15 de septiembre

NUESTRA SEÑORA DE LAS ANGUSTIAS

El canto de Granada está impregnado de aires serios y tristes. Su psicología peculiar es honda y reflexiva. Y así tenía que ser esta Granada cristiana, que nace, vive y muere contemplando su Virgen de las Angustias, esa imagen vetusta, bella y profunda, que llora la muerte del Hombre-Dios. El hondo sentido teológico de estas lágrimas lo ha expresado el pueblo en dos sentidos versos:

Lágrimas que a tu Hijo lloran y que consuelan mi alma.

La actual representación de la Virgen de las Angustias con su dinamismo de dolor maternal redentor, con sus joyas y sus mantos de Reina, es obra de siglos. A nosotros ha llegado con la madurez de las cosas logradas, con el equilibrio clásico de lo perfecto y sobrio. Nada le falta y nada le sobra para el misterio que representa y para la devoción que debe inspirar. La Virgen está de pie sobre un trono real de plata, que cobija el estandarte también real de la santa cruz. A sus pies tiene, como escabel, la luna en arco muy abierto. Delante, ante su mirada tristemente contemplativa y tranquila, está el cuerpo muerto del Hijo, que cubre con su manto y sólo deja ver la parte alta del pecho y la cabeza caída por el lado derecho.

De la antigua talla de la Virgen no se ve ahora más que el rostro enmarcado por unos encajes finísimos en forma de toca monjil. Un gran manto de Reina y Madre cuelga desde la cabeza por los laterales y las espaldas. Todo el cuello está cerrado y el pecho se cubre con un peto riquísimo de múltiples y variadas joyas. Sobre la cabeza, como sujetando el manto, se alza la gran corona de Reina. Los brazos quedan Ocultos, pero las manos asoman por delante un poco implorando compasión y en ademán de buscar la reliquia sacrosanta del Divino Hijo. La copla del himno oficial canta:

Hay una Madre de amores que adora Granada entera:

La Virgen de las Angustias,
la que vive en la Carrera.

Efectivamente, la Virgen de las Angustias tiene su casa de Granada en la Carrera del Genil, río que baja de Sierra Nevada, limpio como el agua de la nieve y corre muy cerca, a la derecha de la Virgen. Por detrás pasa también muy cercano el río Darro, con sus granitos de oro. Las aguas de estos dos ríos históricos se juntan aquí, muy cerca del trono de la Virgen, como queriendo simbolizar el latido vital cristiano de los hijos de Granada. Un cronista del siglo XVIII nos pinta a la ciudad volcada en excesos de amor reverencial hacia su Reina y Señora, la Virgen de las Angustias. Día y noche está presente en aquel divino asilo de su templo, con ininterrumpido concurso de hombres y mujeres, que, postrados pecho por tierra, entran de rodillas desde la calle, los más descalzos, hasta las gradas del presbiterio. Las visitas a la Virgen tienen aire de peregrinación diaria en nuestros días. Muchos entran por rezar; otros se quedan en la calle; todos se santiguan o se descubren. La salida o la entrada de la Virgen en su templo es siempre un espectáculo de masa y de gloria. Por las espaciosas puertas de la basílica, enmarcada en los esplendores de una noche oriental, envuelta en una ráfaga policroma de luces que chispean en la pedrería de su peto y su corona, entre la algarabía musical de las bandas, los estampidos de los fuegos, el volteo de las campanas y los vivas de la muchedumbre enardecida y creyente, entra la Reina de Granada en su palacio, de espaldas a la iglesia y con los ojos de Madre misericordiosa vueltos hacia los millares y millares que se quedan huérfanos en la calle, porque no caben dentro, todos con un mismo y profundo suspiro de oración, que arde, como incienso, en el fervor del alma y sube al cielo, cuajado en esta sentida copla:

¡Oh Virgen de las Angustias,
que abrazas muerto a Jesús!
Feliz quien tuviera el alma donde a Cristo tienes tú.

La devoción de Granada a la Virgen de las Angustias se remonta a los días mismos de la Reconquista, como legado espiritual precioso de la gran Reina Católica. Isabel había nacido en Madrigal. Su padre, Juan II de Castilla, murió cuando ella contaba tres años. Su madre, Isabel de Portugal, y segunda esposa de Don Juan, se tuvo que retirar, a la muerte del rey, al palacio de Arévalo. Aquí estuvo Isabel hasta los doce años. Esta estancia fue providencial para la formación espiritual de la Reina Católica y para la historia mariana de Granada. En Arevalo se profesaba una devoción tiernísima a la Virgen de las Angustias. En el siglo XIII, los trinitarios habían construido allí un magnífico templo, que fue pronto el centro de la piedad de Arévalo. Una de sus capillas estaba dedicada a la Virgen de las Angustias. Juan II de Castilla, que construyó su palacio en Arévalo, oró más de una vez ante aquella imagen de la Virgen. Luego fue su hija, la futura Isabel la Católica, la que se postraba con su madre, Isabel de Portugal, ante el altar de la Virgen de las Angustias. Cuando, a los doce años, la reclamó su hermano Don Enrique, Isabel se marchó de Arévalo con el corazón partido, porque dejaba allí lo que más amaba en la tierra: a la Virgen de las Angustias y a su madre. Más tarde, cuando se acerque a Avila, no dejará de visitar la ciudad de Arévalo para orar ante la Virgen y consolar, como buena hija, a su madre, Isabel de Portugal. La Virgen de las Angustias de Arévalo fue coronada canónicamente el 26 de junio de 1955 y guarda un gran parecido con el primer cuadro que se veneró en la Ciudad de los Cármenes. Su corazón está atravesado por siete espadas y delante de ella yace exánime el cuerpo muerto de su Divino Hijo. Isabel la Católica llevó en su corazón esta imagen, que tantas veces había contemplado de niña, y hasta hizo pintar algunas tablas, una de las cuales fue la que primero se veneró en Granada. No es preciso apelar a una salvación milagrosa de la Reina en el pueblecito de la Zubia para explicar por que Isabel puso a Granada bajo la protección de la Virgen de las Angustias. Basta la tierna devoción que ella sentía por este misterio.

Los reyes habían establecido su cuartel general en la ciudad de Santa Fe. El viernes 2 de enero de 1492 salieron de allí con dirección a Granada, siguiendo el cauce del Genil. El rey don Fernando llegó hasta el puente más cercano a Granada, junto a la actual ermita de San Sebastián, entonces mezquita. La reina se quedó en Armilla. Boabdil hizo acto de homenaje primero al rey y luego a la reina. Luego continuó con dirección de la Alpujarra. Mientras se tremolaba en la Alhambra el estandarte real y el de Santiago, se entonó el Te Deum y el ejército se arrodilló junto al río Genil. El príncipe don Juan besó las manos de sus padres, como reyes de Granada, Y luego subieron a la Alhambra por la peña tajada de los Mártires y recibieron allí las llaves. Aquel mismo día se volvieron a Santa Fe, siguiendo el camino de Gomérez y Puerta Elvira. El lunes 5 de enero volvieron los reyes a Granada para oír en ella su primera misa. Fue un día de luz y alegría. Enero se había disfrazado con capa de mayo. Fray Hernando de Talavera, obispo de Avila, bendijo la mezquita Taybin o de los convertidos, hoy iglesia de San Juan de los Reyes, y en ella se celebró la misa, ante un cuadro de la Virgen de las Angustias, donación de la reina y que todavía se conserva en dicha iglesia. Se trata de una pintura en sarga del siglo XV. La Virgen está de pie con su Divino Hijo, muerto, en el regazo. Detrás están los dos santos Juanes, Bautista y Evangelista, como recuerdo de Juan II de Aragón y Juan II de Castilla, padres ambos de los Reyes Católicos. Delante, junto a la cabeza y a los pies de Cristo muerto, se ven de rodillas a los propios reyes, don Fernando y doña Isabel.

No fue este primer templo de Granada el escogido por la Virgen de las Angustias para iglesia suya. El lugar escogido por Ella estaba muy cerca del río Genil y del puente donde los reyes y su ejército habían entonado el Te Deum el día de la toma. Aquí se empezó a venerar, muy pronto también, una segunda tabla de la Virgen Dolorosa, probablemente regalo de los mismos Reyes Católicos, que es, a lo que parece, la que se venera en la vecina iglesia de los padres escolapios. No consta con certeza si la tabla se colocó primero en la puerta vecina de la muralla, en una tribuna, como hablan las crónicas antiguas. Es cierto que en aquellos primeros años se veneró en una ermita, extramuros de la ciudad y junto al río Genil. En 1501 es mencionada esta ermita como ayuda de la parroquia de San Matías. En 1545 se aprueban las primeras constituciones de la Cofradía de las Angustias y Transfixión de Nuestra Señora y de Santa Susana y de Santa Ursula. La ermita era pequeña y hubo que edificar a su lado otra iglesia el año 1570, que pasó a depender de la nueva parroquia de Santa María Magdalena. En 1609 fue elevada a parroquia independiente. El concurso de fieles crecía cada día más. Se impusieron nuevas ampliaciones el 1626 hasta que se construyó la actual basílica el año 1668. Sus torres son del siglo XVIII. La escultura de mármol que hay en su fachada, de la Virgen de las Angustias, es de Mora y se hizo el 1665-66. Se puso fuera para facilitar el culto en las horas en que la iglesia estaba cerrada. El interior de la iglesia es de una sola nave, con capillas laterales y el crucero, que cubre una bóveda de orden toscano. En el altar mayor, todo él de mármol con finas incrustaciones y mucha talla y escultura, un arco central se abre hacia el camarín, magnífica obra de tipo churriguera granadino, para dejar ver a la imagen de la Virgen en su trono, bajo una cúpula, que sostienen cuatro columnas salomónicas, de mármol negro. Las pinturas sobre temas de la Pasión son del siglo XVIII y tuvieron que ser reparadas después del incendio del año 1918. Pío XI elevó a basílica menor esta iglesia el 30 de noviembre de 1922.

El alma de este templo es la imagen de la Virgen de las Angustias. En la tabla primera, que se veneró a los principios, la Virgen estaba de rodillas y con las manos cruzadas sobre el pecho, que atravesaban siete puñales. La célebre Dolorosa, que José de Mora hizo el 1671, se debió inspirar en ella. Para las procesiones se hacía necesaria una escultura y la Hermandad se hizo pronto con una mediana dispuesta a semejanza de la tabla original. Esta imagen no debía satisfacer a muchos. Parece que se encargó una mayor y más devota en Toledo, que fue traída a Granada con gran secreto y misterio, sin duda para favorecer su culto y prevenir dificultades. En las crónicas del siglo XVII es corriente hablar de la aparición milagrosa de la imagen. Existen varias versiones de cómo llegó a Granada la imagen. Prueba de su inconsistencia histórica. La más ordinaria nos habla de dos varones, que serían ángeles, los cuales la entregaron a los cofrades en su primitiva ermita. Una sana crítica no encuentra fundamento histórico para este milagro. Lo importante es que la imagen actual es devotísima en todo su conjunto y remonta a principios de la segunda mitad del siglo XVI. Su forma primitiva era una Soledad, tallada de pie y con los brazos pegados al cuerpo, las manos cruzadas y extendidas sobre el pecho, con túnica también tallada, de color azul y sin manto. Después se añadió el Cristo yacente sobre una mesa-altar, se puso detrás el estandarte de la cruz y se cubrió toda la talla con el manto. El alba o túnica blanca que hay debajo del manto es de fines del siglo XVI. Para colocarle en el pecho una cruz con piedras preciosas fue preciso separar del cuerpo los brazos y las manos, como hoy se encuentra. Esto lo hizo en 1718 el célebre artista Duque Cornejo.

Un cronista del siglo XVIII llama a la Virgen de las Angustias refugio de todas las aflicciones. Así la contempla siempre el pueblo. Como su Reina, su Madre y su Patrona. Su templo es la casa de todos y su manto el cobijo de todos los que lloran y anhelan. La historia de los mantos de la Virgen arranca del mismo siglo XVI y es gloriosísima. En ellos ha visto siempre el pueblo el símbolo tangible de su poder y de su eficaz protección sobre Granada. De todos los mantos que se conservan en las arcas de la basílica, merece especial atención el que regaló la duquesa viuda del Infantado el año 1758, de terciopelo negro bordado en oro. En 1794 regaló otro don Antonio de la Plaza, obispo de Cádiz, también de terciopeIo negro, bordado en oro y guarnecido de perlas. El de Isabel II data de 1856. Es de terciopelo negro con bordados, randas y flecos de oro. El manto del pueblo es riquísimo. Contribuyeron aun los más pobres, pues se recogieron en los cepillos hasta monedas de uno y de dos céntimos. Es el manto que lleva en sus salidas procesionales y el que vistió el día de su solemne coronación. También es de terciopelo negro, con bordados de oro, grandes ramos de flores con mucho relieve, granadas en la orla, yugos y flechas, insignias de los Reyes Católicos. Más reciente es el manto de la Hermandad, que suele ponerse durante el novenario y en la Semana Santa. En 1929 se hizo uno con la primera seda que se obtuvo en los campos de Granada. Por fin, el año 1940 estrenó la Virgen el manto de los Alféreces, que lleva la estrella y el nombre de los alféreces granadinos muertos en la guerra de Liberación. Costó 50.000 pesetas. Los mantos son la expresión viva del patronato de la Virgen vivido y sentido por Granada a través de toda su historia. El patronato canónico se obtuvo en Roma el 1889, siendo arzobispo don José Moreno Mazón. Entonces se trasladaron del Viernes Santo y de la Cuaresma al mes de septiembre la fiesta y la procesión con el novenario solemne. La coronación canónica tuvo lugar el 20 de septiembre del año 1913, bajo el pontificado de don José Meseguer y Costa. La corona, de estilo renacimiento español, es de oro, con un total de más de 6.000 piedras preciosas. Como la devoción y la protección de la Virgen se extendía de hecho a toda la archidiócesis de Granada, el arzobispo don Balbino Sanatos pidió y obtuvo de Pío XII la ampliación de su patronato canónico. Esto sucedió el año 1948. Con este motivo se inauguró un himno oficial con música de Luis Urteaga y letra del presbítero don José Fernández Crespo. Los inspirados autores lograron una auténtica plegaria popular, que responde al sentimiento y devoción de Granada.

Oh Virgen de las Angustias,

Reina y Madre de Granada,
que es, a tus plantas postrada,
hoguera de fe y de amor.

En la vida y en la muerte protégenos con tu manto,
y nos consiga tu llanto el amparo del Señor.

JUAN LEAL, S. I.