Las bienaventuranzas son "el carné de identidad del cristiano". Por ello el Papa Francisco –en la homilía de la misa que celebró el lunes 9 de junio– invitó a retomar esas páginas del Evangelio y releerlas más veces, para poder vivir hasta el final un "programa de santidad" que va "contracorriente" respecto a la mentalidad del mundo.
El Pontífice se refirió punto por punto al pasaje evangélico de Mateo (Mt 5, 1-12) propuesto por la liturgia. Y volvió a proponer las bienaventuranzas insertándolas en el contexto de nuestra vida diaria. Jesús, explicó, habla "con toda sencillez" y hace como "una paráfrasis, una glosa de los dos grandes mandamientos: amar al Señor y amar al prójimo". Así, "si alguno de nosotros plantea la pregunta: "¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?"", la respuesta es sencilla: es necesario hacer lo que dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas.
Un sermón, reconoció el Papa, "muy a contracorriente" respecto a lo "que es costumbre, a lo que se hace en el mundo". La cuestión es que el Señor "sabe dónde está el pecado, dónde está la gracia, y Él conoce bien los caminos que te llevan a la gracia". He aquí, entonces, el sentido de sus palabras "bienaventurados los pobres en el espíritu": o sea "pobreza contra riqueza".
"El rico –explicó el obispo de Roma– normalmente se siente seguro con sus riquezas. Jesús mismo nos lo dijo en la parábola del granero", al hablar de ese hombre seguro que, como necio, no piensa que podría morir ese mismo día.
"Las riquezas –añadió– no te aseguran nada. Es más: cuando el corazón se siente rico, está tan satisfecho de sí mismo, que no tiene espacio para la Palabra de Dios". Es por ello que Jesús dice: "Bienaventurados los pobres en el espíritu, que tienen el corazón pobre para que pueda entrar el Señor". Y también: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados".
Al contrario, hizo notar el Pontífice, "el mundo nos dice: la alegría, la felicidad, la diversión, esto es lo hermoso de la vida". E "ignora, mira hacia otra parte, cuando hay problemas de enfermedad, de dolor en la familia". En efecto, "el mundo no quiere llorar: prefiere ignorar las situaciones dolorosas, cubrirlas". En cambio "sólo la persona que ve las cosas como son, y llora en su corazón, es feliz y será consolada": con el consuelo de Jesús y no con el del mundo.
"Bienaventurados los mansos", continuó el Pontífice, es una expresión fuerte, sobre todo "en este mundo que desde el inicio es un mundo de guerras; un mundo donde se riñe por doquier, donde por todos lados hay odio". Sin embargo "Jesús dice: nada de guerras, nada de odio. Paz, mansedumbre". Alguien podría objetar: "Si yo soy tan manso en la vida, pensarán que soy un necio". Tal vez es así, afirmó el Papa, sin embargo dejemos incluso que los demás "piensen esto: pero tú sé manso, porque con esta mansedumbre tendrás como herencia la tierra".
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia" es otra gran afirmación de Jesús dirigida a quienes "luchan por la justicia, para que haya justicia en el mundo". La realidad nos muestra, destacó el obispo de Roma, cuán fácil es "entrar en las pandillas de la corrupción", formar parte de "esa política cotidiana del "do ut des"" donde "todo es negocio". Y, añadió, "cuánta gente sufre por estas injusticias". Precisamente ante esto "Jesús dice: son bienaventurados los que luchan contra estas injusticias". Así, aclaró el Papa, "vemos precisamente que es una doctrina a contracorriente" respecto a "lo que el mundo nos dice".
Y más: "bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia". Se trata, explicó, de "los que perdonan, comprenden los errores de los demás". Jesús "no dice: bienaventurados los que planean venganza", o que dicen "ojo por ojo, diente por diente", sino que llama bienaventurados a "aquellos que perdonan, a los misericordiosos". Y siempre es necesario pensar, recordó, que "todos nosotros somos un ejército de perdonados. Todos nosotros hemos sido perdonados. Y por esto es bienaventurado quien va por esta senda del perdón".
"Bienaventurados los limpios de corazón", es una frase de Jesús que se refiere a quienes "tienen un corazón sencillo, puro, sin suciedad: un corazón que sabe amar con esa pureza tan hermosa". Luego, "bienaventurados los que trabajan por la paz" hace referencia a las numerosas situaciones de guerra que se repiten. Para nosotros, reconoció el Papa, "es muy común ser agentes de guerras o al menos agentes de malentendidos". Sucede "cuando escucho algo de alguien y voy a otro y se los digo; e incluso hago una segunda versión un poco más amplia y la difundo". En definitiva, es "el mundo de las habladurías", hecho por "gente que critica, que no construye la paz", que es enemiga de la paz y no es ciertamente bienaventurada.
Por último, proclamando "bienaventurados a los perseguidos por causa de la justicia", Jesús recuerda "cuánta gente es perseguida" y "ha sido perseguida sencillamente por haber luchado por la justicia".
Así, puntualizó el Pontífice, "es el programa de vida que nos propone Jesús". Un programa "muy sencillo pero muy difícil" al mismo tiempo. "Y si nosotros quisiéramos algo más –afirmó– Jesús nos da también otras indicaciones", en especial "ese protocolo sobre el cual seremos juzgados que se encuentra en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo: "Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber... estuve enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme" (Mt 25, 35)".
He aquí el camino, explicó, para "vivir la vida cristiana al nivel de santidad". Por lo demás, añadió, "los santos no hicieron otra cosa más que" vivir las bienaventuranzas y ese "protocolo del juicio final". Son "pocas palabras, palabras sencillas, pero prácticas para todos, porque el cristianismo es una religión práctica: es para practicarla, para realizarla, no sólo para pensarla".
Y práctica es también la propuesta conclusiva del Papa Francisco: "Hoy, si tenéis un poco de tiempo en casa, tomad el Evangelio de Mateo, capítulo quinto, al inicio están estas bienaventuranzas". Y luego en el "capítulo 25, están las demás" palabras de Jesús. "Os hará bien –exhortó– leer una vez, dos veces, tres veces esto que es el programa de santidad".