Escenario de horror.- No hace aún doscientos años los periódicos de La Habana publicaron estos avisos en sitio destacado:
Un mulato como de treinta años, buen cocinero, sano y con todas tachas, menos ladrón, se cambia por negro, mulas, caballos o volanta. En el almacén que era de don Juan Rincón darán razón. (Papel periódico 18 enero de 1785.)
Buena ocasión. Se vende una mulata de dieciocho años de edad, recién venida del campo, sin vicios malos, muy dócil, 500 pesos. Otra mulata de veintiséis años, casada en la villa de Santiago, con su cría de cinco meses, en 300 pesos, alcabala y escritura y sin incluir la cría.
Adelante, señores; 200 piastras vale esta linda negra, buena lavadora, 200 piastras, señores. Vedla: es joven aún.
¿250 piastras dijo? Es suya..., y el dueño la empujó y siguió con ella; había comprado también un reloj de la sucesión de M. Reynoil y dos sillas. La escena sucede en Martinica, comienzos del XVIII.
Mercados parecidos tenían lugar en Portobello, Jamaica, Lima, Veracruz, Cartagena. Es la esclavitud de la raza de color. La trata negrera. El negocio era bueno. Un esclavo, una pieza de Indias, se compraba en Africa en 1683 por ocho francos y se vendía en Cartagena en 100 pesos. Se podían permitir los negreros el lujo de que murieran en el camino las dos terceras partes del cargamento humano.
El sordo rumor de los encadenados, el ambiente fétido de las calas de los veleros, el dolor de un presente y el temor de un futuro sin esperanzas, pensaban que les destinaban a morir y de su sangre teñir los navíos, dan una estampa de colores crudos. Aragó fue un viajero que vio esta escena:
Allá en un salón bajo y hediondo están clavados en el suelo y en las paredes bancos negros y sangrientos. En estos bancos y sobre este piso húmedo, se sientan desnudos, hombres, mujeres, niños y alguna vez ancianos que esperan al comprador. Apenas se presenta éste en la puerta, y a una señal del amo, todo el harén se levanta, gesticula, se agita, se contrae, muge canciones salvajes, prueba de que tiene pulmones y que ha comprendido perfectamente la esclavitud. ¡Infeliz del que no trata de distinguirse de sus compañeros!, el látigo está preparado para surcar su cuerpo y hacer volar por el aire los pedazos de carne negra.
Ahora, silencio: el negocio va a tratarse, y cerrarse la venta.
-¡Eh, pst, tú, aquí...!
Cualquiera cosa se levanta: esa cualquiera cosa es un ser que tiene dos ojos, una frente, sesos, un corazón como vos y como Yo... ¡pero me engaño!, ese pecho no encierra un corazón; pero, por lo demás, está completo.
-Mirad esto. (Es el amo.)
-Camina.
Y eso se pone a caminar.
-Ahora corre.
Y eso corre. Alza la cabeza, agita los miembros, patea, grita, enseña los dientes.
-Vamos, bravo. ¿Cuánto vale?
-Seis cuádruplos.
-Doy cinco. Pero ahora que me acuerdo, ¿ha pasado ya la viruela?
-Ya la ha tenido; mirad bien.
En efecto, manchas amarillas y lucientes esparcidas sobre el cuerpo negro testifican el contacto de un pequeño hierro candente, cuya cicatriz ha dejado una señal que engaña al inexperto comprador.
-Está bien; he aquí vuestros cuádruplos.
-Cantad ahora vosotros.
La cascada cae mugiendo, los compradores salen, empujando delante de ellos a puntapiés su adquisición. El amo mete su oro en una bolsa de cuero, y se coloca en la puerta para detener otros parroquianos al paso: he aquí en miniatura un mercado de negros.
Estas escenas del realismo brutal ocurrían en el Nuevo Mundo y eran eco de la gran cacería africana.
Un día del siglo XV el portugués Albiso de Cadamosto se encontró en la Costa de Oro con unos negros. Todos -dice- corrieron a verme como una gran maravilla...; los unos cogían mis manos y las frotaban con saliva para ver si mi blancura procedía de alguna pintura o tinte que tuviera sobre mi carne...
Más tarde hay una fecha. El 12 de enero de 1510, segundo viaje de Colón. Su majestad manda a los oficiales de Indias emplear negros. Asientos de negros..., palabras que esconde la tragedia de catorce millones de seres desplazados de sus bohíos, de su tierra nativa, de sus familiares y lanzados a un mundo nuevo. Un millón llegó a Cartagena de Indias. Era uno de los tres puertos negreros.
El dorado Divino.- Padre Claver: ¿cuántos esclavos negros cree haber bautizado?
-Hermano Nicolás: según mi cuenta más de 300.000...
Este diálogo seco tuvo lugar hace trescientos seis años en el colegio de los jesuitas de Cartagena de Indias. Al protagonista no le ha cubierto el polvo de tres siglos.
En voz baja los niños de hoy, blancos y negros, preguntan a sus padres: ¿De quién es esa calavera que va en esa urna dorada? -Es un santo, es San Pedro Claver, y agregan: se llamó el esclavo de los esclavos negros; les quería mucho; murió en Cartagena el 8 de septiembre de l654.
Tres siglos no han borrado su recuerdo. Y los niños blancos y negros unen sus rostros curiosos y se acercan al Santo que vive hoy como ayer. La figura de Claver se agiganta. Es el patrono de Colombia. No se piensa que ese hombre es el libertador de una raza oprimida.
El padre Pedro Claver, cuando charlaba con el hermano Nicolás y se sometía a un verdadero reportaje, era un anciano de setenta años; le llamaban el Santo y sus ojos eran tristes. Era de mediana estatura, un poco inclinado, cabeza grande, rostro descarnado, color pálido obscuro, frente ancha y rugosa cruzada por dos profundas arrugas horizontales, ojos hundidos, tristes, barba poblada, boca grande.
El hermano Nicolás González, cuyo testimonio permite reconstruir algo de la vida del Santo, era un hermano coadjutor jesuita que le acompañó durante veintidós años. Fue su gran amigo y admirador: fue el testigo que dijo más cosas en el proceso de canonización. La personalidad de Claver le llenaba de estupor. En él no se realizaba la frase No hay hombre grande para el ayuda de cámara.
Declaró con juramento, por lo menos hacía un acto heroico diario. Esta palabra: heroísmo, en aquel siglo XVII, tenía un sentido fuerte, sonaba a selva virgen y a sangre. Pedro Claver vivió una época brillante (1580-1651).
Habían pasado tres grandes sucesos: el Renacimiento, la Reforma y el descubrimiento de América. Era la etapa de la consolidación de fronteras, de forcejeo de fuerzas, de cimientos de imperios. Existía la magia fresca del Nuevo Mundo. El eco de las hazañas sonaba como clarín en los descendientes de Pizarro, Cortés, Quesada... El Dorado brillaba como una ilusión en los ojos ardientes de aquellos campesinos acostumbrados a domeñar una tierra gastada. El fabuloso nuevo mundo era el ideal de las almas selectas y de los cuerpos famélicos. América fue luz de conquista terrena y espiritual. El soldado soñaba con su espada y su misión. Era la tierra nueva para los conquistadores a lo humano y lo divino.
El 15 de abril de 1610 se embarcó en Sevilla en el galeón San Pedro en la madurez de los treinta años el silencioso Pedro Claver. Un conquistador más en su Dorado de esclavitud.
Infancia sin historia.- Verdú es un pueblo catalán del valle del Urgel. 2.000 habitantes en tiempos del Santo. Célebre entonces y ahora por sus ferias de mulas y sus cántaros redondos que conservan el agua fresca. Paisaje de viñedos, olivos y cereales. El horizonte es amplio en la llanura. La silueta que se destaca desde la carretera de Lérida-Barcelona es simple en su simbolismo. La torre -Verdú era una villa amurallada, militar- del homenaje, que domina el castillo, gloria de los Cerveras antes, hoy depósito de cereales y una iglesia románica. Verdú fue durante mucho tiempo una ciudad levítica, de abadengo. Perteneció a la abadía de Poblet. Una sardana popular dice de la villa: Brillas en primavera la púrpura con sus amapolas, en verano con el oro de tus trigales, en otoño con el rojo de los viñedos y el verde obscuro de los olivares. Verdú es gloria de dos grandes hombres: Juan Teres, que fue virrey de Cataluña, y Pedro Claver, el misionero de la Nueva Granada. Los amigos de la leyenda agregan un tercer personaje: Colom... Este apellido es frecuente entre los payeses, y un padrino de Claver calcetero se apellidaba Colom.
En la calle mayor de la villa, en una masía grande, nació el 26 de junio de 1580 Pedro Claver. Sus padres eran unos campesinos acomodados, tenían dieciocho fincas y un patronato con otras once: no pertenecían a la nobleza como se ha dicho. Los padrinos eran calceteros y canteros. Los padres del Santo se llamaban Pedro Claver y Juana Corberó. Tuvieron 6 hijos, de los cuales, Catalina y Catalina María murieron en la infancia, Jaime a los veintiún años. Quedaron tres: Juan Martín, el mayor; Isabel, la más pequeña, y el Santo, que era el penúltimo. El jefe de la familia no era muy instruido, apenas sabía firmar, pero era de juicio recto y singular bondad; figura como albacea en muchos testamentos y fue jurat encap en 1601 y 1605. La fe de bautismo que se conserva hoy día en el despacho parroquial de Verdú dice así: El 26 de junio de 1580 fue bautizado Juan Pedro, hijo de Pedro Claver, de la calle mayor, y Ana, mujer de aquél. Fueron padrinos Juan Borrel, cantero, y Magdalena, mujer de Flavian Colom, calcetero, todos de Verdú. Dios le haga buen cristiano. Dios le hizo algo más: un gran santo.
Su infancia fue la de un campesino. No tiene historia. A los diecinueve años inició su vida eclesiástica. Más tarde entró en la Compañía de Jesús. En la maravillosa isla de Mallorca se encontró con un santo anciano, San Alfonso Rodríguez. Era un místico, su figura de castellano viejo se parecía a un sarmiento retorcido por la penitencia, tenía fuego interior. Un día tuvo una visión que se refería a su amigo. Vio un trono en el cielo para Claver, porque allá en las Indias tendría que padecer mucho.
¡Ay!, Pedro, cuántos están ociosos en Europa mientras en América perecen tantas almas..., allá está tu misión. Pedro Claver sintió una luz en su camino y un gran ardor conquistador. Desde ese momento su alma grande soñó con el nuevo mundo. Tres ciudades de Colombia fueron el escenario de su vida:
Santa Fe de Bogotá, con sus casonas, sus patios, sus claustros viejos de San Bartolomé. Pedro Claver vivió en la capital dos años. Es el único santo canonizado que ha pisado estas calles y recorrido estos caminos.
Tunja, envuelta en su paisaje ascético y místico, dureza serena y elevación profunda. Es otra ciudad claveriana. Allí estuvo un año.
Cartagena, la metrópoli cálida de la colonia, llena de luz y de contrastes, ciudad militar, mística y popular. Por sus calles y plazas el Santo de los esclavos anduvo treinta y ocho años.
El día 20 de marzo de 1616 Pedro Claver se ordena de sacerdote en la catedral de la ciudad heroica. Unos años más tarde, el 3 de abril de 1622, tuvo lugar una escena silenciosa pero trascendental. En un papel ordinario, vasto, con su letra clara un poco inclinada a la derecha y con trazos rectos, escribió las palabras que se han hecho inmortales,
Petrus Claver aethiopum semper servus. Pedro Claver, esclavo para siempre de los etíopes (es decir, de los negros).
Desde este momento, la vida de este hombre no será sino una cadena de sacrificios, de entregas al hermano, que sufre abandonado. Olvidará todo lo brillante de la vida.
Ataúdes flotantes.- La humanidad siempre ha sido cruel; hoy hay campos de concentración, ayer había barracones negreros.
El padre Sandoval fue el primer apóstol de los negros que de una manera sistemática trabajó en Cartagena de Indias. Escribió un libro genial:
De la salvación de los negros, que en su género es único por su valor sociológico y valiente. El galeón negrero se acerca al puerto. Ya las velas se recogen. Ha pasado el fuerte del Pastelillo y se puede oír el rumor del puerto. En el fondo del navío un terrible murmullo. Gritos de angustia, miradas ansiosas, los negreros muestran un rostro más benévolo. Ha llegado una tercera parte de su mercancía y hay interés en que dé buena impresión. Rían, esclavos..., rían.
Cautivos estos negros con la justicia que Dios sabe -dice Sandoval- los echan luego en prisiones asperísimas, de donde no salen hasta llegar a este puerto de Cartagena. A veces llegan doce o catorce navíos al año, hediondos, y les da tanta tristeza y melancolía por la idea que tienen que les traen para hacer aceite de ellos o comérselos, que mueren un tercio de la navegación. Vienen apretados, asquerosos y tan mal tratados que me certifican los que los traen que vienen de seis en seis con argollas en el cuello, con grillos en los pies de dos en dos, de modo que de los pies a la cabeza vienen aprisionados. Debajo de la cubierta, cerrados por fuera, donde no ven sol ni luna, que nadie puede atreverse a meterse allá sin marearse ni resistir una hora.
Comen cada veinticuatro horas, no más que una mediana escudilla de harina de maíz o de mijo o millo crudo y con él un pequeño jarro de agua, y no otra cosa sino mucho palo, mucho azote y malas palabras.
Con este tratamiento llegan unos esqueletos, sacándolos luego a tierra en carnes vivas, pónenles en un gran patio corral, acuden luego a él innumerables gentes, unos llevados de la codicia, otros de curiosidad y otros de compasión; éstos son los misioneros, y aunque van corriendo siempre hallan algunos muertos.
Página terrible de un testigo del maestro y antecesor de San Pedro Claver. El mismo confiesa que, ante esta humanidad repugnante, sentía espasmo y su naturaleza quería huir.
La gran manada.- Sólo se conserva un retazo de carta del 31 de marzo de 1617. De ella son estas líneas:
Ayer saltaron a tierra un gran navío de negros de los Ríos de Guinea. Fuimos allá cargados de naranjas, limones, tabaco. Entramos en sus barracones, remeros de una y otra parte. Fuimos rompiendo hasta llegar a los enfermos, de que había gran manada echados en el suelo, muy húmedo y anegadizo. Echamos manteos fuera, terraplenamos el lugar, llevamos en brazos a los enfermos...
La sociología de Claver no era complicada ni recargada de incisos. Tuvo un amor supremo: Señor, te amo mucho, mucho.... Una voluntad de acero: cuando el cuerpo se rebelaba ante una llaga abierta, ante el horror de un leproso hecho pedazos, su rostro demacrado y amarillento como las olivas de su pueblo se encendía, sacaba una disciplina que termina en pequeños pedazos de hierro y allí mismo, ante el enfermo, desgarraba sus carnes magras. Así, así, pues ya verás, y la tempestad pasaba, Su rostro, como el mar Caribe que lamía los muros de su cuarto, se volvía sereno y se inclinaba al enfermo, besaba una y otra vez sus llagas, hasta dejarlas limpias con sus propios labios.
Retírese, hermano.- El hermano Nicolás, su compañero de veintidós años, dijo: Yo le acompañé -declara en el proceso-, la enferma está en un cuarto obscuro, hacía un calor terrible y un hedor insoportable. A mí se me alborotó el estómago y me caía por tierra. El padre me dijo: Retírese, hermano mío y vi sus labios en las llagas de la pobre esclava negra. Una vez, una enferma no pudo soportar esta postración y gritó con angustia: No, no, mí padre, no hagáis esto. Pocas veces la tierra ha visto a un hombre amar tanto a unos seres rotos y abandonados. como el padre Claver.
El capitán Barahonda testifica: Y los negros a su vez le amaban, pues les tenía mucho amor y siempre que lo veían iban a besarle la mano y se postraban arrodillados en su presencia.
Llega un buque negrero.- Un día cualquiera de 1622 a 1654. La escena era muy conocida en el colegio de San Ignacio, situado junto a las murallas, a pocos pasos del desembarcadero de los esclavos. Un mensajero llegaba jadeante al cuarto de Claver. El Santo había prometido oraciones especiales al que diera la primera noticia. Gran don. Su cuarto era muy pobre: una silla desvencijada, una cama con una estera y allá, en el rincón -cosa singular- una despensa abastecida: naranjas, limones, tabaco, aguardiente o aguafuerte.
Al primer anuncio todo es movimiento. Los intérpretes negros su brazo derecho; uno, llamado Calapino, hablaba doce lenguas de Africa. ¿Sus nombres? Andrés Sacabuche, Aluanil, de Angola; Sofo y Yolofo, de Guinea; Viafara Manuel y Juan Moniolo... y con ellos el hermano Nicolás González, el viejo amigo. Al puerto, pronto. Cada uno con su carga. Decía Pedro Claver: Navío de negros ha venido, es necesario anzuelo.
Su facha era singular: una bolsa de cuero amarrada al brazo izquierdo, en ella un revoltijo: un manual eclesiástico, los cirios, aceite santo, una cruz, tabaco, vestidos...
El padre Claver era melancólico en sus últimos años, pero su natural era colérico. Había sufrido mucho y visto mucha miseria. Allá se veían en la borda unas figuras negras, él saludaba con ansia. A veces no esperaba, tomaba la primera barquichuela que encontraba. El espectáculo era triste, en el ambiente fétido, mezcla de pez y desperdicios, un rebaño de seres desnudos; en su mirada, el recuerdo de un pasado de horror y terror indisimulado.
Pensaban que les iban a matar y por eso gritaban en su lengua aguda. ¿Habría llegado la hora de la matanza? No temáis -gritaban los intérpretes-, es el padre Pedro; él os ama. Y Claver, en la imposibilidad de hacerse entender en todas las lenguas, les iba abrazando uno a uno, era el lenguaje común. Primero a los niños moribundos: yo te bautizo, y allí mismo muchos volaban a la eternidad. Luego los enfermos. A veces un sorbo de aguafuerte les hacía volver en sí. Claver era muy humano para los demás, sólo para él reservaba el rigor. Su cuerpo estaba lleno de cilicios desde los dedos del pie al cuello. El hermano Lomparte dijo un día:
-¿Qué es eso, padre? Hasta cuándo ha de tener amarrado el borrico?
-Hasta la muerte, hermano -fue la respuesta.
El borrico era su propio cuerpo atormentado.
Esclavo, de los esclavos.- Y seguía la gran carrera de la caridad. La catequesis maravillosa; cinco, ocho horas en lóbregos barracones. El bautismo, 300.000. La rudeza de los hospitales donde su cuerpo y su alma se entregaban. La idea fija de la liberación de sus señores esclavos. Este fue Claver durante cuarenta años. El santo heroico. El maravilloso santo de Cartagena que hacía milagros con su Cristo de madera y sabía poner esperanzas en los que habían llegado de Africa sin ellas. Tuvo contradicciones. Le llamaron ignorante. El prefería a sus negros, y las señoras de Cartagena doña Isabel de Urbina y doña Mariana de Delgado debieron aguardar horas en la fila de esclavas que esperaban junto al confesonario del padre Claver. Dice un intérprete: Tenía gran compasión de estas pobres negras que no tenían a nadie. Para las otras no faltaban confesores.
Abandonado.- Misterios de la vida y de la ingratitud humana. El padre Claver cayó un día paralítico, entró, después de una misión en Tolú, al colegio con el color del rostro más pálido, las facciones desencajadas, las fuerzas débiles. Estaba herido de muerte.
Cuatro años en este aposento que visitan hoy los turistas en Cartagena de Colombia, allí, junto al rumor del mar Caribe. El dinámico estaba inmóvil. El santo de la ciudad estaba abandonado. Todos habían huido y sólo el negro Manuel estaba a su lado. El negro Manuel, sin embargo, era esclavo nuevo. Le hizo sufrir mucho y no se quejó. El mismo confesó luego que le dejaba sin pan ni ración. No quería vestirle, le gobernaba a empellones y sólo pudo notar que cuando bajaba a la cocina el anciano paralítico, con su mano temblorosa, tomaba una disciplina sobre sus carnes moribundas. Más merecen mis culpas, solía decir. Era la suprema purificación del abandono y el olvido.
Paz.- Y llegó un día, 6 de septiembre de 1654, en que un murmullo potente se oyó en la ciudad. Despertaba de un sueño de olvido. ¿Qué sucedía? El Santo muere. El Santo muere. Y ante el moribundo empezó la apoteosis más gigantesca que los hombres hayan conocido. El 7 de septiembre perdió el habla y el día 8, entre la una y las dos de la mañana -dice el padre Arcos, su superior y testigo-, sin hacer acción ni movimiento alguno, con la misma paz, tranquilidad y quietud que había vivido, dio su alma a Dios.
El hermano Nicolás escribía sublimemente más tarde: Quedó con el mismo semblante que siempre tuvo, y yo conocí que había muerto porque de repente se le mudó la cara pálida y muy macilenta en un esplendor y belleza extraordinarias; conocí que su alma gozaba de Dios separada del cuerpo. Me arrodillé, besé sus pies muertos, muy bellos y muy blancos y lo mismo hicieron los que estaban allí, sacerdotes, españoles, moros...
Han pasado tres siglos desde aquel día memorable. San Pedro Claver no es para su ciudad, Cartagena, ni para el mundo un personaje muerto. Vive irradiando beneficios y amor. Sus reliquias van triunfales por los caminos de Colombia y en su santuario de Cartagena pasan todos los años más de 100.000 personas venidas de todo el mundo.
Hoy se oye también la palabra maravillada: el Santo, el Santo. Es el patrono de todas las misiones con negros, el patrono de los obreros de Colombia, en especial. Es una de las mayores figuras del mundo hispánico. El primer misionero del siglo XVII (Astrain).
Columna inexpugnable de la Iglesia (Tarraconense).
Su nombre queda grabado con letras de oro en la historia (Pastor).
La vida que mas nos ha impresionado después de la de Cristo (León XIII).
Reconciliación.- Margarita era una esclava negra de Caboverde; su dueña era la gran señora cartagenera doña Isabel de Urbina, devotísima de Claver. La esclava era predilecta del Santo, pues le ayudaba a cocinar platos especiales para los leprosos de San Lázaro y en los últimos días ella preparaba, por mandato de su ama, algo nuevo para el moribundo. En la mañana del 8 de septiembre doña Isabel se acercó llorosa a la esclava. Leyó en sus ojos la noticia. El padre Pedro había muerto. Margarita -le dijo- desde hoy eres libre. Abrió sus grandes ojos y cayó en los brazos de la gran señora. Sintió dolor por su libertad. Era la reconciliación simbólica de dos razas sobre la tumba de Claver.
Esta es una de las mayores grandezas de este Santo. Fue el libertador de una raza, sobre todo porque supo infundir en aquellas almas desgarradas un ideal de esperanza. Les enseñó a reír de nuevo con esa risa fresca de la raza de color. En estos tiempos de inquietudes, de odios, de egoísmos, San Pedro Claver trae un mensaje.
ANGEL VALTIERRA, S.I.
Esclavo de los esclavos por amor a Cristo fiesta: 9 Septiembre Nació en Verdú, España, el 26 de Junio de 1580.
Murió en Cartagena, Colombia, el 8 de Septiembre de 1654.
Pedro Claver y Juana Corberó, campesinos catalanes, tuvieron seis hijos, pero solo sobrevivieron Juan, el mayor, y los dos mas pequeños, Pedro e Isabel. El padre apenas podía firmar su nombre, pero era un hombre trabajador y buen cristiano. La infancia de Pedro quedó oculta para la historia como la de tantos santos, incluso la de Nuestro Señor. Trabajaba en el campo con su familia.
Pedro se graduó de la Universidad de Barcelona. A los 19 años decide ser Jesuita e ingresa en Tarragona. Mientras estudiaba filosofía en Mallorca en 1605 se encuentra con San Alonso Rodriguez, portero del colegio. Fue providencial. San Alonso recibió por inspiración de Dios conocimiento de la futura misión del joven Pedro y desde entonces no paró de animarlo a ir a evangelizar lo territorios españoles en América.
Pedro creyó en esta inspiración y con gran fe y el beneplácito de sus superiores se embarcó hacia la Nueva Granada en 1610. Debía estudiar su teología en Santa Fe de Bogotá. Allí estuvo dos años, uno en Tunja y luego es enviado a Cartagena, en lo que hoy es la costa de Colombia. En Cartagena es ordenado sacerdote el 20 de Marzo de 1616.
Al llegar a América, Pedro encontró la terrible injusticia de la esclavitud institucionalizada que había comenzado ya desde el segundo viaje de Colón el 12 de Enero de 1510, cuando el rey mandó a emplear negros como esclavos. Se trata de una tragedia que envolvió a unos 14 millones de infelices seres humanos. Un millón de ellos pasaron por Cartagena. Los esclavos venían en su mayoría de Guinea, del Congo y de Angola. Los jefes de algunas tribus de esas tierras vendían a sus súbditos y sus prisioneros. En América los usaban en todo tipo de trabajo forzado: agricultura, minas, construcción.
Cartagena por ser lugar estratégico en la ruta de las flotas españolas se convirtió en el principal centro del comercio de esclavos en el Nuevo Mundo. Mil esclavos desembarcaban cada mes. Aunque se murieran la mitad en la trayectoria marítima, el negocio dejaba grandes ganancias. Por eso, las repetidas censuras del papa no lograron parar este vergonzoso mercado humano.
Pedro no podía cambiar el sistema. Pero si había mucho que se podía hacer con la gracia de Dios. Pero hacía falta tener mucha fe y mucho amor. Pedro supo dar la talla. En la escuela del gran misionero, el padre Alfonso Sandoval, Pedro escribió: Ego Petrus Claver, etiopum semper servus (yo Pedro Claver, de los negros esclavo para siempre. Así fue. San Pedro no se limitó a quejarse de las injusticias o a lamentarse de los tiempos en que vivía. Supo ser santo en aquella situación y dejarse usar por Jesucristo plenamente para su obra de misericordia. En Cartagena durante cuarenta años de intensa labor misionera se convirtió en apóstol de los esclavos negros . Entre tantos cristianos acomodados a los tiempos, el supo ser luz y sal, supo hacer constar para la historia lo que es posible para Dios en un alma que tiene fe.
A pesar de su timidez la cual tubo que vencer, se convirtió en un organizador ingenioso y valiente. Cada mes cuando se anunciaba la llegada del barco esclavista, el padre Claver salía a visitarlos llevándoles comida. Los negros se encontraban abarrotados en la parte inferior del barco en condiciones inhumanas. Llegaban en muy malas condiciones, víctimas de la brutalidad del trato, la mala alimentación, del sufrimiento y del miedo. Claver atendía a cada uno y los cuidaba con exquisita amabilidad. Así les hacia ver que el era su defensor y padre.
Los esclavos hablaban diferentes dialectos y era difícil comunicarse con ellos. Para hacer frente a esta dificultad, el padre Claver organizó un grupo de intérpretes de varias nacionalidades, los instruyó haciéndolos catequistas.
Mientras los esclavos estaban retenidos en Cartagena en espera de ser comprados y llevados a diversos lugares, el padre Claver los instruía y los bautizaba. Los reunía, se preocupaba por sus necesidades y los defendía de sus opresores. Esta labor de amor le causó grandes pruebas. Los esclavistas no eran sus únicos enemigos. El santo fue acusado de ser indiscreto por su celo por los esclavos y de haber profanado los Sacramentos al dárselos a criaturas que a penas tienen alma. Las mujeres de sociedad de Cartagena rehusaban entrar en las iglesias donde el padre Claver reunía a sus negros. Sus superiores con frecuencia se dejaron llevar por las presiones que exigían se corrigiesen los excesos del padre Claver. Este sin embargo pudo continuar su obra entre muchas humillaciones y obstáculos. Hacia además penitencias rigurosas. Carecía de la comprensión y el apoyo de los hombres pero tenia una fuerza dada por Dios.
Muchos, aun entre los que se sentían molestos con la caridad del padre Claver, sabían que hacia la obra de Dios siendo un gran profeta del amor evangélico que no tiene fronteras ni color. Era conocido en toda Nueva Granada por sus milagros. Llegó a catequizar y bautizar a mas de 300,000 negros.
En la mañana del 9 de Septiembre de 1654, después de haber contemplado a Jesús y a la Santísima Virgen, con gran paz se fue al cielo.
Beatificado el 16 de Julio de 1850 por Pío IX.
Canonizado el 15 de Enero de 1888 por León XIII junto con Alfonso Rodriguez.
El 7 de Julio de 1896 fue proclamado patrón especial de todas las misiones católicas entre los negros.
El papa Juan Pablo II rezó ante los restos mortales de San Pedro Claver en la Iglesia de los Jesuitas en Cartagena el 6 de Julio de 1986.
Su fiesta se celebra el 9 de Septiembre.
Pedro Claver, Patrono de Colombia, de mediana estatura y un poco encorvado, es una figura que se torna gigantesca del siglo XVII. Quiso hacerse esclavo de los negros. Le contó al hermano Nicolás, en una conversación que tuvieron en el colegio de los jesuitas de Cartagena de Indias, según su propio cálculo, le salían más de trescientos mil los negros que bautizó. Tenía entonces setenta años.
La gran cacería africana reportaba buenas ganancias a los negreros que compraban negros en el continente africano de 1683 por ocho francos y los vendían en Cartagena, la Habana, Portobello, Jamaica, Lima o Veracruz por cien pesos, pudiendo permitirse la muerte de las dos terceras partes del cargamento humano durante la travesía. Era un realismo brutal el que a diario se contemplaba en los mercados de esclavos del Nuevo Mundo. Dicen que unos catorce millones de seres humanos fueron desplazados desde los bohíos africanos hacia América; también se cuenta que, solo a Cartagena llegó más de un millón de estos desgraciados hombres.
Cuando han pasado el Renacimiento y la Reforma, ya es una realidad el asentamiento europeo en América. Es la ocasión pintiparada para el soldado y el comerciante; tanto el idealista como el famélico tienen ahora su oportunidad; y también hay campo abierto para el misionero y el santo.
Pedro Claver, que había nacido en el pueblecito catalán de Verdú el 26 de junio del 1580, hijo de Pedro Claver y Juana Corberó, en familia de campesinos acomodados; después de una infancia sin mayor historia que la de crecer ayudando en las tareas del campo, entró a los diecinueve años en la vida eclesiástica, y luego se hizo jesuita; como había descubierto en Mallorca la perspectiva apostólica americana en sus contactos con el portero santo Alfonso Rodríguez, terminó embarcándose en Sevilla en el galeón San Pedro, el día 15 de Agosto de 1610, rumbo a las nuevas tierras.
Primero estuvo dos años en Bogotá, luego marchó a Atunja donde estuvo un año y, por último, se convirtió en un residente de Cartagena de Indias, recorriéndola por el prolongado tiempo de treinta y ocho años. Allí se ordenó sacerdote en el 1616.
Las notas que pueden entresacarse de la obra del P. Sandoval De la salvación de los negros son escalofriantes. Parece ser que a Cartagena llegan cada año doce o catorce navíos con un siniestro cargamento humano de negros; el negro viene pensando que lo traen para hacer aceite con él y comérselo; en la bodega no se ve sol ni luna; están amontonados; les dan de comer una escudilla diaria de harina de maíz o mijo y un pequeño jarro de agua; hay un terrible murmullo en las tripas del navío; de seis en seis están atados por cadenas en el cuello; aquella masa humana desprende un hedor que nadie puede entrar en la bodega sin mareo. Cuando los sacan en puerto, parecen esqueletos y es raro no encontrar en alguno pústulas infectadas. Ahora van de dos en dos con grilletes en los pies buscando al comprador que dé su precio.
Cada barco que llega repite la historia de actividad desenfrenada en el Colegio de san Ignacio donde vive Pedro Claver en su cuarto pobre, con una silla desvencijada y una cama con estera. En contraste con la pobreza, hay allí una rica y abundante despensa de frutas: limones y naranjas, tabaco, aguardiente y aguafuerte para los negros. Ha prometido oración especial para el primero que le avise de la llegada de un barco negrero nuevo. Dada la alarma, corre hacia el puerto y lleva en sus brazos a los enfermos. Tiene montado un sistema de intérpretes: Calapino habla doce idiomas africanos; pero como es imposible hacerse entender, recurre al lenguaje universal del signo con el abrazo a todos los temblorosos negros que puede entre el hedor fétido de desperdicios y pescado podrido.
Sabía poner esperanzas en aquellos desheredados e infelices negros y hacer milagros con su Cristo de madera.
Le llamaban ignorante y muchos creían que de verdad lo era. Su heroica y constante actitud cristiana, cuidando y evangelizando a los negros; su desvelo con los presos de la Inquisición y su afán de ayudar a los extranjeros apresados por las naves españolas no era extraño que provocara el asombro incomprensivo. Él estaba enamorado de aquella pobre humanidad y todo le parecía poco para socorrerla. Y cuando no se desvivía por los demás, rezaba y adoraba por la noche al Santísimo Sacramento.
Las señoras Doña Isabel de Urbina y Doña Mariana de Delgado tienen que esperar su turno en las filas de esclavas negras para su confesión. Ellas disponen de confesores abundantes si no quisieran guardar cola, porque las negras no tienen otra alternativa para recibir instrucción, consuelo o perdón. ¿Todos iguales? No; los que sufren y son despreciados tienen prioridad.
Un día cayó paralítico. Al que pasó toda su vida en continua actividad, le ha llegado la hora de imitar de modo más completo y perfecto al Maestro. Cuatro años le duró la enfermedad que le llevó a la muerte, abandonado de todos; estuvo al cuidado de un resabiado esclavo negro nuevo que le maltrató sin recibir ninguna queja de Pedro Claver.
El día seis de setiembre se extiende por la ciudad, como una ola, el rumor de que se muere el santo; los días siete y ocho se forma espontáneamente un reguero humano que viene y va. Ya sin habla, ve a algunos y les sonríe.
El día 9 de setiembre del año 1654 marchó al cielo, habiendo cumplido su misión.
«La vida que más me ha impresionado después de la de Cristo», dijo el papa León XIII cuando lo canonizó.