Hay cristianos que tienen "cierta alergia a los predicadores de la Palabra": aceptan "la verdad de la Revelación", pero no "al predicador", prefiriendo "una vida encerrada". Sucedía en tiempos de Jesús y, por desgracia, sigue sucediendo aún hoy a quienes viven encerrados en sí mismos, porque tienen miedo a la libertad que viene del Espíritu Santo.
Es ésta la enseñanza, según el Papa Francisco, que se desprende de las lecturas de la liturgia celebrada el viernes 13 de diciembre, por la mañana, en la capilla de Santa Marta. El Pontífice reflexionó, sobre todo, en el pasaje del evangelio de Mateo (Mt 11, 16-19), en el que Jesús paragona a la generación de sus contemporáneos con "los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: "Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado"".
A este propósito, el Obispo de Roma recordó que en los evangelios Cristo "habla siempre bien de los niños", presentándolos como "modelo de la vida cristiana" e invitando a "ser como ellos para entrar en el Reino de los cielos". En cambio -destacó-, en el pasaje en cuestión "es la única vez que no habla tan bien de ellos". Para el Papa se trata de una imagen de niños "algo especiales: maleducados, descontentos e, incluso, insolentes"; niños que no saben ser felices mientras juegan y "rechazan siempre la invitación de los demás: nada les gusta". En particular, Jesús usa esta imagen para describir a "los jefes de su pueblo", definidos por el Pontífice "gente que no estaba abierta a la Palabra de Dios".
Para el Santo Padre hay un aspecto interesante en esta actitud: precisamente su rechazo "no es del mensaje, sino del mensajero". Basta proseguir la lectura del pasaje evangélico para confirmarlo. "Vino Juan -destacó el Papa-, que ni comía ni bebía, y dicen: "Demonio tiene". Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: "Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores"". En la práctica, desde siempre los hombres encuentran un motivo para desacreditar al predicador. Es suficiente pensar en la gente de aquel tiempo, que prefería "refugiarse en una religión algo elaborada: en los preceptos morales, como los fariseos; en el compromiso político, como los saduceos; en la revolución social, como los zelotes; y en la espiritualidad gnóstica, como los esenios". Y añadió: todos con su sistema bien limpio, bien construido", pero que no acepta "al predicador". He aquí por qué Jesús les refresca la memoria, recordándoles a los profetas, que fueron perseguidos y asesinados.
Aceptar "la verdad de la Revelación" y no "al predicador" muestra, según el Pontífice, una mentalidad fruto de "una vida encerrada en preceptos, compromisos, proyectos revolucionarios y espiritualidad sin carne". El Papa Francisco hizo referencia, en particular, a los cristianos "que no bailan cuando el predicador te da una hermosa y alegre noticia, y no lloran cuando el predicador les da una noticia triste", es decir, a esos cristianos "que están encerrados, prisioneros, que no son libres". Y el motivo es el "miedo a la libertad del Espíritu Santo, que viene a través de la predicación".
Por lo demás, "es el escándalo de la predicación, del que hablaba san Pablo; el escándalo de la predicación que termina en el escándalo de la cruz". En efecto, "escandaliza que Dios nos hable a través de hombres limitados, hombres pecadores; y escandaliza aún más que Dios nos hable y nos salve a través de un hombre que dice ser el Hijo de Dios, pero acaba como un criminal". Así, para el Papa Francisco se termina cubriendo "la libertad que viene del Espíritu Santo" porque, en resumidas cuentas, "esos cristianos tristes no creen en el Espíritu Santo; no creen en la libertad que viene de la predicación, que te amonesta, te enseña e incluso te abofetea, pero es precisamente la libertad que hace crecer a la Iglesia".
Así pues, la imagen del Evangelio con "los niños que tienen miedo de bailar, de llorar", que tienen "miedo a todo, que piden seguridad en todo", lleva a pensar "en esos cristianos tristes que critican siempre a los predicadores de la verdad porque tienen miedo de abrirle la puerta al Espíritu Santo". De ahí la exhortación del Pontífice a rezar por ellos y a rezar también por nosotros mismos, para que "no seamos cristianos tristes", de esos que quitan "al Espíritu Santo la libertad de venir a nosotros a través del escándalo de la predicación".