San Juan Leonardo pertenece, por la cronología y por su obra, al período de la reforma católica. Nadie el año 1541 en Diécimo, pueblo cercano a Lucca, la pequeña república llamada en otro tiempo religiosísima, y agitada ahora por la crisis protestante.
A la edad de doce años, sus padres, modestos industriales, le enviaron a casa del párroco de Villa Basílica, donde adquirió una cultura elemental e inició su formación religiosa. Hubiera sido tal vez ésta la ocasión para elegir el estado eclesiástico, pero el padre de Leonardo cambió por ahora el rumbo de su vida, mandándole a Lucca a estudiar farmacia. La profesión de farmacista o droguero en aquellos tiempos bordeaba los límites de la medicina y de la alquimia, de la magia y de la filosofía. En este ambiente moldeó Leonardo su recia personalidad de cristiano seglar militante, cuya característica no fue la de hechos asombrosos, aureolados de milagrosos golpes de gracia, sino la de una progresiva ascensión hacia el ideal de santidad. Intensifica la frecuencia de sacramentos y la práctica de la mortificación, realiza el apostolado en el ambiente en que vive y se adhiere al grupo de piadosos seglares llamados colombinos para asegurar, su perseverancia, madurando así su capacidad de entrega a una intensa vida sacerdotal que había de ser su decidida vocación.
Efectivamente, después de la muerte de su padre, a pesar de que la madre le instaba para que se instalase en Diécimo como farmacista, inicia sus estudios eclesiásticos. Tiene ahora veintiséis años. Aprobado el latín en las escuelas públicas de Pisa, aprende lógica y teología con el Padre dominico Paolino Bernardini, que por prescripción médica residía en una casa de campo perteneciente a la Orden.
El contacto directo con el maestro dominico produjo en Juan Leonardo cierta preocupación científica, que manifestó luego en los ensayos, inéditos, que escribió sobre diversos tratados teológicos. La perfección que pudiera faltar en su elemental plan de estudios era suplida por la madurez humana y espiritual que Leonardo había adquirido en sus treinta y dos años de vida seglar. Fue ordenado sacerdote en Pisa, el año 1572.
Instalado en Lucca como capellán de la iglesia de San Giovanni dalla Magione, Juan Leonardo comienza su apostolado y su obra de proselitismo, que había de cristalizar en la fundación de los Clérigos Regulares de la Madre de Dios. Característica relevante del apostolado de Juan Leonardo es la enseñanza del catecismo, que revela el espíritu eminentemente parroquial que había de diferenciar a su Institución. Juan Leonardo es sacerdote de parroquia, atento siempre a preocuparse de las necesidades concretas e inmediatas de los fieles.
Habiendo conocido el obispo de Lucca su actividad catequística le encargó de realizarla en otras iglesias y parroquias de Lucca. Para sistematizar esta actividad San Juan Leonardo escribió un Manual de doctrina cristiana, que estuvo durante mucho tiempo en uso en alguna región de Italia. Queriendo asegurar la continuidad de este movimiento renovador de la enseñanza del catecismo formó la Compañía de la Doctrina Cristiana, integrada por elementos seglares y que muy pronto había de extenderse a Siena, Pistoya, Nápoles y Roma. Los pontífices Gregorio XIII, Clemente VIII y Paulo V concedieron a esta Compañía especiales privilegios.
La personalidad de este sacerdote de vocación tardía comenzaba a destacarse en la Iglesia briosamente, paralela a la de los coetáneos San José de Calasanz y San Felipe Neri, a quien especialmente estará muy unido en el andar de su vida de fundador y de apóstol.
A los dos años de actividad sacerdotal Juan Leonardo había formado un grupo de colaboradores parroquiales íntimos, a los que fue preparando para el sacerdocio y con los que inicia su fundación el año 1574.
En realidad, sus proyectos de fundador no eran ambiciosos en cuanto a la organización. La pequeña comunidad de sacerdotes surgía limitada al ámbito de la parroquia. El ideal de Juan Leonardo era hacer de sus colaboradores santos sacerdotes dedicados al ministerio parroquial. Su obra se puede encuadrar en la trayectoria ascendente de movimientos de renovación del clero diocesano.
La nueva Congregación encontró una férrea oposición por parte de las autoridades civiles de Lucca. La pequeña república, celosa de su independencia, seguía con recelo la actividad del Santo, a quien comenzó a considerar aliado de potencias extranjeras y posible colaborador de la Inquisición. Sin ninguna responsabilidad personal, Juan Leonardo fue tratado durante toda la vida como un enemigo irreconciliable de su patria.
Tal enemistad ocasionó a los noveles religiosos una precaria situación económica, hasta tal punto que el mismo fundador se vió obligado a pedir limosna.
Estas dificultades, sin embargo, no desalentaron a Juan Leonardo en sus tareas apostólicas. Intensificó en su iglesia el culto al Santísimo Sacramento con la función de las Cuarenta Horas y organizó continuamente ejercicios de reparación y penitencia, con una técnica que se acerca mucho a ciertas Misiones populares de la actualidad. Los fieles recorrían de noche procesionalmente las calles de Lucca, visitando las iglesias principales, entonando himnos penitenciales, disciplinándose y gritando: ¡Perdón, Señor, misericordia! El devoto espectáculo ocasionó ruidosas conversiones, no siempre coronados con una, fiel perseverancia, y que proporcionaron al celoso predicador algún fracaso apostólico.
Tal fue el de la Compañía de la Paz, agrupación formada con cincuenta bandidos convertidos en masa, que a los pocos meses de existencia el Santo debió disolver, porque algunos de los conversos habían vuelto a las andadas; los que perseveraron ingresaron en los capuchinos.
Más afortunado fue con la fundación de las Monjas de los Ángeles, religiosas dedicadas a las muchachas pobres, de las cuales, no obstante, Juan Leonardo se desentendió muy pronto, porque era radicalmente opuesto a los apostolados femeninos, aun los de clausura.
A la sazón el Santo andaba preocupado con el traslado de su comunidad de clérigos a la nueva casa de Santa María Contelandini, en Lucca. Lo cual no se llevó a cabo sin graves disturbios, ocasionados por los fieles de esta parroquia, que llegaron a decir al obispo en señal de protesta: ¡Monseñor, ¿qué hacéis? ¿Habéis alejado de vos aquellos diablos y nos los habéis metido en medio de nosotros? A pesar de todo San Juan Leonardo tomó posesión de la nueva sede. Era el año 1580. Al año siguiente la Congregación recibía la aprobación oficial del obispo de Lucca, llamándose Clérigós Regulares de la Madre de Dios.
Con razón Juan Leonardo había ya ganado también la confianza de la Santa Sede y fue nombrado varias veces por Clemente VIII comisario apostólico con la misión de reformar algunas de las Ordenes monásticas decadentes. El Santo realizó siempre con gran celo y notable éxito esta tarea de reformador, pero la impronta de su personalidad está más grabada en aquellas catequesis y aquella actividad pastoral de Juan Leonardo en las iglesias de Lucca.
Con no menor intensidad se dedica ahora el Santo a solidificar su fundación. Aunque no era ideal del fundador multiplicar las nuevas casas, quiso, sin embargo, fundar una en Roma. Lo consiguió gracias al apoyo de algunos cardenales, principalmente el cardenal Baronio, que le estimó y protegió siempre con especial predilección. La nueva comunidad se instaló definitivamente, el año 1662, en Santa María in Campitelli, que aún hoy día es la Casa Generalicia de la Congregación. Durante su estancia en Roma Juan Leonardo realizó una de las más importantes actividades de su vida: la colaboración con el cardenal Vives en la organización del Colegio de Propaganda Fide. Durante los últimos siete años de su vida el Santo se dedicó con ardor a la naciente Institución misionera, cuyo ideal él había acariciado desde hacía tiempo. Este mérito fue premiado por León XIII, que por especial privilegio le inscribió, siendo aún Beato, en el Martirologio Romano, poniendo de relieve la obra misional realizada por San Juan Leonardo.
Antes de morir Juan Leonardo tuvo la alegría de ver aprobadas en 1603 por Clemente VIII las constituciones de la nueva Congregación de Clérigos Regulares. No pudo llegar a verla florecer y brillar. Pero guardó en su corazón la alegría de una vida entregada al servicio de la Iglesia. Murió entre los suyos, en Lucca, el año 1609. Beatificado por Pío IX en 1861, fue canonizado por Pío Xl en 1938. Sus restos se veneran en Santa María in Campitelli, de Roma.
San Juan Leonardo encarnó el ideal de un santo sacerdote, que no deslumbra por la magnitud de sus empresas, sino por el perseverante ejercicio de la caridad pastoral.
MANUEL USEROS CARRETERO
Pertenece al período de Reforma en la Iglesia. Fruto de la región toscana de Lucca, en el pueblo de nombre Diécimo. Esa región antes religiosísima y escrupulosa en la fe que ahora está agitada por la crisis protestante. Nace en casa de acomodados industriales; la familia practica y vive fiel en el catolicismo. Después de haberse preocupado de que a su hijo Juan se le diese la mejor formación posible al calor del párroco del pueblo, lo encaminan a que estudie farmacia, que en aquel tiempo era lo mismo que droguero, profesión que también tenía algo de filosofía, alquimia y magia.
Aquel joven con promesa no se casa. Algo está pasando. Sin milagrería llamativa, emplea su tiempo en la farmacia de Diécimo, inicia estudios de latín y comienza bajo la dirección del dominico Paolino Bernardini a estudiar teología. Ya habrá muerto su padre cuando cambie las píldoras y pócimas por el ministerio sacerdotal. Se ordena en Pisa el año 1572, tiene treinta y dos años; lo hacen capellán de la iglesia de San Giovanni della Magione y comienza su labor apostólica, destacando de modo especial la enseñanza del catecismo.
El obispo cuenta con él para implantar en otras parroquias la misma actividad catequética en el territorio de Lucca. Juan Leonardi, obligado por la necesidad, al tiempo que escribe su Manual y funda la Compañía de la Doctrina Cristiana, integrada por seglares y que pronto se extenderá por Siena, Pistoya, Nápoles y Roma. Comienza a destacar su personalidad de organizador para bien de la Iglesia.
Ahora pone en marcha una idea antigua que le rondaba la cabeza. En torno a sí va reuniendo desde el 1574 a un grupo de colaboradores parroquiales que poco a poco, abriendo horizontes y sembrando ilusiones, va preparando para el sacerdocio. Serán los comienzos de la fundación propia que le caracteriza: Los Clérigos Regulares de la Madre de Dios, sacerdotes con ministerio eminentemente parroquial y dispuestos a entregarse desde las parroquias a atender las necesidades de los fieles. No tiene otra ambición que hacer de ellos unos sacerdotes santos, piadosos, bien preparados doctrinalmente y celosos de los intereses de Dios en las almas.
Aquella modalidad de sacerdotes que atienden parroquias como los demás, pero que viven reunidos en torno a una figura del fundador al estilo de los religiosos no fue bien entendida y mucho menos estimada por las autoridades civiles de las que iba a depender en parte la autorización para asentarse, y los recursos materiales para sobrevivir. Mal lo pasó Juan. Rechazo, trabas y pobreza hasta verse obligado a pedir limosna. Pero, como pasa siempre en las obras de Dios, aquellas dificultades sirvieron para crecer en confianza y arreciar en la oración: Intensifica el culto al Santísimo Sacramento con la implantación de las Cuarenta Horas, monta ejercicios de reparación, mueve a la gente con misiones populares y organiza procesiones de penitencia por las calles de Lucca yendo de iglesia en iglesia.
Funda también la Compañía de la Paz para amparar la conversión espontánea y masiva de delincuentes; en ella podrían agruparse en el futuro los que se encontraran en esas circunstancias; pero aquello fue un fracaso por no tener raíz, carecer de formación y estar aquellos sujetos más apegados a sus viejos vicios de lo que parecía en principio. Unos volvieron a las andadas y algunos se integraron en los capuchinos.
Como su carisma es organizar, también fundó algo para mujeres: Las Monjas de los Ángeles, religiosas que se ocuparían de la atención y formación de las muchachas jóvenes. Pero, como no quería estar liado con asuntos en donde las mujeres mandaran, las dejó pronto.
Se dedicó a consolidar la obra principal y a procurar la apertura de nuevas casas hasta que con el apoyo del cardenal Baronio consigue asentar la de Roma.
También reunió a su alrededor un conjunto de presbíteros dedicados a la propagación de la fe; este grupo, dispuesto a la primera evangelización, fue asumido y ampliado por la Santa Sede y llegó a convertirse en la Congregación romana llamada Propaganda Fide, colaborando con el cardenal español Juan Bautista Vives en la organización del Colegio.
Clemente VIII aprobó en 1603 las Constituciones de la Congregación, viviendo aún el fundador.
Murió en Lucca, el año 1609.
Pío IX lo beatificó en 1861 y Pío XI lo canonizó en 1838.
Se conservan sus restos en la casa generalicia de Santa María in Campitelli.
No se conocen hechos prodigiosos en su historia que puedan aureolar su figura. Más bien podría decirse que su obra fue gris, corriente y hasta vulgar, con aciertos y fracasos. Pero él puso al servicio de Dios y de la Iglesia los talentos que recibió; trabajó con perseverancia en sacarles todo el jugo sin contentarse con menos y así consumió su vida. No se puede pedir más.