Una Iglesia inspirada en la figura de Juan el Bautista: que "existe para proclamar, para ser voz de una palabra, de su esposo que es la palabra" y "para proclamar esta palabra hasta el martirio" a manos "de los más soberbios de la tierra". Es la línea que trazó el Santo Padre en la misa del 24, fiesta litúrgica del nacimiento del santo a quien la Iglesia venera como "el hombre más grande nacido de mujer".
La reflexión del Papa se centró en el citado paralelismo, porque "la Iglesia tiene algo de Juan", si bien –alertó enseguida– es difícil delinear su figura. "Jesús dice que es el hombre más grande que haya nacido". He aquí entonces la invitación a preguntarse quién es verdaderamente Juan, dejando la palabra al protagonista mismo. Él, en efecto, cuando "los escribas, los fariseos, van a pedirle que explique mejor quién era", responde claramente: "Yo no soy el Mesías. Yo soy una voz, una voz en el desierto". En consecuencia, lo primero que se comprende es que "el desierto" son sus interlocutores; gente con "un corazón sin nada". Mientras que él es "la voz, una voz sin palabra, porque la palabra no es él, es otro. Él es quien habla, pero no dice; es quien predica acerca de otro que vendrá después". En todo esto –explicó el Papa– está "el misterio de Juan" que "nunca se adueña de la palabra; la palabra es otro. Y Juan es quien indica, quien enseña", utilizando los términos "detrás de mí... yo no soy quien vosotros pensáis; viene uno después de mí a quien yo no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias". Por lo tanto, "la palabra no está", está en cambio "una voz que indica a otro". Todo el sentido de su vida "está en indicar a otro".
Prosiguiendo su homilía, el Papa Francisco puso de relieve que la Iglesia elige para la fiesta de san Juan "los días más largos del año; los días que tienen más luz, porque en las tinieblas de aquel tiempo Juan era el hombre de la luz: no de una luz propia, sino de una luz reflejada. Como una luna. Y cuando Jesús comenzó a predicar", la luz de Juan empezó a disiparse, "a disminuir, a desvanecerse". Él mismo lo dice con claridad al hablar de su propia misión: "Es necesario que Él crezca y yo mengüe".
"Voz, no palabra; luz, pero no propia, Juan parece ser nadie", sintetizó el Pontífice. He aquí desvelada "la vocación" del Bautista –afirmó–: "Rebajarse. Cuando contemplamos la vida de este hombre tan grande, tan poderoso –todos creían que era el Mesías–, cuando contemplamos cómo esta vida se rebaja hasta la oscuridad de una cárcel, contemplamos un misterio" enorme. En efecto –prosiguió– "nosotros no sabemos cómo fueron" sus últimos días. Se sabe sólo que fue asesinado y que su cabeza acabó "sobre una bandeja como gran regalo de una bailarina a una adúltera. Creo que no se puede descender más, rebajarse". Sin embargo, sabemos lo que sucedió antes, durante el tiempo que pasó en la cárcel: conocemos "las dudas, la angustia que tenía"; hasta el punto de llamar a sus discípulos y mandarles "a que hicieran la pregunta a la palabra: ¿eres tú o debemos esperar a otro?". Porque no se le ahorró ni siquiera "la oscuridad, el dolor en su vida": ¿mi vida tiene un sentido o me he equivocado?
En definitiva –dijo el Papa–, el Bautista podía presumir, sentirse importante, pero no lo hizo: él "sólo indicaba, se sentía voz y no palabra". Este es, según el Papa Francisco, "el secreto de Juan". Él "no quiso ser un ideólogo". Fue un "hombre que se negó a sí mismo, para que la palabra" creciera. He aquí entonces la actualidad de su enseñanza, subrayó el Santo Padre: "Nosotros como Iglesia podemos pedir hoy la gracia de no llegar a ser una Iglesia ideologizada", para ser en cambio "sólo la Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans", dijo citando el íncipit de la constitución conciliar sobre la divina revelación. Una "Iglesia que escucha religiosamente la palabra de Jesús y la proclama con valentía"; una "Iglesia sin ideologías, sin vida propia"; una "Iglesia que es mysterium lunae, que tiene luz procedente de su esposo" y que debe disminuir la propia luz para que resplandezca la luz de Cristo. "El modelo que nos ofrece hoy Juan" –insistió el Papa Francisco– es el de "una Iglesia siempre al servicio de la Palabra"; "una Iglesia–voz que indica la palabra, hasta el martirio".