El carné de identidad del cristiano debe coincidir en todo y para todo con la de Jesús. Y es la cruz lo que nos une y nos salva. Porque "si cada uno de nosotros no está dispuesto a morir con Jesús, para resucitar con Él, todavía no tiene una verdadera identidad cristiana". Es este el perfil esencial de todo creyente que trazó el Papa Francisco en la misa celebrada el viernes 26 de septiembre, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta.
Una reflexión, que surge de la pregunta de Jesús: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?", referida así por san Lucas en el pasaje del Evangelio (Lc 9, 18-22) propuesto por la liturgia. Jesús, observó enseguida el Papa Francisco, "protegía de una manera especial su verdadera identidad". Y dejaba que la gente dijera de Él: "Es un grande, nadie habla como Él, es un gran maestro, nos sana". Pero "cuando alguien se acerca a su verdadera identidad, lo detiene". Y es importante entender el por qué de esta actitud.
El obispo de Roma recordó que "ya desde el inicio, en las tentaciones del desierto, el diablo buscaba que Jesús confesara su verdadera identidad" diciéndole: "Si tú eres el justo, si tú eres el Hijo de Dios, ¡haz esto! ¡Muéstrame que eres tú!". Y luego "después de algunas curaciones o en algunos encuentros, los demonios que habían sido expulsados le gritaban" con las mismas palabras: "¡Tú eres el justo! ¡Tú eres el Hijo de Dios". Pero Él, notó el Papa, "les hacía callar".
"El diablo -comentó al respecto- es inteligente, sabe más teología que todos los teólogos juntos". Y por lo tanto quería que Jesús confesara: "Yo soy el Mesías, yo vine a salvaros". Esta confesión, explicó, hubiera suscitado una "gran confusión en el pueblo", que habría pensado: "Este viene a salvarnos. Ahora formemos un ejército, expulsemos a los romanos: este nos dará la libertad, la felicidad".
En cambio, precisamente para que "la gente no se equivocara, Jesús protegía ese punto sobre su identidad". Él quería "proteger su identidad". Y luego "explica, comienza a dar la catequesis sobre la verdadera identidad". Y dice que "el Hijo del hombre, es decir, el Mesías, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y los escribas; y ser matado y resucitar". Pero "ellos -puso en evidencia el Pontífice- no quieren entender y en san Mateo se ve cómo Pedro rechaza esto: No, ¡no, Señor!". Por eso con los discípulos el Señor "comienza a abrir el misterio de su propia identidad" confiándoles: "Sí, yo soy el Hijo de Dios. Pero este es el camino: debo ir por este camino de sufrimiento".
Solamente "el Domingo de Ramos -afirmó el Papa- permite que la gente diga, más o menos, su identidad". Lo hace "sólo ahí, porque era el inicio del camino final". Y "Jesús hace esto para preparar los corazones de los discípulos, los corazones de la gente a entender este misterio de Dios: es tanto el amor de Dios, es tan feo el pecado que Él nos salva así, con esta identidad en la cruz".
Por lo demás, prosiguió el Papa Francisco, "no se puede entender a Jesucristo redentor sin la cruz". Y "podemos llegar hasta pensar que es un gran profeta, hace cosas buenas, es un santo. Pero el Cristo redentor sin la cruz no se le puede entender". Pero, explicó, "los corazones de los discípulos, los corazones de la gente no estaban preparados para entenderlo: no habían entendido las profecías, no habían entendido que Él precisamente era el cordero para el sacrificio". Sólo "ese día de Ramos" deja que la gente grite: "¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!". Y "si esta gente no grita -dice- gritarán las piedras!".
"La primera confesión de su identidad", afirmó el Pontífice, "fue hecha al final, después de la muerte". Ya "antes de la muerte, indirectamente, la hizo el buen ladrón"; pero "después de la muerte fue hecha la primera confesión: "¡verdaderamente este era el justo! ¡El díkaios!"". Y quien dijo estas palabras, destacó, es "un pagano, el centurión".
El Papa observó que "la pedagogía de Jesús, también con nosotros, es así: paso a paso nos prepara para entenderlo bien". Y "también nos prepara para acompañarle con nuestras cruces en su camino hacia la redención". En la práctica "nos prepara a ser los cirineos para ayudarle a llevar la cruz". De modo que "nuestra vida cristiana sin esto no es cristiana". Es solamente "una vida espiritual, buena". Y Jesús mismo se convierte sólo en "el gran profeta". La realidad es otra: Jesús nos salvó a todos haciéndonos seguir "el mismo camino" escogido por Él. Así "también debe ser protegida nuestra identidad de cristianos". Y no se debe caer en la tentación de "creer que ser cristianos es un mérito, es un camino espiritual de perfección: no es un mérito, es pura gracia". Es también "un camino de perfección", pero "que por sí solo no es suficiente". Porque, concluyó el Pontífice, "ser cristiano es la parte de Jesús en su propia identidad, en ese misterio de la muerte y de la resurrección".