En febrero del año 484, Hunerico, rey de los vándalos, publicó un decreto que imponía a sus súbditos que no fuesen arrianos, bajo pena de muerte, la obligación de abrazar el arrianismo antes del 1 de junio siguiente.
Unos cuantos católicos apostataron y otros se ocultaron hasta la muerte del tirano acaecida ese mismo año. No obstante "aún hubo alrededor de cinco mil que murieron por la fe" escribe Víctor, obispo de Vita, Túnez, por esa época. Y sigue: "Entre las víctimas de la persecución de mi grey, citaré a Dionisia, cuya belleza superaba, por mucho, la de otras mujeres; Mayorico, su hijo, un niño que se mostró tan valiente como su madre; un anciano médico de nombre Emilio, Leoncia, Bonifacio de Sibida, y muchos otros que Dionisia animaba al martirio y a los que ella fortalecía en los tormentos".