La vida de Vicenta María López y Vicuña ocupó la segunda mitad del siglo XIX. Sus padres fueron José María López y Nicolasa de Vicuña; nació en Cascante (Navarra) el 22 de marzo de 1847.
Se traslada a Madrid en plena juventud y vive en la casa de sus tíos, Manuel María de Vicuña y Eulalia de Vicuña; son piadosos y están empeñados en realizar obras de caridad con los más necesitados; de hecho, su tío es abogado y no pone peros a la hora de atender gratuitamente causas para defender los derechos de los pobres, mientras que su tía apoya con trabajo y dedicación personal la labor que se lleva a cabo en una vieja casita en la que acogía a sirvientas que se encontraban en necesidad. En ese ambiente familiar sano, mientras estudiaba, Vicenta tuvo contacto con diversas obras de apostolado, participando principalmente en catequesis a jóvenes inmigrantes.
Después de unos ejercicios espirituales, hechos en 1866, se decidió a fundar una institución para el servicio doméstico.
Sus padres no vieron claro el asunto de su vocación con la que se torcían y frustraban las ilusiones que se habían ido forjando con respecto al futuro de su hija. Pusieron todas las trabas y dificultades que estaban en sus manos.
En el quinquenio 1871-1876, vencida la resistencia de sus padres, va poco a poco consolidándose la obra. El 11 de julio de 1876, el obispo auxiliar de Toledo, que pronto será el cardenal Sancha, da el hábito a las tres primeras religiosas. El Instituto crece poco a poco. Después de la fundación de Madrid se hace la de Zaragoza, sigue la de Jerez. El domingo de la Trinidad de 1878 hacen los primeros votos y toman el nombre de Congregación del Servicio Doméstico.
La fundación sigue abriendo casas en Valladolid, Sevilla, Barcelona y la magnífica de Fuencarral, en Madrid. Una mala jugada en la bolsa por parte de su administrador se lleva «un millón de reales» y obliga a Vicenta María a fiarse enteramente de la Providencia.
El apostolado específico con las trabajadoras empleadas de hogar, y en general para la protección, guía y ayuda de las muchachas jóvenes, se extiende a escuelas dominicales y nocturnas, catequesis de niños, formación humana, profesional, etc.
Cuando va a cumplir los 43 años, Vicenta –siempre de talante sencillo y servicial– sabe por revelación que ése es el límite de su vida. Así fue; murió en Madrid, el 26 de diciembre de 1890.
La beatificó Pío XII en el Año Santo de 1950, y la canonizó el papa Pablo VI el 25 de mayo de 1975, día en que se celebra su fiesta.