5 de noviembre

SANTA ΑNGELA DE LA CRUZ (1846-1932)

Αngela naciσ en Sevilla el aρo 1846, de familia numerosa y pobre, trabajadora y piadosa. Desde muy joven trabajσ en un taller de zapaterνa, a la vez que se entregaba al servicio de los mαs pobres y marginados. Bajo la guνa de un experto confesor, el P. Torres, intentσ hacerse religiosa, hasta que comprendiσ que el Seρor la llamaba a fundar una congregaciσn, la Compaρνa de Hermanas de la Cruz, que, viviendo en gran austeridad, atendνan a enfermos y menesterosos. A pesar de no tener estudios, dejσ escritos de gran profundidad. Su vida y espiritualidad tienen rasgos franciscanos muy marcados. Muriσ el 2 de marzo de 1932 en Sevilla. Juan Pablo II la beatificσ el 5 de noviembre de 1982 y la canonizσ en 2003.

RASGOS FRANCISCANOS DE SANTA ΑNGELA

Por Josι Marνa Javierre [Josι M. Javierre, sacerdote operario diocesano, es un estudioso de la vida y obras de San Αngela. Prueba de ello son las biografνas de la Santa que ha publicado y la ediciσn crνtica de los escritos de la misma: Sor Αngela de la Cruz. Escritos νntimos. Madrid, BAC - 362, 1974. En esta obra, ademαs de la ediciσn de los escritos, Javierre ofrece una extensa Introducciσn biogrαfica (pp. 3-144), asν como introducciones particulares y notas a los escritos. A continuaciσn reproducimos algunos de los fragmentos de sus introducciones en que se refiere a la presencia de lo franciscano en Santa Αngela:]

A finales del siglo XII, por el aρo 1181 σ 1182, iba a nacerle un hijo al acaudalado comerciante de Asνs Pedro Bernardone.

Bernardone se hallaba en Francia, traficando para aumentar su fortuna. La noble madonna Pica, su mujer, se vio asaltada de temor en el momento del parto. Para invocar la protecciσn de Nuestra Seρora y alcanzar que el hijo le naciera bien, ordenσ a los criados que le bajaran al establo en memoria del portal de Belιn.

El alumbramiento sucediσ felizmente. Y asν fue como el llamado Francisco de Asνs, hijo de Bernardone y de Pica, comenzσ su existencia no en las ricas habitaciones de su casa familiar, sino en un establo.

Igual que Jesϊs, el hijo de Marνa y Josι.

Siete siglos mαs tarde, en el aρo de gracia de 1875, Angelita Guerrero dio a luz en Sevilla la «Compaρνa de Hermanas de la Cruz».

Naciσ pobre la Compaρνa, igual que Jesϊs. Sσlo que Angelita no tuvo que descender ningϊn peldaρo, pues ya ella vivνa en el portal.

Francisco y Angelita sabνan los dos que el camino para dar con la «perfecta alegrνa» pasa por la «pobreza absoluta». Francisco fue pobre cuando ya se vio desnudo en presencia del obispo. Angelita fue siempre pobre. Desde su pobre casita de Santa Lucνa, 5, cambiσ a un convento tan pobre..., que ni convento era.

Asν naciσ la Compaρνa de la Cruz. Igual que Jesϊs en Belιn. Conocemos la historia de San Josι, que buscaba un refugio la noche del parto de Marνa; y Jesϊs naciσ en un portal.

A finales del mes de junio de 1875, el padre Torres dijo a Angelita que convenνa dejara el taller y dedicara todas sus fuerzas a preparar el sistema de vida, el horario, la vivienda primera de la Compaρνa de la Cruz. Y las compaρeras que iniciarνan con ella la aventura.

Angelita explicσ a su madre, como pudo, lo que se traνa entre manos. Y se despidiσ del taller. (...)

En menos de un mes tuvo todo a punto. Lo traνa bien meditado. Todo estα dispuesto, y las compaρeras tambiιn. Angelita ha realizado tres conquistas. Tres y ella cuatro. Forman ya una patrulla, minϊscula y ferviente.

Josefa de la Peρa, la terciaria franciscana bienestante que la acompaρa en visitas a los necesitados ha dado el paso. Ella decide vender sus bienes, dejar su casa, poner el dinero a su disposiciσn y tomar parte desde el primer dνa en la Compaρνa. Una testigo del Proceso de Beatificaciσn puntualiza: «En uniσn de otras tres amigas suyas, que eran tambiιn, como ella, terciarias franciscanas, las recibiσ [Angelita] como primeras en el instituto de las Hermanas de la Cruz». No era fαcil este paso para doρa Josefa de la Peρa. Persona conocida en Sevilla, encontrarνa luego reticencias y comentarios si el arriesgado ensayo fracasaba.

Pero ha mirado largamente los horizontes de Angelita, conoce el temple de esta mujer, a primera vista frαgil. Y entre las dos escogen, del cνrculo de sus amistades, dos muchachas pobres, sencillas y buenas: Juana Marνa Castro y Juana Magadαn. Aceptan. Son cuatro, patrulla minϊscula.

Con el dinero de Josefa Peρa, no es gran cosa, alquilan «su convento». Un cuartito con derecho a cocina en la casa nϊmero 13 de la calle San Luis. (...)

A finales de julio se trasladaron a «su convento». Para entrenarse, para calentar su nido: Pues la «inauguraciσn oficial» estα prevista, de acuerdo con el padre, en el dνa 2 de agosto, fiesta de Nuestra Seρora de los Angeles. (...)

Caνa la noche, salen a rezar un rato en Santa Paula. Estαn citadas con el padre Torres. Terminados sus rezos, les platica el padre en el atrio: Que Juana Marνa cambie de nombre para no confundirse con la otra Juana; que Angelita sea superiora; que ιl mismo asume la direcciσn jurνdica de la Compaρνa.

La mνnima patrulla estα ya formada. Hermana Josefa, hermana Juana, hermana Sacramento y sor Αngela, hermana mayor.

2 de agosto de 1875. Nuestra Seρora de los Angeles.

El padre Torres Padilla estα, muy de madrugada, orando ante el altar mayor de la iglesia de Santa Paula. Cuatro mujercitas, vestidas modestamente, vienen de una casa de la calle San Luis para oνr la misa. (...)

Las cuatro mujercitas comulgaron. Y allν estuvieron largo rato diciιndole al Seρor sus cosas.

Se olvidaron de comer.

Las hermanas de la Cruz, el primer dνa de su existencia, fecha oficial de inauguraciσn del instituto, olvidaron guisar la comida. De modo que su fiesta careciσ de banquete. Es decir, hubo varios banquetes en casas de pobres del barrio. (...)

Estas son las historietas antiguas que los discνpulos de Francisco de Asνs llamaban de «perfecta alegrνa». Y aρadνan al final: En alabanza de Cristo. Amιn.

Sea, pues, en alabanza del Seρor.

(pαginas 55-59)

* * *

Sor Αngela era terciaria franciscana antes de fundar la Compaρνa; tambiιn lo eran las primeras compaρeras. Parece que, despuιs de fundada, debνan asociarse todas las hermanas a la Orden tercera, segϊn una carta de la fundadora a la casa de Utrera, el 18 de mayo de 1882, que se conserva en la casa madre. En 1929, segϊn documento conservado en el citado archivo del instituto, se pidiσ y obtuvo la agregaciσn de ιste en la Orden Tercera Franciscana; pero vistas y expuestas las dificultades que esto presentaba, al acomodar la regla al derecho canσnico en 1941, el Definidor general de la Orden franciscana, por entonces el padre Agustνn Zuluaga, enviσ en 1947 un documento que textualmente dice asν: «... quede bien asentado que, sin ser las Hermanas de la Cruz propiamente terciarias franciscanas, por cuanto no hacen profesiσn de observar la regla de las Congregaciones Terciarias, como agregadas a la Orden, gozan, sin embargo, por una concesiσn especialνsima, de los favores y gracias espirituales de que la Santa Sede ha ido enriqueciendo a travιs de los siglos a nuestra Orden». Este documento tambiιn se conserva en el mismo archivo.

(pαginas 356-357, nota 158)

* * *

4. No es oportunidad apropiada esta breve introducciσn para tomar postura en la compleja controversia acerca de las escuelas de espiritualidad. Pero, referidos los documentos de sor Αngela de la Cruz a las preguntas esenciales -quι ideal se propuso a sν misma y a sus hijas; quι medios utilizσ para acercarse al ideal; de quι fuentes se alimenta su espiritualidad; quι notas externas presenta como caracterνstica suya en la oraciσn, en la penitencia y en el apostolado-, habrνa que responder: Primero, que la fisonomνa espiritual de sor Αngela se acopla en lνneas esenciales a los esquemas ignacianos, si bien acentϊa notablemente las influencias de la Imitaciσn de Cristo; segundo, que afloran constantemente en ese esquema general matices propios de otras dos corrientes espirituales, la franciscana y la carmelitana; y tercero, que la condicionan fuertemente las circunstancias de la ιpoca y del lugar en que sor Αngela cumpliσ su trayectoria humana. Analicemos estos puntos. (...)

9. El espνritu franciscano en sor Αngela de la Cruz no surge como un complemento accidental y gracioso, sino que pertenece al nϊcleo de actitudes conscientemente escogidas por la fundadora. Ella formula referencias explνcitas a «mi padre San Francisco» al reseρar que las virtudes «que deben brillar mαs en mν, son la pobreza, el desprendimiento de todo lo terreno y la santa humildad»; al programar el instituto decide que sus monjas «serαn hijas de San Francisco de Asνs, hermanas terceras, y los domingos y dνas de fiesta, en vez de rezar el rosario, rezarαn la corona [franciscana]»; al explicar las tareas de las Hermanas advierte que «los medios no serαn otros que los que nuestro padre San Francisco tuvo, que lo hizo todo con la limosna». Por el testimonio de las primeras Hermanas conocemos el episodio del sermσn oνdo por sor Αngela en alabanza de San Francisco: le entraron deseos fervorosos de desprenderse de todo y «pisar la tierra sin pisarla». El hαbito de las Hermanas y sus costumbres, novenas, misas, proponen permanentemente la cercanνa del Santo de Asνs hasta la misma partida de este mundo: «Si a ϊltima hora [alguna Hermana] pide morir como su padre San Francisco, se le concederα morir en la tarimita».

Esta identificaciσn de sor Αngela con el espνritu franciscano nace mαs de actitudes existenciales que de fundamentos ideolσgicos. A pesar de ricas expresiones acerca de la mediaciσn de Cristo, de la soberana presencia de Dios, de la inmersiσn personal en la vida de Cristo, serνa desorbitado establecer en las paginas de sor Αngela alguna vinculaciσn con las sentencias teolσgicas de la escuela franciscana sobre la prioridad de Jesucristo en los motivos de la encarnaciσn. Pienso que todas las frases de sor Αngela admiten la normal conexiσn con la ideologνa ignaciana, tomista en este punto.

Sin embargo, sor Αngela, por su origen familiar, por su ubicaciσn popular y por sus disposiciones naturales, se halla abierta a conexiones con el horizonte franciscano. Las explosiones amorosas para con Dios y con los hombres mαs desamparados, la atmσsfera de alegrνa en el desprendimiento, el fiero apego a la pobreza, le colocan entre los discνpulos fervorosos del Santo de Asνs. Y surgen lances deliciosos de su biografνa que constituyen como un capνtulo reciente de las Florecillas: se olvida de comer el dνa de la fundaciσn; convierte los piojos -ϊnico terror de sor Αngela- en «perlas de nuestro padre San Francisco»; un pichσn «providencial» proporciona caldo para la hermanita enferma; traen los pies secos en dνa de lluvia torrencial; hermanita Ana consigue la suspirada casa de calle Lerena y cumple las exhortaciones sobre el desprecio del mundo al pie de la letra; sor Αngela remedia la falta de dinero para el pago del pan...

La fundadora introduce prαcticas de sabor franciscano en el tenor de vida de las Hermanas: besar la mano a las enfermas, y a los enfermos los pies, viendo en ellos la imagen de Cristo; postraciones para ponerse en presencia de Dios al comenzar la oraciσn; uso habitual de las esteras, que ya sirvieron de cama al grupo inicial en calle San Luis; peticiσn de limosna de puerta en puerta, modo «mαs gustoso» para San Francisco; utilizaciσn comϊn de los libros; dedicaciσn de las flores a la Virgen, escribiendo incluso el nombre de Marνa en las macetas; celebraciσn jubilosa de la fiesta de Navidad con «juegos» y procesiones en torno al Niρo y sus pesebres.

En el meollo de estas prαcticas laten los fervores «exagerados» de la zapaterita enamorada de Jesϊs y dispuesta a inventar locuras de cariρo. Quiere que la comida no le sepa a nada, y a escondidas le neutraliza el sabor con un poquito de ceniza; considera «basura» el oro, igual que Francisco llamσ basuras a la riqueza; y lo mismo que el pobre de Asνs suplicaba a fray Leσn que le pasara por encima diciιndole «miserable pecador», sor Αngela siente deseos «de aparecer a los ojos de todo el mundo como una miserable pecadora y como una mujer perdida...».

Este matiz tan franciscano del νntimo y poιtico desprecio de sν mismo halla en la imaginaciσn sevillana de sor Αngela refuerzos que hubieran entusiasmado al «pobrecito» de Asνs. Ella escribe de sν: «ΏNo os mueve a compasiσn la pobrecita Αngela, tan sucia, tan fea y tan haraposa?» «He recibido de mi amado Dueρo un gran conocimiento de mi nada. Sν, este conocimiento, que en la presencia de Dios me encuentro tan desnuda de todo, gracias a Dios que lo es todo y yo la nada» «Querνa mαs bajar, mαs pobreza, mαs humillaciσn». «Me ha tocado un borrico que no me ayuda..., parece que el borrico desmaya y no quiere andar». Imagina la alegrνa del mendigo tontico que alcanza favor del rey. Inventa la deliciosa parαbola de la «negrita» despreciable, enamorada de Seρor tan hermoso, gimiente con suspiros que traen perfume del Cantar de los Cantares. Y concibe una de las situaciones mαs sorprendentes de la historia de la espiritualidad contemporαnea al proponer, en serio y repetidas veces, a su padre espiritual la huida secreta para ocupar una plaza de «mujer arrepentida». Decididamente, Francisco de Asνs le hubiera mirado con buenos ojos. Sor Αngela estα autorizada por la trayectoria anterior para escribir el epitafio mνstico de su testamento: No ser, no querer ser...

En documentos posteriores a los papeles recogidos en este volumen, sor Αngela aplica constantemente a la existencia de las Hermanas de la Cruz la tσnica franciscana de su espiritualidad: «Estamos de feria», les dice repetidamente aludiendo a los jolgorios de las ferias primaverales andaluzas, que constituyen un prodigio de luz y de color. Las Hermanas de la Cruz «estαn de feria» cuando les aplasta el trabajo, cuando asisten a colιricos, cuando les falta el alimento del dνa o ropas con que mudarse: «Siento mucho los males que han sufrido en los dνas de mαs tarea y las privaciones que por las circunstancias actuales tienen que experimentar; pero al mismo tiempo me alegro de la poquita de feria que ha habido para el espνritu» (Carta a Arjona, 2 noviembre 1895); «Estas son nuestras ferias y debemos dar muchas gracias a Dios» (Carta a Villafranca, 17 diciembre 1895); «... todos los pobres de Utrera, que los estαn socorriendo [...]; estαn de feria, las pobrecillas. Pero no apurarse, que en todas las casas vamos a estar de feria si correspondemos a nuestro Dios» (Carta a Ayamonte, 22 agosto 1885).

(pαginas 150 y 158-161)

* * *

De los Escritos de Santa Αngela [CONTEMPLACIΣN DEL MONTE CALVARIO]

El monte Calvario. Nuestro Seρor enclavado en la cruz y la cruz levantada de la tierra. Otra cruz a la misma altura, pero no a la mano derecha ni a la izquierda, sino enfrente y muy cerca.

Pues conocνa yo que el que quiere llegar a la santidad debe imitar a nuestro Seρor en todo. Y bien, Ώquι han hecho los santos todos, sino seguir los pasos de su divino Salvador, imitαndole primero en su vida oculta, cuando, viviendo con su familia sin que apareciese en ellos ninguna cosa extraordinaria, ellos se preparaban para el Calvario por la prαctica de las virtudes con que han asombrado al mundo, que no comprende ese misterio, ni puede darse la explicaciσn de cσmo se realiza? Y no lo comprenden porque no conocen a Dios.

Pero yo, que al ver a mi Seρor crucificado deseaba con todas las veras de mi corazσn imitarle, conocνa con bastante claridad que en aquella cruz que estaba frente a la de mi Seρor debνa crucificarme con toda la igualdad que es posible a una criatura; y en lo νntimo del alma sentνa un llamamiento tan fuerte para hacerlo asν, con unos deseos tan vivos y una ansia tan vehemente y un consuelo tan puro, que no me quedaba duda que era Dios quien me convidaba a subir a la cruz.

Era tan fuerte este llamamiento, que yo no podνa resistir, y parece me ofrecνa toda a mi Dios, deseando el momento de verme crucificada frente a mi Seρor; pero estaba mi voluntad tan unida a la de Dios y tan sujeta a la obediencia, que, aunque deseaba mucho, esperaba la voz de mi padre Torres [su confesor] para conocer la voluntad de Dios y seguirla.

Otras dos cosas comprendνa perfectamente.

Primera, que aquella cruz era el tιrmino de la santidad, de la cumbre de la mαs elevada perfecciσn, donde han llegado todos los santos, con las mismas virtudes, aunque practicadas de distintos modos, segϊn el estado de cada uno y los varios caminos por donde Dios los ha llevado.

La segunda, que, a imitaciσn de mi padre San Francisco, las virtudes que deben brillar mαs en mν son:

-- la pobreza,

-- el desprendimiento de todo lo terreno, y -- la santa humildad.

Pero con esta diferencia: que asν como Dios quiso que este santo fuera conocido y respetado de todos por sus heroicas virtudes y admirables fundaciones, por lo que todo el mundo lo venerσ en su vida y en su muerte, haciιndose eterna su memoria, a mν me quiere nuestro Dios desconocida de todo el mundo, de tal manera que no vea en mν otra cosa que una gran pecadora cubierta de deshonra y de ignominia. Quiere nuestro Seρor que yo baje tanto, tanto, que no haya otro estado tan bajo, tan despreciable, tan humillante a que yo no pertenezca. Y esto que se siga hasta despuιs de mi muerte. (...)

(pαginas 176-177)

* * *

[Medios para socorrer al necesitado: limosna]

El cariρo, dulzura, respeto y humildad con que deben tratar a los pobres, la regla debe marcarlo.

Los medios para esto no serαn otros que los que nuestro padre San Francisco tuvo, que todo lo hizo con la limosna: asν nosotras todo lo pediremos de limosnas, hasta que nos hagamos de devotos que nos seρalen alguna limosna, bien todas las semanas o todos los meses.

(pαgina 331)

* * *

[Tiempo libre]

Hasta las diez [despuιs de la cena] pueden las Hermanas con desahogo hacer lo que gusten: las que sean mαs devotas, novenas; las que sean mαs mνsticas, oraciσn; las que sean mαs activas, coser la ropa de los pobres y hacer escapularios. Aunque serαn pocos los dνas que puedan disponer de esta hora, porque el mes de Marνa, novena de αnimas, de nuestro padre San Francisco, septenario de San Josι y los Dolores de Nuestra Madre, lo harαn en comunidad a esta hora. (...)

A las diez en punto entrarαn en el dormitorio y rezarαn cinco padrenuestros en cruz a las cinco llagas, diciendo aquella oraciσn «Vedme aquν, ΅oh Dios mνo!, que postrado...», una salve a los Dolores, mαs un padrenuestro a San Josι, San Francisco; y en seguida examen general de un cuarto de hora.

(pαginas 340-341)

* * *

[Pobreza en vida y en muerte]

Serαn hijas de San Francisco de Asνs, Hermanas terceras [terciarias franciscanas]; y los domingos y los dνas de fiesta, en vez de la parte de rosario, rezarαn la corona [franciscana]. (...)

Cuando enferme [alguna hermana] de cama, no entrarα nadie a verla. Y si a la ϊltima hora pide morir como su padre San Francisco, se le concederα el morir en la tarimita; despuιs, su mortaja serα el hαbito que le servνa en casa y sus sandalias. Se pondrα de cuerpo presente en el dormitorio y cuatro velas, y nadie la verα, sσlo el padre, que le dirα algϊn responso. Su entierro serα muy pobre; aunque tenga familia y quiera otra cosa, no se le admitirα.

(pαginas 356-357)

* * *

[En sus Apuntes de ejercicios y retiros, Santa Αngela muestra gran devociσn a muchos santos a los que nombra sus protectores, pero sσlo a San Francisco le llama mi padre, nuestro padre o cosas parecidas]

Segundo dνa [de Ejercicios de 1884]. Protector de este dνa, nuestro padre San Francisco. (pαgina 464)

Cuarto dνa [de Ejercicios de 1885]: jueves 22. Protector, mi amadνsimo padre San Francisco. (pαgina 488)

Ϊltimo dνa de Ejercicios [de 1885]. Me levantι con esta tranquilidad, pero muy frνa; y como era la ϊltima comuniσn de los Ejercicios, me esforcι cuanto pude para hacerla con fervor. Le pedν a la Santνsima Virgen me cubriera con su manto para comulgar. Renovι los votos. Le pedν al Santo Patriarca [San Josι] me llevara de la mano para comulgar, y a mi padre San Francisco de la izquierda, al Santo Αngel de mi Guarda que viniera a mi lado y a los demαs santos protectores que me acompaρasen; y con esta santa comitiva fui a comulgar. (pαgina 499)

Dνa 9 de enero de 1888, empecι los santos Ejercicios. Tomι de maestro de todos ellos al Sagrado Corazσn; y a nuestra querida Madre y nuestro amado San Josι de protectores. Y tambiιn para cada dνa un protector particular. El primero, a mi Santνsima Madre; el segundo, a San Josι; el tercero, al Santo Αngel de mi Guarda; el cuarto, a mi padre San Francisco; el quinto, a San Ignacio; el sexto, a Santiago y Santa Marνa Cleofαs; el sιtimo, a seρora Santa Ana y San Joaquνn, y el octavo, a mi padre Torres. (pαginas 540-541)

Empecι los santos Ejercicios el 19 de enero de 1889. Y puse de protectores de todos ellos al Sagrado Corazσn de Jesϊs y a nuestra Santνsima Madre y nuestro procurador San Josι. Y el primer dνa al Santo Αngel de mi Guarda; el segundo a Santa Marνa Magdalena, Santa Margarita de Cortona y Santa Pelagia; el tercero a San Ignacio; el cuarto a nuestro Padre San Francisco; el quinto a Santa Magdalena de Pazzis; el sexto San Antonio y Santa Isabel; el sιtimo a San Joaquνn y Santa Ana; y el octavo a San Benito Josι de Labre y a nuestro padre Torres. (pαgina 545)

Tercer dνa [de los Ejercicios de 1891]. [Protector], nuestro padre San Francisco. (pαgina 548)

Empecι estos santos Ejercicios el 7 de diciembre del aρo 1894. Puse de protectores: El primero, San Josι; el segundo dνa, San Cayetano; 3.Ί, San Ignacio; 4.Ί, nuestro padre San Francisco; 5.Ί, los dos protectores del aρo: Santa Margarita de Cortona y San Fιlix de Cantalicio. Sexto, San Benito Josι de Labre y demαs protectores de la Compaρνa; 7.Ί, San Joaquνn y Santa Ana; 8.Ί, todos los santos de mi devociσn y todos los de la corte celestial. (pαgina 562)

YA, SANTA ΑNGELA DE LA CRUZ

Por Josι Marνa Javierre

Si esta pαgina no saliera de Sevilla, yo podrνa ahorrarme contar aquν quiιn es sor Αngela: una mujer que ha conseguido el consenso absoluto de la ciudad. Digamos casi absoluto, por si queda un despistado que ignora de quι va. Imposible: desconocer a sor Αngela en Sevilla serνa como no haber visto la Torre del Oro.

Αngela de la Cruz es un milagro que nos ocurriσ en Sevilla al pasar del siglo XIX al siglo XX; un milagro que sigue vivo, actual. En el mes de enero de 1846, a un matrimonio sencillo, humildes obreros, cardador ιl, venido de las montaρas de Grazalema, y costurera su mujer, Josefa, les naciσ una niρa en la casita donde moraban, arrabales de la Trinidad. Seis hijos sobrevivieron, de los catorce nacidos; Angelita fue la predilecta, el juguete de la familia. Le pudieron dar muy poca escuela, medio leer y mal escribir. Vivaracha, traviesa, a los doce aρos entrσ de aprendiza en un taller de calzado, donde las seρoronas de Sevilla, y los canσnigos, todo hay que decirlo, encargaban sus botas a la moda de Parνs. En aquellos aρos, Sevilla tenνa rango de Corte, por la presencia de los duques de Montpensier en el palacio de San Telmo; la infanta Marνa Luisa Fernanda, hermana de la reina Isabel II, y el duque don Antonio, hijo del rey de Francia. Angelita trabajσ a gusto en el taller, ganσ la amistad de sus compaρeras, y comenzσ a visitar enfermos pobres llevαndoles consuelo y limosnas. A los diecisiete aρos ya la tenνan por santa. A ella le daba mucha risa. Hacνa penitencias escondidas y le ocurrνan lances raros: un dνa, cuando rezaban juntas el Rosario las oficialas del taller, se quedσ de rodillas deslumbrada y sonriente, les pareciσ que alzada sobre el suelo. Las chicas salieron de puntillas dejαndola sola; una hora despuιs Angelita apareciσ bromeando esta disculpa: «Me dejaron dormida...» La cosa iba a mayores; en el cuidado de los enfermos ponνa una dedicaciσn absoluta, hasta chupar los pechos supurados de una mujer para limpiarle la herida repugnante: la enferma sanσ y no hubo que operarla. El relato alborotσ Sevilla, unos a favor, otros en contra. Angelita, ni enterarse.

A los diecinueve aρos solicitσ permiso de su confesor, un cura culto y penitente llamado padre Torres, para entrar de lega en las Carmelitas; y a los veinticuatro, para irse con las Hermanas de la Caridad. Los dos ensayos fracasaron, a causa de su salud dιbil. Resignada a vivir de monja sin convento, Αngela firmσ un papel comprometiιndose ante Dios a cumplir los consejos evangιlicos. Prosiguiσ con su grupo de amigas el cuidado de enfermos pobres, hasta que una tarde le sobrevino esta idea genial: van a fundar un Instituto dedicado a la caridad haciιndose pobres con los pobres, no ayudαndoles desde fuera, sino siendo como ellos, experimentando la pobreza desde dentro.

Manos a la obra. El padre Torres le ordenσ escribir todos sus pensamientos. Ella -le costaba horrores- obedeciσ pacientemente y, poco a poco, mejorσ su letra: redactσ Papeles de conciencia, con maravilloso contenido mνstico, algunas pαginas comparables a santa Teresa y san Juan de la Cruz.

Fundσ su Instituto, imaginado por ella como un Calvario donde hay una cruz disponible para crucificarse a sν misma junto a Cristo. Un dνa regresa Αngela a su casa por la calle enladrillada. Va pensando que el oratorio de su convento debe ser muy bello: si alguna religiosa se ve atormentada por el cansancio y los sacrificios, que halle consuelo a los pies de la Virgen. Toda la casa serα un calvario, y el oratorio la ϊnica pieza rica. La talla de la Virgen que sea hermosa, y en vez del Niρo llevarα una cruz y una corona, sνmbolos de las Hermanas de la Cruz: la cruz en la tierra, y la corona en el cielo. De pronto, Αngela se quedσ inmσvil porque ve delante de ella a la Virgen tal como la imaginaba, y la Seρora le promete su ayuda. Asν nacieron las Hermanas de la Cruz, hijas de sor Αngela. Las cuatro primeras alquilaron un cuartito con derecho a cocina: una mesa, media docena de sillas, un arca ropero, un crucifijo, una estampa de la Virgen de los Dolores y cuatro esterillas para cama. Ese primer dνa Αngela nombrσ a la Virgen superiora del convento; salieron las monjas a repartir el dinero que les quedaba y a atender enfermos: era tanta su alegrνa que no cocieron potaje, se les olvidσ comer.

Crecνan, buscaron casa mαs grande. Cuando ya eran doce Hermanas de la Cruz, llamaron Madre a sor Αngela, y desde entonces bastσ en Sevilla decir Madre para saber de quiιn se trataba. Se les acumulσ el trabajo: piden limosna, con una mano toman y con otra reparten: visitan enfermos, dan clase a niρas huιrfanas, escuela nocturna para obreras. En los lugares de mayor pobreza y necesidad se las ve luchando silenciosamente contra la miseria. Sonrientes. En ιpoca de inundaciones, o de peste, o de hambre, ellas son el consuelo de los enfermos: con las Hermanas de la Cruz llegan a cada tugurio recursos y limpieza.

Aumenta el nϊmero de Hermanas, abren casa en los pueblos: la bondad y ternura de Madre les gana, entre la gente sencilla, fama de milagrera; sus milagros, las cosas que ella realiza fuera de lo corriente, son maternales caricias, pequeρas ayudas llenas de cariρo. De aquellos aρos se cuentan curaciones, consejos certeros, profecνas. Un periodista describiσ asν a sor Αngela: «Lo que en Madre destaca, sobre todo, es la naturalidad, la sencillez, toda modestia y verdad, toda ponderaciσn y equilibrio». Ella repetνa a sus monjas cuando escuchaba alabanzas: «Ahora estamos obligadas a ser como dicen y creen que somos». En sus casas puso toques deliciosos de belleza, caracterνsticos de Andalucνa: la limpieza, las flores, la cal. Un clima de paz serena y alegre. Las Hermanas siguen a rajatabla las normas de mortificaciσn establecidas por sor Αngela, comen de vigilia, casi siempre el tradicional potaje; duermen vestidas sobre tarima de madera; y las noches que les toca velar enfermos descansan poquνsimo: quieren estar instaladas en la cruz, enfrente y muy cerca de la Cruz de Jesϊs, para no sentirse atadas a los bienes o placeres de este mundo, y acudir sin tardanza donde los pobres las necesiten.

En el paisaje urbano de Sevilla la estampa de dos Hermanas de la Cruz que pasan en pareja por la calle gana siempre miradas de ternura: los sevillanos saben que, bajo el vuelo de los amplios mantos, las Hermanas llevan medicinas, alimentos, consuelo, cariρo, a una familia necesitada.

A sor Αngela le asustσ verse tan querida, y pensσ huir a escondidas pidiendo cobijo en alguna casa de mujeres de vida airada arrepentidas. Sus confesores no lo consintieron; y muriσ al fin, el 2 de marzo de 1932, en su tarima. Espaρa estaba polνticamente dividida, pero Sevilla toda se puso en marcha como una riada de amor agradecido en honor de sor Αngela. A los dos dνas de la muerte, el Ayuntamiento republicano dedicσ una calle a la madre de los pobres.

Juan Pablo II la beatificσ en Sevilla el 5 de noviembre de 1982. [Y la canonizσ en Madrid el 4 de mayo de 2003].

No equivocarse, amigos lectores forasteros de Sevilla: ella, Madre, sor Αngela, sigue viva, estα aquν, con nosotros. Continϊa repartiendo bien a manos llenas. Sus manos son las Hermanas de la Cruz, sus hijas. Sus manos...

[En Alfa y Omega, NΊ 349, del 10-IV-2003]

* * * * *

«LA HUMILDAD NO TIENE FIN»

Por el Card. Carlos Amigo, o.f.m.

[Con motivo de la canonizaciσn de sor Αngela de la Cruz, monseρor Carlos Amigo, cardenal arzobispo de Sevilla, publicσ la Carta pastoral Dios nos ha tomado de su cuenta, un acercamiento a la fundadora de la Compaρνa de las Hermanas de la Cruz, y de la que ofrecemos algunos pαrrafos]

Porque en su vida resplandecieron las virtudes evangιlicas, la Iglesia quiere poner a la Beata Αngela de la Cruz como modelo de imitaciσn para todos los fieles. Que veneren la memoria de tan ejemplar mujer e invoquen su nombre con devociσn y sϊplica, para que ella interceda en nuestro favor ante el Seρor Jesucristo, el Santo de los Santos. Junto a la bienaventurada Virgen Marνa, la Iglesia manifiesta especial veneraciσn a los que han seguido fielmente a Jesucristo, y los pone como ejemplo para el pueblo cristiano. Son los santos.

En ellos aprendemos el camino que lleva a la uniσn con Cristo. Pues la identificaciσn con el Seρor manifiesta la bondad de Dios Padre que colmσ con la gracia del Espνritu a tan fieles seguidores. «Si vemos cosas extraordinarias en los santos -decνa la Beata Αngela de la Cruz- todo es de Dios y a Ιl sσlo se le debe glorificar, alabar y bendecir. Porque los santos no toman otra parte en estas cosas que la grande fidelidad con que hacen en todo la voluntad de su amado Seρor, y por eso son dignos de alabanza; pero esta alabanza no se les da por lo extraordinario que hay en ellos, porque esto es de Dios, sino porque han sido fieles (…) ΏY quι mαs hacen los santos? ΅Ah!, ellos mueren de amor y desean derramar hasta la ϊltima gota de su sangre por su dulce Amado; pues bien, yo, a imitaciσn de ellos, quiero morir de amor, quiero derramar mi sangre unida a mi dulce Dueρo en el Calvario; quiero ser muy fiel a Dios, quiero hacer en todo la voluntad de Dios. Si como, si bebo, si descanso, si trabajo, si pienso, si me muevo, si respiro, todo con la pureza de intenciσn de que todo sea en Dios, por Dios y para Dios y todo para agradarle» (Papeles de conciencia, 366-367). Entre estos santos, y asν reconocida por la Iglesia, estα la Beata Αngela de la Cruz.

Las virtudes de sor Αngela Sor Αngela deseaba ser fiel con todo su corazσn a la voluntad de Dios, pero le parecνa que ella no era el instrumento adecuado para realizar la obra que se le pedνa. Esa obra no era otra que la misma fundaciσn y cuidado de la Compaρνa de las Hermanas de la Cruz. La fundadora no se consideraba ni fuerte ni digna, pero ella se mantendrνa en fidelidad abrazαndose a la cruz de Cristo.

Sor Αngela habνa oνdo decir a su director espiritual, don Josι Torres Padilla: «Si quieres ser bueno, sι obediente y humilde; si quieres ser mαs bueno, sι mαs obediente y mαs humilde; si quieres ser buenνsimo, sι obedientνsimo y humildνsimo». Nuestra santa lo dirνa, en una sνntesis admirable, con estas sencillas palabras: «La humildad no tiene fin, es como el mar». Un mar ilimitado de sufrimiento y resignaciσn interior para encontrar siempre el amor del Seρor. No se trata de reconocer o limitar la propia valνa, sino de proclamar en todo la grandeza de Dios. Como es obvio, sor Αngela no intentσ nunca hacer filosofνa moral de la Historia; sin embargo, hay entre sus escritos algunas pαginas verdadera y atinadamente sorprendentes, sobre el siglo XIX, en las que va haciendo un parangσn entre la humildad y la soberbia: «Mis armas son muy contrarias a las tuyas, pero lo verαs como te venzo y confundo. Tus armas son la soberbia, el deseo de ser y elevarte sobre los demαs, que te conozcan y que te alaben; y, en fin, te parece que eres superior a todos y, si fuera posible, mandarνas que te adorasen. Pues yo te hago frente con la humildad; una vida oculta, desconocida y de humillaciσn con el conocimiento de mi nada y siempre nada, que me lleva hasta abrazarme con gusto con los desprecios y ponerme bajo los pies de todos, me hace superior a ti, porque en esta humillaciσn estα el principio de toda grandeza; porque Dios premia a los humildes, y los eleva hasta su gloria. Pues mira, mira cuαnto subo, mira la ventaja que te llevo, pues llegarα el dνa de mi grandeza y serα muy superior a la tuya y parecida a la de los αngeles, y nunca se acabarα porque serα eterna» (Papeles de conciencia, 253). En este punto del diαlogo con el siglo XIX, sor Αngela descubre el secreto de la alegrνa: «Y en vez de apartar de mν al que padece, como tϊ haces, porque su presencia ataja el paso a tus deleites, yo lo socorro en lo que puedo, y estoy dispuesta a sacrificar mi vida por aliviar sus penas y, de este modo, hacιrselas mαs llevaderas. Si tϊ supieras la felicidad que se siente y la alegrνa de que es baρada el alma de quien asν lo practica, dirνas que tengo razσn en decir que soy mαs dichosa que tϊ» (Papeles de conciencia, 255).

Que ella nos tome de su cuenta Son muchas las lecciones que podemos aprender en la escuela de la vida de sor Αngela. Todas ellas de imperecedera actualidad. De una manera particular, quisiera subrayar algunas vivencias y actitudes especialmente significativas de su vida, y que son, en estos momentos, tareas urgentes que realizar en nuestra vida cristiana:

• Dios, lo primero. Necesitamos una fe profunda y viva. Estar atentos a su Palabra, que es Jesucristo. Escuchar al Espνritu que se nos ha dado y vive en nosotros.

• Ese vivir escondidos con Cristo en Dios no aleja de los hombres, particularmente de los mαs pobres, sino que, al contrario, es fuego que quema las entraρas en deseo de servir.

• Los pobres son el camino que Dios ha trazado en la vida de sor Αngela para encontrarse mαs cerca de su Seρor. Los pobres nos evangelizan.

• La elevada contemplaciσn de misterios tan sublimes se traducνa, en la vida de sor Αngela, en virtudes domιsticas y cotidianas de sencillez, alegrνa, ternura, afabilidad, servicio a los demαs… Todo lo habνa aprendido en el corazσn de Cristo.

Dios la habνa tomado de su cuenta. Y ahora, glorificada, le pedimos que sea ella la que tambiιn nos tome a nosotros de su cuenta para que, por su intercesiσn, el Seρor nos conceda la gracia de seguir tan buen ejemplo como el que tenemos en la Beata Αngela de la Cruz, y sirvamos con alegrνa e incansable caridad a nuestros hermanos.

[En Alfa y Omega, NΊ 349, del 10-IV-2003]

* * * * *

UNA SANTA ACTUAL

Por Antonio Marνa Calero

El Papa Juan Pablo II ha tenido, durante su prolongado pontificado, la feliz intuiciσn de afirmar que la prioridad primera y principal de la Iglesia, en el umbral mismo del siglo XXI, es el compromiso de santidad de todos sus miembros. Para ello, no ha dudado en impulsar, a lo largo de los 25 aρos de ministerio pastoral al servicio de la Iglesia universal, un amplνsimo nϊmero de cristianos -mujeres y hombres, adultos y adolescentes, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas e incluso matrimonios- que, segϊn la feliz expresiσn del Concilio Vaticano II, «han llegado a la plenitud de la vida cristiana y a la perfecciσn de la caridad», es decir, a la santidad.

Entre esa inmensa muchedumbre, que recuerda la que describe el apσstol Juan en el Apocalipsis, se encuentra una mujer sencilla del pueblo, Αngela Guerrero Gonzαlez, nacida en el barrio sevillano -absolutamente marginal y perifιrico en aquel entonces- de la Trinidad, el 30 de enero de 1846, y muerta el 2 de marzo de 1932, a los bien cumplidos 86 aρos.

La que con el tiempo habrνa de ser conocida y amada como Madre de los pobres, conociσ de primera mano, y por propia experiencia, lo que es la escasez de medios en una familia de un barrio perifιrico que tiene que hacer frente, con el propio trabajo, a las necesidades elementales de la vida. Por eso, cuando, en 1875, funda la Compaρνa de las Hermanas de la Cruz, lo hace no sσlo a favor y al servicio humilde de los pobres y necesitados, sino desde una vida de pobreza real, libre y alegremente asumida y vivida: «Deben estar muertas las hermanas -escribνa en una circular-, que, si llega un dνa en que no hay quι darles a los pobres, deben darle su propio alimento; es decir, deben estar dispuestas cada una de ellas a quedarse sin comer porque coman sus hermanos».

La pobreza de la cruz Ahora bien, la pobreza que viviσ Αngela de la Cruz, y quiso para sus Hermanas, no fue de orden puramente sociolσgico, es decir, una pobreza consistente en carecer voluntariamente de muchas cosas que, en nuestra sociedad consumista, se presentan y son consideradas como absolutamente imprescindibles: una pobreza expresada en una austeridad de vida que estremece al que la observa desde fuera. Su pobreza fue, ante todo, una exigencia interior que brotσ de una experiencia espiritual profunda que la marcσ definitivamente para el resto de su vida: la experiencia de la Cruz. El 22 de marzo de 1873, a los 27 aρos, tuvo una autιntica contemplaciσn espiritual: «El monte Calvario. Nuestro Seρor enclavado en la Cruz, y la Cruz levantada en la tierra. Otra cruz a la misma altura, pero no a la mano derecha ni a la izquierda, sino enfrente y muy cerca. Al ver a mi Seρor crucificado, deseaba con todas las veras de mi corazσn imitarle; conocνa con bastante claridad que, en aquella cruz que estaba enfrente a la de mi Seρor, debνa crucificarme con toda la igualdad que es posible a una criatura; y en lo νntimo del alma sentνa un llamamiento tan fuerte por hacerlo asν, con unos deseos tan vivos y un ansia tan vehemente y un consuelo tan puro, que no me quedaba duda que era Dios quien me convidaba a subir a la cruz».

Solamente desde esta decisiva experiencia espiritual es posible entender la persona y la obra de Αngela Guerrero Gonzαlez, Αngela de la Cruz desde el momento de su profesiσn religiosa. Desde ahν se extiende su extrema humildad, expresada en innumerables gestos personales y, muy especialmente, en el sorprendente Canto a la nada, escrito con toda naturalidad en la madurez de sus 59 aρos (Ejercicios Espirituales de 1887): «Dios mνo, dame la gracia para cumplir el propσsito de reducirme a la nada. La nada calla; la nada no se disgusta; la nada no se disculpa; la nada no se justifica; la nada todo lo sufre; la nada del pecado es la vergόenza, la confusiσn; nada merece, mαs que el infierno; nada se le debe, sσlo el infierno. La nada no se impone; la nada no manda con autoridad; la nada, en fin, en la criatura, es la humildad prαctica».

Desde ahν, su recia austeridad personal, vivida con tal naturalidad que la hacνa pasar completamente desapercibida. Desde ahν, su proverbial amabilidad y agrado, a pesar del genio violentνsimo que tenνa. Desde ahν, su alegrνa inalterable, aun cuando los dolores fνsicos y psicolσgicos la aquejaran con mαs frecuencia de la deseada. Desde ahν, de manera muy particular, su irrevocable decisiσn de servir a los pobres. El servicio a los pobres, en aquellas dιcadas de mitad del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, no fue para Madre Angelita fruto simplemente de una sensibilidad femenina exquisita, o del deseo de remediar una necesidad contrastada: no fue una pura filantropνa. El servicio a los pobres y necesitados fue para sor Αngela, y sigue siendo para los miembros de la Compaρνa de la Cruz por ella fundada, la forma externa de estar crucificadas con Cristo en la cruz que estaba enfrente y muy cerca de la del mismo Cristo. Cristo crucificado y servicio a los pobres fueron para sor Αngela, y son para sus hijas, el haz y el envιs de una misma realidad: la cruz profundamente amada.

Una pregunta asalta la mente del lector: Ώquι actualidad puede tener la espiritualidad de esta mujer a la que pronto veneraremos como santa Αngela de la Cruz? La respuesta es bien fαcil, aunque sea difνcil asumirla personalmente. En un mundo en el que existen millones de pequeρos Cristos crucificados, es imposible ser un cristiano coherente y actual, sin asumir valientemente la cruz de Cristo, cargando ante todo con la propia cruz de cada dνa. Convencidos, ademαs, de que sσlo desde la cruz de Cristo serα posible trabajar perseverante y eficazmente por liberar a los millones y millones de crucificados existentes en nuestro mundo.

[En Alfa y Omega, NΊ 349, del 10-IV-2003]

* * * * *

MADRE DE LOS POBRES

Por Dionisio Cueva

Sor Αngela de la Cruz, fundadora de la Compaρνa de las Hermanas de la Cruz, falleciσ en Sevilla el 2 de marzo de 1932. Pero la podιis encontrar viva en numerosos barrios marginados de Espaρa, Italia y Argentina. En esos barrios de casas humildes, sirven a los pobres las hijas de sor Αngela, a las que el pueblo llama cariρosamente Hermanitas de la Cruz. Y digo sirven, que no es lo mismo servir que ayudar, o echar una mano, o dar a un necesitado algo de lo mucho que nos sobra. Las hijas han aprendido a servir mirαndose en el espejo de su Madre. Y ella aprendiσ la lecciσn meditando a los pies del Maestro, que dijo a sus apσstoles: «El Hijo del hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir»; y mαs adelante: «Estoy entre vosotros como el que sirve». Cuando estaba a punto de llegar su hora, confirmσ con hechos las palabras, lavando los pies a sus discνpulos, invitαndoles a seguir su ejemplo.

Para servir a los pobres hay que hacerse antes pobre. A sor Αngela le costσ muy poco. Naciσ pobre y permaneciσ toda su vida pobre. Sus gestos, su lenguaje, sus maneras eran idιnticos a los que caracterizaban a los jornaleros de su tierra. Naciσ un 30 de enero de 1846 en las afueras de Sevilla, donde se borra el plano de la ciudad y se abre el horizonte infinito del campo. Hija de padres honrados, pero pobres. El padre, Francisco Guerrero, cardador de lana y, mαs tarde, cocinero. La madre, Josefa Gonzαlez, costurera. Bautizaron a la niρa el dνa de la Purificaciσn de Nuestra Seρora y la llamaron Marνa de los Αngeles, que se quedσ en Angelita y llegσ a ser sor Αngela. Reparte su merienda diaria y las propinillas que le dan las buenas gentes con los niρos pobres del barrio. Desde los 16 a los 29 aρos trabaja, maρana y tarde, en un taller artesanal de calzado. Le apodaron, con fundamento y su pizquita de buen humor, la zapaterita. Y le gustσ el apodo, por lo que tenνa de diminutivo y porque respondνa a la verdad.

A los pies de los mαs pequeρos Sus compaρeras de taller dicen que tenνa manos de αngel para el trabajo. Y un temperamento muy vivo y muy alegre. Y un toque de natural sencillez. Y un deseo ardiente de ser de Dios, total y ϊnicamente de Dios. A lograrlo le ayudσ el padre Josι Torres Padilla, sabio en teologνas y en direcciσn de almas, pobre como un anacoreta y espectador fijo ante la ventanilla de la Providencia. Definiσ a la joven zapaterita como «una joven de condiciσn pobre, muy humilde». Y la primera medida del director fue encaminarla hacia los pobres: que visite a los enfermos, que socorra a las familias desvalidas. No le faltaron ocasiones, especialmente durante la epidemia de cσlera que azotσ Sevilla en 1865, lo que lanzσ a Angelita a multiplicar sus horas para socorrer a las familias angustiadas, hacinadas en los corrales de vecindad. Con los enfermos llegσ hasta el heroνsmo, lavando y curando heridas profundas y llagas purulentas. Este contacto con la realidad le hace volver la vista a Cristo pobre y a canonizar a la misma pobreza: «Oh, santa Pobreza, ΅quiιn os poseyera para imitar a nuestro Seρor!» Por esa vertiente de imitaciσn, intenta meter gozosamente en su corazσn a los pequeρos para depositarlos en el corazσn de Dios; que de eso se trata, de aliviar sus penas y acercarles el mensaje. Es el momento en que comprende, letra por letra, el alcance νntimo de las palabras de Jesϊs: «El Espνritu del Seρor… me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres».

Cuesta poco, tras estas experiencias que se van a prolongar a lo largo de su larga vida, interpretar su teologνa de la pobreza. Consiste, fundamentalmente, en seguir a Cristo pobre, desde la desnudez de los que suben a la cruz. Sus virtudes preferidas y sus compromisos son consecuencia de este principio bαsico. En 1873 escribe: «A imitaciσn de mi padre san Francisco, las virtudes que deben brillar en mν son la pobreza, el desprendimiento de todo lo terreno y la santa humildad» (Escritos νntimos). Y despuιs de afirmar que ser pobre significa llorar con los pobres y sentir sus penas, vuelve a escribir en 1875: «La primera pobre, yo…; desearι sentir los efectos de la pobreza y me alegrarι cuando la sienta, estarι pronta para dar todo lo que haya en las casas, teniendo abandono total en Dios y en su Providencia» (Escritos νntimos). Esta referencia a la Providencia le venνa por lνnea directa del padre Torres, quien solνa repetir en sus conversaciones: «El bolsillo de esta seρora no tiene fondo».

En 1875 funda sor Αngela la Compaρνa de la Cruz. Un instituto nuevo, levantado sobre la pobreza, «que es el muro de la religiσn», bendecido desde su nacimiento por el pueblo y aprobado muy pronto por la Iglesia. Sor Αngela quiere a sus monjitas -y ella la primera- «desprendidas de todo, hasta de ellas mismas». Organiza desde el principio turnos de asistencia a los enfermos, por el dνa y por la noche. El padre Torres, que bendice las iniciativas de sor Αngela, aρade que van a visitar enfermos, les llevan alimentos, medicinas, ropas, incluso cama y colchσn, y dan escuela a cincuenta niρas de familias humildes. Sν, irαn socorriendo a enfermos abandonados a su suerte, a familias sin techo, a pobres vergonzantes, a niρas huιrfanas, a mujeres analfabetas. Abrirαn escuelas diurnas para niρas sin posibilidades, y escuelas nocturnas para obreras que se ganan el sustento trabajando de dνa. Y hasta el puchero y la brocha terminarαn haciendo milagros en las manos jσvenes de las Hermanas de la Cruz. Porque un pucherito de caldo caliente, ofrecido con amor, puede resucitar a la vida a una anciana desesperada, y una brocha y un balde de cal, movidos con garbo, pueden hacer entrar el sol en un tugurio. De pucheritos asν y de blanqueos domiciliarios nos pueden dar lecciones las hijas de sor Αngela…

Van por las calles, recogidas, en silencio. Un hαbito de bayeta parda y αspera por vestido. Y por calzado, alpargatas. Como las mujeres pobres del pueblo, ni mαs ni menos. Impresiona su austeridad en el vestir, en la comida, en la capillita, en las tarimas del dormitorio comϊn. Pobre la casa, como la de Nazaret. Con macetas de flores a la entrada, en los pasillos y en todas las ventanas. Una casa, transformada en jardνn, y tan limpia como los chorros del oro. En 1924 dice sor Αngela a sus hijas, con tres palabras esenciales, cuαl debe ser la manera de hacer realidad el carisma recibido: «Pobreza, limpieza y antigόedad». Pobreza, entendida sin glosas ni epiqueyas. Limpieza, que brille y alegre los ojos y el alma. Antigόedad, que equivale a fuentes de agua transparente, no contaminada por la rutina. Volver a las fuentes ha recomendado a los consagrados el Concilio Vaticano II.

La idea de sor Αngela echσ raνces en Sevilla. Pero era muy linda, muy prαctica, muy evangιlica aquella idea. Y corriσ como reguero de luz por los caminos de Espaρa. Llovieron vocaciones y llovieron peticiones. Habνa que andar con prudencia, pero Ώquiιn podνa hacer oνdos sordos a los gritos de los pobres? Primero por Andalucνa, despuιs por Extremadura, finalmente por Castilla. De las manos de sor Αngela fueron brotando 25 fundaciones. Tenνa envidia a sus hijas cuando salνan de la Casa madre de Sevilla y se iban, con el hatillo al hombro, a tierras lejanas, a servir a pobres desconocidos, a plantar nuevas cruces. «Teneos por felices en ser las primeras que plantιis la cruz de Cristo en ese pueblo…, sin abrigo, sin casa, sin agua, sin sol, pero contentas» (Epistolario).

ΏY de los ricos, quι? Sor Αngela supo, entre sus habilidades, tender la mano a los ricos para poder atender mαs y mejor a los pobres. Tuvo amigos pudientes, la infanta doρa Marνa Luisa Fernanda de Borbσn entre ellos. Acepta sus regalos, reza por sus bienhechores, agradece en nombre de sus pobres. Pero la doctrina se mantiene imperativa: «La asistencia a los enfermos ricos se ejecutarα, en casos limitados…, y salvando siempre el derecho preferente de los enfermos pobres». Asν de claro. Y con validez jurνdica.

Son ellos los primeros y gozan de un derecho de preferencia. Se comprende que la amasen como a una madre y que uniesen su dolor callado al de la Compaρνa entera cuando fueron llegando las noticias de que se apagaba lentamente la candelita de su vida. Ochenta y seis aρos ardiendo. Muchos aρos, mucha luz en el mapa de Espaρa, mucho amor en las casas de los pobres. Quedaban las hijas. Pero Madre no hay mαs que una, y la perdνan para siempre.

Se fue la Madre, como queda dicho, con las primeras flores de la primavera. Dνa 2 de marzo de 1932. Miιrcoles, al amanecer. El pueblo quiso retenerla unos dνas. Y, al darle sepultura el sαbado, un obrero se abriσ camino entre la multitud y el clero. Llevaba en la mano derecha un ramo de claveles que acababa de comprar con el dinero de su jornal. Depositσ los claveles sobre el fιretro de sor Αngela, y aρadiσ en voz alta que deseaba prestar aquel ϊltimo homenaje a la que tantas veces habνa dado el pan a sus hijos.

ΏUn sνmbolo? El agradecimiento de los pobres es siempre un sνmbolo. Los claveles y el agradecimiento reverdecieron en Sevilla la maρana del 5 de noviembre de 1982, cuando Juan Pablo II beatificσ a sor Αngela. Y volverαn a ser sνmbolo ante el pueblo de Dios, dentro de ya pocos dνas en Madrid, cuando el Vicario de Cristo escriba el nombre de sor Αngela en el Catαlogo de los santos [el 4 de mayo de 2003].

[En Alfa y Omega, NΊ 349, del 10-IV-2003]

* * * * *

SOR ΑNGELA DE LA CRUZ

Por Josι Marνa Javierre

Αngela Guerrero naciσ en Sevilla en el seno de una familia humilde, a las afueras de la ciudad, el 30 de enero de 1846; su padre, Francisco Guerrero, cardador de lana, su madre, Josefa Gonzαlez, costurera. Ambos trabajaban como sirvientes del convento de frailes trinitarios: Francisco les cocinaba, Josefa lava y cose la ropa. Catorce hijos tuvieron, de los cuales murieron tempranamente ocho, vνctimas de la mortandad infantil. La penϊltima naciσ niρa, Αngela.

Apenas tuvo ocasiσn de asistir a la escuela: con sσlo doce aρos la pusieron a trabajar para ayudar a la familia. Niρa viva y laboriosa, aprendiσ a colocar adornos en los chapines de las damas distinguidas. Asν pasσ doce aρos como ofνciala del taller Maldonado, donde se calzaba «la corte de los duques de Montpensier»: el gobierno habνa instalado en Sevilla a la infanta Luisa Fernanda, hermana de Isabel II, casada con un hijo del rey francιs Luis Felipe. Αngela repartiσ su tiempo entre su casa, el taller, las iglesias y los hogares pobres, que le gusta visitar, sobre todo algunos cιlebres corrales de vecindad, donde se hacinan familias marginadas. Hasta que un dνa confiσ a su confesor, el padre Torres, un canσnigo venerado de Sevilla, el deseo de «hacerse monja».

Las carmelitas descalzas no se atrevieron a recibirla, temerosas de que aquel cuerpecillo menudo y dιbil apenas pudiera resistir los sacrificios del convento. Tambiιn le fallσ la salud cuando intentσ entrar en las Hijas de la Caridad. Bajo la experta guνa de su confesor, decidiσ consagrarse al servicio de los pobres, «viviendo a los pies de Cristo crucificado» conforme a los consejos evangιlicos. A lo largo de cinco aρos madurσ su proyecto fundacional, experimentando un proceso espiritual de altos valores mνsticos: hacerse pobre con los pobres, ayudar a los pobres «desde dentro», siendo ellas rigurosamente pobres.

Su instituto habνa de llamarse «Compaρνa de la Cruz», y ellas «Hermanas de la Cruz». Αngela tuvo conciencia clara de que no le correspondνa una funciσn de magisterio espiritual sino el testimonio de mujeres cristianas entregadas por amor de Cristo al bien de los hermanos necesitados. Sus Papeles νntimos, pαginas asombrosas para una joven iletrada, redactadas con graves deficiencias ortogrαficas y sintαcticas, identifican su proyecto de «Compaρνa» con las formas existenciales propias de Sevilla: no sσlo en las vinculaciones que podrνamos llamar «polνticas», por la atenciσn que los responsables ciudadanos prestaron a la obra cristiana de Sor Αngela, o en la funciσn «social» desarrollada por las Hermanas de la Cruz a favor de los menesterosos, sino en la repercusiσn hondνsima que los modos estιticos sevillanos produjeron sobre el estilo espiritual de Sor Αngela y de su familia religiosa.

Αngela y sus hermanas no se dejaron cazar en la trampa espiritual de una «caridad desde arriba»: dieron y dan su testimonio evangιlico instaladas dentro de la pobreza, la necesidad, la renuncia. En esta materia, la postura de Sor Αngela fue tajante. Para sν misma: «La primera pobre, yo... No me considerarι interina en el cargo, desearι sentir los efectos de la pobreza y me alegrarι cuando los sienta; estarι pronta para dar todo lo que haya en las casas, teniendo abandono total en Dios y en su Providencia». Y para sus hermanas: «Todo en silencio, sin publicidad».

La fundadora imprimiσ a su «Compaρνa» un ambiente de limpieza, de saludable alegrνa, de contenida belleza: sus conventos obtuvieron esplendor a base de cal, un estropajo, dos esterillas y cinco macetas. A pesar del tenor heroico de sus renuncias, de su pobreza y de su entrega al servicio de los menesterosos, las hermanas de Sor Αngela no adoptan aires grandilocuentes: son mujeres sencillas, verdaderamente populares, apartadas de cualquier colosalismo; impregnan el aire de dulzura, provocan sonrisas cariρosas. La gente agradece esta manera de querer a Dios y a los pobres.

El 2 de agosto de 1875 naciσ oficialmente la Compaρνa de la Cruz, con una minϊscula patrulla formada por tres hermanas mαs Αngela, «hermana mayor»: gastaron su capital fundacional en socorros a familias necesitadas, visitaron enfermos y se olvidaron de hacer la comida, la fiesta careciσ de banquete. En torno suyo se forjσ enseguida una aureola tejida de episodios autιnticos y legendarios: la biografνa de Sor Αngela, «madre Angelita», es una inacabable letanνa de bondad y caridades. La congregaciσn cubriσ rαpidamente las provincias andaluzas y Extremadura. Luego alcanzσ Madrid. En nuestros dνas, Italia y Amιrica. Roma aprobσ el instituto a mediados de 1908.

Sor Αngela muriσ, anciana, el 2 de marzo de 1932. Mientras toda la iglesia sevillana rezaba sin parar, el Ayuntamiento republicano de Sevilla celebrσ una sesiσn extraordinaria para dar carαcter oficial a los elogios de Sor Αngela. El alcalde puso a votaciσn «que se cambie el nombre de la calle Alcαzares por Sor Αngela de la Cruz». La minorνa socialista, prescindiendo del matiz religioso, estuvo conforme, la minorνa radical, conforme... por unanimidad. Sevilla republicana le regalσ una calle a Sor Αngela. Cuando acomodaban el ataϊd en el sepulcro de la cripta, llegσ un obrero: con el jornal del dνa habνa comprado un ramo de claveles y suplicσ que se los pusieran a Sor Αngela.

Juan Pablo II la beatificσ en Sevilla, en su primer viaje a Espaρa, el 5 de noviembre de 1982, y la canonizσ en Madrid el 4 de mayo de 2003.

[Ecclesia, NΊ 3151, del 3 de mayo de 2003, pp. 26-27]

* * * * *

SOR ΑNGELA DE LA CRUZ

Por Joaquνn L. Ortega

Esta sevillana, chiquitita y menuda, hermana de otros 13 hermanos y «zapatera prodigiosa» para aliviar las cargas familiares, es otra prueba de lo grande que puede ser el Seρor en la pequeρez de sus criaturas.

De notar, que Angelita (como gustan de llamarle los sevillanos) no tuvo desde niρa otro «arrimo» que Dios y su Santa Voluntad. De jovencilla quiso entrar en las carmelitas. Pero las «teresas» de Sevilla no le dieron facilidades. ΏDespiste de la Madre Priora o Providencia de Dios? Las Hermanas de la Cruz se decantan netamente por lo segundo. El Seρor lo permitiσ asν para que Angelita, que parecνa ya decidida a ser «monja sin convento», optara por fundar la Compaρνa de las Hermanas de la Cruz.

El nϊcleo de su fundaciσn fue y es hoy dνa la vivencia severa y amorosa de la cruz. Y, al propio tiempo, la dedicaciσn a los pobres mαs pobres y a los necesitados mαs necesitados. Las claves de tan extremada opciσn de vida estαn en sendas afirmaciones de Sor Αngela: «Hijas mνas, nuestro paνs es la cruz y fuera de la cruz somos forasteras». Convicciσn que se solapa con esta otra: «Hacerse pobre con los pobres. La caridad, no desde arriba sino desde dentro».

De tales y tan escuetas pautas se deriva una estιtica de la pobreza limpia y de la mortificaciσn gozosa que llena la vida y las casas de las Hermanas de la Cruz. Su ascιtica la dejσ sellada Sor Αngela con la mνstica del amor, que es el mejor sello.

Asν pasσ ella por la vida. Mucho mαs ligera de equipaje de lo que hubiera pensado su paisano, Antonio Machado. Por otra parte, el olor de la santidad de Angelita hace ya mucho tiempo que, como el azahar, inunda las calles de Sevilla. Su celebridad y el cariρo que concita entre sus paisanos no son inferiores a los que dedican a la Macarena o a la Giralda, segϊn los expertos. Es mαs, son muchos los que apuestan por la primacνa de Sor Αngela de la Cruz, dentro de esa trinidad.

[Ecclesia, NΊ 3151, del 3 de mayo de 2003, pp. 11]

Fuente: Santoral Franciscano .

Αngela de la Cruz, fundadora (1846-1932)

Por ahí se las ve de vez en cuando sin amilanarse ante la meteorología que predijo el último parte; aguantan con sonrisa en la cara y sin quejas el calor del verano bien metidas en sus ropas de todo tiempo nada refrigeradas y bendicen a Dios por el frío del invierno que también suele hacerles daño en los pies metidos en las alpargatas pobres que calzan sin prestar abrigo; van con su manto marrón y toca fija muy blanca de un sitio a otro, de dos en dos, en silencio, recogidas y... ¡a lo suyo!... La gente las llama «las Hermanas de la Cruz». Para muchos son unas monjas más ante las que no se presta más atención que la de contemplar un número extraño por la vestimenta; para otros no dejan de ser el exponente anacrónico cada día más extraño de un tiempo ya pasado no solo en su continuidad, sino también en las motivaciones; otros les perdonan la vida en un alarde de generosidad democrática; también hay quienes sonríen entre divertidos y compasivos o caminando entre la ironía y la altivez; los menos, al verlas, saben que aún está vivo el Evangelio. Sea como sea, ellas van a lo suyo. Y lo suyo es lo de los otros; apurando, lo suyo es lo de Dios.

Ángela nació en Sevilla el día 30 de enero de 1846 y se bautizó justo a los tres días después, según lo atestigua el archivo parroquial de Santa Lucía.

Su familia era pobre, honrada y trabajadora. A Ángela le llegó la hora de arrimar el hombro a las cargas familiares y se pudo a trabajar en un taller de zapatería, cosa que recordará siempre con simpatía.

Comenzó a  notar especial llamada de Dios para una entrega más fiel en una época en que prima en la sociedad española el afán de riqueza, poder y soberbia con una dosis fuerte de sensualidad y olvido consiguiente de Dios.

Ayudada por la guía espiritual del canónigo de la Catedral Hispalense, Padre Torres Padilla, va descubriendo –en ámbito de estricta piedad y penitencia– por dónde se están clarificando los designios de Dios. Intuye que la llama el Señor a dar testimonio de pobreza y desprendimiento en la tierra y el camino han de ser los pobres del mundo; un terreno cuyo ambiente ella bien conoce. 

Comienza una Institución con tres compañeras que ya van participando de los mismos deseos. La pretensión será servir a los pobres haciéndose pobre como ellos y llegando a considerarlos como sus señores. Buscó al pobre en su casa. Descubrió dónde había enfermos más necesitados para atenderlos allí con el calor del propio hogar. Fue Dios quien le marcó el camino de la cruz y del sufrimiento, invitándola a poner su morada en el Calvario a lo que ella respondió sin reservas. Sólo desde el enamoramiento de Jesucristo se puede entender la heroica caridad de «la zapaterita» con los pobres; esa caridad que exige la previa renuncia al propio yo.

Fundó las Hermanas de la Compañía de la Cruz, dedicadas a la asistencia y socorro tanto espiritual como material de los desheredados del mundo desde la más estricta y exigente vida de pobreza, oración y penitencia vivida en comunidad, como lo consigna la Santa Regla.

A su muerte, en el año 1932, ha dado un testimonio de exquisita caridad evangélica y deja tras de sí una familia religiosa que amplía sus casas, traspasa fronteras y dedica con alegría lo mejor de sus fuerzas a vivir el carisma fundacional de extender el Evangelio y procurar la salvación de las almas con sus medios específicos consistentes en visitar en sus domicilios a los enfermos más solos y pobres, dándoles compañía, consuelo y ánimo para ejercitar las virtudes cristianas; si hace falta, ponen remedio material a sus necesidades, aunque para ello haya que pedir limosna; no descuidan velar a los enfermos en sus casas por la noche cuando su presencia es necesaria, y prestan atención a las niñas que puedan estar desamparadas.

El día 5 de noviembre de 1982 fue beatificada en Sevilla por el papa Juan Pablo II.

La Iglesia, en cada época, se hace creíble por la caridad que es el signo distintivo de los discípulos.