Son dos las tentaciones que se han de afrontar en este momento de la historia de la Iglesia: retroceder por ser temerosos de la libertad que viene de la ley "realizada en el Espíritu Santo" y ceder a un "progresismo adolescente", es decir, propenso a seguir los valores más fascinantes propuestos por la cultura dominante. El Papa Francisco habló de ello el 12 de junio en su homilía, comentando las lecturas –de la segunda carta de san Pablo a los Corintios (2Co 3, 4-11) y del Evangelio de san Mateo (Mt 5, 17-19)– al celebrar la misa en la Domus Sanctae Marthae. Se centró sobre todo en las explicaciones dadas por Jesús a quienes le acusaban de querer cambiar la ley de Moisés. Él los tranquiliza diciendo: "Yo no vengo a abolir la ley sino a darle pleno cumplimiento".
Esta ley "es sagrada –observó el Papa– porque conducía al pueblo a Dios". Por lo tanto, "no se puede tocar". Había quien decía que Jesús "cambiaba esta ley". Él, en cambio, buscaba hacer entender que se trataba de un camino que conduciría "al crecimiento", es más, a la "plena madurez de esa ley. Y decía: Yo vengo a dar cumplimiento. Así como el brote que "despunta" y nace la flor, así es la continuidad de la ley hacia su madurez. Y Jesús es la expresión de la madurez de la ley".
El Pontífice reafirmó luego el papel del Espíritu Santo en la transmisión de esta ley. En efecto, "Pablo dice que esta ley del Espíritu la tenemos por medio de Jesucristo, porque no somos capaces de pensar algo como procedente de nosotros; nuestra capacidad viene de Dios. Y la ley que Dios nos da es una ley madura, la ley del amor, porque hemos llegado a la última hora. El apóstol Juan dice a su comunidad: Hermanos, hemos llegado a la última hora. A la hora del cumplimiento de la ley. Es la ley del Espíritu, la que nos hace libres".
Sin embargo, se trata de una libertad que, en cierto sentido, nos da miedo. "Porque –precisó el Pontífice– se puede confundir con cualquier otra libertad humana". Y "la ley del Espíritu nos lleva por el camino del discernimiento continuo para hacer la voluntad de Dios": también esto nos asusta.
Pero cuando nos asalta este miedo corremos el riesgo de sucumbir a dos tentaciones –advirtió el Santo Padre. La primera es la de "volver atrás porque no estamos seguros. Pero esto interrumpe el camino". Es "la tentación del miedo a la libertad, del miedo al Espíritu Santo: el Espíritu Santo nos da miedo". Pero "la seguridad plena está en el Espíritu Santo que te conduce hacia adelante, que te da confianza y, como dice Pablo, es más exigente: en efecto, Jesús dice que "antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley". Por lo tanto es más exigente, incluso si no nos da la seguridad humana porque no podemos controlar al Espíritu Santo".
La segunda tentación es la que el Papa definió como "progresismo adolescente". No se trata de auténtico progreso: es una cultura que avanza, de la que no logramos desprendernos y de la cual tomamos las leyes y los valores que más nos gustan, como hacen precisamente los adolescentes. Al final, el riesgo que se corre es el de resbalar y salirse del camino. Según el Pontífice, se trata de una tentación recurrente en este momento histórico para la Iglesia. "No podemos retroceder –dijo el Papa– y deslizarnos fuera del camino". El camino a seguir es este: "La ley es plena, siempre en continuidad, sin cortes: como la semilla que acaba en la flor, en el fruto. El camino es el de la libertad en el Espíritu Santo, que nos hace libres, en el discernimiento continuo sobre la voluntad de Dios, para seguir adelante por este camino, sin retroceder" y sin resbalar. Y concluyó: "Pidamos el Espíritu Santo que nos da vida, que lleva hacia adelante, que lleva a la plena madurez esa ley que nos hace libres".