Noble de Aurillac, Francia, después de varias peripecias, se confirmó en su resolución de ser "célibe por el Reino de los Cielos" y vivir en todo según el Evangelio. Se mortificaba en secreto, rezaba mucho, daba buen ejemplo y estaba constantemente en presencia de Dios. Consideraba a sus siervos como sus hermanos y procuraba ayudarlos en todo. Era muy clemente, y nada le gustaba tanto como perdonar a los que cometían algún delito.
Geraldo perdió la vista siete años antes de morir. Fue sepultado en la bella abadía de Aurillac que él había fundado, y su tumba atrajo allí a numerosos peregrinos.