La vida cristiana debe ser siempre inquieta y nunca tranquilizadora. Ciertamente no es "una terapia terminal para dejarnos en paz hasta el cielo". Es necesario proceder como san Pablo y testimoniar "el mensaje de la auténtica reconciliación", sin preocuparse demasiado por las estadísticas o por hacer prosélitos: es "de locos pero es bello", porque "es el escándalo de la cruz". El Papa volvió a hablar de reconciliación y de ardor apostólico en la homilía del 15 de junio.
Punto de partida del Pontífice, como es habitual, las lecturas del día, en especial la segunda carta de Pablo a los Corintios (2Co 5, 14-21). Un "pasaje un poco especial –dijo– porque parece que Pablo está acelerado, va con cierta velocidad. El amor de Cristo nos posee, nos impulsa, nos apremia. Precisamente esta es la velocidad de Pablo: cuando ve el amor de Cristo no puede permanecer quieto". Así san Pablo es de verdad un hombre que tiene prisa, con "el afán por decirnos algo importante: habla del sí de Jesús, de la obra de reconciliación realizada por Jesús y también de la obra de reconciliación" de Cristo y del apóstol.
De hecho el Santo Padre observó que en la página paulina "se repite cinco veces la palabra reconciliación", como un estribillo. Para decir con claridad que "Dios nos ha reconciliado con Él en Cristo". San Pablo "habla también con fuerza y con ternura cuando dice: yo soy un embajador en nombre de Cristo". Pablo, luego, al proseguir su escrito, parece casi arrodillarse para implorar: "Os suplicamos en nombre de Cristo: dejaos reconciliar con Dios".
Este es "el misterio que hacía a Pablo seguir adelante con celo apostólico, porque es algo maravilloso: el amor de Dios que entregó a su Hijo a la muerte por mí. Cuando Pablo se encuentra ante esta verdad, dice: Él me amó, fue a la muerte por mí. Este es el misterio de la reconciliación". Se trata –propuso el Papa Francisco– de llegar "a esta verdad que nos mueve, a este amor que está en el seno de la vida cristiana: el amor del Padre que en Cristo reconcilia al mundo. Es Dios, en efecto, quien reconcilia consigo al mundo en Cristo, no imputando a los hombres sus culpas y confiándonos la palabra de reconciliación. Cristo nos ha reconciliado. Esta es la actitud del cristiano, esta es la paz del cristiano". Y lo que el Señor quiere de nosotros –precisó– es precisamente el anuncio de la reconciliación, que es el núcleo de su mensaje.
Por eso el Papa concluyó su homilía pidiendo que el "Señor nos dé esta urgencia para anunciar a Jesús; nos dé la sabiduría cristiana, que nace precisamente de su costado traspasado por amor". Y que "nos convenza también de que la vida no es una terapia terminal para estar en paz hasta el cielo. La vida cristiana se conduce por el camino, por la vida, con esta premura de Pablo. El amor de Cristo nos posee, nos impulsa, nos apremia. Con esta emoción que se siente cuando uno ve que Dios nos ama".