Por aquellas calendas agitábanse los pueblos con las convulsiones propias del nacimiento de una nueva época: la Edad Moderna.
El antes glorioso Imperio otomano estaba en decadencia; Rusia se regía por zares, sedientos de grandezas; en Alemania se incubaban guerras intestinas; otro tanto ocurría en Inglaterra en los inicios de su hegemonía marítima; en Francia el Rey Sol deslumbraba con las fastuosidades de su Versalles; mientras que íbase declinando el poderío español.
En estos momentos históricos, siendo papa Clemente VIII y reinando en España y Nápoles Felipe III, plugo a Dios que viniera al mundo el niño José Desa, como para confundir con su ignorancia a los petulantes de aquel siglo.
Ni por razón de la patria, ni del hogar, puede decirse que resplandeciera este gran santo desde su infancia.
Vino al mundo en un establo de la pequeña aldea napolitana de Cupertino. Su madre, Francisca Panara, hubo de refugiarse en aquel escondrijo, para huir de los ejecutores de la sentencia de embargo, dictada contra el cabeza de familia, Félix Desa, por no poder pagar a sus acreedores.
Eran gente honrada; pero los escasos ingresos de un pobre carpintero de aldea no permitían vivir con desahogo económico y, como los agentes judiciales no suelen tener entrañas de misericordia...
En compensación de estas penurias económicas, abundaba aquella familia en caudales de fe tradicional y buenas costumbres; Por lo que el pequeño fue educado en el santo temor de Dios y la mayor pureza de vida. Para ponerle bajo la protección de la Santísima Virgen, le añadieron en la confirmación el sobrenombre de María, y así José María desde su infancia pudo contar con dos madres: la del cielo y la de la tierra.
Era ésta una ruda aldeana de carácter fuerte, que no le consentía el menor desliz o travesura, castigándole duramente, hasta el extremo de dejarle alguna noche fuera de casa, teniendo que refugiarse, para dormir, en el atrio de la iglesia parroquial, según cuentan algunos autores.
En lo que todos sus hagiógrafos coinciden es en afirmar que era de muy cortos alcances intelectuales, por lo que no pudo lograr casi ningún adelanto en la escuela rural, donde le matricularon sus padres.
En vista de que el estudiar era para él tiempo perdido, le sacaron de la escuela sin saber leer y, para que ayudase a aliviar las angustias domésticas, le pusieron sus padres como aprendiz en la zapatería del pueblo.
No era muy complicado este oficio de artesanía; mas la ineptitud de José para los estudios corrió pareja con la que mostraba en este aprendizaje, durante el que más de una vez tendría que experimentar las caricias del tirapié, para que se espabilase...
Desechado como inútil por el maestro zapatero, hubo de quedarse en su propia casa, cuyos problemas agrandó más, en vez de ayudar a resolverlos, porque le sobrevino entonces una larga y penosa enfermedad. Su cuerpo se le cubrió de postemas repugnantes y dolorosas, que le ocasionaban muchos sufrimientos, aunque supo soportarlos con ejemplar paciencia, hasta que un buen día la Santísima Virgen le devolvió la salud.
Una vez repuesto corporalmente, como para nada servía, se dedicó a una vida de oración y caridad, prestando a todos, con mejor gana que acierto, sus pobres servicios.
Para lo único que tenía gran habilidad era para orar y mortificarse. Se pasaba largas horas de hinojos en la iglesia, y ni se preocupaba de comer, siendo frugalísimo su alimento, cuando le obligaban a tomarlo.
Así fueron pasando los días de su adolescencia y, al frisar en los diecisiete años, sintióse llamado a la vida religiosa en la Orden de los franciscanos conventuales.
Para solicitar el ingreso en ella, acudió a un convento que le era conocido, por tener allí dos tíos suyos frailes. Gracias a la eficaz recomendación de éstos, fue admitido como lego, ya que, por su ineptitud para las letras, no podía aspirar al sacerdocio. Viéndose en la casa de Dios, se acrecentaron sus fervores, de tal modo que sólo se preocupaba de orar y hacer penitencia, pero descuidando y realizando mal los encargos que se le hacían. Todos reconocieron que era muy santo, pero inútil para la vida de comunidad, pues no servía ni para pelar patatas o fregar platos, por lo que hubieron de despedirle del convento, con gran pena de todos.
Fracasado este primer intento, pensó en pedir el hábito en otra Orden más austera y, en 1620, llamó a las puertas del convento que tenían los capuchinos en Martina.
El ambiente de pobreza y recogimiento de aquella casa encantó a José. Los religiosos también quedaron gratamente impresionados al ver su profunda humildad y oírle hablar de las cosas divinas con tanto fervor, por lo que, ad experimentum, le recibieron entre los hermanos legos. Pronto llegaron hasta allí rumores de que se trataba de un haragán histérico, inservible para todo. Las sencillas pruebas a que le sometieron confirmaron estas apreciaciones: la santidad de aquel postulante no parecía muy sólida, ya que lo que le sobraba de oración, le faltaba de obediencia, pues se olvidaba de los encargos o los hacía al revés. A su capacidad deficiente en lo intelectual, se le añadieron raras enfermedades en los ojos y las rodillas, por lo que hubieron de despedirle con pena por inservible.
Así plugo al Señor acrisolar a esta alma predilecta suya, llevándole por la penosa senda de las humillaciones y fracasos. Para colmo de desdichas, cuando retornó a su hogar, vio que había muerto su padre y los acreedores de éste quisieron poner en la cárcel al hijo, para saldar las cuentas familiares; pero ¿de dónde sacaría dinero, si para nada servía?...
Como José supo que uno de sus tíos franciscanos estaba predicando en Vetrara, decidió encaminarse allá, para impetrar orientación y auxilio.
El buen franciscano, en vista del doble fracaso de su sobrino, le recibió con mal talante, reprendiéndole por su inconstancia e inutilidades; pero compadecido y edificado al ver su humildad, se animó a recomendarle a sus hermanos de la pequeña residencia de Santa María de Grotella, donde fue admitido, en 1621, como mero oblato, para ayudar en los servicios más ínfimos.
Aquellos padres conventuales, religiosos de mucho espíritu, supieron apreciar el oro de santidad, encubierto bajo la escoria de las deficiencias del joven oblato, y le admitieron como novicio en 1625, ciñéndole el glorioso cordón franciscano. ¡Todo se lo debía a su Madre del cielo!
El humilde fray José, al verse tonsurado y recibido entre los aspirantes al sacerdocio, henchióse de santo júbilo; pero no cesaron por eso sus amarguras, pues el nuevo genero de vida le obligaba a dedicar largas horas al estudio y sus cortas facultades mentales no daban para tanto. Las letras no entraban en su cabeza y a duras penas logró aprender a traducir el sencillo lenguaje evangélico. Cada examen era para él un martirio y un fracaso...
Mas sus progresos en la virtud eran extraordinarios y compensaban este retardo mental; en vista de ello, sus superiores decidieron en 1626 concederle la profesión, al terminar su noviciado, y hasta le dispensaron de los exámenes, para que el señor obispo de Nardó, don Jerónimo de Franchis, le concediera las órdenes menores y el subdiaconado, que recibió el 30 de enero y el 27 de febrero respectivamente.
Al aspirar al diaconado, quiso el señor obispo examinarle personalmente, lo que puso a fray José en un trance peligroso. Temblando fue hacia la sede episcopal, después de haberse encomendado con todo fervor a su querida Virgen de la Grotella. Como de costumbre, presentó el prelado al ordenando los evangelios, para que picase, leyera e hiciese la exégesis del que le correspondiese. Abrió el libro, al azar, por el texto mariano : Beatus venter, qui te portavit..., y al punto lo tradujo con tal maestría y lo explanó con tan devota elocuencia, que a todos dejó prendados de su saber, por lo que pudo recibir el diaconado el 30 de marzo del mismo año.
Salvado así este difícil trance, prosiguió fray José sus estudios con igual tesón e idéntico resultado fatal en el aprovechamiento, hasta que, para aspirar al presbiterado, hubo de presentarse ante el tribunal que presidía el obispo de Castro, don Juan Bautista Detti. Presentóse con otros compañeros de claustro que tenían grandes dotes de talento, por lo que el contraste habría de resultarle muy bochornoso; pero la Santísima Virgen se valió de esto mismo para sacar con bien a su devoto; los primeros examinandos probaron su competencia con tal brillantez, que aquel prelado, aunque tenía fama de riguroso, creyendo que todos los condiscípulos estarían a la misma altura, suspendió la sesión, cuando le iba a tocar a fray José, y dio por aprobados a los restantes... Por tan extraordinario favor pudo recibir el 18 de marzo del 1628 los poderes sacerdotales.
Como reconocía que su ordenación era un singular favor de la Santísima Virgen de la Grotella, en este reducido santuario quiso celebrar su primera misa, para dedicar las primicias del sacerdocio a su celestial Madre.
Desde entonces se repitieron casi diariamente los éxtasis y comenzó a prodigar favores milagrosos a cuantos necesitados de auxilio recurrían al convento. Una vida tan extraordinaria y tales hechos taumatúrgicos originaron envidias, habladurías y rumores calumniosos, que llegaron hasta las oficinas curiales, por lo que cierto vicario se creyó obligado a delatar el caso de fray José al Santo Tribunal de la Inquisición, que funcionaba en Nápoles. Tremenda y afrentosa era esta prueba, ya que este Tribunal se cuidaba de extirpar la plaga de herejes y hechiceros. Los inquisidores tomaron cartas en asunto de tanta resonancia en la provincia de Bari y citaron a juicio al acusado.
Harto prolijo y a fondo debió ser el examen, ya que duró dos semanas y le dedicaron tres largas sesiones, indagando su género de vida y arguyéndole sobre las cuestiones teológicas más debatidas entonces, a todo lo cual respondió con una seguridad y acierto asombrosos. Más aún, pues allí mismo verificó un milagro, ya que le mandaron leer en un breviario las lecciones históricas de Santa Catalina de Siena, que contenían un error histórico y, no viendo lo que tenía ante sus ojos, hizo por tres veces una lectura correcta y exacta. Nada encontraron aquellos doctos y ecuánimes jueces que fuera censurable o erróneo en fray José, por lo que proclamaron su inocencia y sabiduría, pues era evidente que tenía ciencia infusa.
Esta gracia gratis data se comprueba mejor en los atestados hechos para el proceso de su canonización. Pero aún hay otro testimonio de más valía, dado por la boca de un pequeñuelo que apenas sabía hablar. Cuando se le presentó su madre al Santo, acaricióle éste, rogándole que repitiera: Fray José es un pecador, que merece el infierno, y con voz clara el chiquitín dijo: Fray José es un gran santo, que merece el cielo...
Como la fama de tales portentos se dilataba cada vez más, de todas partes acudían al convento donde residía el frailecito de Cupertino, por lo que el padre ministro general de los conventuales, fray Juan B. Berardiceldo, decidió llamarle a su residencia de Roma. Recibióle con cautela y dio órdenes para que se le aposentara en la más apartada celda de aquel convento.
Todo fue en vano. Los éxtasis y los milagros se multiplicaron, y las más altas dignidades eclesiásticas se preocupaban de ver al taumaturgo. Hasta el mismo Papa manifestó deseos de conocerle y, conducido por el padre ministro general, fue recibido en audiencia particular por el papa Urbano VIII; pero hete aquí que, nada más ver al Vicario de Cristo, se quedó extático fray José y, en suave levitación, permaneció suspenso en el aire por largo rato, hasta que su superior le mandó que descendiera. Al terminar la audiencia, el Papa dijo al general: Si este fraile muriese durante nuestro pontificado, Nos mismo daríamos testimonio de lo sucedido hoy.
Tan extraordinario fenómeno místico llegó a ser cosa corriente en la vida de fray José. Parecía como que su mortificada carne estaba ya exenta de las leyes ordinarias de la gravitación y, en cuanto una idea u objeto le recordaba algo divino, sus sentidos se enajenaban, y el cuerpo ascendía por los aires, a veces hasta unirse con la imagen, que le atraía como suave imán, pasando por encima de las velas encendidas, sin que sus llamas quemaran el pobre sayal.
En 1639 fue destinado al observante convento de Asís, donde le sobrevinieron graves crisis de aridez espiritual y lúbricas tentaciones, a lo que se juntaron otras penosas enfermedades y humillaciones; pero, cuando su general le volvió a trasladar a Roma en 1644, se le acabaron todas estas pruebas y comenzó otra serie de compensaciones gloriosas, que continuaron después, al retornar a vivir junto al sepulcro de su padre; allí prodigó los milagros, compuso discordias, purificó las costumbres y evitó una sangrienta revuelta, por todo lo cual llegó a merecer que las autoridades y el pueblo le proclamasen hijo adoptivo de aquella histórica ciudad, perla de Umbría.
Esta serie de éxitos ruidosos despertó otra de nuevas contradicciones y hasta de diabólicas venganzas.
En cierta ocasión, caminando a caballo de uno a otro convento, al pasar por un estrecho puente, la furia infernal espantó a la noble bestia y el jinete cayó al río; pero lo maravilloso fue que fray José salió del agua tranquilamente con el hábito seco. Contaba después este lance con su ordinaria sencillez, diciendo que fue el diablo quien le dio un empujón, exclamando: ¡Muere aquí, fraile hipócrita, abandonado de Dios!; pero que él le había respondido: En todo momento quiero esperar en el Señor, que siempre me ayuda, y no habrá quien me haga desconfiar de Él...
También debió ser otra diabólica trama la nueva persecución, suscitada en Roma contra el Santo de Cupertino. Cuando subió al solio pontificio Inocencio X, decidió acabar de una vez con todas las disputas que había en torno a los hechos portentosos de fray José y, para esclarecer la verdad y evitar posibles amaños, mandó que se le recluyera en el escondido convento capuchino de Petra Rubra, para librar así a los conventuales de calumniosas maledicencias. Todo fue en vano; pues el ambiente aislador se trocó en nueva exaltación, y aquella recóndita casa convirtióse en centro de peregrinación y manantial de prodigios, creciendo más el frenesí de los fieles. Esto motivó un nuevo traslado a Fesonbrone, pero continuaron allí los éxitos del taumaturgo igual que antes.
Con el cambio de Pontífice, pudieron lograr los conventuales que se permitiera al discutido fraile retornar a vivir entre sus hermanos de la primitiva Orden, y sus superiores le señalaron como residencia claustral a Osimo, en la región de Las Marcas.
Desde que llegó a la que iba a ser su última morada, hasta que enfermó en ella el 10 de agosto de 1663, puede decirse que pasó el ocaso de su vida en un continuado y dulcísimo rapto. Hubieron de separarle de la comunidad y señalarle un oratorio interior, para que celebrase con sus extraordinarios fervores el santo sacrificio, que solía durar casi una hora.
El don de profecía, que había mostrado antes en favor de otros, sirvióle también entonces para conocer la proximidad de su muerte.
Preparóse para el trance final con singular fervor, y pidió él mismo que le administrasen los últimos sacramentos.
Aunque yacía consumido por la fiebre en su pobrísimo lecho, al sentir el toque de la campanilla que anunciaba la proximidad del viático, como impulsado por el resorte de su amor, dio su postrer vuelo para salir, de hinojos sobre el aire, al encuentro de Jesús, exclamando: ¡Oh, vése libre cuanto antes mi alma de la prisión de este cuerpo, para unirse con Vos!
Después entró en suave agonía, fijos los ojos siempre en lo alto y repitiendo el Cupio dissolvi... ¿Qué contemplaría entonces quien durante su vida disfrutó de tan dulcísimos raptos?... ¡Misterios de la vida interior! Sólo sabemos que sus últimas palabras fueron:
Monstra te esse Matrem!... Así entregó su espíritu a Dios este fino amante de María el 18 de septiembre de 1663. Aquel perfume milagroso y celestial, que tantas veces había descubierto su presencia en los recovecos de los conventos, se difundió por todas partes y duró en su celda más de trece años.
JOSÉ MARÍA FERAUD GARCÍA
SAN JOSÉ DE COPERTINO
18 de Septiembre Patrón de los estudiantes.
La obediencia es como un cuchillo por el cual se mata la voluntad del hombre y se le ofrece a Dios. Hace que el hombre se vaya confortando con el cielo.
José nació el 17 de junio de 1603 en el pequeño pueblo italiano llamado Copertino (Lecce). Sus padres eran sumamente pobres. El niño vino al mundo en un pobre cobertizo pegado a la casa, porque el papá, un humilde carpintero, no había podido pagar las cuotas que debía de su casa y se la habían embargado.
A los 17 años pidió ser admitido a la orden franciscana pero no fue aceptado. Pidió que lo recibieran en los capuchinos y fue aceptado como hermano lego, pero después de ocho meses fue expulsado porque era en extremo distraído. Dejaba caer los platos cuando los llevaba para el comedor. Se le olvidaban los oficios que le habían asignado. Parecía que estaba siempre pensando en otras cosas. Por no cumplir bien con sus deberes tuvo que dejar el convento.
Al verse desechado, José buscó refugio en casa de un familiar suyo que era rico, quien declaró que este joven no era bueno para nada, y lo echó a la calle. Se vio entonces obligado a volver a la miseria y al desprecio de su casa. La mamá le rogó insistentemente a un pariente que era franciscano, para que le recibieran al muchacho como mandadero en el convento de los frailes.
Conversión.
Sucedió entonces, que en José se obró un cambio que nadie había imaginado. Lo recibieron los frailes como obrero y lo pusieron a trabajar en el establo y empezó a desempeñarse con notable destreza en todos los oficios que le encomendaban. Pronto con su humildad y su amabilidad, con su espíritu de penitencia y su amor por la oración, se fue ganando la estimación y el aprecio de los religiosos, y en 1625, por votación unánime de todos los frailes de esa comunidad, fue admitido como religioso franciscano.
Dificultad en los estudios.
Lo pusieron a estudiar para prepararse al sacerdocio, pero le sucedía que cuando iba a presentar exámenes se trababa todo y no era capaz de responder. Llegó uno de los exámenes finales y el pobre Fray José la única frase del evangelio que era capaz de explicar completamente bien era aquella que dice: Bendito el fruto de tu vientre Jesús. Estaba asustadísimo, pero al empezar el examen, el jefe de los examinadores dijo: Voy a abrir el evangelio, y la primera frase que salga, esa será la que tiene que explicar. Y salió precisamente la única frase que Fray Copertino se sabía perfectamente: Bendito sea el fruto de tu vientre .
Llegó al fin el examen definitivo en el cual se decidía quiénes serían ordenados. Y los primeros diez que examinó el obispo respondieron tan maravillosamente bien todas las preguntas, que el obispo suspendió el examen diciendo: ¿Para qué seguir examinando a los demás si todos se encuentran tan formidablemente preparados?. José, que era el próximo en turno y estaba atemorizado, se libró de tener que pasar el examen.
Es por eso que nuestro santo es el patrón de los estudiantes, especialmente de los que, como el, encuentran dificultades en sus estudios. El santo se complace en ayudarles. En su santuario en Osimo sigue creciendo la documentación que testifica su intercesión.
Sacerdote de oración y penitencia.
Fue ordenado sacerdote el 18 de marzo de 1628 y se dedicó a tratar de ganar almas por medio de la oración y de la penitencia. Sabía que no tenía cualidades especiales para predicar ni para enseñar, pero entonces suplía estas deficiencias ofreciendo grandes penitencias y muchas oraciones por los pecadores. Jamás comía carne ni bebía ninguna clase de licor. Ayunaba a pan y agua muchos días. Se dedicaba con gran esfuerzo, consagrado a los trabajos manuales del convento (que era para lo único que se sentía capacitado).
Éxtasis y milagros.
Sus éxtasis, curaciones milagrosas y sucesos sobrenaturales eran tan frecuentes que no se conocen en semejante cantidad en ningún otro santo.
Levitación.
Se conoce de mas de 200 santos que experimentaron levitación. Este don extraordinario consiste en la elevación del cuerpo humano sin la participación de ninguna fuerza física. Se ha considerado como un regalo que Dios hace a ciertas almas muy espirituales. San José de Copertino tuvo numerosísimas levitaciones, es decir volaba por los aires.
Un domingo, fiesta del Buen Pastor, se encontró un corderito, lo echó al hombro, y al pensar en Jesús Buen Pastor, se fue elevando por los aires. Quedaba en éxtasis con mucha frecuencia durante la santa Misa, o cuando rezaba los Salmos. Durante los 17 años que estuvo en el convento de Grotella, sus compañeros de comunidad lo observaron 70 veces en éxtasis. El más famoso sucedió cuando diez obreros deseaban llevar una pesada cruz a una alta montaña y no lo lograban. Entonces Fray José se elevó por los aires con la cruz y la llevó hasta la cima del monte.
Cuando estaba en éxtasis lo pinchaban con agujas, le daban golpes con palos, y hasta le acercaban a sus dedos velas encendidas y no sentía nada. Lo único que lo hacía volver en sí, era oír la voz de su superior que lo llamaba a que fuera a cumplir con sus deberes. Cuando regresaba de sus éxtasis pedía perdón a sus compañeros diciéndoles: Excúsenme por estos ataques de mareos que me dan.
Los animales sentían por él un especial cariño. Pasando por un campo, se ponía a rezar y las ovejas se iban reuniendo a su alrededor y escuchaban muy atentas sus oraciones. Las golondrinas en grandes bandadas volaban alrededor de su cabeza y lo acompañaban por cuadras y cuadras.
Como estos sucesos tan raros podían producir verdaderos movimientos de exagerado fervor entre el pueblo, los superiores le prohibieron celebrar misa en público, ir a rezar en comunidad con los demás religiosos, asistir al comedor cuando estaban los otros allí, y concurrir a las procesiones u otras reuniones públicas de devoción.
Un día llegó el embajador de España con la esposa y mandaron llamar a Fray José para hacerle una consulta espiritual. Este llegó corriendo. Pero cuando ya iba a empezar a hablar con ellos, vio un cuadro de la Virgen que estaba en lo más alto del edificio, y dando su típico pequeño grito, se fue elevando por el aire hasta quedar frente al rostro de la sagrada imagen. El embajador y su esposa contemplaban emocionados semejante suceso que jamás habían visto. El santo rezó unos momentos. Luego descendió suavemente al suelo, y como avergonzado, subió corriendo a su habitación, y ya no bajó más en ese día.
En Osimo, donde el santo pasó sus últimos seis años, un día los demás religiosos lo vieron elevarse hasta una estatua de la Virgen María que estaba a tres metros y medio de altura, y darle un beso al Niño Jesús, y allí junto a la Madre y al Niño se quedó un buen rato rezando con intensa emoción, suspendido por los aires.
El día de la Asunción de la Virgen en el año 1663, un mes antes de su muerte, celebró su última misa. Y estando celebrando quedó suspendido por los aires como si estuviera con el mismo Dios en el cielo. Muchos testigos presenciaron este suceso.
Muchos enemigos empezaron a decir que todo esto eran meros inventos y lo acusaban de engañador. Fue enviado al Superior General de los Franciscanos en Roma y este al darse cuenta que era tan piadoso y tan humilde, reconoció que no estaba fingiendo nada. Lo llevaron luego donde el Sumo Pontífice Urbano VIII el cual deseaba saber si era cierto o no lo que le contaban de los éxtasis y de las levitaciones del frailecito. Y estando hablando con el Papa, quedó José en éxtasis y se fue elevando por el aire.
El Duque de Hanover, que era protestante, al ver a José en éxtasis, se convirtió al catolicismo.
En la vida de San José de Copertino podemos ver cantidad de dones con los que el Señor adornó su humilde y piadosa alma. Es un santo en el que Dios derramó tanta abundancia de dones sobrenaturales que son incontables.
Fue elegido por sus Superiores aexorcizar demonios, lo cual el se consideraba indigno de hacer, y utilizaba esta frase: Sal de esta persona si lo deseas, pero no lo hagas por mi, sino por la obediencia que le debo a mis superiores. Y los demonios salían.
También tenía el don de leer los Corazones, era buen confesor y cuando un alma se acercaba a confesarse el se podía dar cuenta de lo que a esta alma le atormentaba.
El don de Bilocación, (estar en dos lugares al mismo tiempo). Cuando su madre estaba muriendo en el pequeño pueblo de Copertino, José se encontraba en Asís y percibió la necesidad de su madre. Una gran luz entró por el cuarto de la señora, era San José de Copertino que había llegado. Su madre al verlo exclamó !oh Padre José, oh mi hijo!, y murió instantáneamente. Cuando sus superiores le preguntaron por qué estaba llorando tan amargamente, el contestó porque su madre acababa de morir. Hay muchos que atestiguan que el Padre José asistió a su madre en Copertino.
Multiplicaba panes, miel, vino, y cualquier comida que se le ponía en frente.
El don de Sanación. Le recobró la vista aun ciego al ponerle su capa sobre la cabeza. Los mancos y cojos eran sanados al besar ellos el crucifijo que él ponía delante de ellos. Hubo una plaga de fiebre muy alta y los enfermos eran curados al hacerle la señal de la Cruz sobre su frente, bajándole la fiebre hasta la temperatura normal. Con la señal de la cruz, resucitaba muertos.
Tuvo el don de profecía, predijo el día y la hora de la muerte de los Papas Urbano VIII e Inocencio X. Predijo el ascenso al trono de Juan Casimir.
Tuvo también el don de tocar corazones hacia la conversión. El más conocido ejemplo fue el de el Príncipe John Federick, un luterano, que a los 25 años de edad fue a Asís con dos escoltas, uno católico y otro protestante. Entraron a la iglesia donde el Padre José celebraba la santa misa y, a la hora de la consagración, cuando el padre quiso partir la hostia; esta estaba tan dura como una piedra y tuvo que devolverla a la patena. El Padre José comenzó a llorar de dolor y a levitar a unos tres pies de altura. Cuando regresó al altar trató otra vez de partir la hostia y, haciendo gran esfuerzo lo logró.
Más tarde cuando los superiores le preguntaron por qué había demorado tanto para partirla, él respondió: Mis queridos hermanos, la gente que asistió hoy a misa tienen el corazón demasiado duro, por eso el Cordero de Dios se endureció en mis manos y no podía yo partir la Hostia Consagrada.
Al día siguiente regresó el príncipe con los dos hombres a la misa y, cuando el Padre José elevó la Hostia, la cruz de la Sagrada Hostia cambió a negra. Causándole gran dolor y llorando empezó a levitar junto con la Sagrada Hostia por 15 minutos. El milagro del Padre José levitando con la Hostia en alto conmovió el corazón del príncipe a convertirse a la Fe Católica, igual que sus acompañantes.
El Padre José nunca aceptó ningún mérito por sus milagros, siempre se los acreditaba a su Madre María, a la cual siempre tuvo una gran devoción.
El Papa Bendicto XIV que era rigurosísimo al aceptar milagros, estudió cuidadosamente la vida de José de Copertino y declaró: todos estos hechos no se pueden explicar sin una intervención muy especial de Dios.
Nadie se hace santo por tener dones sino por entregarlos amorosamente al servicio de Dios. Veamos pues la virtud de San José de Copertino. La humildad del Padre José era constantemente probada. Un día un hombre arrogante le dijo: Impío, hipócrita, no por ti, pero por el hábito de religioso que llevas tengo que respetarte. Yo creería en todo lo que haces si con la señal de la cruz sobre mi yaga me sanas. El contestó: Todo lo que has dicho de mi es completamente cierto y haciendo la señal de la Cruz sobre las llagas quedaron sanadas totalmente.
Ejercitó totalmente el abandono y la obediencia, veía en la voz del superior, la voz del Señor y gozosamente obedecía. Por medio de su obediencia le entregaba a Dios no solamente su hábitos sino también su carne y deseos. Decía: La obediencia es como un cuchillo por el cual se mata la voluntad del hombre y se le ofrece a Dios. Hace que el hombre se valla confortando con el cielo.
Los últimos años de su vida, José fue enviado por sus superiores a conventos muy alejados donde nadie pudiera hablar con él. Estuvo en Nápoles, Asís, donde vive en el Sacro Convento por 14 años, en Petrarubbia y Fossombrone. Finalmente llega al convento de San Francisco en Osimo. La gente descubría dónde estaba y allá corrían. El sufrió meses de aridez y sequedad espiritual (como Jesús en Getsemaní) pero después a base de mucha oración y de continua meditación, retornaba otra vez a la paz de su alma. A los que le consultaban problemas espirituales les daba siempre un remedio:Rezar, no cansarse nunca de rezar. Que Dios no es sordo ni el cielo es de bronce. Todo el que le pide recibe.
José de Copertino murió el 18 de septiembre de 1663 a la edad de 60 años.
Fue beatificado en 1753 por Benedicto XIV, y canonizado en el 1767 por Clemente XIII.
Su cuerpo está expuesto para la veneración en su santuario en Osimo !Que Dios nos enseñe con estos hechos tan maravillosos, que El siempre enaltece a los que son humildes y los llena de gracias y de bendiciones!
José de Cupertino, San. Patrón de los estudiantes.
Autor: Arquidiócesis de Madrid.
Comienzo de la Edad Moderna. España inicia su declive. Reina Felipe III en España y Nápoles. Aquí, en un establo de Cupertino, nace José Desa, cuando sus padres, Félix Desa y Francisca Panara, huían de los acreedores a los que no podían pagar por ser grande la pobreza de un carpintero de aldea. Son honrados, gente de fe tradicional, viven en el temor de Dios.
José es cortito de cabeza. No adelanta en la escuela rural y sale de ella sin saber leer. Para ayudar en casa, empieza como aprendiz de zapatero y, por sus manos torpes, el maestro lo declara inepto. Más que remediar, agrava los problemas familiares porque, además, cae gravemente enfermo.
Lo cura la Virgen. Pero, como no sirve para nada, pasa su adolescencia ayudando a la gente, con más ganas que acierto, y ejercitando la caridad. Eso sí, reza horas y horas y la Virgen le embelesa.
A los 17 años se sintió llamado a la vida religiosa en la Orden de los franciscanos conventuales.
Sucesivamente dos conventos le reciben como lego y también alternativamente lo expulsan. Dirán que es bueno, espiritual, mortificado, piadoso y...con fino amor a María; pero inútil para fraile por su evidente torpeza y su carente valía: no sirve ni para pelar patatas, fregar platos, barrer el convento, tocar la campana, o cavar la huerta. Le sobra piedad y mortificación, pero le falta obediencia, puesto que los encargos que se le dan o se le olvidan o los hace al revés. Pasa por ser un haragán histérico, un inútil para todo. En el colmo de sus males, cuando vuelve a casa, ha muerto su padre y los acreedores pretenden meter al hijo heredero de deudas entre rejas... ¡Con cuantas humillaciones prepara el Señor el alma de algunos de sus santos!
Pero hace una nueva llamada a la puerta del minúsculo convento de Santa María de Grotella. Entra como mero oblato para los más ínfimos trabajos. Estos santos frailes supieron descubrir el oro que cubrían las deficiencias. Pasa a novicio y, a trancas y barrancas por los estudios, ¡llega al sacerdocio!
En el ejercicio del ministerio: atención esmerada a los pobres, caridad sin límite, consejos a la gente y arreglo de contiendas, mucho ayuno y penitencia, milagros y éxtasis. Con todo ello, envidias, críticas, delaciones, interviene la Inquisición y hay revuelo entre las gentes, visitas de dignidades eclesiásticas y hasta el Papa Urbano VIII quiere verle personalmente; en la audiencia con el Viario de Cristo se elevó sobre el suelo, quedándose suspendido sin ningún soporte físico, es el fenómeno místico llamado levitación que se repetirá con frecuencia en su vida. Siguen las calumnias, enredos e insidias.
Tanto se habla y tantos quieren verle que se quiere ocultar al santo para evitar tumultos, pero el lugar donde se le recluye se convierte en centro de peregrinación.
Con don de profecía pudo predecir su muerte para el día dieciocho de Setiembre de 1663 y prepararse para ella.
A la Virgen, Monstra te esse matrem fue su última frase en la tierra.
Este santo puede animar a los cortitos de entendederas, a los fracasados, ineptos en labores caseras y a los desechados como pupas. Todos tienen remedio, si... con Dios cuentan. Nadie hay tan estropeado en la vida que no sirva para nada. Un día San Pablo dijo que Dios elige la necedad para confundir a los sabios... y la flaqueza para confundir a los fuertes... es como si dijera que puede escribir poesías con la pata de una mesa.
Comienzo de la Edad Moderna. España inicia su declive. Reina Felipe III en España y Nápoles. Aquí, en un establo de Cupertino, nace José Desa, cuando sus padres, Félix Desa y Francisca Panara, huían de los acreedores a los que no podían pagar por ser grande la pobreza de un carpintero de aldea. Son honrados, gente de fe tradicional, viven en el temor de Dios.
José es cortito de cabeza. No adelanta en la escuela rural y sale de ella sin saber leer. Para ayudar en casa, empieza como aprendiz de zapatero y, por sus manos torpes, el maestro lo declara inepto. Más que remediar, agrava los problemas familiares porque, además, cae gravemente enfermo.
Lo cura la Virgen. Pero, como él no sirve para nada, pasa su adolescencia ayudando a la gente, con más ganas que acierto, y ejercitando la caridad. Eso sí, reza horas y horas y la Virgen le embelesa.
A los 17 años se sintió llamado a la vida religiosa en la Orden de los franciscanos conventuales.
Sucesivamente dos conventos le reciben como lego y también alternativamente lo expulsan. Dirán que es bueno, espiritual, mortificado, piadoso y...con fino amor a María; pero inútil para fraile por su evidente torpeza y su carente valía: no sirve ni para pelar patatas, fregar platos, barrer el convento, tocar la campana, o cavar la huerta. Le sobra piedad y mortificación, pero le falta obediencia, puesto que los encargos que se le dan o se le olvidan o los hace al revés. Pasa por ser un haragán histérico, un inútil para todo. En el colmo de sus males, cuando vuelve a casa, ha muerto su padre y los acreedores pretenden meter al hijo heredero de deudas entre rejas... ¡Con cuantas humillaciones prepara el Señor el alma de algunos de sus santos!
Pero hace una nueva llamada a la puerta del minúsculo convento de Santa María de Grotella. Entra como mero oblato para los más ínfimos trabajos. Estos santos frailes supieron descubrir el oro que cubrían las deficiencias. Pasa a novicio y, a trancas y barrancas por los estudios, ¡llega al sacerdocio!
En el ejercicio del ministerio: atención esmerada a los pobres, caridad sin límite, consejos a la gente y arreglo de contiendas, mucho ayuno y penitencia, milagros y éxtasis. Con todo ello, envidias, críticas, delaciones, interviene la Inquisición y hay revuelo entre las gentes, visitas de dignidades eclesiásticas y hasta el Papa Urbano VIII quiere verle personalmente; en la audiencia con el Viario de Cristo se elevó sobre el suelo, quedándose suspendido sin ningún soporte físico, es el fenómeno místico llamado levitación que se repetirá con frecuencia en su vida. Siguen las calumnias, enredos e insidias.
Tanto se habla y tantos quieren verle que se quiere ocultar al santo para evitar tumultos, pero el lugar donde se le recluye se convierte en centro de peregrinación.
Con don de profecía pudo predecir su muerte para el día dieciocho de Setiembre de 1663 y prepararse para ella.
A la Virgen, «Monstra te esse matrem» fue su última frase en la tierra.
Este santo puede animar a los cortitos de entendederas, a los fracasados, ineptos en labores caseras y a los desechados como 'pupas'. Todos tienen remedio, si... con Dios cuentan. Nadie hay tan estropeado en la vida que no sirva para nada. Un día San Pablo dijo que Dios elige la necedad para confundir a los sabios... y la flaqueza para confundir a los fuertes... es como si dijera que puede escribir poesías con la pata de una mesa.