El cristiano que pierde la esperanza pierde el sentido mismo de su existencia y es como si viviese ante un muro. Abrir las puertas al encuentro con el Señor significa recibir de Él ese consuelo que nos restituye, con ternura, la esperanza. La homilía del Papa Francisco en la misa celebrada el martes 10, por la mañana, en la capilla de Santa Marta, se centró precisamente en ese consuelo de la ternura con el cual el Señor recrea la esperanza en el cristiano.
Citando el libro del profeta Isaías (Is 40, 1-11), llamado "el libro de la consolación de Israel", el Pontífice se centró, en efecto, en la consolación que Dios invoca para su pueblo. Es el Señor mismo quien "se acerca para consolarlo, para darle paz". Y así "realiza un gran trabajo", porque Él "hace nuevas todas las cosas, las recrea". Esta "re–creación", añadió, es aún más bella que la creación. Por lo tanto, el Señor visita a su pueblo "recreando".
En realidad, el pueblo de Dios esperaba esta visita, sabía que el Señor la realizaría. "Recordemos -destacó al respecto el Santo Padre- las últimas palabras de José a sus hermanos: cuando el Señor os visite, llevad con vosotros mis huesos". Así, añadió, "el Señor visitará a su pueblo. Es la esperanza de Israel. Y lo visitará con esta consolación: rehacer todo. No una vez, sino muchas veces".
De este "rehacer" del Señor, el Obispo de Roma indicó algunas líneas maestras. Ante todo, "cuando el Señor se acerca nos da esperanza. Por lo tanto -aclaró- rehace con la esperanza. Abre siempre una puerta". Cuando el Señor se acerca a nosotros, no cierra puertas sino que las abre; y luego cuando viene, "viene con las puertas abiertas".
En la vida cristiana, esta esperanza "es una verdadera fortaleza, es una gracia, es un don". En efecto, cuando "el cristiano pierde la esperanza, su vida ya no tiene sentido. Es como si su vida estuviese ante un muro, ante la nada. Pero el Señor nos consuela y nos rehace con la esperanza, para seguir adelante". Lo hace también con una cercanía especial a cada uno de nosotros. Para explicarlo, el Pontífice citó el versículo conclusivo del pasaje de Isaías propuesto por la liturgia: "Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían". Y comentó: "es la imagen de la ternura. El Señor nos consuela con ternura. El Señor, el gran Dios, no tiene miedo de la ternura. Él se hace ternura, se hace niño, se hace pequeño". Por lo demás, "en el Evangelio Jesús mismo lo dice: no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños" (Mt 18, 12-14). Porque, explicó el Pontífice, "cada uno de nosotros es muy, muy importante" para el Señor, quien nos hace "caminar adelante de todos dándonos la esperanza".
Este "fue el gran trabajo de Jesús" en los cuarenta días que van de la Resurrección a la Ascensión: "Consolar a los discípulos, acercarse a dar consuelo, acercarse a dar esperanza, acercarse con ternura. Pensemos -dijo el Papa- en la ternura que tuvo con los apóstoles, con la Magdalena, con los de Emaús". Y es siempre así. También con nosotros. Sin embargo, debemos pedir la gracia al Señor "de no tener miedo a la consolación del Señor -afirmó concluyendo-, de estar abiertos, pedirla, buscarla porque es un consuelo que nos dará esperanza y nos hará sentir la ternura de Dios Padre".