La cruz da miedo. Pero seguir a Jesús significa inevitablemente aceptar la cruz que se presenta a cada cristiano. Y a la Virgen -que sabe, por haberlo vivido, cómo se está junto a la cruz- debemos pedirle la gracia de no huir de la cruz, incluso si tenemos miedo. Es la reflexión propuesta por el Papa Francisco el sábado 28 de septiembre.
Comentando el texto litúrgico de Lucas (Lc 9, 43-45), el Santo Padre recordó que en el tiempo del relato del evangelista "Jesús estaba ocupado en muchas actividades y todos estaban admirados por todas las cosas que hacía. Era el líder de ese momento. Toda Judea, Galilea y Samaría hablaba de Él. Y Jesús, tal vez en el momento en el que los discípulos se alegraban de ello, les dijo: Fijaos bien en la mente estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres".
En el momento del triunfo, hizo notar el Papa, Jesús anuncia en cierto modo su Pasión. Los discípulos, sin embargo, estaban tan absorbidos por el clima de fiesta "que no comprendieron estas palabras; seguían siendo para ellos tan misteriosas que no captaban el sentido". Y, prosiguió, "no pidieron explicaciones. El Evangelio dice: tenían miedo de interrogarle sobre esto". Mejor no hablar de ello. Mejor "no comprender la verdad". Tenían miedo a la cruz.
En verdad, también Jesús le tenía miedo; pero "Él -explicó el Pontífice- no podía engañarse. Él sabía. Y era tanto el miedo que esa tarde del jueves sudó sangre". Incluso le pidió a Dios: "Padre aleja de mí este cáliz"; pero, agregó, "que se cumpla tu voluntad. Y esta es la diferencia. La cruz nos da miedo".
Esto es también lo que sucede cuando nos comprometemos en el testimonio del Evangelio, en el seguimiento de Jesús. "Estamos todos contentos", hizo notar el Papa, pero no nos preguntamos más, no hablamos de la cruz. Sin embargo, continuó, como existe la "regla que el discípulo no es más que el maestro" -una regla, precisó, que se respeta- existe también la regla por la que "no hay redención sin derramamiento de sangre". Y "no hay trabajo apostólico fecundo sin la cruz". Cada uno de nosotros, explicó, "puede tal vez pensar: ¿a mí qué me sucederá? ¿Cómo será mi cruz? No lo sabemos, pero estará y debemos pedir la gracia de no huir de la cruz cuando llegue. Cierto, nos da miedo, pero el seguimiento de Jesús acaba precisamente allí. Me vienen a la mente las palabras de Jesús a Pedro en aquella coronación pontificia: "¿Me amas? Apacienta.... ¿Me amas? Apacienta... ¿Me amas? Apacienta ". (cf. Jn 21, 15-19). Y "las últimas palabras eran las mismas: te llevarán allí donde tú no quieres ir. Era el anuncio de la cruz".
Es precisamente por esto -dijo como conclusión el Santo Padre, volviendo al pasaje evangélico de la liturgia - que "los discípulos tenían miedo a interrogarle. Muy cerca de Jesús, en la cruz, estaba su madre. Tal vez hoy, el día en el que la invocamos, será bueno pedirle la gracia de que no se nos quite el temor, porque eso debe estar presente. Pidámosle la gracia de no huir de la cruz. Ella estaba allí y sabe cómo se debe estar cerca de la cruz".