Hay muchas oscuridades en la vida de San Juan de Mata, debido, parte a la humildad del interesado, poco propenso a llamar la atención, parte a la existencia de varias tradiciones, entre ellas una española y otra francesa, no siempre conformes entre sí. Y como ocurre a menudo en casos semejantes, se ha querido remediar a nuestras ignorancias con leyendas edificantes desprovistas de base histórica y acogidas con facilidad excesiva por escritores llenos de las mejores intenciones, pero faltos de verdadero sentido crítico.
Trataremos, sin embargo, de entresacar lo cierto que ofrecen las varias tradiciones, aunque muchas veces resulta dificilísimo fijar la cronología.
Por ejemplo, para la fecha del nacimiento del Santo se ha hablado de 1154, mientras el año generalmente aceptado es el de 1160. Ciertos documentos españoles le llaman Joannes de Matha o de Mataplana, apellido de una familia muy conocida en Cataluña. El hecho es que Juan de Mata nació en una aldea de la Alta Provenza, Fauçon, cerca de Barceloneta, cuando esta región dependía de la corona de Aragón. Es, por lo tanto, un santo franco-español, aunque algo más francés que español por los acontecimientos de su vida, como se verá luego.
Sus padres eran Eufemio o Eugenio, barón de Mata, y Marta o María Fenouillet, de distinguida familia marsellesa.
Por esta última circunstancia se ha supuesto que, de joven, el hijo del matrimonio pudo conocer en el puerto de Marsella los daños que los piratas musulmanes infligían a los cristianos, ver a los cautivos berberiscos que vivían esclavos en la ciudad a consecuencia de las inevitables represalias, y concebir así el deseo de trabajar al rescate o al canje de los cautivos de ambas orillas del Mediterráneo. Mas, para esta obra de caridad, se necesitaba entonces pertenecer al clero, y, por consiguiente, hacia los años 1180, Juan se fue a estudiar a París, en donde tomó el grado de doctor en teología y recibíó el sacerdocio.
Quiere una piadosa leyenda que, durante la celebración de su primera misa (¿1193?), haya tenido la revelación de la Orden que iba a instituir: cuando la elevación de la hostia consagrada le apareció un ángel o, según otros, el mismo Jesucristo, con un vestido blanco y una cruz azul y encarnada sobre el pecho; tenía a sus lados dos cautivos, un moro y un cristiano, parecía que se disponía a canjearlos, y le ordenó fundar una Orden religiosa para la redención de los cautivos. Dos amigos de Juan, el obispo de París, y el abad de San Víctor, le aconsejaron entonces hiciera el viaje a Roma para ofrecerse al Soberano Pontífice, someterle su proyecto y acatar su decisión.
Juan llegó a Roma a principios de 1198, después de haber pasado por Fauçon para saludar a sus padres.
El Papa era en aquel tiempo Inocencio III. Poco partidario de la multiplicación de las órdenes religiosas, parece que acogió al peregrino con frialdad y le negó el permiso para fundar un nuevo instituto. Pero, según otra piadosa leyenda, también un ángel o el mismo Señor Jesucristo vino a revelarle el error que había cometido, apareciéndole en las mismas condiciones que a San Juan de Mata en París años antes.
Inocencio hizo llamar a Juan otra vez y él mismo le impuso el hábito blanco adornado de una cruz azul y encarnada que también había visto durante su visión. La cruz, desde luego, es el símbolo de la Redención, y los tres colores son el símbolo de la Santa Trinidad: el blanco, color perfecto, representa al Padre; el azul, al Hijo, a causa de los sufrimientos de la pasión, el encarnado, al Espíritu Santo. Se dice, aun que no se sabe nada cierto, que el fundador puso su Orden bajo la invocación de la Trinidad porque es el dogma cristiano que más ofende a los musulmanes, a, quienes, desconociendo su sentido verdadero, parece absurdo y blasfematorio, y juzgó deber glorioso confesarlo y proclamarlo frente al Islam.
Después, el Papa le mandó regresar a París para elaborar con el obispo de la ciudad y el abad de San Víctor, sus amigos, la regla de la nueva Orden. Así lo hizo, y volvió a Roma para presentarla a Inocencio III, quien la reprodujo en la bula de aprobación de 17 de diciembre de 1198. De este modo nació la Orden de la Santísima Trinidad y Redención de Cautivos.
La regla primitiva de 1198 confirma, en efecto, que la Orden queda consagrada a la Santísima Trinidad. Dispone, además, que en cada convento habrá tres sacerdotes y tres legos, más el superior o ministro, y que las rentas de cada comunidad irán divididas en tres partes iguales: las dos terceras para el sustento y funcionamiento del mismo convento y el ejercicio de la hospitalidad, y la última para el rescate de los cautivos. Impone también el silencio, el ayuno y la abstinencia de carne en condiciones análogas a las de las demás órdenes religiosas, pero con cierta austeridad, puesto que el comer carne se autoriza únicamente unos pocos domingos y festividades del año y que a los religiosos sólo se les permite el pescado cuando están viajando fuera de sus conventos.
Otros artículos se refieren al noviciado y a la entrada en la Orden, a los usos litúrgicos, al status de los ministros, etc.
La regla primitiva dispone igualmente que los religiosos llevarán por encima del hábito blanco una capa adornada con una cruz. Es curioso notar que no precisa el color de esta cruz, que llegó a ser azul y encarnada a consecuencia de la doble tradición que hemos recordado. Esta regla de 1198, que choca por su carácter incompleto y esquemático, parece obra personal de San
Juan de Mata. De todos modos, ignoramos qué parte tomaron en ella el obispo de París y el abad de San Víctor. En cuanto al papa Inocencio III, según toda probabilidad, no hizo ninguna corrección al texto que se le sometió.
La Orden, favorecida por el rey Felipe Augusto, fundó sus primeras casas en Francia, especialmente en el lugar llamado Cerfroy o Cerfroid (actual departamento de Aisne), cuyo convento acabó siendo el centro del nuevo instituto.
Inocencio le dió en Roma el convento de Santo Tomás in Formis, situado sobre el monte Celio. Desgraciadamente, poco sabemos de la vida del Santo entre la bula de 1198 y su fallecimiento.
Parece que hizo un viaje de redención a Marruecos en 1199 y otro a Túnez en 1200 con el mismo objeto, que presidió a las fundaciones de Arlés y de Marsella hacia 1200-1203 y que procedió a varias fundaciones en España de 1205 a 1209, siendo las más importantes, las de Lérida, Toledo, Segovia, Burgos y Daroca. Pasó los últimos años de su existencia en Roma, dedicándose a la predicación y al cuidado de los pobres, de los enfermos y de los, prisioneros. Allí murió santamente, en el convento de Santo Tomás in Formis, a fines del año 1213 (17 de diciembre, aniversario de la bula de aprobación, según la fecha generalmente admitida). San Juan de Mata no ha sido canonizado oficialmente.
Su culto, muy tardío, se introdujo públicamente en la Iglesia de modo indirecto con la aprobación de su oficio por la Congregación de Ritos en 14 de agosto de 1666 y con la inserción de su nombre en el Martirologio en 27 de enero de 1671. El 6 de mayo de 1679 el papa Inocencio XI fijó su fiesta en 8 de febrero y un decreto de la Congregación de Ritos de 1694 la hizo extensiva a la Iglesia universal.
Ha dicho un historiador que San Juan de Mata resultó mucho más célebre después de su muerte que durante su vida. Su existencia transcurrió en la penumbra, casi en la oscuridad. No pensó en su persona, sólo pensó en su obra y su mayor deseo fue desaparecer detrás de ella o fundirse con ella. El investigador puede lamentarlo, pues esta circunstancia le priva de datos y documentos y le complica la tarea. Pero el cristiano debe admirar tan honda abnegación, este practicar el Ama nesciri al pie de la letra, y aprovechar la lección de humildad que encierra.
Abnegación y humildad que, como siempre, fueron muy fecundas. La Orden de los Trinitarios se difundió rápidamente por Europa, especialmente por Francia, España, Portugal e Italia. Sigue existiendo todavía, a pesar de que ha desaparecido el principal objeto de su fundación (pero siempre habrá cautivos en el mundo, prisioneros en las cárceles materiales de los hombres, prisioneros de la cárcel espiritual del pecado).
De esta Orden han salido congregaciones femeninas de renombrada historia y que actualmente se dedican útilmente a la educación de las jóvenes.
Pero, para comprender convenientemente y medir en sus verdaderas proporciones el alcance de la obra de San Juan de Mata, hay que representarse las circunstancias históricas en que nació y que explican su rápido desarrollo: las luchas de la Reconquista en la península Ibérica y las piraterías marítimas de los musulmanes llenaban las mazmorras de la España mora y del norte de Africa de una muchedumbre de cristianos que sufrían y gemían en una esclavitud muchas veces durísima, y siempre expuestos, además, en un momento de dolor o de flaqueza, a renegar la fe de sus antepasados.
La Orden de la Santísima Trinidad respondía, por lo tanto, a una necesidad grave y urgente.
San Juan de Mata la fundó, pues, contra el peligro y el azote que hemos dicho, y que no desaparecio con la toma de Granada (1492), puesto que los piratas berberiscos y turcos siguieron asolando el Mediterráneo y, hasta el Atlántico oriental y atacando las costas de España, Francia e Italia.
Sin disputa, uno de los mayores timbres de gloria de la Orden de San Juan de Mata es en 1580 el rescate por un padre trinitario, fray Juan Gil, del ilustre manco de Lepanto Miguel de Cervantes, cautivo en Argel desde el año de 1575, en que fue apresado por unas galeras turcas mientras pasaba de Italia a España.
ROBERT RICARD