La lengua, la locuacidad, las habladurías son armas que cada día insidian la comunidad humana, sembrando envidia, celos y ansia de poder. Con ellas se puede llegar a matar a una persona. Por eso hablar de paz significa también pensar en el mal que es posible hacer con la lengua. Es la reflexión que propuso el Papa Francisco en la homilía de la misa celebrada en la capilla de la Domus Sanctae Marthae, costumbre reanudada el lunes 2 de septiembre, por la mañana.
El Papa partió del relato del retorno de Jesús a Nazaret, como lo propone Lucas (Lc 4, 16-30) en uno de los pasajes del Evangelio entre los más "dramáticos", en el que –dijo el Pontífice– "se puede ver cómo es nuestra alma" y cómo el viento puede hacer que gire de una parte a otra. En Nazaret, como explicó el Santo Padre, "todos esperaban a Jesús. Querían encontrarle. Y Él fue a encontrar a su gente. Por primera vez volvía a su lugar. Y ellos le esperaban porque habían oído todo lo que Jesús había hecho en Cafarnaún, los milagros. Y cuando inicia la ceremonia, como es costumbre, piden al huésped que lea el libro. Jesús hace esto y lee el libro del profeta Isaías, que era un poco la profecía sobre Él y por esto concluye la lectura diciendo: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír"".
La primera reacción –explicó el Pontífice– fue bellísima; todos lo apreciaron. Pero después en el ánimo de alguno empezó a insinuarse la carcoma de la envidia y comenzó a decir: "¿Pero dónde ha estudiado éste? ¿No es éste el hijo de José? Y nosotros conocemos a toda la familia. ¿Pero en qué universidad ha estudiado?". Y empezaron a pretender que Él hiciera un milagro: sólo después creerían. "Ellos –precisó el Papa– querían el espectáculo: "Haz un milagro y todos nosotros creeremos en ti". Pero Jesús no es un artista".
Jesús no hizo milagros en Nazaret. Es más, subrayó la poca fe de quien pedía el "espectáculo". Estos, observó el Papa Francisco, "se enfadaron mucho, y, levantándose, empujaban a Jesús hasta el monte para despeñarle y matarle". Lo que había empezado de una manera alegre corría peligro de concluir con un crimen, la muerte de Jesús "por los celos, por la envidia". Pero no se trata solamente de un suceso de hace dos mil años, evidenció el Obispo de Roma. "Esto –dijo– sucede cada día en nuestro corazón, en nuestras comunidades" cada vez que se acoge a alguien hablando bien de él el primer día y después cada vez menos hasta llegar a la habladuría casi al punto de "despellejarlo". Quien, en una comunidad, parlotea contra un hermano acaba por "quererlo matar", subrayó el Pontífice. "El apóstol Juan –recordó–, en la primera carta, capítulo 3, versículo 15, nos dice esto: el que odia en su corazón a su hermano es un homicida". Y el Papa añadió enseguida: "estamos habituados a la locuacidad, a las habladurías" y a menudo transformamos nuestras comunidades y también nuestra familia en un "infierno" donde se manifiesta esta forma de criminalidad que lleva a "matar al hermano y a la hermana con la lengua".
Entonces, ¿cómo construir una comunidad?, se preguntó el Pontífice. Así "como es el cielo", respondió; así como anuncia la Palabra de Dios: "Llega la voz del arcángel, el sonido de la trompa de Dios, el día de la resurrección. Y después de esto dice: y así para siempre estaremos con el Señor". Por lo tanto, "para que haya paz en una comunidad, en una familia, en un país, en el mundo, debemos empezar a estar con el Señor. Y donde está el Señor no hay envidia, no está la criminalidad, no existen celos. Hay fraternidad. Pidamos esto al Señor: jamás matar al prójimo con nuestra lengua y estar con el Señor como todos nosotros estaremos en el cielo".