En Navidad se viven las "percepciones interiores en femenino" propias de la "espera de un parto". Una actitud espiritual que prevé un estilo de "apertura": por ello no se debe colocar nunca en la puerta de nuestra alma "un educado cartel" con la inscripción: "Se ruega no molestar".
Es una fuerte llamada al significado más auténtico de la Navidad la propuesta del Papa Francisco durante la misa celebrada el lunes 23 de diciembre en la capilla de Santa Marta. "En ésta última semana" que precede a la Navidad –recordó el Pontífice– "la Iglesia repite la oración: ¡Ven, Señor!". Y haciendo así, "llama al Señor con tantos nombres distintos, llenos de un mensaje sobre el Señor" mismo: "Oh sabiduría, oh Dios poderoso, oh raíz de Jesé, oh sol, oh rey de las naciones, oh Emanuel".
La Iglesia hace esto, explicó el Santo Padre, porque "está en espera de un parto". En efecto "también la Iglesia, esta semana, es como María: en espera del parto". En su corazón la Virgen "sentía lo que sienten todas las mujeres en ese momento" tan especial: esas "percepciones interiores en su cuerpo y en su alma" de las cuales comprende que el hijo ya está por nacer. Y "en su corazón decía seguramente" al niño que llevaba en su seno: "Ven, quiero mirarte a la cara porque me han dicho que serás grande".
Es una experiencia espiritual que vivimos también "nosotros como Iglesia", porque "acompañamos a la Virgen en este camino de espera". Y "queremos apresurar este nacimiento del Señor". Éste es el motivo de la oración: "Ven, oh llave de David, oh sol, oh sabiduría, oh Emanuel. ¡Ven!". Una invocación evocada también en los últimos versículos de la Biblia cuando, al final del libro del Apocalipsis, la Iglesia repite: "Ven, Señor Jesús". Y lo hace con "esa palabra aramea –maranathá– que puede significar un deseo o también una seguridad: el Señor viene".
En realidad, "el Señor viene dos veces". La primera, explicó el Obispo de Roma, es "la que conmemoramos ahora, el nacimiento físico". Luego "vendrá al final, a cerrar la historia". Pero, añadió, "san Bernardo nos dice que hay una tercera venida del Señor: la de cada día". En efecto "el Señor cada día visita a su Iglesia. Nos visita a cada uno de nosotros. Y también nuestra alma entra en esta semejanza: nuestra alma se asemeja a la Iglesia; nuestra alma se asemeja a María". En esta perspectiva el Papa Francisco recordó que "los padres del desierto dicen que María, la Iglesia y nuestra alma son femeninas". Así "lo que se dice de una, análogamente se puede decir de la otra".
Por lo tanto "nuestra alma está en espera, en espera por la venida del Señor. Un alma abierta que llama: ¡ven, Señor!". Precisamente en estos días, dijo el Pontífice, el Espíritu Santo mueve el corazón de cada uno a "hacer esta oración: ¡ven, ven!". Por lo demás, "todos los días de Adviento –recordó– hemos dicho en el prefacio que nosotros, la Iglesia, como María, estamos "vigilantes en espera"". Y "la vigilancia es la virtud, es la actitud de los peregrinos. Somos peregrinos". Una condición que sugirió al Papa una pregunta: "¿Estamos en espera o estamos cerrados? ¿Estamos vigilantes o estamos seguros en un albergue en el camino y ya no queremos ir más adelante? ¿Somos peregrinos o somos errantes?".
He aquí por qué la Iglesia nos invita a rezar con este "¡Ven!". Se trata, en definitiva, de "abrir nuestra alma" para que en estos días esté "vigilante en la espera". Es una invitación a comprender "qué sucede" a nuestro alrededor: "si viene el Señor o si no viene; si hay sitio para el Señor o hay sitio para las fiestas, para hacer compras, hacer ruido". Una reflexión que, según el Pontífice, lleva a otra pregunta dirigida a nosotros mismos: "¿Nuestra alma está abierta, como está abierta la santa madre Iglesia y como estaba abierta la Virgen? ¿O nuestra alma está cerrada y hemos colgado en la puerta un cartel, muy educado, que dice: se ruega no molestar?".
"El mundo no acaba con nosotros", afirmó el Papa, y "nosotros no somos más importantes que el mundo". Así, continuó, "con la Virgen y con la madre Iglesia nos hará bien repetir hoy en oración estas invocaciones: oh sabiduría, oh llave de David, oh rey de las naciones, ven, ven". Y será un bien, insistió, "repetir muchas veces: ¡ven!". Una oración que se convierte en examen de conciencia, para verificar "cómo es nuestra alma" y hacer que "no sea un alma que diga" a los demás que no le molesten, sino más bien "un alma abierta, un alma grande para recibir al Señor en estos días". Un alma, concluyó el Santo Padre, "que comienza a sentir lo que mañana en la antífona nos dirá la Iglesia: Hoy sabréis que vendrá el Señor, y mañana veréis su gloria".