Alpaide nació hacia el 1155 en Cudot, pueblecito de la diócesis de Sens, en Francia, y allí mismo murió, el 3 de noviembre de 1211. Su familia era campesina, pobre, y cultivaban, en arriendo, una pequeña granja. Alpaide era la hija mayor, por lo que, en cuanto pudo, se incorporó a las tareas familiares, como era, por lo demás, costumbre entre el campesinado: arar, llevar los rebaños, etc. Pero a los doce años ya no pudo continuar: fue presa de una grave enfermedad que la retuvo desde allí en cama.
Lamentablemente, no es posible a la distancia establecer la enfermedad de la que se trataba, ya que las descripciones van a medio camino entre la interpretación médica y la religiosa. Tal vez algún tipo de lepra ya que todos los documentos hablan de manchas y llagas horribles en la piel, supurantes, que la hacían aparecer -tal como se lee vivamente en las descripciones- pudriéndose en vida. Mientras tanto la madre y los hermanos -el padre había ya muerto- la mantuvieron completamente aislada, no porque no la amaran sino porque no podían asimilar el problema: las oraciones de la madre se dirigían a Dios pidiéndole que cesara ya la vida de su hija; no le daban alimentos, por ver si moría de hambre, y cuando se los daban, nadie se acercaba, por el mal olor que despedía, así que se los arrojaban como a los animales, de modo que apenas si podía llegar a alcanzar alguno, puesto que tenía las manos paralizadas.
Llevaba cerca de un año en cama (es decir, en el establo, en un jergón de paja), cuando en al víspera de la Pascua, mientras todos iban hacia la iglesia -naturalmente ella no- vio una gran luz, olió un suave aroma, y se le apareció la Virgen. La libró de las heridas supurantes, y del correspondiente hedor que despedía, pero se mantuvo paralizada, de modo que continuó teniendo que guardar cama, inmóvil al punto de que incluso para darse la vuelta necesitaba ayuda. Sólo tenía libre la cabeza, el pecho, y la mano y brazo derechos. La Virgen le había dicho que se mantendría con vida sin necesidad de alimentos, y así estuvo mucho tiempo, sin probar alimentos, excepto la comunión los domingos.
La fama de ese milagroso ayuno pronto llegó a oídos del arzobispo de Sens, Guillermo, tío del rey Felipe, quien, luego de una investigación de los hechos, mandó construir una iglesia al lado de donde se encontraba postrada Alpaide, con un ventanuco por el que podía ella asistir a los oficios divinos. El cuidado de la iglesia y las celebraciones fueron confiadas a un grupo de canónigos regulares.
Naturalmente, no sólo el ayuno era famoso, sino que desde el día de la aparición, Alpaide tuvo el don de hacer milagros, veía en espíritu hechos lejanos, predecía el futuro, tenía visiones celestiales, especialmente en las fiestas del Señor o de la Virgen; gozaba del don de consejo y de prudencia en las palabras. Su celda fue meta de peregrinaciones multitudinarias, se acercaban gente de toda clase, nobles y plebeyos, a pedir sus oraciones y escuchar sus consejos. La reina Adele, esposa de Luis VII de Francia, dotó en el 1180 a la iglesia de Cudot con una pensión anual para el mantenimiento de Alpaide; y como ésta, llegaron también más donaciones.
Cuando murió, su cuerpo fue enterrado en el coro de la iglesia, y aun en 1894 se mantenía allí, ante el altar mayor. Fue inmediatamente venerada como santa por el pueblo, y en 1874 la Sagrada Congregación de Ritos, luego del debido proceso informativo, confirmó el culto inmemorial.