La Presentación de Nuestra Señora suele confundirse a veces con la Presentación del Niño Jesús en el Templo, fiesta que se celebra el día 2 de febrero en conmemoración de un hecho ampliamente descrito en los evangelios y que corresponde a la ley judía, que obligaba a los israelitas a ofrecer sus primogénitos a Dios.
La presentación de Nuestra Señora no se narra en los evangelios. Es una tradición piadosa muy antigua, que ha tenido amplia repercusión en toda la Iglesia universal.
Dice esta tradición que Joaquín y Ana, piadosos israelitas, después de varios años de matrimonio, habían llegado a una avanzada edad sin lograr descendencia. Sobre ellos pesaba el terrible oprobio de la esterilidad, que para los israelitas era doblemente doloroso, porque significaba la exclusión de la familia de las promesas del Señor, tanto más cuanto, como en el casó de Joaquín y Ana, se trataba de personas que pertenecían a la casa de David, de la que, en su día había de nacer el Mesías.
En su angustia, Ana hizo una oración fervorosa, prometiendo al Señor ofrecerle el fruto de sus entrañas si se dignaba concederle descendencia. El nacimiento de la Santísima Virgen fue el resultado de esta oración y esta promesa. Joaquín y Ana, fieles a su voto, presentaron a la Niña en el templo a la edad de tres años, y allí permaneció en compañía de otras doncellas y piadosas mujeres, hasta sus desposorios con San José, dedicada a la oración y al servicio del templo.
Varias referencias bíblicas parecen aludir a la existencia de una comunidad femenina dentro del recinto sagrado.. El Antiguo Testamento habla de las mujeres que velaban en la entrada del tabernáculo de la reunión, aunque no se sabe cuál era su misión ni si vivían ciertamente dentro de la casa de Dios. Por otra parte, San Lucas dice en su evangelio que la profetisa Ana no se apartaba del templo, sirviendo con ayunos y oraciones de noche y día.
Que había habitaciones en el templo para los sacerdotes, las personas consagradas y los servidores del mismo, dice el padre Muñana, lo sabemos por la historia del niño Samuel y del sacerdote Helí. Además, allí estuvo escondido Joás durante seis años cuando Atalía quería acabar con los descendientes de Ococías. La Biblia relata así el suceso: Josaba, hija del rey, cogió a Joás, hijo de Ococías, y le arrebató de en medio de los hijos del rey cuando los mataba, escondiéndole a él y a su nodriza en el dormitorio. Así Josaba, hija del rey Joram, mujer del sacerdote Joyada y hermana de Ococías, le escondió de Atalía, que no pudo matarle. Seis años estuvo escondido con ellos en la casa de Dios.
Sin embargo, no tenemos ninguna referencia bíblica de que hubiera nunca niñas en el templo de Jerusalén. Francisco William escribe en su Vida de María, la Madre de Jesús: La leyenda popular dice que María se educó en el templo. Si así fue, influiría para ello su parentesco con Zacarías, el cual podía hacer valer sus derechos. El voto de los padres de la Virgen y la ofrenda de Nuestra Señora en el templo encaja perfectamente dentro del ambiente religioso y psicológico del pueblo de Israel. La esterilidad era un oprobio para los hebreos, y frecuentemente los israelitas ofrecían votos al Señor pidiéndole hijos a cambio de ofrecérselos a Él. La ley autorizaba a rescatar a las personas así consagradas, y la forma de hacerlo se establece minuciosamente en los libros sagrados; pero sabemos que a veces no se ejercía ese derecho, como en el caso del pequeño Samuel, que quedó en el templo desde su infancia.
Los datos sobre la presentación de Nuestra Señora se incorporaron a la tradición cristiana a través de los evangelios apócrifos, que a su vez deben apoyarse en un relato más antiguo. A partir del siglo V los Santos Padres hacen referencia a este acontecimiento, y después los teólogos, santos y oradores sagrados lo han comentado de muchas maneras.
El pueblo cristiano pronto hizo suya esta fiesta. En Oriente parece que se conmemoraba desde el siglo vi en algunos puntos de forma particular, hasta que en 1143 Miguel Comneno la declaró obligatoria para todo su imperio. En Occidente fue introduciéndose por diferentes vías. Se sabe que en el siglo XII ya se celebraba en el sur de Italia y en algunos partes de Inglaterra. En 1372, un gentil hombre francés, canciller en la corte del rey de Chipre, fue enviado a Aviñón como embajador ante el papa Gregorio XI y contó a éste la magnificencia con que en Grecia se celebraba esta fiesta el 21 de noviembre. El Papa entonces la introdujo en Aviñón. En España fue implantada por el cardenal Cisneros. San Pío V mandó suprimirla al hacer la reforma del calendario, pero fue restablecida por Sixto V en vista de las pruebas que sobre su antigüedad presentó el jesuita español padre Francisco Torres.
Los artistas han contribuido a hacer esta fiesta más popular, representándola gráficamente en imágenes. La más antigua que se conoce actualmente está en un manuscrito del siglo xi que se conserva en la Biblioteca Nacional de París. Los primitivos italianos fijaron definitivamente la escena, que luego repitieron, cada vez en un ambiente más fastuoso, los pintores más famosos del Renacimiento. La Virgen niña sube decidida y rápidamente los escalones del templo, a lo alto de los cuales el sumo sacerdote, revestido con ornamentos de gran ceremonia, recibe la ofrenda. Al pie de la escalinata, respetuosamente distanciados, los padres de María contemplan el acto de la presentación. Los artistas, como los apócrifos, han añadido detalles ciertamente poco verosímiles, pero esto no quita ni pone al fondo del asunto. La Enciclopedia Católica Vaticana decide el problema de una vez para siempre con estas palabras: Aunque en tiempo reciente se han levantado de cuando en cuando algunas voces reclamando la supresión (de la fiesta) por apócrifa, otros, por el contrario, quisieran conservarla, no como celebración de la presentación de María a los tres años, sino en obsequio al concepto más general y teológicamente seguro de la oblación o consagración de la Santísima Virgen a Dios, porque ella, como ninguna otra criatura humana, estaba totalmente dedicada al Señor.
Esto es ciertamente lo más importante y lo que es necesario destacar en esta fiesta: la consagración de la Virgen al Señor desde su infancia. Mis obras son para el Rey, dice el introito de la misa de este día. Todas las obras de Nuestra Señora fueron siempre para el Rey, puesto que sabemos que desde el primer instante de su concepción inmaculada estaba llena de gracia. Y todos estos años de su vida, hasta el momento de su matrimonio con José, fueron una preparación, en la soledad y el recogimiento, para algo que Ella aún no sabía, pero que Dios tenía preparado desde toda la eternidad. María amaba el silencio, como sabemos por el testimonio de San Lucas (guardaba todas las cosas en su corazón) y durante este tiem po dispuso silenciosamente su alma para cumplir siempre la voluntad del Señor.
María, se consagró a Dios, escribe F. William porque su vida en Dios despertaba en su alma un anhelo que se apoderaba de ella por completo: el de pertenecer a Dios de tal manera, que no quedase libre ni un átomo de su ser. Este anhelo, que ya se prendió en su alma cuan do empezó a ser consciente, se fue desarrollando con más rapidez que ella misma. Como el murmurar de una fuente es siempre el mismo, y el mismo el silbido del viento, como el fuego lanza su llama sin cesar a las alturas, así los sentimientos y aspiraciones de María eran siempre los mismos y estaban dirigidos a Dios únicamente.
María se presentó ciertamente a Dios en su niñez, y ante su acatamiento puso su alma en la postura de humilde disponibilidad, que fue la característica constante de su vida, y que ella misma resumió en una frase cuyo contenido no se agotará jamás por mucho que se medite: He aquí la esclava del Señor.
Por ser éste el sentido de la fiesta de la Presentación de Nuestra Señora, se considera especialmente dedicada a las almas consagradas a Dios en la vida religiosa, y muchas órdenes renuevan sus votos en este día.
Sin embargo, debe ser también la fiesta de todos los cristianos, porque ninguno, si quiere serlo de veras, podrá escaparse a la obligación de presentarse ante Dios humildemente y ponerse en sus manos para que Él disponga de su vida libremente.
La Presentación de Nuestra Señora es la fiesta de la entrega voluntaria a Dios, es la fiesta de los que aspiran de verdad a renunciar a su voluntad para hacer solamente la del Señor.
MARY SALAS
Los pintores renacentistas dejaron en su lienzo la figura de la Virgen niña que sube correteando las escaleras del templo mientras el sumo Sacerdote, revestido de los más preciosos ornamentos, recibe la ofrenda; prudentemente distanciados, Joaquín y Ana, los padres de la niña contemplan el acto, como en segundo plano. Pero eso es la expresión imaginativa de los artistas; otra cosa distinta es que alguna vez aquello haya sido realidad.
En primer lugar hay que decir que no hay que confundir la presentación de la Virgen María con la presentación del Niño Jesús. Con respecto a esta última hay que decir que es un acontecimiento histórico, avalado por el testimonio evangélico, común en el pueblo judío contemporáneo de Cristo, y acto que responde a un imperativo religioso legal veterotestamentario consistente en presentar al primogénito varón recién nacido, ofreciéndolo al Templo y rescatándolo por una ofrenda de animales. La presentación de la Virgen, por el contrario, sólo roza la posibilidad ni siquiera probable, no tiene apoyatura histórica fiable, y responde a una tradición piadosa.
Dice esta antigua tradición que el matrimonio de Joaquín y Ana soporta la pena de no tener descendencia; que los esposos sufren pacientes el oprobio de sentirse excluidos de la posibilidad de tener entre su descendencia al Mesías. Ana y su esposo han rogado y suplicado al Señor; incluso han hecho voto de ofrecer el fruto de sus entrañas a su servicio. Una vez nacida la hija tan esperada, cuando cumple tres años, cumplen la promesa, dándola al Templo.
Lo más probable es que haya sido el influjo de los evangelios apócrifos –no auténticos– los que han filtrado esta imagen sufriente, expectante y oferente de los padres de la Virgen cuya identidad es por otra parte desconocida.
Con respecto a la situación anímica de sus padres hay que decir que, en el supuesto de que ciertamente fueran estériles, ciertamente encaja la situación sicológica con la de cualquier matrimonio que con toda lógica anhela ver reflejado su amor en el fruto de los hijos; y más, con el agravante que pesa sobre la sociedad judía contemporánea al verse privados de la posibilidad –poco probable– de descendencia mesiánica, hasta el punto de considerar a la esterilidad casi como castigo de Dios; pero tampoco es demostrable que fueran Joaquín y Ana de ascendencia davídica.
Por parte del Templo, el asunto del ofrecimiento de la niña sólo se entiende a semejanza de lo que era preciso hacer con los primogénitos varones nacidos. Pero también aquí tenemos sólo indicios para avalar esta posibilidad por las referencias bíblicas que poseemos. Se encuentra alguna rara alusión sobre la existencia de una comunidad femenina dentro del recinto sagrado, como podría deducirse de la afirmación lucana sobre la «profetisa Ana que no se apartaba del templo día y noche con ayuno y oraciones». Parece probado que había estancias dentro del contorno amurallado por los episodios de Helí y Samuel y por la afirmación de que en esas dependencias estuvo escondido pos seis años Joás con su nodriza y así pudo escapar de la persecución a muerte por parte de Ococías. A pesar de ello, no hay constancia bíblica de la existencia de niñas en el Templo de Jerusalén; sería único y extraño el caso de María en el supuesto de que en la Biblia se mencionara, cosa que no sucede.
Claro está que estas dificultades han influido como obstáculos para poder afirmar el dato de la presentación de la Virgen María y que ello cuajara en fiesta. La primera referencia de escritos eclesiásticos en los Padres de la Iglesia es bastante tardía; se remonta al siglo V. Se conoce la existencia de esta fiesta en el siglo VI, en Oriente. En Occidente, se registra la presentación de la Virgen en el siglo XII, en el sur de Italia y en Inglaterra. Gregorio XI la introdujo en Aviñón y a España vino con Cisneros. Cuando se reforma del calendario en tiempos de Pío V, quedó suprimida, y nuevamente restablecida con Sixto V.
Y ciertamente entre los historiadores y liturgistas se han dado oleadas de tensiones. Ha habido voluntad de suprimirla por apócrifa y también deseos de restaurarla y mantenerla por considerarla fiesta-resumen que expresa la disposición interna, habitual, permanente y libre de la Virgen Madre de Dios a lo largo de todo el curso de su existencia terrena. Porque, si consagrar es dedicar algo o alguien al exclusivo uso de Dios para el culto o para su servicio, ¿cómo no va a poderse celebrar lo que significa la Presentación de la Virgen María en el Templo –aunque ésta no se diera– como epítome condensado de la vida entera de María?
La «llena de gracia» y de fe, con claridad humilde y recia dijo un día «fiat» haciéndolo permanente perseverancia con absoluta y definitiva disponibilidad «siendo de Dios» en sus obras, que sólo eran el exponente de sus pensamientos, deseos, aspiraciones y proyectos.