Sansón, Jefté, David, Samuel o los Profetas, como conquistador de reinos y gente de justicia que alcanzó las promesas. Luego, la Iglesia, como lo cita laudatoriamente el autor sagrado, lo incluyó en el Martirologio Romano.
La frase «morir en buena vejez», que la Biblia incluye en el relato de su vida, se entiende referida, más que a la cuantía de años, a la bendición de Dios sobre su persona en premio a la fidelidad, como lo dice también de Abrahán, de David o de algunos profetas.