En la Iglesia todos, indistintamente, estamos encargados de practicar el antiguo ministerio de ostiario, o sea, de "aquel que abre las puertas" y "acoge a la gente". Y, además, en la historia de la Iglesia no ha existido jamás el ministerio de "aquel que cierra las puertas" en la cara a las personas.
Es, por lo tanto, una invitación a no "enjaular" al Espíritu Santo la que el Pontífice dirigió en la misa que celebró el 12 de mayo, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta. En la homilía el obispo de Roma propuso inmediatamente una página de los Hechos de los apóstoles (Hch 11, 1-18), que, confesó, considera "uno de los pasajes más bellos" y que "enseña mucho a nosotros obispos". Ya el íncipit, explicó, es muy fuerte: "Los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea supieron que incluso los paganos habían acogido la palabra de Dios. Y, cuando Pedro subió a Jerusalén, los fieles circuncisos le reprocharon diciendo: "has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos"".
A sus ojos "esto era precisamente un escándalo", algo que no habrían "jamás pensado" que pudiese ocurrir. Para ellos, en efecto, no era tampoco concebible entrar en la casa o incluso sentarse en la mesa con personas incircuncisas, por una cuestión de impureza. En cambio, Pedro no sólo lo había hecho, sino que además había bautizado a esa gente. En pocas palabras, puso de relieve el Papa, lo habían considerado "un loco". Como si "mañana llegase una expedición de marcianos verdes, con la nariz larga y las orejas grandes como los pintan los niños". Y si uno de ellos dijera "yo quiero el bautismo", ¿qué ocurriría?
Así pues Pedro, refieren los Hechos de los apóstoles, "relata lo que había sucedido, cómo había sido precisamente el Espíritu" quien le impulsaba. Es "el mismo Espíritu que había dicho a Felipe que fuera a bautizar al ministro de economía de Candaces", como se lee también en los Hechos.
Fue precisamente el Espíritu quien "impulsó a Pedro a seguir" adelante, lo alentó, porque "no hay cosas impuras". Y Pedro obedeció. Luego, recordó el Pontífice, "sucedió lo que sabemos: el bautismo de Cornelio y de toda su familia". Pero a los reproches de los "hermanos de la Iglesia de Jerusalén" Pedro replica "con esta frase: Pues, si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para oponerme a Dios?".
Una pregunta que hoy, afirmó el Papa, llega a cada uno de nosotros, porque "cuando el Señor nos hace ver el camino, ¿quién somos nosotros para decir: no, Señor, no es prudente, no, hagamos así?". Es Pedro quien "toma esta decisión" y dice: "¿Quién soy yo para oponerme?". Se trata verdaderamente de "una hermosa palabra –explicó el Pontífice– para los obispos, los sacerdotes y también para los cristianos: ¿quiénes somos nosotros para cerrar las puertas?". No por casualidad en la Iglesia ha existido siempre el "ministerio de ostiario", que es el que abre la puerta, recibe a la gente y la hace entrar, pero "nunca ha existido el ministerio del que cierra la puerta, ¡nunca!".
Además, prosiguió el Papa, el Señor había dicho a los discípulos que enviaría al "Paráclito" el cual, aseguró, "os guiará a la verdad plena". Por tanto, "el Señor deja la guía de su Iglesia al Espíritu Santo". Y esto vale aún hoy, porque "la guía de la Iglesia la ha dejado el Señor en las manos del Espíritu Santo: es Él quien nos guía a todos con la gracia recibida en el bautismo y en los sacramentos".
El Espíritu Santo no había agotado la misión en el día de Pentecostés –afirmó el Pontífice– cuando descendió sobre ellos y hubo "gran alboroto", hasta el punto "que se decía: pero esta gente quizás no tenía café con leche y ha tomado un poco de vino para el desayuno". En realidad "no estaban ebrios": la historia "comenzó" ese día y desde entonces "el Espíritu sigue adelante, llevando la Iglesia adelante".
Y es "curioso", hizo notar al respecto el Papa, el comportamiento de los "cristianos de Jerusalén que eran buenos creyentes": tras haber reprochado y dado por "loco" a Pedro, escucharon su explicación y luego "se calmaron y comenzaron a glorificar a Dios diciendo: "Así pues, también a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida"".
Por eso "el Espíritu Santo es el que, como dice Jesús, nos enseñará todo". Y hará también "que nos acordemos de lo que Jesús nos ha enseñado". El Espíritu "es la presencia viva de Dios en la Iglesia, es el que hace avanzar a la Iglesia, el que la hace caminar cada vez más, más allá de los límites, más adelante". Es Él "con sus dones quien guía a la Iglesia. No se puede comprender a la Iglesia de Jesús sin este Paráclito que el Señor nos envía" y que lleva "a estas decisiones impensables". Para usar "una palabra de san Juan XXIII: es precisamente el Espíritu Santo quien actualiza a la Iglesia y la hace seguir adelante".
El Pontífice invitó a los cristianos "a pedir al Señor la gracia de la docilidad al Espíritu Santo, la docilidad a este Espíritu que nos habla en el corazón, nos habla en las circunstancias de la vida, nos habla en la vida eclesial, en la comunidad cristiana, nos habla siempre: sigue adelante, toma decisiones, haz esto...". Y sugirió también recordar siempre la pregunta de Pedro: "¿Quién soy yo para oponerme al Espíritu Santo? ¿Quién soy yo para cambiar el ministerio de ostiario en la Iglesia que, en vez de abrir, cierra las puertas? ¿Quién soy yo para decir hasta aquí y no más? ¿Quién soy yo para enjaular al Espíritu Santo?".
Al responder a estas preguntas, el obispo de Roma deseó que, "el Señor nos dé esa calma que tuvieron los cristianos de Judea" tras haber escuchado a Pedro, "y nos dé también la gracia de glorificar a Dios". Esos cristianos dijeron: "Así pues, también a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida". Y nosotros hoy, concluyó el Papa Francisco, decimos que también a esta gente tan alejada de la Iglesia y que tal vez tiene una opinión negativa de ella "Dios le ha otorgado la conversión, para que tengan la vida, porque el Espíritu Santo es soberano".