Para hacer historia de los siglos prуximos falta perspectiva, para narrar la vieja historia faltan datos y sobran leyendas. Y el historiador perfecto, al propio tiempo que debe poseer imaginaciуn bastante para dar a sus narraciones interйs y colorido, debe asimismo dominar tanto su arte y por tal modo que se contente con los materiales acopiados por йl y se defienda de la tentaciуn de suplir los vacнos que halle con aсadiduras de su propia cosecha. Asн opinaba de la historia lord Macaulay.
Por otra parte, la historia se simplifica excesivamente con la lejanнa. Tambiйn de lejos todo resulta pardo. Por eso la Edad Media se ha vuelto torneo, cruzada y lirismo a travйs de crуnicas irresponsables y pelнculas ligeras. A sus hombres se les ve sencillos, ingenuos y de una sola cara. Tan sуlo admitimos la excepciуn de algъn que otro malo' cinematogrбfico medieval. Comparamos con nuestros aсos, y el balance final indiscutible es que fue mejor todo tiempo pasado. Quizб se busca asн una justificaciуn de la propia debilidad al querer ver la fidelidad a la Ley divina como mбs fбcil en otros aires temporales, Tambiйn porque lo vivo es empecinadamente discutido mientras lo muerto se dulcifica, se atenъa y reduce a una visiуn comprensiva y simplista. La hora de la muerte es de alabanza.
"Jamбs se dirб bastante mal de la Edad Media, pero, sobre todo, nunca se dirб bastante bien". Esta verdad de Federico Ozanam es la que se ve evidente al meditar la vida del santo rey inglйs, en la que lo adverso es pan de cada dнa y lo bueno es el personaje, en realidad sуlo el protagonista, en brega con todo un ejйrcito de circunstancias adversas a toda existencia facilitada. Este es el haz y el envйs de su йpoca.
Aquel tiempo tenнa su armazуn social en las leyes naturales, la caridad y C:risto. Y aquн su maravilla. Porque la consistencia de sus costumbres era la justicia informada por la caridad. Vale decir -escribe Enrique Rau- que todo el orden social temporal era como una mansiуn pasajera donde el hombre reponнa sus fuerzas corporales en marcha hacia la eternidad; el destino temporal del hombre se consideraba como un medio providencial de realizar el destino eterno sobrenatural. Ni un momento de la vida real, ni un aspecto, ni una clase social, ni trabajo alguno, por humilde que fuera, se creнan separables de la religiуn. Toda la vida era considerada deber de estado y transformable en materia apostуlica. Tambiйn es cierto que la humanidad medieval tenнa de la naturaleza concepto de escala hacia Dios, y San Francisco oraba al libre aire de los campos italianos, y allн era su pъlpito, bajo los tornavoces de hojas verdes, y allн sus йxtasis, y allн los capнtulos de su Orden, abrigados por unas leves vegetales esterillas. El ideal de hombre era el de caballero, y el de mujer el de dama y reproducciуn de la mбs cantada Mujer y bendita Madre de Dios, Nossa Senyora. El caballero habia de ser leal, idealista, cristiano y compasivo. La mujer, pudorosa, devota y muy de casa. La sociedad armуnica y religiosa en comъn. El Papado fuerte. La Monarquнa responsable y la cultura teolуgica.
Pero no hay luz sin sombra. La belleza estб en el claroscuro. Son esas sombras las que hacen posible ver la luz. Y son ellas las que unos historiadores sуlo aprecian y otros se afanan en olvidar.
Los principios de la Edad Media fueron particularmente tenebrosos. Tuvo la Santa Iglesia que domeсar naciones nuevas indуmitas y nacidas de la ley de la violencia, la sangre y el mбs fuerte. Hubo de bautizar las espadas y tornar al hosco guerrero violento en apoyo y protecciуn de la Iglesia, de viudas y de huйrfanos, rendido servidor de Jesucristo. Fue su tarea signar con la cruz, bendecir, la guerra y darla fin justoCruzada, implantar el amor con las treguas y el derecho de asilo, restaurar la leyprecisamente en la obra de Eduardo III se apoya el derecho comъn de Inglaterra, elevar a la mujer y, sobre todo, librar la gran batalla por la independencia eclesiбstica, en su misiуn salvadora, en relaciуn con el poder civil. En los aсos de San Eduardo1004-1066fueron por este motivo los mбs enconados encuentros. Las turbulencias polнticas de los Estados Pontificios, la rivalidad de los seсores, la venalidad de algunos eclesiбsticos, la investidura, daban frutos de violencias, astucias, rebeldнas y crнmenes. Lo consolador es que la conciencia de haber pecado estaba sensibilizada por una verdadera fe. No sucede asн hoy dнa.
Los primeros Pontнfices contemporбneos de Eduardo Juan XVIII y Sergio IV, apoyados en su elecciуn por Giovanni Crescencio, le debieron sumisiуn polнtica. Benedicto VIII y Juan XIX sufrieron lo mismo con los condes de Tъsculo. Benedicto IX fue indigno del Solio y, elegido antes de los veinte aсos, guerrero, polнtico y ambicioso. Pero la asistencia divina velу siempre por la indefectibilidad de la Santa Iglesia y la pureza de su Dogma a travйs del gran monje Hildebrando, que, todo un carбcter, fue apoyo y consejero de seis Papas desde Gregorio VI.
Eduardo recibнa nuevas tristes de Roma: los ingresos de la Iglesia estaban en manos ajenas, las basнlicas se caнan en ruinas, y los bandidos infestaban la ciudad. Muriу Dбmaso II cuando Eduardo contaba treinta y ocho aсos. Muriу quizб envenenado. Y la Silla de Pedro fue crisol de santificaciуn una vez mбs: San Leуn IX, apoyado en el criterio de Hildebrando y animado por el fuego de San Pedro Damiбn, en medio de guerras, traiciones y obscuridades, se empeсу en una reforma general, El cisma oriental le preocupу y se hizo insoluble humanamente cuando su sucesor Vнctor II. Eduardo muriу en 1066, mientras en Milбn se libraban batallas finales contra la reforma de Alejandro II. Un Pontнfice que, codo con codo con el rey, habнa elevado el ambiente eclesiбstico inglйs.
Esta es la panorбmica del Alto Medievo que a San Eduardo tocу vivir. Sobre este fondo viviу su santidad. Le seria precisa una fe a prueba de cismas y de antipapas. Hoy la fe moderna en la designaciуn divina de los Papas apenas es tal. Son los Pontнfices modernos tan a las claras indiscutibles hombres de Dios que todo es aliciente para la admiraciуn, la obediencia y el amor. No les han faltado pruebas, guerras y criticas, traiciones de quienes se sirven de la Iglesia para su programa, sin servirla, Su primado e Infalibilidad fuй discutido entonces y ahora. Pero Dios tiene siempre santos de reserva y se llamaron en Canosa San Gregorio VII y hoy Pнo IX, Leуn XIII, San Pнo X y los ъltimos Papas. Los poderes del infierno no podran con la Santa Madre Iglesia.
La escena inglesa en que Eduardo viviу fue tambiйn violenta y en vilo. El lujo bбrbaro de la corte, las discusiones violentas entre los nobles, a lo largo de los banquetes palaciegos e interminables, en los que estallaba la cуlera paterna. Todo ello se aborrascу aъn mбs con las incursiones de los piratas escandinavos, temibles por su odio al nombre de cristiano, su valor feroz y su destreza. Inglaterra sufriу en sus costas los mordiscos de los daneses, por su vecindad con los puertos de embarque. La lucha entre sajones y escandinavos se empeсу a travйs de seis generaciones, y fue un catбlogo de crueldades en las matanzas y ferocidades en las represalias. La ruina general en las provincias, los monasterios y los lugares parecнa inacabable. El amor fue uniendo matrimonios, cabezas de puente hacia una convivencia que se acercу por la mezcla de la lengua y coronу con la unidad religiosa cristiana. Pero antes habнa de sufrir el prнncipe Eduardo toda una odisea de destierro. Con diez aсos conociу la huida a travйs del Canal, el destierro entre sus tнos, los hermanos de su madre y duques de Bretaсa.
Bretaсa o Normandia, donde se hablaba la bella lengua de Oc, de un paisaje hъmedo, tierra fйrtil, bosques y viсedos, era en el siglo XI la regiуn mбs civilizada de Europa, Su polнtica, tradiciуn, costumbres y usos eran totalmente diversos de Francia. Cada ciudad era una pequeсa repъblica y cada castillo almenado una brillante corte imperial en miniatura. El primer triunfo de la Gran Educadora de la humanidad, la Iglesia de Dios, se viу allн: por las artes, la literatura, el amor y la cortesнa, por el gusto del culto y el Evangelio, el espiritu de hierro se fue haciendo humano. En medio de esta prosperidad la figura de Eduardo, el regio doncel exilado, se doblaba en oraciуn. Que de su isla llegaban las noticias de ocupaciуn, saqueo, tiranнa de Swein de Dinamarca, muerte de Etelberto, su rey y padre, y de Edmundo, el prнncipe heredero. Emma, su madre, que habia llorado todo esto partiу un dнa misteriosamente. El muchacho quedу helado: iba a ser esposa de Knutt el nueva usurpador danйs. A los quince aсos, quizб con los ojos llorando sobre las blancas rocas de Dover, dijo una oraciуn que tiene cadencias de salmo: Seсor, no tengo a quiйn volver los ojos en la tierra. Mi padre muriу despuйs de una vida de desgracias, la crueldad ha aniquilado a mis hermanos; mi madre me ha dado un padrastro en mi mayor enemigo, mis amigos me han abandonado. Estoy solo, Seсor, y, mientras tanto, buscan mi alma. Pero Tъ eres el protector del huйrfano y en Ti estб la defensa del pobre (Pйrez de Urbel).
Su temperamento se fue modelando en la adversidad hacia un carбcter reflexivo, silencioso, dulce y noble. Mбs que los lujos cortesanos de los duques le gustaba el vuelo бgil de los halcones, el clamoreo de la jaurнa, la monodнa y los consejos de los monjes. Cantaban su bondad, su valor y su justicia los escaldas ingleses de villa en villa y, al morir Knut, desembarcaba en Southampton sus 40 navнos; pero, cuando soсaba con el entusiasmo de sus subditos, encontrу los aceros de sus enemigos. Emma, la madre, se descubriу como indigna del hijo y vendida al extranjero. Eduardo siempre habнa tenido criterio de renunciar a la mayor monarquнa con ta] de no subir a un trono de sangre. Volviу a Normandнa.
El destierro le amargaba mбs ahora, que sufrнa el abandono de su madre y habнa pisado la patria. Una embajada de Inglaterra invitaba a Eduardo y Alfredo a recobrar el trono paterno. Alfredo se engaсу y cayу en manos enemigas. que le atormentaron, cegaron y dejaron morir en un islote. De la familia real quedaba tan sуlo el Santo, perdonando el asesinato de su padre, hermanos y lamentando la muerte del alma materna. Su vida estaba amenazada continuamente y el prнncipe aprendiу a vivir con una total dependencia de la voluntad divina.
Emma y Knut habнan ido empujando a Eduardo a una situaciуn similar a la que Shakespeare crearнa en torno a Hamlet de Dinamarca. Precisamente en Dinamarca. Quizб fue una venganza literaria del genio inglйs. Desde luego que el dramaturgo conocнa las crуnicas de la йpoca porque tambiйn fue tema en su Macbeth. Porque la reina, mujer del usurpador de su marido, del asesino de sus hijos, era ahora madre de Knut el Atrevido, fruto de su matrimonio con el danйs. Todo lo que en Hamlet fue desazуn, revancha premeditada, fue en Eduardo perdуn y serenidad. Aun cuando, ya rey Eduardo y puesto en manos del duque de Kent, Godwin, gobernador de la Mercia y duque de Westsex, pernicioso y hбbil, recibiу sus influencias en contra de su madre. Con la prueba del juicio de Dios se desvaneciу la red caluminosa con que el duque aсadнa leсa al fuego. Godwin muriу de repente en un convite, en el momento de cometer un perjurio.
Era violento y bбrbaro el rey Knut, pero el mismo virginal primitivismo de su alma le inclinу a la generosidad: quiso tener cerca al desterrado, con lo que se ganaba a los ingleses. Despuйs de treinta aсos de exilio volvнa Eduardo a pisar Inglaterra. No transcurriу mucho tiempo cuando el rey morнa en el dнa de su boda y los thanes le ofrecнan la corona. Contaba Eduardo cuarenta aсos de fecunda y sufrida existencia. Olvidу todo, asentу su gobierno en la vieja ley sajona y el ъnico anhelo fue la dicha de sus sъbditos. Su madre, aborrecida por los ingleses, fue encerrada en un monasterio. Suprimiу impuestos, volviу a la interrumpida tradiciуn y previno los ataques de Dinamarca. Perdonу y no castigу, protegiу al dйbil, fomentу la prosperidad nacional y tuvo por criterio ser padre de su reino y servir mбs que reinar. Su polнtica econуmica de parquedad cortesana hizo inmensamente rica la Corona y la Iqlesia. Los ingleses le adoraban y la palabra del rey era siempre la razonable. Segъn su primer biуgrafo, se hizo cйlebre el dicho era pobre en medio de la riqueza, su tesoro parecнa el erario de los pobres y de todo el mundo: sobrio en los placeres, ni se alegraba en la abundancia ni se entristecнa en la necesidad. Comprendiу que la polнtica no es la intriga, ni el propio provecho, ni los bellos discursos, sino el desenvolvimiento de la perfecciуn natural del hombre, fin al que el Creador ha destinado como medio a la sociedad. segъn escribiу en nuestros dнas Pнo XII.
De su destierro se trajo la inquietud cultural para el pueblo, al que relacionу con la culta Normandнa, y, en fuerza del comercio de ideas entre ambas costas del Canal, llegу a ser la corte de Ruбn a la de Eduardo el Confesor lo propio que la de Versalles a Carlos II.
Fue tambiйn esplйndido en dotar iglesias y monasterios. Cuando lloraba desde Bretaсa por su naciуn hizo voto de peregrinar a Roma si algъn dнa podнa ceсir la corona. Ante la oposiciуn de los nobles desistiу del viaje y el papa San Leуn IX se lo conmutу por que repartiera entre los necesitados el presupuesto del viaje y levantar una iglesia a San Pedro. Esta fue la fundaciуn de la gran abadнa de Westminster, en la que se consagran los reyes y es panteуn real e ilustre de Inglaterra.
Casу con Edith, hija del desgraciado e insidioso duque Godwin, rosa entre espinas y capaz de comprender a su rey en el voto de continencia, que ni las sъplicas de sus nobles ni el grande y tierno amor a su bella mujer pudieron hundir jamбs.
Allн hubo paz y justicia, y en ella muriу Eduardo III, entre la consternaciуn del pueblo, un 5 de enero. Corrнa el 1066. Un siglo despuйs Alejandro III le alzу a la santidad, el mбs alto pavйs a que pueda ser levantado un rey.
Como una sinfonнa, un tutti orquestal, una dilatada panorбmica, ve Jorge Manrique avanzar la Edad Media hasta la trampa de la muerte:
Las huestes innumerables los pendones y estandartes y banderas,
los castillos impunables,
los muros e baluartes y barreras,
la cava honda chapada,
o cualquier otro reparo,
їquй aprovecha?
Cuando tъ vienes airada todo lo pasas de claro con tu flecha.
Y se ven los pendones aйreos y coloristas, los estandartes de gules y oros, las espadas flamнgeras y las corazas al sol, los corceles piafando, los castillos empinados, y los muros y los baluartes se hunden ante la Muerte, que todo lo mata con su airada flecha implacable. Hay un estandarte que aъn flamea: el de Eduardo III de Inglaterra.
Por Mн los reyes reinan. La Iglesia le recuerda cada 13 de octubre. Inglaterra aъn llama de San Eduardo a su Corona.
Erase un Santo que fue rey de sн y sъbdito de Dios. God save the King. Esta vez fue cierto. Su reino no tendrб fin.
ENRIQUE INIESTA, SCH.
Presentar como excusa para nuestra vida mediocre aquello de que los tiempos no son buenos o que las circunstancias presentan su cara adversa, y apoyarse en los manidos dichos para afirmar que así no es posible buscar y conseguir la santidad hoy y ahora, no deja de ser un recurso vulgar tras el cual se esconde la pereza para vivir las virtudes cristianas o la falta de confianza en Dios que lleva al desaliento.
De hecho, ni los tiempos en sus usos y costumbres, ni las circunstancias personales facilitaban lo más mínimo la fidelidad cristiana de Eduardo. Nace en Inglaterra en el año 1004, casi con el siglo XI, cuando las incursiones navales de los piratas daneses o escandinavos son causa de numerosos atropellos sangrientos y de represalias aún más crueles. El pueblo sufre desde hace tiempo violencia; está en vilo soportando la ignorancia y pobreza. Los palacios de los nobles están preñados de envidia, ambición y deseos de poder; en el lujo de sus banquetes se sirve la traición.
El mismo Papado en lo externo es en este tiempo más un signo de miseria que un motivo de emulación. La Iglesia de Roma tiene sus basílicas en ruinas, en la elección del Pontífice intervienen los intereses políticos y militares a los que se paga a su tiempo la cuota de dependencia. Hace falta una reforma que por más evidente no llega. Incluso el cisma de Oriente está a punto de producirse y lastimosamente se consuma. Nunca faltó la ayuda del Espíritu Santo a su Iglesia indefectible, pero hacía falta fe teologal para aceptar el Primado, sí, una fe a prueba de cismas y antipapas.
Con diez años tiene que huir Eduardo de Inglaterra, pasando el Canal, a la Bretaña o Normandía donde vivirá con sus tíos –hermanos de su madre– los Duques de Bretaña, en la región por aquel entonces más civilizada de Europa. Allí, al tiempo que crece en su destierro, va recibiendo noticias de la ocupación, saqueo y tiranía del rey Swein de Dinamarca. También de la muerte de su padre, el rey Etelberto, y de su hermano Edmundo que era el príncipe heredero. ¡Claro que su madre Emma llora estos sucesos! Pero un buen día lo abandona, partiendo misteriosamente; se ha marchado para hacerse la esposa de Knut, el nuevo usurpador danés. Tiene Eduardo 15 años y sigue escuchando los consejos de los monjes en Normandía; ya es un regio doncel exilado que se inclina en la oración al buen Dios. A la muerte de Knut, los ingleses le proponen la corona de Inglaterra, pero cuando está a punto de disfrutar del cariño de sus súbditos, le traiciona su madre que quiere el trono para el hijo nacido de Knut; él no quiere un reino ganado con sangre y regresa a Normandía. Los leales súbditos piden una vez más su vuelta y la de su hermano Alfredo; pero es una trampa, Alfredo es asesinado.
Llega a ser rey a los cuarenta años, después de una larga, fecunda y sufrida existencia. Es la hora del heroísmo. No alimenta odio. Está lleno de nobleza y generosidad. Contrae matrimonio con Edith, hija del pernicioso, intrigante y hábil duque de Kent. Relega al olvido el pasado, perdona y no castiga. Se dedica a gobernar. A su madre la recluye en un monasterio. Se entrega a buscar el bien de sus súbditos. De Normandía importa arte y cultura. Como su vida es austera, la Corona se enriquece y pueden limitarse los impuestos. Su dinero es el erario de los pobres. Dotó a iglesias y monasterios de los que Westminster es emblema.
Hoy, a la distancia de casi diez siglos, aún Inglaterra llama a su Corona 'de San Eduardo'.
No lo tuvo fácil ¿verdad? Recuerdo ahora ese maravilloso refrán castellano que dice: 'Todos los días son buenos para alabar a Dios'.